En el último trimestre de 1972, el grupo de guerrilleros que había escapado del penal de Rawson preparaba su regreso al país. En Cuba no se saldaron las discrepancias entre el jefe del PRT-ERP, Roberto Santucho (“El Negro”), y el grupo de apoyo externo. Santucho quería sancionar en particular a Víctor José Fernández Palmeiro (“El Gallego”), que había objetado sus órdenes en cartas que entraban y salían de la cárcel, durante la preparación de la fuga. Santucho no encontró un ambiente adecuado para la sanción mientras convivían junto al resto de los guerrilleros en la misma casa, como anfitriones del Estado cubano.
“La bronca venía de la discusión previa, por el enojo del Negro con las vacilaciones que habíamos tenido la gente de afuera (apoyo externo). En Cuba no había una pelea abierta, pero era silenciosa. Estábamos ahí. El Gallego rumiaba. Él me había dicho mientras planificábamos la fuga y me lo repitió en Cuba: ‘Lucas, vos sos muy ingenuo. A mí ya me ha pasado (porque él venía del PC). Si esto sale mal, van a buscar el chivo expiatorio, van a elegir a los más débiles, y somos nosotros. Ellos son la dirección. Se van a quedar con el arrojo de que salieron y son unos héroes totales que agarraron el avión y se fueron a la mierda. Pero nosotros, que hemos hecho de todo, que recorrimos miles de kilómetros, que no hemos dormido, a vos te han sacado de la familia..’”, reveló Alejandro Ferreyra, militante del PRT-ERP, detenido desde el 6 de septiembre de 1973 hasta 1984.
“Porque en un momento, dos meses antes de la fuga, desde la cárcel nos habían planteado que dejáramos nuestros equipos, a nuestra gente, cortar los contactos, por si nos agarraban. Yo quedé en la calle, sin mi compañera ni mi hija, solo. No tenía ni dónde dormir. Me fui al sur con una camperita chota y una camisa. El Gallego se enculó con esa decisión. No estuvo de acuerdo. Se sintió verdugueado: ‘¿Qué piensan, que con dos trompadas vamos a hablar nosotros?’. Él no entregó sus equipos. ‘Que me chupen un huevo’. Y a mí, que había quedado en bolas, me dejó el contacto de un simpatizante que tenía un bar, para que le pidiera lo que necesitara”.
“Entonces, el buró político (del PRT-ERP) le criticó la desobediencia al grupo de apoyo externo, que tendríamos haber hecho las cosas más rápido y no discutir con papelitos que iban y venían. Afuera, nosotros estábamos haciendo cosas, acciones. Pero adentro, el tiempo es otro. La respuesta llegaba en un papelito quince o veinte días después. Más allá del subjetivismo de la cárcel, la hipersensibilidad, también ahí había una carga. Al Colorado Marcos (otro integrante del grupo de apoyo externo) lo sancionaron por cinco años, quedó fuera del partido. Al Gallego también iban a sancionarlo. Ya se lo veía venir. El Gallego estaba muy enojado. Un día lo tuve que parar porque casi lo caga a trompadas al Negro Santucho. Hubo una discusión sobre las ‘casas operativas’. Nosotros en Córdoba vivíamos en casas, y el Gallego vivía en departamento, andaba de traje, comía en restaurantes. El Gallego decía que así se hacía en Buenos Aires, que era imposible otra cosa. Él tenía su cobertura. Y el Negro le dijo que ésa era una concepción pequeñoburguesa. En ese momento, estábamos comiendo, empezaron a levantarse la voz, el Gallego lo putea al Negro y se para a pegarle. Yo intercedo ahí: ‘Quedate piola’”.
“Era fuerte el Gallego, decidido, hacía karate. No tenía ningún problema en discutir y pelearlo. No lo quería a Santucho. Era la pelea del interior contra Buenos Aires. El santiagueño con el porteño. Santucho tampoco era muy tolerante a la discusión. Yo le expliqué al Negro que en Buenos Aires vivir en un departamento tampoco estaba mal. Pero la cosa era irreconciliable. También hay que tener en cuenta que había muerto la compañera del Negro, estaba mudo, no decía nada, y había muerto la de Vaca Narvaja, y que en la base lo habían matado a (Eduardo) Capello, el amigo del alma del Gallego. El Gallego estaba ciego con la muerte de Capello. Eso hacía difícil todo. Además había una discusión política pendiente, que se postergó para Buenos Aires”.
“En la casa había mucha actividad, nos levantábamos temprano, hacíamos gimnasia, cenábamos juntos. El Gallego pidió ir a entrenar con la gente de Tropas Especiales (de los cubanos), entrenaba todos los días, tiraban tiros, planificaban acciones. Y ahí el Gallego decidió matar a (Hermes) Quijada. Un día vino y me dijo: ‘Yo lo voy a matar’”, señaló Ferreyra.
