
“Para el común de la gente sos solo un falopero”. Ayrton Silva lo dice tajante. Tiene 23 años, estudia Abogacía, trabaja en la Municipalidad de Maipú y desde hace 3 años dejó de consumir cocaína. A los 17, “por curiosidad”, reconoce, la consumió por primera vez, pero cuando creyó que no tuvo ningún efecto en él volvió a inhalarla unos meses después. Esa segunda vez lo llevó a un mundo oscuro, con algunos momentos que hoy asume como dolorosos para su entorno más que para él mismo.
Ayrton nació en Maipú, un pueblo ubicado a 120 kilómetros de Mar del Plata, en la provincia de Buenos Aires. Hoy forma parte del equipo COVID-19 del municipio maipucino (ayuda en las campañas que realizan). Y dice que puede respirar tranquilo, porque cuando creyó que no habría salida pudo pedir ayuda a sus padres y así comenzar a revertir el camino por el que transitó dos años.
“Hace tres años decidí cambiar mi vida. El 1 de enero próximo se cumplirán 4 años, 1460 días del momento en que prometí a mi familia que dejaría las drogas y que lucho por seguir sin cometer un error, pero ayudando a quienes lo padecen y demostrando que se puede salir, se puede luchar por uno mismo”, asegura en diálogo con Infobae.
Hoy, su mayor deseo es “poder contar a las personas lo que causa la droga, cómo destruye, pero también el después. La recuperación que es hermosa. Es como ver salir el sol en una playa, es así de conmovedor”, asegura y cuenta que sus nuevas vivencias lo llevaron a comenzar a escribir sus experiencias y piensa en plasmarlo en un libro.
La historia
Poco antes de terminar sus estudios secundarios, Ayrton consumió por primera vez en una fiesta. Meses después se mudó a Mar del Plata para estudiar Abogacía y allí volvió a probar cocaína. Durante el resto del año, el consumo fue casi diario.
“El cambio al mudarme fue rotundo. Hay una realidad que no nos enseñan a los chicos que tenemos que mudarnos para estudiar, pasa en todas las ciudades del interior. Cuando me fui conocí de cerca las drogas, a gente que la proveía y comencé a consumir. Ese camino fue mi decisión, más allá de la ‘junta’, nadie te pone un arma en la cabeza para drogarte. Es una decisión individual y esa fue la mía”, acepta.

En ese año académico, solo rindió dos materias durante la etapa de admisión. “Mientras estaba viviendo en el departamento que habían alquilado mis padres para que yo pudiera estudiar largué la carrera. Fue un año perdido porque la droga fue la protagonista en mi vida en este tiempo. Sí seguía trabajando para el municipio haciendo encuestas en las villas, lo que significaba otra puerta de acceso para poder conseguirla”, cuenta y aunque reconoce que si bien allí nunca compró, pudo conocer a muchas personas que vendían.
“Siempre conseguí (la droga) en la zona céntrica de Mar del Plata, era más fácil ahí que en las periferias. Hasta un canillita llegó a ofrecérmela y un trapito... El canillita se me sentó al lado y me dijo ‘Ya sé lo que estás buscando’... Algo en mi demostraba que era consumidor y me vendió a plena luz del día, delante de la gente que lo ignoró o no se dio cuenta. Eso fue a media cuadra de la Municipalidad”, recuerda.
Consternado con su relato, Ayrton admite que “siempre tuve el afecto de una familia bien conformada, con un buen pasar económico, pero pensé que por ser inteligente lo iba a controlar, no fue así. Tenía la estabilidad económica para conseguirla y la facilidad porque muchas veces hasta me lo ofrecían gratis... Sé que tuve las herramientas que otras personas quizás no tienen” y pone el acento en que “siempre se cree que solo se drogan la gente con carencias económicas. No es así aunque fue ver a un chico tirado en el piso buscando desesperadamente droga lo que me llevó a dejarla. No lo pude olvidar porque lo conocía de vista y sabía que él no tenía familia, ni contención, ni casa porque solía pedir monedas en la calle. Él fue mi click”.
Otro momento que recuerda como bisagra fue cuando llegó a una clínica “casi con sobredosis”. “Tenía el pecho inflado de tanto consumo y un día, no recuerdo bien cómo fue pero sentí que ya no podía más y mientras viajaba en colectivo pensé: ‘Tengo que contarle a los viejos lo que me está pasando y pedirles ayuda’. Una noche después de cenar hablé con ellos y se los dije”.

Ayrton se quiebra al recordar ese momento. “Mi papá me preguntó por qué y le dije que había empezado por curiosidad y que después no pude salir. Y cuando, inocentemente, me preguntó qué droga consumía y le dije que cocaína, gritó ‘¿Qué?’ y se levantó de la mesa llorando y mi mamá también. Mi hermanito, que era muy chico, se quedó en la silla llorando”.
A poco de cumplir 4 años sin consumir ningún tipo de drogas, Ayrton decidió ser voluntario en la Cruz Roja. Ayuda a otras personas contándoles lo que él pasó y las alienta a encontrar salida. “Es un trabajo difícil, pero se puede salir si la persona se lo propone. Personalmente, no todo lo que hice estando drogado me pareció malo porque hasta llegué a consumir para aguantar despierto y estudiar, pero sí era malo lo que la droga estaba haciendo conmigo y en mi entorno”.
En ese tono repite que “hay que estar centrado” cuando se decide dejar de consumir “porque es muy fácil conseguirla. Me la ofrecieron y dije que no, fue una lucha interna”.
Luego de hablar con su familia, comenzó su proceso de rehabilitación, que llevó casi 6 meses. “Estuve encerrado en la casa de mis padres. El primer mes fue horrible porque quería consumir y no podía. Miraba la ventana para escaparme”, rememora y hoy, con una vida que logró girar 180 grados pide que quienes están insertos en el mundo de las drogas puedan encontrar motivación para salir adelante.
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