Por estos días, la misión humanitaria llego a Malvinas para la exhumación de la Tumba C 1 10, en lo que se conoce como el Plan Proyecto Humanitario II, y la búsqueda de posibles restos de soldados argentinos en donde estaba ubicado el hospital de campaña británico, en una locación llamada Caleta Trullo.
Este es el segundo acuerdo firmado entre Reino Unido, Argentina y el Comité Internacional de la Cruz Roja. En el que interviene el Equipo Argentino de Antropología Forense.
También colocaran en el Cementerio de Darwin, las placas de los últimos tres, de los 115 totales, soldados identificado durante el Plan Proyecto Humanitario I.
Esos nombres son: Néstor Pizarro (de Córdoba conscripto del Grupo de Artillería Aerotransportado 4), Ramón Antonio Mesa (de Curuzú Cuatiá, Corrientes, infante de Marina) y Juan Domingo Baldini.
La historia de amor de un héroe que la guerra truncó es la que contaremos hoy.
Juan Baldini nació en Buenos Aires, se crió en barrio porteño de Villa Pueyrredón y fue alumno del Instituto Nuestra Señora de Luján. Había nacido el 13 de Febrero de 1958.
Sus compañeros de secundaria lo recuerdan como un joven serio, buen compañero y desde la primera vez que le preguntaron qué quería hacer después de terminar el colegio, contesto que sería militar.
“Al asistir a la secundaría, en el horario vespertino, me llamaba la atención un joven que siempre iba delante de mí, tanto cuando entraba como cuando salía del Instituto. Siempre con su pelo corto, con una postura, bien firme, espalda derecha, como marcando el paso. Lo recordé años después cuando supe que murió en la guerra. Ambos vivíamos en la calle Franco, en la misma cuadra. Él cerca de la calle Caracas, yo cerca de la calle Zamudio”, recuerda emocionado Pedro, uno de esos compañeros.
“Se crió en esa casa de trabajadores, lleno de amor, su padre fue durante años el portero del viejo canal 11, y su mama ama de casa. Una familia peronista, por eso el nombre de Juan Domingo. Hizo su carrera en el Colegio Militar de la Nación, egresó como subteniente, y tuvo una novia, que lo despidió cuando se fue a la guerra, esperando que vuelva para casarse con él”, aporta.
Pedro lo evoca en esos años de escuela:
“Juan fue uno de mis mejores compañeros del secundario, educado en un hogar humilde, austero, gozaba del reconocimiento de sus compañeros y de las autoridades del colegio Luján.
“Era noviembre de 1975 cuando el Profesor Juan José Caruso decidió utilizar la segunda mitad de su clase de Historia para preguntarnos qué es lo que haríamos el año próximo. Disfrutábamos nuestro momento de gloria adolescente; terminábamos el quinto año del colegio secundario cuando todavía teníamos en nuestras retinas la despedida de Sui Generis en sus dos recitales en el Luna Park del 7 de Septiembre con más de treinta mil personas.
“Fue entonces cuando “Mingo” (así lo llamábamos a Juan Domingo sus compañeros), se puso de pie al lado del pupitre y dijo: ‘Mi intención es ingresar al Ejército Argentino, señor’. Su respuesta no fue la esperada por el profe ni por la mayoría del curso.
Solo los más allegados a Mingo, sabíamos de su decisión. ‘¿Al ejército? -interrogó el profe con expresión de sorpresa para agregar- ¿Y para qué vas a ingresar al ejército?’. ‘Para servir a mi patria, señor’, fue la respuesta de Juan”
Al cumplirse 30 años de la guerra, Pedro escribió:
“Baldini había llegado al grado de Subteniente y con sus inexpertos y valientes 24 años de edad fue designado al mando de la 1ra Sección de Tiradores de la Compañía B Maipú del Regimiento 7, en la ladera oeste, que fue destinado a cubrir posiciones en Monte Longdon, a tan solo catorce kilómetros de Puerto Argentino.
El atardecer del viernes 11 de junio fue otro día más de cañonazos intermitentes provenientes de los buques británicos Avenger, Glamorgan y Yarmouth, pero el destino tejía una historia triste.
Esa noche de Junio de 1982, mientras en el continente pretendíamos ignorar la gravedad de la situación y creíamos que la vista de Juan Pablo II a la Argentina pondría fin al conflicto con Inglaterra, en las islas se preparaba uno de los combates más sangrientos y crueles de la guerra de Malvinas.
