“Los camiones para la fuga fueron robados en Buenos Aires y llevados a Rawson. Fueron preparados para correr. El PRT tenía un taller muy grande de acondicionamiento de motores. La comunicación se hacía con radios que armamos nosotros. Había que traer suficientes radios portátiles, desarmarlas y armarlas, y esconderlas. No era tan sencillo. También existían las cartas y señales, un sistema para hablar con las manos, que todavía me lo acuerdo. Así nos comunicábamos con las compañeras que estaban en el pabellón de arriba”, recordó Pedro Cazes Camarero, militante del PRT-ERP, detenido entre el 8 de julio de 1971 y el 25 de mayo de 1973, y entre el 10 de septiembre de 1973 y el 10 de octubre de 1983.
Y siguió: “Carmelo Fazio fue uno de los tantos celadores que nos compramos. En su caso, nos entró las armas y otras cosas que no hay que revelar porque hay gente que está viva. Por los chequeos de él que hicimos por afuera, Fazio nos parecía el más apropiado y el más permeable políticamente. Hubo gente que viajó a Rawson para hacer inteligencia fuera de la cárcel durante meses. Al principio se les hablaba a través de la reja, y una vez que estaba captado, se le hablaba afuera, porque los celadores dormían en sus casas. Siempre se hacen tareas de inteligencia. Entonces, cuando te relacionás con un tipo, empezás a tener cierto rapport político. Lo primero que tenés que hacer es darle plata y no pedirle nada. Luego más plata, y después le hacés entrar paquetitos con información. Tenés una nube de tipos así. Alguno de ellos te puede servir para meter una ametralladora dentro de la cárcel. Hay que andar con mucho cuidado. Pero tarde o temprano la fuga tenés que hacerla porque no está pensada para la eternidad. En Rawson había varios celadores que aceptaron dinero, que se ofrecían, además. Algunos por guita y otros por razones de militancia, eran peronistas. Pero ése no era el problema. Nosotros teníamos plata porque entraba clandestinamente. Fazio introduce varias armas en latas de dulce de batata”, cerró.
La fuga se iniciaría a las seis de la tarde del 15 de agosto de 1972, mientras los presos cantaran la zamba “Luis Burella” en el pabellón. Sería su cobertura para las primeras acciones. Llamarían a un guardiacárcel, le apuntarían, lo obligarían a abrir la puerta y avanzarían, pabellón por pabellón, reduciendo guardiacárceles, reteniendo armas y uniformes, con la guía de Fernando Vaca Narvaja, vestido de militar.
El grupo de avanzada tomaría la enfermería, la cocina, la capilla, la guardia interna, la sala de armas, las alas de los costados del penal, hasta llegar a la dirección y al patio central. Luego abrirían el portón del muro y saldrían a la calle de Rawson, donde los esperaría la movilidad prevista para trasladarlos a Trelew: el auto para la conducción del comité de fuga y los dos camiones para el resto. Ésa era la logística de transporte de la fuga. Estaba a cargo de Jorge Lewinger, Pablo González Langarica y Carlos Goldenberg, de las FAR (Fuerzas Armadas Revolucionarias).
Cuando llegaran a Trelew con el auto y los camiones, otro equipo —Jorge Luis Marcos (PRT-ERP), Ana Wiessen (FAR) y “Manuel” (FAR)— cercarían el aeropuerto y tomarían la torre de control para bloquear la información, mientras que “El Gallego” Fernández Palmeiro (PRT-ERP) y Alejandro Ferreyra (PRT-ERP) tomarían el avión de Austral desde adentro y abrirían la puerta de la nave al comité de fuga y al centenar de presos políticos que correrían por la pista para abordarlo.
En ese mismo acto desalojarían a la totalidad del pasaje, pero retendrían a la tripulación para que los trasladara a Chile. Confiaban en que el presidente socialista Salvador Allende no los entregaría a la dictadura del general Agustín Lanusse.
