El 16 de diciembre de 2012, Jyoti Singh Pandey, una joven fisioterapeuta de 23 años fue al cine con un amigo de 28, ingeniero en software. En un shopping de New Delhi, el Select Citywalk, vieron la película Life of Pi.
De regreso, subieron primero a un moto-taxi, de tres ruedas, que los dejó en una parada de buses cerca de una autopista. A las 21:15 de esa noche, Jyoti y su amigo hicieron señas a un autobús, que se detuvo y los recogió. Creían que los llevaría a casa, pero en realidad habían caído en una trampa infernal.
Un rato antes, en Ravi Dass, un barrio marginal de la capital india, dos hermanos, Ram y Mukesh Singh, estaban cenando. Ram era chofer de autobús. Al rato, cayó un amigo, Vinay Sharma, empleado en un gimnasio local, y luego otro, Pawan Gupta, verdulero.
En un momento dado, la banda decidió “salir de parranda”, en el autobús de Ram.
Más tarde, se sumaron al grupo Akshay Thakur, que trabajaba en la limpieza de autobuses, y otro amigo, de 17 años, cuyo nombre no trascendió por ser menor de edad.
En el ómnibus, cuatro de los atacantes iban sentados como pasajeros. Y uno de ellos hasta le cobró el boleto a Jyoti y a su acompañante. Pero pronto empezaron a hacer comentarios subidos de tono dirigidos a la joven hasta que su amigo reaccionó. Entonces lo golpearon con una barra de hierro y lo dejaron semiinconsciente.
A la muchacha la llevaron a la parte trasera del autobús y la violaron por turno, mientras el vehículo seguía dando vueltas por la zona, un barrio acomodado de la capital, sede de embajadas y de hoteles, cuyas cámaras registraron el periplo de los violadores. Luego la golpearon, la mordieron en todo el cuerpo como animales y la vejaron con una barra de hierro, con tal violencia que le perforaron la matriz y uno de ellos con la mano le arrancó parte de las vísceras.
Cuarenta minutos después, se detuvieron al borde de la autopista y arrojaron a la muchacha y a su amigo, desnudos, a la banquina. Retrocedieron para atropellarlos al ver que aún se movían, pero el joven alcanzó a arrastrar a Joyti hacia una zanja donde se protegieron.
Por casi media hora no lograron que se detuviera ningún vehículo para auxiliarlos. Finalmente llegó un móvil de vigilancia de la autopista que llamó a la policía. El patrullero estuvo allí 45 minutos después de que fuesen arrojados a la calle.
Hasta ahí la historia real. Un caso cuya crueldad colmó al fin el vaso de una sociedad con una alta tolerancia hacia la violación. Esta vez no pasó. Decenas de miles de jóvenes salieron a la calle. Las movilizaciones se extendieron por casi un mes y asediaron varios edificios públicos y la seccional de la policía en la que había recaído la investigación. Las protestas llevaron finalmente al gobierno a modificar las leyes para castigar con mayor eficiencia estos delitos.
Delhi criminal no es un documental, sino una ficción enfocada en la investigación policial en los días inmediatamente posteriores al hecho, que fue bautizado como caso Nirbhaya que significa “sin miedo” en hindi, y es el nombre que la prensa le dio a la joven atacada.
La serie es de lo mejor que ha producido Netflix, por su realismo sin golpes bajos -pese a los ribetes horrorosos del caso, no hay sensacionalismo en esta producción- y porque aborda todas las aristas que suelen ofrecer estos sucesos: el oportunismo de los políticos que aprovechan la repercusión pública para intentar un rédito personal, la prensa que filtra datos, tanto reales como falsos, comprometiendo la investigación, la radicalización de los manifestantes, la presión que vive la policía…
Pero quizás lo mejor de Delhi criminal sea el casting, un reparto totalmente local: los policías de esta serie son como los que vemos haciendo vigilancia en las esquinas de Buenos Aires o atendiendo en nuestras comisarías. Gente común y corriente, muy alejada de esos modelos de pasarela o atletas de Kung Fu de la mayoría de los policiales de moda. Estos son convincentes: el espectador tiene la impresión de estar realmente en el detrás de escena.
Y ese backstage es complicado, esforzado, carente de medios, contradictorio -conviven las técnicas modernas de investigación con restricciones presupuestarias- y muy, muy humano. De pronto, una inspectora, a cargo de la investigación, un puñado de oficiales y varios agentes de calle entran en una suerte de aislamiento: acuartelados en la seccional, van encarnando que no podrán salir hasta que no arresten a los seis culpables, mientras afuera sube la presión de la multitud que ganó la calle y no da muestras de querer dejarla.
VIDEO: TRAILER DE “DELHI CRIMINAL”
Es una carrera contrarreloj para evitar que los sospechosos se fuguen, se oculten en alguna región alejada de la capital en ese inmenso país que es la India, con muchos indocumentados, muchos homónimos y deficientes vías de comunicación en ciertas regiones. Y en esos días intensos, la inspectora a cargo tiene que ocuparse de cosas tan disímiles como dar explicaciones a la Corte -a su vez presionada por el Gobierno-, impedir que se deprima su personal -que le viene con quejas hasta por la comida-, evitar que linchen a los sospechosos durante los traslados y en la propia comisaría, contener a la familia de la víctima y a la suya propia, cuando su hija adolescente se suma a las protestas, y eludir a la prensa.
Es llamativa la poca repercusión que tuvo la serie entre nosotros al momento de su estreno, 2019, considerando lo mucho que se habla de violencia machista y de “empoderamiento” femenino. Ambas cosas están presentes en Delhi criminal. La primera, obviamente, es el caso en cuestión. Imposible imaginar un abuso más horroroso hacia una mujer por su condición de tal.