De las discusiones internas a las rupturas
Los jefes de las organizaciones armadas y los del apoyo externo de la fuga regresarían a la Argentina por separado. Algunos por Foz do Iguazú, otros por Chile. Santucho regresó en noviembre de 1972 para el plenario del Comité Central Ampliado del PRT-ERP, que debatiría sobre la futura conformación de sus miembros, la actuación en la fuga de Rawson, la línea político-militar y la coyuntura electoral, en la que el partido debía definir una posición.
Fernández Palmeiro llegó después, aparentemente por la demora en la confección de su documento. No participó de los debates.
“Para El Gallego y los compañeros que estábamos acá (en Buenos Aires), operando todos los días para morir al pedo, fue la última chispa. El Gallego quería debatir la política del partido, la seguridad de los compañeros, la construcción de cuadros. Entre la realidad y el planteo de ’guerra popular y prolongada’ había una diferencia astronómica. En ese momento ya empezaba la discusión del ‘todo o nada’ de Santucho. Antes de que el Gallego volviera, había llegado Gorriarán (Merlo) para disciplinar la discusión. Vino a pudrirla. Que no se abrieran listas de debate, no hubo congreso, nada”, afirmó Raúl Argemí, militante del ERP “22 de Agosto”, detenido entre el 21 de junio de 1974 y el 20 de agosto de 1984.
“A los que pedimos discutir para dónde iba la cosa, nos pidieron que entregáramos los documentos, el dinero y las armas que teníamos. Además, se usaba mucho el terrorismo ideológico. Si se hacía algún tipo de cuestionamiento, decían: ‘Cuestionás porque pasaste por la universidad, sos un pequeñoburgués, tenés miedo de clase’. Cualquier tipo que tuviera origen proletario era considerado un iluminado. Eso era una constante. Y también pesaba el culto a la personalidad. Como todo argumento decían: ‘Santucho dijo...’. ‘¿Y a mí qué me importa lo que dijo Santucho? Si yo discuto a Lenin, ¿cómo no voy a discutir a Santucho?’. Ahí se empezó a poner un poco espeso el caldo de gato”, aportó.
El 18 de febrero de 1973, el PRT-ERP tomó por primera vez un cuartel militar, como acto de propaganda y para paliar su falta de armamentos. Los había ido perdiendo en los últimos meses por las caídas y por la gestación de dos facciones internas que, para consumar la ruptura, “expropiaban” los fusiles del partido.
Aunque el Gran Acuerdo Nacional propuesto por el general Lanusse no se había consumado, y el PRT-ERP siguió denunciando la “farsa electoral” promovida por los “políticos burgueses”, el debate sobre qué hacer frente al 11 de marzo movilizó a su militancia.
La resolución del Comité Central ampliado, reunido a fines de 1972, había estirado una definición mientras aprovechaba el tiempo de política legal y pública en la campaña. Se decidió la conformación de “comités de bases” en barrios de la Capital Federal y el conurbano bonaerense para ampliar y profundizar la relación con las masas. El escollo que se reveló, en ese contacto, fue la persistencia de la popularidad del peronismo.
La posibilidad de abrir espacios de legalidad no varió la tendencia militarista interna del PRT-ERP; finalmente, se decidió el “voto en blanco”. Entendían que las masas peronistas estaban influidas por la “ideología burguesa” y temieron que el 11 de marzo fuera el paso hacia la “estabilización del capitalismo burgués”, estimulada por la inversión extranjera. “Los militantes peronistas al hacer uso de la violencia están utilizando el método más revolucionario posible, pero en función de un objetivo que no tiene nada de revolucionario, como es la vuelta de Perón y la reconstitución de su gobierno burgués que intente la conciliación de clases”, se explicó en un documento del PRT-ERP.
La posición frente al voto popular fue la desencadenante de dos rupturas que se mantenían latentes desde hacía meses. Una fue la de Fracción Roja, un grupo de La Plata que se afirmó en su trotskismo original y se separó en febrero de 1973.
La otra disidencia fue la del ERP 22 de Agosto, encabezada por Fernández Palmeiro y Jorge Bellomo, que formaba parte de la Regional Buenos Aires. La fractura se fundaba no sólo en su decisión de votar al peronismo, sino en sus críticas al autoritarismo de la dirección, que utilizaba a sus cuadros militantes como “peones de tareas, nunca como constructores parciales de un edificio común”, según la evaluación del Comité Militar de Capital.
Para el PRT-ERP, el “fraccionalismo de derecha” —como caracterizaba al ERP-22 de Agosto— sólo estaba “al servicio de los intereses y objetivos contrarrevolucionarios de la casta militar, la burguesía y el imperialismo”, sus principales beneficiarios.
