Evita candidata: el desprecio de los militares, el cáncer y el renunciamiento que rompió los planes de Perón

Hace 70 años Eva Perón tenía todo para a ser candidata a vicepresidente. La CGT armó un acto multitudinario, pero la resistencia de las Fuerzas Armadas y el supuesto conocimiento de la enfermedad terminal de la Primera Dama inclinó la balanza

Juan Perón y su esposa Eva. Los peronistas ansiaban que conformasen la fórmula presidencial en las elecciones de 1951. (Foto Archivo General de la Nación)

“Tenés cáncer. Estás muriéndote de cáncer y eso no tiene remedio”, lanzó cruelmente Perón a su esposa la noche del martes 22 de agosto, en la residencia presidencial, según relataría el peluquero de Evita, quien permanecía en un cuarto contiguo. Fue el dramático epílogo de un proceso que casi llevó a la esposa de Juan Perón a la vicepresidencia.

Fueron los militares los que le hicieron llegar el mensaje a Perón de que verían con desagrado una candidatura de Eva a la vicepresidencia. Nunca la habían tolerado y no permitirían que estuviera en la línea de sucesión presidencial y los alarmaba imaginar que pudiera llegar a ser comandante de las fuerzas armadas. El habría aceptado el reclamo de sus pares. Tal vez porque ya sabía de la enfermedad de su esposa. O por si algo no salía acorde a sus planes bien podría echarles la culpa.

La idea de Evita candidata estaba en el ambiente. Venían las elecciones para elegir presidente para el período 1952—1958. Ella había comenzado la campaña electoral en febrero con un acto del Partido Peronista Femenino. Días antes había suscripto una declaración que sostenía la necesidad de reelección de Perón. Y se sorprendió cuando a los días esas mismas mujeres comenzaron a sostener su nombre como candidata a la vicepresidencia.

Ella no lo vio con malos ojos.

En julio de 1951 se dio a conocer que las elecciones, previstas para febrero, se adelantaban para el 11 de noviembre. Sería la primera elección presidencial en la que votaría la mujer. A comienzos de agosto la dirección de la CGT -que un año atrás se había incorporado orgánicamente al peronismo- aprobó la fórmula de Perón-Evita. Cuando le comunicaron al presidente la decisión, éste no se pronunció. El entonces vicepresidente Hortensio Quijano estaba enfermo, al ex gobernador Domingo Mercante lo habían borrado de la escena política, y quedaba ella como figura reconocida dentro del peronismo.

Al sanjuanino José Espejo, que desde el 3 de diciembre de 1947 era el secretario general de la CGT y además cercano a Evita, se le ocurrió armar una concentración popular para que la candidatura surgiese de una suerte de clamor popular.

Desde fines de 1947 José Espejo era el secretario general de la CGT, y uno de los más fervientes promotores de que Eva Perón fuera candidata a vicepresidente.

Sin embargo, a esa altura Perón ya la había convencido de no aceptar, pero no quiso desarticular la movilización y dejó hacer.

La maquinaria partidaria, apoyada con los recursos del Estado, se puso en marcha y una intensa campaña publicitaria inundó el país, fogoneada por la central obrera y por la rama femenina del partido.

Espejo desechó realizar el acto en la Plaza de Mayo porque la consideró chica. Armaron un palco sobre la calle Moreno, frente al edificio de Obras Públicas, sobre la avenida 9 de Julio, que miraba hacia el obelisco. Ese sería el escenario del Cabildo Abierto del Justicialismo. Todo estuvo a cargo de una comisión de festejos, surgida en el seno de la central obrera.

El día elegido fue el 22 de agosto de 1951. La CGT había declarado una huelga general para ese día. En los extremos del palco se exhibían dos grandes retratos del presidente y su esposa y su centro estaba coronado con el escudo peronista. Se destacaba, en su parte superior, la leyenda Perón-Eva Perón, y debajo la frase La fórmula de la Patria. Un avión sobrevolaba la zona escribiendo los nombres del presidente y el de su esposa. Se descontaba que se proclamaría la fórmula esperada por todos los peronistas.

Pasado el mediodía, una marea humana -calculada en unos dos millones de personas- movilizada por el partido y por la CGT, ocupaba la 9 de Julio hasta la avenida Corrientes. Se habían contratado trenes y colectivos para traer a la gente del interior, hubo espectáculos gratuitos desde los días anteriores y a la gente se la asistió.

Así se veía la avenida 9 de julio frente al palco levantado sobre la calle Moreno, junto al edificio de Obras Públicas, según una fotografía publicada por la revista Así del 4 de mayo de 1971.

La multitud estalló cuando a las cinco y media de una tarde templada y soleada vieron a Perón aparecer en el palco, acompañado por ministros, legisladores y líderes sindicales. Espejo hizo denodados esfuerzos para hacerse oír por las tremendas ovaciones de la gente, que se largaron a entonar la marcha peronista.

“Mi general, he aquí al pueblo reunido en cabildo abierto del justicialismo que viene a decirle a usted, su único líder, como en todas las grandes horas: ¡Presente mi general!”, expresó el sindicalista. “Mi general, notamos una ausencia, la ausencia de vuestra esposa, la señora Eva Perón, la sin par en el mundo, en la historia, en el cariño y en la veneración del pueblo argentino. Tal vez su modestia, que es quizá su más grande galardón, le haya impedido que se encuentre aquí presente, pero este cabildo abierto no podrá continuar sin la presencia de la compañera Eva Perón”.