La negativa de Tosco a la fuga
Un día antes de la fuga, el 14 de agosto de 1972, en el patio de la cárcel, durante el recreo de una hora, invitaron al sindicalista clasista cordobés Agustín Tosco, de Luz y Fuerza, a sumarse al escape. Tosco no aceptó. Estaba detenido sin cargo judicial y creía que tarde o temprano la movilización popular forzaría su libertad y la de todos los detenidos a disposición del Poder Ejecutivo.
Escaparse equivalía a continuar la lucha desde la clandestinidad.
“Tosco estaba de acuerdo con la fuga, pero no iba a participar porque no era un guerrillero sino un dirigente político de masas. Decía: ‘A mí me tienen que abrir la puerta y pedirme disculpas’. Fue un shock para Tosco. Fuimos con ‘El Negro’ Santucho, Gorriarán (Merlo) y (Domingo) Menna. Estaba Tosco fumando, por eso tenía la boca podrida y los dedos también. Y el Negro le dijo: “Gringo, nos vamos a escapar”. Y el Gringo se emocionó y se puso en cuclillas. “¿En qué puedo ayudar?”, preguntó. También hubo gente de la FAP que no quiso participar. Funes. Era famoso porque lo habían dejado olvidado dentro del buque Granaderos cuando lo cerraron. Quedó cinco días tomando agua de los inodoros. Un tipo grande, de Mendoza. Estaba en una celda y se lo olvidaron”, recordó Pedro Cazes Camarero.
15 de agosto de 1972: la espera en el aeropuerto de Trelew
“Dormimos con Manuel en una hostería de Puerto Madryn. Ana (Wiesen) no sé dónde durmió. Llegamos a Trelew una hora antes que aterrizara el avión. No queríamos llegar mucho tiempo antes. Dejamos el auto en el estacionamiento del aeropuerto. Un Cisitalia, un auto más o menos chico. En el baúl tenía un FAL, armas cortas y miguelitos, por precaución. No teníamos comunicación con Josecito (Lewinger), que estaba en Rawson. Probamos unos walkie-talkie, pero no daban más de dos mil o tres mil metros. El aeropuerto era muy chiquito, entonces nos quedamos afuera. Había un patio con jardín, plantas, y nos sentamos a conversar mientras esperábamos que llegaran los compañeros de Rawson y entonces tomar el aeropuerto. Estábamos a la expectativa”, dijo Jorge Luis Marcos, militante del PRT-ERP, detenido entre el 15 de agosto de 1972 y el 25 de mayo de 1973.
“El día anterior a la fuga fuimos del Aeroparque de Buenos Aires a Comodoro Rivadavia. Por supuesto, con pistolas. Se podía entrar con pistolas y fumar. Era todo distinto. No se revisaba. Nos alojamos en un hotel. El Gallego (Fernández Palmeiro) habló a Buenos Aires, estaba todo bien. Confirmamos que había vuelo para el día siguiente a las seis de la tarde y se lo informamos al contacto de Lewinger; ellos fueron al penal y desde lejos hicieron una señal: “Está todo bien”. El 15 de agosto tomamos el vuelo desde Comodoro, que hacía Comodoro, Trelew, Buenos Aires. Nos sentamos adelante y a los pocos minutos aterrizamos. Mi tarea era contener al pasaje cuando el Gallego fuera a la cabina. Íbamos a tomar el avión cuando viéramos a los compañeros en la pista, por contacto visual. Pero vimos que subió Anita (Wiessen) al avión y les planteó a las azafatas que esperaran, que tenía un problema con el equipaje, bajó y se fue. Quedó la escalerilla con la puerta abierta. Pensamos que no habrían llegado los compañeros. Con el Gallego nos quedamos tranquilos, dijimos: “Bueno, vamos a ver...”, apuntó Alejandro Ferreyra, militante del PRT-ERP, detenido desde el 6 de septiembre de 1973 hasta 1984.
