Luna tiene 19 años, cumplidos hace poquito. Ese dato, según la Convención Internacional de Derechos del Niño aprobada por nuestro país, la ubica como persona adulta habilitada para casarse, viajar al exterior sin permisos, firmar contratos y donar órganos, por ejemplo. Sin embargo, su voz de adulta, el relato concreto y detallado de sus vivencias parecen no merecer la misma responsabilidad. Como si la mayoría de edad la creyera capaz de todo excepto de narrar su propia historia. Solo así puede entenderse que un informe del Ministerio Público Tutelar de la Ciudad de Buenos Aires haga a un lado su declaración testimonial para insistir con que son dichos contaminados, inducidos y acotados.
Hoy tiene 19, pero desde los 9 años Luna cuenta, a quien esté dispuesto a oír, distintas situaciones de abuso sexual por parte de su progenitor. Pero no solo carga con una década de batalla judicial: ahora tendrá que apelar el pedido de sobreseimiento del denunciado y apurar la lucha para evitar que el delito prescriba.
“Luna declaró en octubre de 2020 y luego pedimos la indagatoria con el objetivo de interrumpir la prescripción, según el artículo 67 inc. B del Código Penal. Ante esa solicitud, la Fiscalía Nacional en lo Criminal y Correccional Nro. 3, en cambio, ordenó que nuevamente peritaran a Luna, esta vez en CABA. Nos opusimos. Luna no quería pasar por lo mismo. No son procesos gratuitos, requieren que se prepare, hacen mal, implicaba una nueva vulneración. La Fiscalía concedió la no realización de la pericia pero, entonces, pidió al Ministerio Público Tutelar el análisis total del expediente para analizar si existen signos de estrés postraumáticos, personalidad fabuladora, verosimilitud o credibilidad en el relato, normal desarrollo psicosexual y cualquier otro dato psicológico/psiquiátrico que pudiera resultar de interés para la investigación”.
La que comparte el racconto es la abogada Marina González Rodríguez. Luna es parte activa del litigio, pero decide no exponerse directamente en los medios. Quiere visibilizar lo que considera un nuevo avasallamiento de sus derechos, pero elige las medidas y sabe lo que está dispuesta a hacer y lo que no. Lo aprendió tras 10 años dando vueltas en el laberinto judicial.
González Rodríguez continúa: “Para responder los puntos periciales solicitados por la Fiscalía, el Ministerio Público Tutelar redactó un informe que habla de co-construcción, de recuerdos que pudieron ser implantados por la madre y montones de cosas que entendemos como la aplicación del falso Síndrome de Alienación Parental (SAP). Este escrito generó las condiciones para que la defensa pidiera el sobreseimiento. La falta de perspectiva de género a la hora de leer y tramitar las problemáticas hace que las víctimas no accedan a justicia. En este caso en particular, acallan la voz de Luna. En el informe no analizan nada de su declaración y así la silencian”.
Camino al infierno
La mamá de Luna se llama Yamila Corin. Convivió con el progenitor de su hija mayor en Mar del Plata. Cuando terminó la relación, Luna tenía un año y medio.
“Fui víctima de violencia de género, pero en ese momento jamás se me ocurrió que la violencia se podía trasladar de alguna forma a Luna. Él tenía un vínculo amoroso hacia ella. No responsable, porque era yo la que me ocupaba de todo, pero él la sacaba a pasear, la veía todos los fines de semana y la quería. Yo pensaba `bueno, por lo menos es un buen padre´”.
Consultada por Infobae, Yamila remarca lo que también aparece en el informe del Ministerio Público Tutelar: desde que la pareja se separó hasta los siete años de la hija en común, no hubo conflictos. Es, precisamente, ese contexto de calma el que no se condice con “la conflictiva familiar previa a la denuncia penal” que menciona el escrito del Equipo Técnico Infanto Juvenil del Ministerio.
“Recién a los 7 años de Luna noté cuestiones que me hacían ruido. Por eso no es cierto `el marco de problemas entre los progenitores´ o el `divorcio controversial´ que ponen en el informe del Ministerio Público Tutelar. Hacía muchísimo que nos habíamos separado cuando empecé a evaluar riesgos de Luna. Riesgos por ver en una niña actitudes corporales muy erotizadas. Además, contaba que el padre le daba besos en la boca o juegos entre ellos que me parecían claramente fuera de lugar. Pero igualmente no tenía en mi cabeza el abuso, lo que pensaba era que el padre no la estaba cuidando”, reconoce Yamila.
La visita a una psicóloga confirmó algunos hechos que preocupaban a la madre pero sin notar abuso.
