Primero fue el desalojo. Alex Loyola vivía con su mamá y sus hermanas en una casa tomada cerca del Obelisco, pero un día el dueño decidió venderla. La familia de Alex no era la única que vivía ahí, pero sí fue la única que decidió respetar la decisión del dueño y salir, aun sin tener dónde ir.
Era el año 2017 y no fue fácil salir a la calle. Pronto, tuvieron que separarse. Su madre y su hermana consiguieron que las alojaran en un habitación en el Barrio 31, y el jefe de su madre les permitó dejar todas sus pertenencias en una obra en construccíón detenida del cual era responsable. Alex no tenía dónde ir y con su hermano decidieron quedarse en la calle. “Si otros podían sobrevivir, ¿por qué nosotros no?”, pensó.
De ese tiempo, recuerda la ensalada gratis que venía con el choripán y las moras que juntaba del piso en la Reserva Ecológica. También la preocupación de su madre y el dolor de las otras personas que, como él, no tenían dónde dormir.
Algunos meses después, se pudo reunir con su familia y alquilar una casa en San Martín, Provincia de Buenos Aires. Allí estuvieron hasta el 2020, cuando se terminó el contrato. Otra vez debían buscar un lugar a dónde ir. “Mi mamá trabaja en limpieza cerca del Obelisco y le queda mucho más cerca el Barrio 31 que cualquier otro lugar. Además, cuando vivíamos en provincia llegábamos tarde siempre porque o el tren atropellaba a una persona o se descarrilaba o pasaban algo. Por eso decidimos buscar algo en capital. Y ahí dijimos: vamos a la 31, total conocíamos porque hace años que vamos a hacer las compras de alimento ahí porque es más barato”, cuenta.
Mientras, Alex seguía estudiando su carrera universitaria: Ingeniería Industrial. Comenzó a cursar el CBC en el 2011, y a pesar de las mudanzas y las complicaciones, nunca la dejó. Incluso viviendo en la calle iba a rendir. “Algunos profesores me entendían, otros no, pero yo les pedí que me esperaran y pude presentar todos mis trabajos, aunque tardé algunos meses más”.
Sin embargo, ya instalado en el Barrio 31 y en plena pandemia, por primera vez tuvo el impulso de dejar los estudios. “Estaba en una clase por Zoom y yo no prendía la cámara porque se me congelaba todo, el internet en el barrio es malísimo. Si prendía la cámara no escuchaba la clase. Y me acuerdo que el profesor dijo: ‘si no prenden la cámara los voy a dejar libres, no van a seguir cursando conmigo’, y yo me enojé, porque era la tercera vez que me lo decía. Me enojé y dije ‘bueno, ya fue, no voy a dejar que me echen, yo me voy sólo’, y corté la clase. Me puse mal, estaba triste y enojado. Y recuerdo que me puse a orar y dije: ‘Señor, no sé cuál es tu propósito conmigo, pero si querés que siga estudiando dame una señal, o si querés que me dedique mejor a ayudar a los demás mientras que vuelve la presencialidad, también mandame una señal’”, cuenta.
Esa señal llegó, o al menos así lo sintió él. Un amigo le escribió preguntándole si quería ser voluntario en un hotel. Le ofrecía cuatro comidas, tiempo libre para cursar si lo necesitaba y una buena conexión a internet. La reacción de Alex fue aceptar inmediatamente, pero recién entonces le aclararon que se trataba de un hotel para pacientes COVID.
“‘Uf, no sé, dejame pensarlo’. le dije. Y fui a conocer el hotel, se veía bastante seguro, había distancia con los pacientes, y acepté”, cuenta. Algunos meses después, ese voluntariado se convirtió en un trabajo rentado. El gobierno de la Ciudad de Buenos Aires le ofreció un contrato y empezó a trabajar.
Fue entonces cuando la historia se volvió de algún modo circular: pocos meses después, Alex estaba liderando operativos de la Ciudad para asistir a gente en situación de calle. “Cuando mi jefa nos dijo: ‘chicos, hay un Operativo Frío para ayudar a la gente en situación de calle’, me preguntó si quería liderarlo. Le dije que sí, armé el primer equipo y fui, y ahí conocí muchas personas a las que les gusta ayudar. Fui de voluntario y me gustó. Me encantó ver que se puede ayudar y hablar con las personas, decirles ‘dale amigo, que se puede’”, dice.