Un arma en el estómago del guardiacárcel
El 15 de agosto de 1972 a las seis y media de la tarde, mientras en el pabellón se cantaba la zamba “Luis Burella”, un guerrillero vestido con uniforme militar llamó desde la reja a un oficial de servicio y, cuando éste se acercó, le colocó un arma en el estómago. Se abrió la primera reja. Se estimaba que el avión de Austral aterrizaría en Trelew en veinte minutos, y Lewinger, en las inmediaciones, se acercaría al penal para recibir la señal y ordenar el ingreso del transporte.
Después de reducir al primer guardia, el grupo de avanzada, los seis hombres del comité de fuga encañonaron a otros guardiacárceles; entre ellos estaba Fazio, que puso sus manos en la nuca y se arrodilló. Otros penitenciarios lo imitaron. Distintos grupos fueron atravesando pabellones y reduciendo a los custodios. En quince minutos, a las 18:45, mientras ya estaba en curso la maniobra de aterrizaje del avión de Austral en Trelew, casi setenta guardias habían sido encarcelados.
“Había tres grupos: uno que tomaba el ala izquierda, otro el ala derecha y el grupo central, de Santucho, Gorriarán, Menna, Quieto, Osatinsky y Vaca Narvaja. Cuando tomamos la cárcel, Vaca Narvaja salió a tomar el pabellón externo, de chapa, que había en el patio. Ahí se suponía que había algunos suboficiales, a los que tenía que persuadir de que era un oficial. Vaca Narvaja entró y encontró una compañía completa de cadetes del Servicio Penitenciario, con más de ochenta personas. Se ‘vendió’ como oficial. ‘Todo el mundo al pie de la cama. Suboficial, sargento ayudante, principal, no sé qué... que salgan a formar, dejen las armas al pie de las camas...’, y los trae marchando, ‘run, run, run’”, relató Pedro Cazes Camarero.
“Yo estaba tomando el ala izquierda. También me dieron mal la (información de) inteligencia. Me dijeron que había pabellón de oficiales, que podría haber seis o siete tipos y había que dominar la situación. Ahí iba a estar Martín Marcó (PRT-ERP), para encerrarlos en los calabozos. Y luego debía entrar en la pieza donde estaba el teléfono. Podría haber alguna persona o nadie. Tenía que arrancar el teléfono de la pared o sacarle el auricular. Pero cuando entré al pabellón, no había más que un tipo durmiendo. Y cuando entré a la otra pieza, donde estaba el teléfono, me encontré con una reunión de once oficiales. Los apreté con una pistola de una bala sola, limpia, completa, pero con una sola bala en la recámara. Ellos pensaban que al menos tenía ocho. Y ellos eran más. No todos estaban armados, porque no era la guardia. Pero nadie quería ser el primero al que le metieran un plomo”, cerró.
El guardiacárcel Valenzuela, el primer muerto de la fuga
Los hechos sucedían como habían sido previstos. El grupo de avanzada central llevaba encañonado al jefe de guardia, que le iba abriendo paso. Los distintos grupos —ocho en total— ya habían tomado la enfermería, la cocina, las oficinas de las dos alas, el casino de oficiales, la oficina del director y la guardia de reserva, de donde se tomó el armamento. Los presos ya contaban con más de cien fusiles FAL y más de cien pistolas. También tenían los uniformes. Cada sector se fue controlando. Faltaba un paso más, la sala de guardia. Allí estaba Gregorio Valenzuela, ayudante de quinta en la escala penitenciaria, uno de los escalafones más bajos. Valenzuela vio llegar a los guerrilleros con ropa de guardiacárceles. Sospechó que algo no estaba bien. Dio la voz de alto. Eran las 18:45.
“Él (Valenzuela) estaba llegando retrasado; entra en el penal, va a la sala de guardia, que era una salita ridícula con cuatro o cinco FAL, y empieza a tomar la guardia. Nosotros habíamos encerrado al resto de los guardiacárceles en la sala de armas del primer piso. Y ahí es cuando aparece Valenzuela, entra en esa sala, se aviva, ve los movimientos. De hecho, casi fracasamos porque se parapeta en la puerta de salida. Un tipo armado con un fusil, aunque tengas cien tipos armados, no te deja salir de una casa. Y antes de que terminara de parapetarse, salió Osatinsky y lo mató. Al matarlo, saltó el ruido de los distintos lugares. Tiros siempre hay a la noche. Nosotros teníamos el intercomunicador para decir: ‘No, se le escapó un tiro...’ y nadie levantó la perdiz. Valenzuela entró prematuramente. No habíamos controlado esa sala”, reveló Pedro Cazes Camarero.