Escuchar a uno de los acusados decir tranquilamente a cámara que para una violación hacen falta dos, o a un abogado de los violadores afirmar que la mujer es una flor preciosa que no puede circular por el barro callejero, salvo que esté acompañada por un pariente varón, resulta impactante.
En el año 2015, la BBC hizo un documental sobre el caso y logró entrevistar a uno de los acusados. Mirando a cámara y con una tranquilidad pasmosa, Mukesh Singh, dijo sobre su víctima: “Cuando era violada, no debió haberse defendido. Debió mantenerse en silencio y permitir la violación. Entonces la hubiesen dejado después de hacérsela y sólo habrían golpeado al chico”.
“Una chica decente no da vueltas a las nueve de la noche -siguió diciendo Mukesh Singh-. Una chica es mucho más responsable de una violación que un chico. Ellos y ellas no son iguales. Las tareas del hogar son para las niñas, no dar vueltas por discotecas y bares por la noche haciendo cosas malas y llevando ropa inadecuada. En torno al 20% de las chicas son buenas”.
El segundo motivo es que la protagonista de la serie es una mujer: la inspectora sobre la cual recayó el caso y que de inmediato tomó dimensión de la gravedad que tenía. Una mujer común y corriente, esposa y madre de familia, de mediana edad y con trayectoria en la Policía. Desde aquella madrugada en que fue despertada por el oficial de guardia para avisarle de lo ocurrido, la superintendente de policía Vartika Chaturvedi -interpretada por la actriz Shefali Shah- se dirigió a la comisaría y no volvió a salir de allí en días.
“¿Qué tiene este caso de especial? Vemos muchos así”, le pregunta en una escena uno de sus agentes, indicio de la regularidad con la cual se producen estos hechos en la India. Al comienzo, sólo ella, Chaturvedi, parece intuir la gravedad del suceso.
La mujer manejó con total firmeza la investigación, condujo al equipo sin permitirles a ninguno de los integrantes de su personal flaquear, dudar o tomarse un descanso. Les aplicó la misma disciplina que se aplicó a sí misma, demostrando que una mujer puede ser una jefa respetada y eficiente.
La serie dice también mucho sobre la sociedad india a quienes no la conocemos o sólo superficialmente y con el filtro de muchos estereotipos. Es evidentemente un país de contrastes, con vastos sectores sociales que ya han dejado de lado los prejuicios de género -lo prueba la misma protagonista, cuya autoridad no es discutida por ningún varón, así como la presencia de varias mujeres en su equipo-, pero donde persisten creencias acendradas en otros sectores igualmente vastos que naturalizan desigualdades inadmisibles.
La familia de la muchacha violada era evidentemente de mentalidad abierta: ella iba a la universidad, se acababa de recibir, y sus padres no vieron con malos ojos que saliera con un amigo que no era un novio oficial. Por otro lado, una joven agente de policía, novata en la seccional pero con muchas ambiciones, acepta al mismo tiempo con naturalidad que sus padres estén negociando su matrimonio con un muchacho al que apenas conoce; y éste a su vez tolera que la joven trabaje y no poder verla por varios días porque ella está abocada a la investigación.
Uno de los resultados del caso Nirbhaya fue la instalación pública de una realidad hasta entonces oculta. Las frecuentes violaciones no denunciadas en India, porque la vergüenza recaía -recae aún- sobre las víctimas. Semiinconsciente, cuando la suben a la ambulancia, Jyoti alcanza a decir: “No se lo cuenten a mi padre”.
Según cifras oficiales, en 2018 hubo casi 34.000 denuncias de violaciones en India. Son sólo los ataques reportados. El caso Nirbhaya no ha implicado una disminución de estos delitos; no es sencillo: los cambios de mentalidad son los más difíciles y los más lentos.
Ahora bien, como consecuencia del enojo de la sociedad frente a este hecho, India endureció sus leyes contra los delitos sexuales. Se aumentaron las penas mínimas de cárcel para las violaciones, siendo la máxima la cadena perpetua. En caso de fallecimiento de la víctima, la pena es capital. India está dentro de la cincuentena de países en los que rige y se aplica la pena de muerte.
La serie culmina con la promesa de una segunda temporada, posiblemente centrada en otros casos. Ojalá se cumpla: vale la pena que este equipo y estos actores nos den una continuación de un trabajo tan excelente como el de esta primera temporada de Delhi criminal.
ATENCIÓN SPOILER: Aunque el caso tuvo repercusión internacional, muchos lectores seguramente ignoran el desenlace; no conviene leer lo que sigue.
La serie, de todos modos, fue estrenada en 2019, antes de la ejecución de los condenados, broche final de esta triste historia.
Los seis atacantes de Jyoti fueron apresados en los días siguientes al hecho. Uno de ellos, sindicado como cabecilla, Ram Singh, se suicidó poco después en prisión. El menor de edad fue condenado a tres años en un correccional -el máximo permitido por la ley- y fue liberado en diciembre de 2015.
Jyoti no pudo recuperarse de sus heridas y murió el 29 de diciembre, 13 días después de la brutal violación.
El 5 de mayo de 2017, la Corte Suprema de la India sentenció a muerte a los violadores y asesinos de Jyoti. Sus pedidos de clemencia fueron rechazados por el presidente de la India, Ram Nath Kovind.
En el amanecer del 20 de marzo de 2020, los cuatro restantes agresores de la muchacha fueron ejecutados en la horca en la cárcel de Tihar. “Todos los condenados fueron ahorcados a las 5:30 am”, fue el escueto comentario del director del penal.
“Estamos satisfechos de que finalmente mi hija obtuvo justicia después de siete años”, dijo la madre de la muchacha.
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