“Esa primera consulta profesional me dio tranquilidad. Una tranquilidad que duró dos años. Porque a los 9 años de Luna no solo pasó que ella seguía describiendo, con cada vez mayor claridad y totalmente naturalizados, juegos eróticos que tenía con el padre; en ese tiempo encima encontré un montón de dibujos que la nena guardaba. Eran dibujos de penes en la boca, de cuerpos desmembrados, y la recurrente figura de un hombre con pelo largo y rulos desnudo. El progenitor tenía pelo largo y rulos”.
Con el corazón estrujado, como solo puede estrujar la sola idea de que una hija (o un hijo) pueda ser lastimada por quien debería cuidarla, criarla y defenderla del mundo, Yamila hizo nuevas consultas psicológicas que dejaron asentados “indicadores de que la niña se encuentra en una situación de abuso sexual”, “la menor se encuentra en una situación de riesgo”, “sin indicadores de fabulación”. La medida de protección que siguió fue impedir el contacto con el progenitor mientras se daba curso a la investigación.
Yamila tiene bien presente quién era y cómo era cuando pudo escuchar a su hija. El día en que denunció el abuso sin saber que comenzaban también los caprichos de un Poder Judicial obstinado en generar más daño.
“En 2011, cuando denuncié por abuso, estaba por nacer mi segunda hija. Yo estaba en pareja, feliz, a punto de parir. Mi tiempo y mi cabeza eran para disfrutar, para dar la teta en casa. Nada más lejos de tener tiempo y ganas de emprender un camino de juzgados y soportar una violencia judicial que nunca paró. Llevamos padeciendo una década de violencias para Luna, para mí y para todo el grupo familiar”.
Por meses la causa fue el marco de una contienda entre jurisdicciones: que si el delito ocurrió en Capital se investiga por porteños, que si la denuncia se hizo en provincia se investiga por bonaerenses, que si los mejores especialistas en Cámara Gesell están en Trenque Lauquen se hacen cargo los trenquelauquences, y así…
Cuando cumplió 13, Luna escribió de puño y letra una carta con todo lo que había vivido entre los 6 y los 9 años durante los fines de semana que pasaba en el monoambiente paterno; donde, por ejemplo, no tenía cama propia y compartía la matrimonial con su papá. También forma parte del expediente el testimonio de una ex pareja del denunciado que ratificó situaciones con la nena presenciadas mientras estaban juntos. Y en la cronología de las actuaciones, distintos profesionales que interactuaron con Luna dejaron registro de “masturbación compulsiva”, “conducta hipersexualizada”, “angustia”, “nerviosismo”, “irritabilidad”, “terrores nocturnos”, “hipervigilancia”, entre otros.
En abril de 2019, a Luna la peritaron desde el Cuerpo técnico Auxiliar del Departamento judicial de Morón. Fueron tres encuentros que incluyeron variadas técnicas de entrevistas y de test. Y recién en octubre de 2020 Luna pudo concretar su declaración testimonial, ya como persona adulta.
Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa
Del abultado expediente se valió el Ministerio Público Tutelar de la Ciudad de Buenos Aires para elaborar un nuevo informe de casi 30 páginas. Informe que según la abogada de la querella “parece armado por la misma defensa” y muestra “una aplicación clara y violatoria de derechos del falso SAP”.
El supuesto Síndrome de Alienación Parental (SAP o PAS, según las siglas en inglés) es una teoría sin base científica que tiene como única intensión desacreditar relatos de niños, niñas y adolescentes que sufren abusos por creer que repiten lo que alguno de sus progenitores inventó ─muy especialmente, las madres─.
Ahora bien, ¿se puede manipular la mente de los chicos? ¿Hay chances de fabular un abuso?
Nadie pretende negar que desde que el mundo es mundo se dan separaciones belicosas. Que hay adultos que utilizan a hijos e hijas como botín de guerra para dirimir asuntos personales inconclusos y que la violencia está lejos de ser patrimonio exclusivo de lo masculino.
Pero aunque ni siquiera sería el caso ─porque el distanciamiento de los progenitores de Luna ocurrió sin grandes sobresaltos─, vale resaltar que la tendencia en alza en el Poder Judicial no es mediar entre las turbulencias sino subirse a la ola del SAP para castigar ─en la mayoría de las ocasiones─ a madres que denuncian violencia o abusos sexuales, ninguneando los testimonios de los niños y niñas por suponer que están elucubrados por esas mujeres que solo querrían alejar a los padres. Un certero knock out al sistema de protección infantil.
“El SAP es ideología pura, porque no es ciencia sino que parte de prejuicios sociales que estigmatizan a las mujeres que se atreven a denunciar delitos ejercidos por el varón dentro de la familia. Es misógino, porque en la praxis solo se usa contra mujeres. Tiene raíz pedófila, porque su creador, Gardner, era un médico apologista de la pedofilia. Y el único ámbito de aplicación es en los procesos judiciales”, explica para Infobae Graciela Jofre, tras 23 años como jueza con competencia en procesos de familia.