“Mi papá hacía la guardia en la puerta junto con Justino Galárraga y un tercero, Montenegro. Vieron venir a decenas de guerrilleros de la mano vestidos de penitenciarios. Mi papá tardó en reconocer que ésos no eran sus compañeros. Dio la voz de alto pero le pidieron que se entregara. Se tocó la cartuchera y no tenía la pistola. Cuando la buscó sobre la mesa, fue tarde para defenderse: una ráfaga lo acribilló. Recibió trece disparos de ametralladora, casi todos en la zona baja de su cuerpo. Y como no murió, lo remataron de un tiro en la cabeza. Sus otros dos compañeros sobrevivieron. Uno de ellos, Justino Galárraga, se hizo el muerto cuando fueron a verlo. Pero la mujer de Santucho se acercó al cuerpo de mi papá y dijo: ‘Éste todavía vive’, y le pegó un tiro en la cabeza”, dijeron Mirta y Mónica, hijas de Juan Gregorio Valenzuela (La Jornada, de Chubut, y Clarín, 27 de mayo de 2012.)
“Una operación que no tolera fallas”
Mientras aterrizaba el avión de Austral en Trelew, se hizo la señal con una sábana desde el frente del primer piso del pabellón. Lewinger la interpretó mal. Supuso que era una frazada, y no una sábana, lo que se agitaba. Esa percepción, además los tiros que escuchó, lo hizo suponer que la fuga había fracasado. Ordenó la partida de las unidades de tras lado. Sin embargo, Goldenberg, que no había participado de las discusiones en Bahía Blanca sobre las dudas de la operación (ver nota 1), cuando esperaba la orden de ingreso, escuchó los tiros, no vio la señal de Lewinger, o la desobedeció, y entró con el Falcon color crema en el penal de Rawson. Faltaban diez minutos para las siete.
“Una vez que mataron a Valenzuela, buenas noches, se terminó la joda. El portón estaba ahí nomás, después había otro portón al que nadie le daba pelota porque estaba abierto. El señor que abría el portón nos abrió el portón. Era un gordo, de base. Salimos y sólo vimos el polvo de los camiones. Todo esto que parece una larga perorata duró tres minutos. Lewinger era el responsable militar de las FAR. Había sido recomendado por los cubanos. Un tipo muy importante, con muchos galones. No era un pobre infeliz al que nosotros por alguna razón misteriosa le dimos una responsabilidad. Pero él estuvo todo el tiempo en contra de la operación y la hizo por disciplina partidaria. Él decía que no saldría bien”, contó Pedro Cazes Camarero.
“Técnicamente se define como una operación con ‘muy poca fricción’, es decir, que no tolera las fallas. Y a la primera falla que hubiera se iba a pudrir todo. Entonces, él estaba casi convencido de que íbamos a fracasar. Entonces, las pibas le hicieron la señal correcta desde la ventana del primer piso. Lewinger se subjetiviza y huye. Ordenó llevar todo: ‘Vámonos’. Y se fueron. Nos dejó a pie en toda la Patagonia. La fuga es una operación militar. Depende del jefe. Si el jefe se caga o decide irse... Yo ya había metido en el calabozo a los guardiacárceles y, cuando me enteré de que no estaban los camiones, llamamos a la compañía de taxis por teléfono. Los números estaban en un papelito: “Compañía de taxis”. ¿Quién iba a pensar que eran los presos los que pedían taxis? Entonces dijimos: ‘Manden taxis que unos familiares de los presos tienen que viajar’. Una vez que estábamos en la puerta, salimos a ver si se podía conseguir un camión. Pero era un desierto: las casas cerradas, no había un puto camión...”, dijo.