El joven subteniente, que escuchaba por Radio Colonia la repetición de las palabras del Papa en su visita a Luján, sale corriendo de la carpa para despertar al soldado Daniel Scali a quien estaba cuidando porque estaba descompuesto. ‘¡Gordo, ponete el casco que vienen los ingleses!’”.
Treinta y ocho años después de eso, el Teniente (PM) Juan Domingo Baldini, se convirtió en el soldado numero 115 identificado en el Cementerio Militar de Darwin.
Fueron, sus compañeros de secundaria, aquellos que lo veían pasar casi a paso redoblado, quienes ayudaron a encontrar a un único miembro de la familia para aportar la muestra para el cotejo de ADN.
Juan, murió la noche del 11 de Junio en el combate de Monte Longdon. Salió de su pozo en medio del fuego, para asistir a un soldado herido, le dispararon por la espalda y murió.
En esa noche helada, la juventud de una mujer se helo para siempre.
La guerra nos propone escribir sobre la muerte, y la vida se cuela, como siempre.
La muerte dolorosa pasa a un segundo plano, y vuelve la vida, como el soldado identificado que vuelve a casa en ese momento. Y comienza a trascender, otra vez, su vida y no su muerte. Vuelve en recuerdos, en amigos y en amores.
Baldini de alguna manera volvió a casa y nos permitió conocer su vida, incluso antes de ser soldado. Y a quien fuera su amor cuando se fue a la guerra: Eleonora.
En la notificación del 14 de noviembre de 2019, se anunció la identificación de Juan Domingo Baldini, en el cementerio de Darwin.
La única pertenencia personal que tenía el cuerpo, era una cruz, con el nombre de Eleonora. Como no configuraba un elemento que acreditara identidad, se la volvió a poner junto a él.
Fue ella, Eleonora, quien recibió la noticia de la muerte de Baldini en la guerra. Fue ella junto a un compañero de promoción, quienes les dieron la noticia a sus padres.
Juan Domingo en la guerra, junto a un camarada, se hicieron la promesa mutua de avisar a sus respectivas familias si alguno moría en combate. Y Eleonora lo hizo con ese compañero: “Fue un horror, yo fui a decírselos, no quisiera volver a vivir algo similar”, dice a casi cuarenta años de la guerra.
Su madre, por evitarle dolor, quemó la correspondencia entre ella y Juan Domingo, pero ella logró preservar una carta que compartió en privado.
“Fíjate que en la carta pide abrigo y chocolates. Solo una encomienda le llegó, el resto de las cosas volvieron y mi padre las llevó a un hogar de ancianos, para no afectar más a su familia”.
Uno de los militares que asistió a la notificación de la identidad de Juan Domingo, cuando supo de la crucecita con el nombre grabado, dijo que el joven militar tenía una novia pero que ella había rehecho su vida.
Sin embargo, ante la pregunta de si fue feliz en algún momento, luego de aquel día en que una parte de su corazón quedo grabado por la eternidad en el reverso de una cruz, respondió: “Difícilmente fui feliz”.
Los padres de Juan Domingo murieron después, no soportaron su ausencia. Se fueron apagando de a poco y en poco tiempo.
Eleonora es muy discreta, amable y generosa. Cuenta lo que necesita contar después de casi cuatro décadas. Tiene un hijo, que la ayuda con sus recuerdos, preservando fotografías, custodiando la historia de su madre.
“Pensé que seguía en Monte Longdon, no que estaba en Darwin”, dice Eleonora , mirando las fotografías de la vida, de su vida con Juan.
“A veces siento que siempre en mi existencia hay situaciones trágicas, la muerte de Juan en la guerra fue una de las tantas”.
Encerrada en su casa durante la pandemia, cuidándose, dice: “Espero que todo esto pase pronto y tener fuerzas para viajar al cementerio para así recobrar mi vida”.
Hoy, después de casi 40 años, asegura que está preparado para ir al Cementerio Militar de Malvinas y su hijo la alienta para que lo haga.
Juan Domingo, Juan, Juancito, Mingo, descansa para siempre con el nombre de Eleonora junto a él, la mujer que amo, en esa pequeña cruz que ella le dio antes de que partiera a la guerra.
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