Minutos después Evita era ayudada a subir al palco y se abrazó con su marido. Vestía un traje sastre oscuro, lucía en su pecho un prendedor del Partido Justicialista, tenía el pelo atado con su clásico rodete, estaba visiblemente demacrada y cada tanto estrujaba en su puño un pañuelo. Lloraba. Se ubicó a la derecha de Perón, cuya sonrisa contrastaba con la seriedad de su mujer. Una ovación se hizo sentir cuando Espejo leyó el documento que consagraba las candidaturas por todos esperadas.

En la rama femenina del Partido Peronista prendió enseguida la idea de Evita candidata. (Foto Archivo General de la Nación)

Eva pronunció un encendido discurso pero sin referirse específicamente a la candidatura.

“Compañeros, Eva Perón aún no ha dado la respuesta que todos esperamos”, advirtió Espejo. Con el acuerdo de Perón y de Evita, pidió un cuarto intermedio hasta el día siguiente para tener una respuesta. La multitud se negó y exigió un pronunciamiento ahí mismo. “Usted señora, debe aceptar este sacrificio que el pueblo le pide y la patria le demanda”, exigió Espejo.

“Mis queridos descamisados, yo les pido que no me hagan hacer lo que nunca quise hacer. Por el cariño que nos une, para una decisión tan trascendental, yo les pido me den, por lo menos, cuatro días para pensarlo”, pidió Eva. Pero la gente le hizo saber que quería conocer su decisión en ese momento. Con ambos brazos en alto, pedía silencio.

“Compañeros, yo no renuncio a mi puesto de lucha, renuncio a los honores”. Luego dijo: “Yo no quiero que mañana un trabajador argentino se quede sin argumentos cuando los resentidos, los mediocres que aún no me comprenden, digan que yo quería la vicepresidencia. Les pido, como amigos, que se desconcentren”.

Recibió una cerrada negativa. Por primera vez un acto peronista estaba por salirse de control. Quiso calmar a la multitud diciendo que al día siguiente, a las 12, daría a conocer su decisión. No hubo caso. Evita entonces pidió: “Son las siete y media, a las nueve y media contestaré por radio…”

Testigos escucharon murmurar a Perón: “Levanten este acto”.

Como el clamor de la gente continuaba, Espejo tomó la palabra: “La compañera Evita nos pide dos horas. Nosotros esperaremos aquí su resolución”.

Evita atinó a decir “compañeros, yo haré lo que el pueblo quiera”, y su esposo decidió dar un cierre: “Como hay muchas señoras y niños, desconcéntrense lentamente. Como siempre, que sean muy felices, les agradezco mucho y que les vaya bien”. La gente acató, desencantada.

Muchos esa noche sintonizaron la radio esperando conocer una respuesta de Evita, cosa que no ocurrió.

A las 11 hs del día siguiente Espejo fue a la residencia presidencial a buscar una respuesta de Evita. Ella le dijo que no podía ser candidata, que no estaba bien armar una fórmula presidencial con un matrimonio y que debía darle lugar al sector político aliado al justicialismo, como era el radicalismo renovador y parte del laborismo.

Cuando el 27 en un último intento del Consejo Superior del Partido Peronista firmó el acta de proclamación de la fórmula Perón-Perón, fue momento de cortar con la idea de la candidatura a vicepresidente. El viernes 31, por cadena nacional de radiodifusión Evita comunicó su decisión en un discurso que había grabado horas antes: “Quiero comunicar al pueblo mi decisión irrevocable y definitiva de renunciar al honor con que los trabajadores y el pueblo de mi patria quisieron brindarme en el histórico cabildo abierto del 22 de agosto. En primer lugar declaro que esta decisión surge de lo más íntimo de mi conciencia, y por eso es totalmente libre y surge de mi voluntad”.

El 17 de octubre de 1951 fue el último de Evita.

“Que de mi se diga, cuando se escriba el capítulo maravilloso que la historia dedicará seguramente a Perón, que hubo al lado de Perón una mujer que se dedicó a llevar al presidente las esperanzas del pueblo y que, a esa mujer, el pueblo la llamaba cariñosamente Evita”.

Los líderes sindicales anunciaron que, a partir de ese momento, el 31 de agosto sería recordado como “el día del renunciamiento”. Ella estallaría de emoción en el acto del 17 de octubre de ese año, el 1 de mayo de 1952 fue su última aparición pública y el 26 de julio falleció.

El primer 17 de octubre sin ella, el de 1952, fue dedicado a su memoria. El que había sido promotor de su candidatura, José Espejo, no pudo pronunciar su discurso por la intensa silbatina y abucheos de un grupo de obreros apostados cerca del palco. Es que con la muerte de Evita, había perdido su único apoyo político. Días después renunció como secretario general de la CGT. En 1955 la Revolución Libertadora lo persiguió y lo encarceló y fue uno de los fugados de la cárcel de Río Gallegos. En Chile manejó un taxi y cuando regresó a la Argentina le negaban trabajos al saber quién era. Sobrevivió como repartidor de galletitas y de vinos hasta que murió el 19 de diciembre de 1980, prácticamente olvidado, muy lejos de aquel palco donde ante dos millones de personas le pedía a la esposa de Perón que fuera candidata a vicepresidente.

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