“Se pudrió todo, tomemos el aeropuerto”
Los camiones se fueron por la ruta 3, camino al aeropuerto de Trelew. El comité de fuga se subió al Falcon que conducía Goldenberg. Salieron del penal con desesperación en busca de los camiones por las calles de Rawson. No los encontraron. Ya eran las siete. Acababa de autorizarse el embarque de los pasajeros del avión de Austral. El comité de fuga decidió abandonar la búsqueda e ir hacia Trelew.
“Estábamos conversando con Ana y Manuel en el jardín del aeropuerto y llegó Lewinger con la camioneta y me dijo, gritando: ‘Se pudrió todo, tomemos el aeropuerto’. Porque si fracasaba la fuga en el penal, nosotros teníamos que tomar el avión e irnos para Chile. Y no terminaba de decir eso cuando, al minuto, llegó González Langarica con el camión, lo venía corriendo desde Rawson, el tipo venía tan disparado que no lo podía alcanzar, y le dijo a Lewinger que estaba todo bien: ‘Vamos, vamos pelotudo, que están los compañeros esperándonos...’. Entonces le dije a Ana que demorara el avión lo máximo posible, porque en aquella época era común, si te habías olvidado el documento, más en un pueblo... Y entonces nos fuimos todos para Rawson. Íbamos a los pedos, y cuando llegamos ya estaba la Gendarmería rodeando el penal. Ya estaban los milicos tirándose cuerpo a tierra. Y nosotros pasamos delante de ellos, no nos pararon” reveló Jorge Luis Marcos, militante del PRT-ERP, detenido entre el 15 de agosto de 1972 y el 25 de mayo de 1973.
A las 7:20, llegaron tres taxistas a la puerta del penal. Fueron reducidos, y los presos abordaron sus vehículos. Primero subieron diecisiete, luego se sumaron dos más. Eran diecinueve dirigentes de la segunda línea de PRT-ERP, FAR y Montoneros. Estaban organizados en grupos. El resto —alrededor de cien detenidos de las organizaciones armadas— seguía ordenado atrás, en fila, a la espera del transporte. El portón estaba abierto, se veía la calle. Pero ellos no sabían qué pasaba, por qué no les daban la orden de salida. Esperaban esa orden en tensión, pero esa orden no llegaba.
El grupo que salió a buscar camiones o autos por las calles de Rawson no encontró nada. Hasta que llegó la orden de repliegue.
“Se fueron los taxis y les digo a los compañeros, que estaban haciendo una cola a lo largo del pasillo, que volviéramos a la cárcel. Nos encerramos y llamamos al juez de Trelew. Al principio no nos dio bola. Después vino. Teníamos la esperanza de que los otros compañeros hubieran subido al avión”, contó Pedro Cazes Camarero.
La toma del avión: “Tranquilos, no pasa nada”
“Llevábamos como cuarenta minutos de espera. Habían llevado el avión a la cabecera de la pista, pero todavía no lo habían dado vuelta. Y en un momento miramos a las azafatas un poco alteradas, que iban y venían. Registramos que había algún quilombo. Nos miramos con El Gallego (Fernández Palmeiro) y dijimos: ‘Ya, tomemos ahora, no hay otra’. Entró a la cabina, redujo a los tipos, y los pilotos le dijeron que les habían hablado de la torre de control, que había una bomba en el avión. Yo agarré a las azafatas y las amontoné a las cinco, porque se querían tirar del avión. Y así, mientras pataleaban, les dije a los pasajeros, con la Browning en la mano: ‘Tranquilos, no pasa nada. Es un simulacro’”, señaló Alejandro Ferreyra. Militante del PRT-ERP. Detenido desde el 6 de septiembre de 1973 hasta 1984.