-Cuando vos estuviste en la calle, ¿recibías esta ayuda?, ¿ibas a los paradores?
-Los paradores eran un desastre cuando yo estuve en esa situación, o al menos la gente que estaba en la calle me decía que no vayas a los paradores. “Esos lugares son feísimos”, me decían. Y ahora me dijeron que cambiaron bastante, que estuvieron trabajando mucho en eso, que no son “wow” todavía, pero quieren que sean lo mejor.
-¿Cómo fue el momento en que dicidiste quedarte a vivir en la calle?
-Bueno, cuando nos vamos de la casa tomada mi mamá y mi hermana consiguen una pieza en el Barrio para ellas y mis sobrinos y con mi hermano dijimos “che, el lugar es muy chico, nosotros no entramos”. Y pensamos que si hay tanta gente que puede estar en la calle, nosotros también podíamos. Y así lo hicimos. Me acuerdo que como teníamos la obra esa que te comenté, donde dejamos las cosas, esperábamos a que se vayan todos y nos metíamos a la noche sin que nadie se enterara y salíamos bien temprano. Ponele que entrábamos no sé 12, 1 de la mañana, salíamos a las 6. Y después a estar medio zombie ahí en la calle.
-¿Tu mamá qué te decía en esa época?
-Siempre se preocupaba por qué estábamos comiendo. “Si necesitan plata me piden”, nos decía. Pero yo sabía que no teníamos plata en ese momento y le decíamos “sí, sí, mamá, estamos comiendo, sí, sí, no te preocupes”.
-¿Y qué comían?
-Me acuerdo que cada vez que podía juntar cincuenta pesos me iba a la Costanera. Ahí pasé la mayor parte del tiempo, en la Reserva Ecológica, porque había fruta en ese momento, había moras y podías comerlas. Y cada vez que juntaba cincuenta pesos me compraba un choripán. Pedía el choripán y le ponía todo tipo de ensalada, agarraba y lo llenaba todo. Tenía que alimentarme de alguna manera, y así con cincuenta pesos comía pan, comía chorizo y toda la ensalada, que uno se la servía a gusto.
-¿Las moras las encontrabas en la reserva?
-Sí, estaban en los árboles o se caían al piso. Ibas, las limpiabas y te las comías. Siguen estando, pero como está cerrado ya no puedo volver.
-¿Cuánto tiempo estuviste en esa situación?
-Y habrá sido… Rendí Estadística y al día siguiente salimos… No me acuerdo la fecha exacta pero habrán sido unos meses que estuve. Me acuerdo que rendí el examen y me dijeron “che, aprobaste”. Listo, vamos a dar el siguiente paso, rendir los finales... y bueno, llegó esto y no fui más a la facu por un tiempo. Trataba de ir solo a rendir los exámenes, pero llegó un punto en el que los trabajos prácticos ya no los entregaba. Hablé con los profesores para que me tuvieran paciencia, y hubieron un par que sí me tuvieron paciencia y otros que no.
-¿Les explicabas la situación o preferías no decirles qué pasaba?
-Yo les decía que no tenía dónde vivir en ese momento. Y muchos de los trabajos eran en la computadora, y yo la tenía guardada ahí en la obra. Pero los profesores mayormente me dieron una mano, me esperaron, y creo que les entregué más tarde todos los trabajos, y me dieron para corregir un par y el resto me los aprobaron.
-¿Mirando para atrás, cómo recordás ese tiempo?
-Fue bastante duro, bastante duro. Pero estuvo bueno también porque pude aprender bastantes cosas, conocer la situación de las personas que están así y poder sentir lo que sienten.
-Cómo es que en esa situación nunca pensaste en dejar la carrera y sin embargo durante la pandemia, ya teniendo una casa, sí lo pensaste?
-Me acuerdo que era un martes, martes a la noche. Estábamos en clases por zoom en una materia de la facultad. Y la conexión en el barrio es malísima, y si se conecta mucha gente es peor. Y ahí pasó lo del profesor que me decía que prendiera la cámara y yo sentí el impulso de dejar la carrera. Pero le pedí al señor que me diera una señal. Y llegó.
-¿Cuánto te falta para recibirte de Ingeniero Industrial?
-Espero recibirme el año que viene.
-Una carrera para nada fácil elegiste.
-Pensá esto: para estudiar ingeniería no necesitás mucha plata. Solo necesitás una calculadora, un cuaderno y una lapicera.
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