Si Bellomo expresaba la línea ideológica del ERP-22, la línea de acción la condujo Fernández Palmeiro. Entendía que la propia creación del grupo y su decisión de votar al peronismo ameritaba una comunicación masiva.
El secuestro del dueño de Crónica
Un decreto de la dictadura prohibía la mención en la prensa de las organizaciones armadas. Para transgredirlo, se decidió imponer el título de tapa en el diario Crónica con el secuestro de su dueño, Héctor Ricardo García, también propietario de Canal 11.
La acción se resolvió en pocos días.
El 8 de marzo de 1973, a las ocho de la mañana, tres hombres ingresaron en un piso ubicado a metros de la Avenida del Libertador. Argumentaron que llevaban un obsequio del intendente de la ciudad de Buenos Aires, doce cajas de whisky. La mucama abrió la puerta, y Fernández Palmeiro despertó a García en su dormitorio con una pistola, le pidió un título de tapa para el ERP-22. Después lo sacó del departamento y lo alojó dentro de una carpa colocada en una casa de la zona norte.
La edición vespertina de Crónica publicó el comunicado. Y también fue emitido por Canal 11. En la noche del 8 de marzo, Héctor García fue liberado.
De este modo, Héctor Cámpora sumaba un incómodo aliado a tres días de las elecciones.
El domingo 11 de marzo de 1973, Cámpora ganó con el 49,59% de votos, frente al 21,29% de Ricardo Balbín.
“Lo hago yo y punto”: la decisión de matar a Quijada
El 25 de abril de 1973, el ERP-22 copó el pueblo de Ingeniero Maschwitz, la zona norte del Gran Buenos Aires. Fue una acción de “propaganda armada” para obtener armas y dinero y consolidar la escasa infraestructura del grupo. En la toma no eran más de doce. Fernández Palmeiro se ocupó la comisaría.
Entonces ya preparaba la operación que había decidido en Cuba, el atentado contra el almirante Hermes José Quijada, que había informado al país por televisión la versión oficial de los fusilamientos de Trelew.
Cuando se obtuvo la información del domicilio del marino, con el detalle de sus movimientos de rutina, varios miembros del ERP-22 se ofrecieron para encargarse de la operación. Fernández Palmeiro no lo aceptó. “La hago yo y punto”, dijo.
No quiso utilizar un auto de apoyo para el diseño de la operación. Suponía que podía quedar atascado en el tránsito porteño y complicar la retirada. Le bastaba una moto, una Gilera 300, alguien que la condujera, y él mismo.
En la mañana del lunes 30 de abril de 1973, Fernández Palmeiro siguió al marino cuando salió de su casa de Arenales al 1900. Había seleccionado al “Galleguito” como conductor —confiaba mucho en su pericia de manejo— y se subió detrás de él en la moto, como acompañante.
Quijada estaba a bordo de un Dodge Polara. Llevaba una metralleta en la entrepierna. Su guardaespalda, que conducía el vehículo, tenía una pistola. Cuando el semáforo de Junín y Cangallo detuvo el Dogde, Fernández Palmeiro bajó de la moto, se acercó a la ventanilla y disparó en la cabeza al marino desde pocos centímetros. Se aseguró su objetivo y volvió a subir a la moto para escapar por Cangallo. Cuando la moto aceleraba, sintió en la espalda el ardor de una bala. El chofer se había bajado del auto y lo alcanzó con un tiro.
Quijada murió en el hospital.
Fernández Palmeiro fue llevado al punto de control.
Desde allí intentaron contactar a un dirigente político cercano al ERP-22, que tenía una clínica privada, pero no lo encontraron. Lo trasladaron a un departamento de una pareja de colaboradores, en Charcas 3678, en el barrio de Palermo. Lo alquilaba Alberto Núñez Palacio, guitarrista y compositor de música de películas, que vivía con su familia, su mujer y dos nenas pequeñas. El lugar no estaba acondicionado como posta sanitaria. Apenas entró, saltó a la vista la hemorragia interna. Fernandez Palmeiro estaba inundado de sangre. La bala se le había alojado en un riñón. Intentaron convencerlo para realizar una intervención quirúrgica: “Tomamos un hospital y te operan”. Dijo que no: “Esto termina en la cárcel, y no quiero ir preso”.
No cambió de opinión ni siquiera cuando le dijeron que el 25 de mayo saldrían todos los presos y estaría en libertad. No quiso. Convocó a su equipo militar, su gente de confianza con la que operaba, con la que había militado en el PRT-ERP y ahora conformaba el ERP22. Pidió que le cortaran el pelo, que lo raparan, y también pidió una botella de whisky para compartir entre todos.
Pasó horas desangrándose en el departamento, hasta que murió.
Víctor José Fernández Palmeiro, de 26 años, fue enterrado en el cementerio de Chacarita. Su despedida fue multitudinaria.
Poco después de un mes, el 5 de junio, una bomba estalló en su sepultura.
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