A las 7:25, el Falcon conducido por Goldenberg llegó al aeropuerto con el comité de fuga. El aeropuerto no estaba tomado. No vieron al equipo de apoyo. El avión estaba en la pista. Todo transcurría como si nada hubiera sucedido. Tres guerrilleros subieron a la torre de control y le ordenaron al operador que se comunicara con el comandante de la nave y detuviera el desplazamiento: había una bomba adentro. El uniforme de militar de Vaca Narvaja persuadió al operador. Cumplió la orden. Se ordenó el descenso de pasajeros. Los otros guerrilleros armados con fusiles FAL corrieron hacia la pista. En un primer momento desde dentro del avión no los reconocieron.
“De golpe veo a un tipo vestido de milico que llega, y le apunto. No le quería tirar ahí. Quería verlo un poco mejor. Y ahí vi al Pelado Osatinsky, que me gritó: ‘Luquitas, Luquitas, no le tirés que somos nosotros’. La puerta estaba abierta, había quedado la escalerilla. Y ahí subieron los compañeros. A partir de ahí, ellos agarran la manija y son los jefes. Ya se sabía que los camiones habían fallado. Empezamos a reducir el pasaje, a pedir las identificaciones, y encontramos a tres gendarmes de civil sentados al fondo. Les sacamos las pistolas. Se habían quedado quietos. Había también un teniente del Ejército, que había roto el documento”, dijo Alejandro Ferreyra.
Habían entrado todos: los seis del comité de fuga y Carlos Goldenberg con Ana Wiessen. Fueron los últimos en subir. El avión estaba tomado. Quieto le pidió al pasaje que mantuviera la calma. Se trataba de un entrenamiento antiguerrillero. Y le ordenaron al piloto que hiciera las maniobras para el despegue. El nuevo destino era Santiago de Chile. Pero esperarían unos minutos más al resto de los fugados. El comandante dijo que no tenía autonomía de vuelo. Eran las siete y media de la tarde. Había pasado una hora desde que la pistola en el estómago del guardiacárcel dio comienzo a la fuga.
El escape hacia Trelew de los 19 guerrilleros
Los taxis salieron del penal veinte minutos después del Falcon del comité de fuga. Tomaron la ruta vieja, de ripio, para evitar pasar frente a la comisaría de Rawson. Eran diecinueve presos amontonados en tres autos, encimados al chofer, cargados de ametralladoras, fusiles y un bolso de balas. El último que había subido era Carlos Astudillo, montonero, el cantante de la zamba “Luis Burella”. “Rápido, pero sin matarnos”, fue el consejo que recibió el chofer.
Los dos primeros autos avanzaban con el acelerador a fondo. Pero el tercer taxi venía demorado. Tenía problemas mecánicos. Se daban vuelta para ver dónde estaba. La luz de sus focos se perdía en las lomadas. Dos o tres veces los taxis de adelante se detuvieron para esperarlo. En veinte minutos llegaron al acceso del aeropuerto y vieron al avión en la cabecera de la pista. Todavía estaba allí. Se emocionaron. “Hacele señas con las luces.” El chofer cumplió, entró en el aeropuerto, detuvo el auto y los guerrilleros bajaron corriendo, incluso dejaron los bolsos con las ametralladoras en los taxis. Eran las ocho menos cuarto de la noche.
En el avión: “Teníamos que esperar un poco más”
“Se esperó un rato, un ratito. Hablaron a la torre, los compañeros no habían llegado. Y dieron la orden de salida. Y la verdad es que yo pensé que teníamos que esperar un poco más. Son dos situaciones psicológicas distintas. Nosotros estábamos ahí, esperando tranquilos. Veníamos de una práctica de acción acá, de acción allá. No estábamos nerviosos. Por más que hubiera habido problemas, la fuga venía saliendo bien. Los otros venían fugados, venían rajados. Y a mí me parece que podríamos haber esperado un poquito más. Habrán sido cinco minutos. Es jodido decirlo. Pero a mí me dio la impresión de que teníamos que esperar un poquito más, todavía no había llegado la policía... La cuestión es que se dio la orden de retirada. De todas maneras, me quedé tranquilo porque, aún en vuelo, hablamos con la torre y no había nadie. Entonces se dijo: ‘Sigamos’”, finalizó Alejandro Ferreyra
Continúa mañana con la parte 3.
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