En la misma línea se posiciona el médico psiquiatra Enrique Stola: “Es cierto que un papá o una mamá pueden intentar poner a los niños en contra de otra persona. Esas situaciones se han dado siempre y pocas parejas se salvan de vivirlas durante una separación en malos términos. Lo que no significa que un padre o una madre puedan hacerle decir a su hijo que está siendo abusado. Porque ese niño o niña no va a poder sostener esa realidad en una entrevista o con sus dibujos. No es posible que sostengan algo que no han vivido”.
Y remata: “Cualquier psicólogo/a o psiquiatra con un mínimo de conocimiento y de entrenamiento en el tema reconoce que los relatos de niños y niñas sobre abusos son hechos vividos. No es posible implantar esas ideas o co-construirlas. El síndrome de alienación parental es un instrumento de la violencia machista dentro del Poder Judicial que tiene como objetivo disciplinar a las mujeres, niños y niñas que denuncian”.
El SAP no existe
El SAP es una teoría inventada en 1985 por el médico psicoanalista estadounidense Richard Gardner que ha sido utilizado como instrumento de defensa de padres acusados de incesto y/o abuso. Se basa en la sospecha de la falsa denuncia de las madres y el falso testimonio de niñas y niños.
En palabras de su propio mentor: “El SAP es un lavado de cerebro al cual uno de los padres —generalmente la madre— somete al hijo en contra del otro progenitor —generalmente el padre— logrando de este modo alienar, quitar a ese padre de la vida del hijo, para hacerlo desaparecer, pudiendo llegar el niño hasta a creer que su padre abusó sexualmente de él”.
Aunque ha intentado legitimarse como síndrome diagnóstico, fue siempre rechazado por la comunidad científica por no cumplir los mínimos necesarios para ser un síndrome y menos aún una entidad clínico-diagnóstica. Es decir, no se permitió su inclusión en los Manuales de Diagnóstico de enfermedades mentales, e instituciones internacionales como la Asociación Americana de Psicología y la Organización Mundial de la Salud no reconocen su validez.
Gardner nunca presentó los casos que dijo haber observado para su formulación, ni expuso a consideración de la comunidad médica o de psicología su revisión. En 2003, se suicidó.
En nuestro país, la Comisión de Familia, Mujer, Niñez y Adolescencia de la Cámara de Diputados de la Nación rechazó en julio de 2013 la aplicación del síndrome de alienación parental y su terapia como trastorno a ser diagnosticado en procesos judiciales de familia.
Más acá en el tiempo, desde la Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia (Senaf) del Ministerio de Desarrollo Social se pronunciaron, junto con más de 80 referentes del campo de las infancias, sobre las severas afectaciones que la aplicación del SAP produce a los derechos de niños, niñas y adolescentes: “El llamado Síndrome de Alienación Parental (S.A.P.) es una falacia carente de rigor científico a la que se recurre para limitar, obturar o deslegitimar el avance en la protección de derechos de niños y niñas víctimas [...] Generalmente invocan el S.A.P., en especial en ámbitos judiciales, varones adultos acusados de violencias graves y/o abusos sexuales en perjuicio de sus hijos o hijas menores de edad”.
Pero “hecha la ley hecha la trampa” describe un refrán muy popular. Y algo de eso hay cuando entre los escritos jurídicos y judiciales de causas por abuso o maltrato infantil aparecen frases que refieren al SAP sin nombrarlo: “co-construcción de memoria”, “implantación de memoria o de ideas”, “relato basado en un recuerdo contaminado”, “vivencias que podrían ser trasladadas”, “disputa de adultos”, “ante la insistencia/inconformidad de la progenitora”, “madre alienada o trastornada mentalmente”.
Para la abogada de Luna, el documento del Ministerio Público Tutelar -que lleva la firma de la licenciada María Fernanda Zarraga- se basa en argumentos derivados del SAP: “Se afirma que las intervenciones de Luna con profesionales y personas a quienes pudo contarles lo que le sucedía, sobre todo a su mamá, se encuentra contaminado y/o inducido, o resulta acotado, o no hay datos relevantes ni indicadores de abuso. Y si reconocen indicadores plantean que corresponden a conflictos entre los padres. Eso es lisa y llanamente aplicación del falso SAP”.
Luna lleva una década denunciando a su progenitor por situaciones de abuso sexual entre sus 6 y 9 años. El Poder Judicial no escuchó su voz de niña. Sigue sin escuchar su voz de adulta. El delito puede prescribir. Luna merece justicia.
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