En el cementerio Jovánskoye de Moscú hay una lápida que se distingue de las otras por la palabra “PATRIA” tallada en español sobre la piedra, junto a una imagen de mujer en relieve, debajo de la cual se pueden leer un nombre escrito en ruso y dos fechas: 1909–1988.
Allí, el 8 de marzo de ese 1988 -por pura coincidencia con el Día Internacional de la Mujer-, fue enterrada con honores militares África de Las Heras, de doble nacionalidad española y soviética, coronel de Inteligencia del Ejército Rojo que a lo largo de medio siglo y con diferentes identidades se transformó una escurridiza leyenda del espionaje mundial.
Cambiaba de nombre según la ocasión y la necesidad. En París se llamó María Luisa de las Heras de Darbat; en México, María de la Sierra; entre 1939 y 1945 fue Patricia e Ivonne en diferentes países europeos; en Montevideo y Buenos Aires, María de las Heras; y en Moscú utilizó los nombres clave de Znoi y María Pavlovna.
Con esas identidades fue militante clandestina del Partido Comunista Español y participó de la Revolución de octubre de 1934 en Asturias junto al por entonces joven líder comunista Santiago Carrillo; viajó a la Unión Soviética donde se entrenó como agente de la NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos); fue amante de Ramón Mercader –el agente soviético que años más tarde asesinaría a León Trotski– con quien tuvo una hija a la que abandonó; se infiltró en la IV Internacional en Noruega y desde allí viajó a México, donde participó como apoyo del grupo encargado del atentado contra el enemigo mortal de Stalin; fue agente de inteligencia y partisana en Ucrania durante la Segunda Guerra Mundial; se radicó en París, con la cobertura de modista de alta costura en el comienzo de la Guerra Fría; y entre 1948 y 1967 vivió en Montevideo y Buenos Aires, donde organizó una red de espías soviéticos que se extendió por toda América Latina.
Cuando volvió definitivamente a Moscú ya era una leyenda del espionaje internacional. Jamás capturada, jamás identificada con certeza, con una experiencia que muy pocos colegas podían igualar, dedicó sus últimos veinte años de vida a entrenar a agentes de la KGB.
Cuando murió, muy pocos en las altas esferas del espionaje de la URSS conocían su verdadera identidad y su pasado se había convertido en un cóctel indescifrable de mitos e historias verdaderas.
Con nombre de continente
África de las Heras Gavilán –ese era su nombre real– nació en Ceuta, territorio español en el continente africano, el 26 de abril de 1909 en el seno de una familia de clase media alta. Su padre, Zoulo de las Heras Jiménez era militar –donde España tiene una fuerte dotación del Ejército- y su madre, Virtudes Gavilán de Pro, repartía sus horas en el comando de la casa y la vida de sociedad.
Dos de los tíos de África fueron notorios personajes de su época. Uno de ellos, el abogado Julián Francisco de las Heras, era alcalde de Ceuta; el otro, Manuel de Las Heras Jiménez, general de división.
Monárquicos, conservadores y católicos de misa diaria, los padres de África la enviaron a estudiar a Madrid en el Colegio Sagrado Corazón de Jesús, donde cursó hasta cumplir 14 años, y luego en el colegio del Monasterio de Melilla. Para su familia, la joven tenía dos futuros posibles: un casamiento de alta sociedad o una vida de monja.
Pero por razones que nunca se supieron, la joven África de las Heras tenía otros planes. En 1930 se incorporó al Partido Comunista Español (PCE) y se fue a Asturias, donde conoció a quien muchos años después sería secretario general del PCE, Santiago Carrillo.
Luego del golpe de Estado del general Francisco Franco contra el gobierno republicano, en julio de 1936, África se trasladó a Barcelona, donde conoció dos personas que serían fundamentales para su futuro, Caridad Mercader y su hijo Ramón – el futuro asesino de Trotski – con quien tuvo una hija a la que no crio para continuar con su participación en la Guerra Civil.
“Ella participa en ese momento en las patrullas milicianas y en detenciones y en interrogatorios ilegales a gente que era considerada partidaria del golpe de Estado. Hay testimonios que la ubican en una de las ‘checas’, las cárceles clandestinas”, reconstruyó el periodista Javier Juárez, autor de Patria, una española en el KGB y quizás la persona que más profundamente ha investigado la vida de África de las Heras.
Primera misión: matar a Trotski
Al mismo tiempo que participa en la Guerra Civil, por intermedio de Caridad Mercader, África entra en contacto con la NKVD, donde trabaja bajo las órdenes de Nahum Isaakovich Eitingon, el húngaro Ernő Gerő y el ruso Alexander Orlov, el encargado de los enlaces entre los servicios de espionaje soviéticos y el gobierno republicano hasta su caída.
Tras el triunfo de Franco, Orlov envía a la espía novata a Moscú para recibir entrenamiento. Su manejo del español y sus vínculos con los Mercader serán decisivos para la primera misión que se le adjudicó: atentar contra la vida de León Trotski, que vivía exiliado en México desde 1938.
El estratega del plan para el asesinato de Trotski era un viejo conocido de África de las Heras en España, Nahum Eitington, quien le encomienda trasladarse a Noruega para infiltrarse allí dentro de la IV Internacional, confiando en que su condición de española y su manejo del idioma facilitarán su acceso al entorno mexicano del archienemigo de Stalin.
“Lo siguiente que se sabe de África de las Heras es que se ubica en México a finales del 39 en el entorno de Ramón Mercader y en el plan para asesinar a Trotski. Hay algunos testimonios que la sitúan dentro de la casa de Trotski, donde habría empezado a trabajar como ayudante con el nombre de María de la Sierra, pero de eso no hay una confirmación real. Sí se sabe con seguridad que ayudó a Ramón Mercader”, sostiene Juárez, el autor de Patria.
Otras versiones señalan que el papel de África en el complot fue secundario, pero que antes de que Mercader asesinara a Trotski había participado de otro atentado, fallido, contra el líder de la IV Internacional junto con un grupo que integraba también el muralista David Siqueiros.
El 20 de agosto de 1940, Ramón Mercader logró asesinar a Trotski en su casa de Coyoacán pero la huida planificada falló y fue capturado por las autoridades mexicanas. Condenado a prisión, será liberado en 1960. África de las Heras, en cambio, logró salir de México a bordo de un barco de carga soviético.
De regreso a la URSS
El 22 de junio de 1941, las tropas alemanas invadieron la Unión Soviética. Para entonces, África de las Heras ya había llegado a Moscú, donde se la entrenó como enfermera y radiotelegrafista.
En mayo de 1942 se lanzó en paracaídas con un grupo de partisanos españoles y soviéticos en Ucrania, detrás de las líneas enemigas. Su misión, además de combatir, fue interceptar mensajes de los alemanes y enviar información errónea para confundir a las tropas invasoras.
“Fue telegrafista en los bosques de Ucrania, una figura clave para un grupo llamado ‘los vencedores’. Se encargaba de la comunicación con los puestos de mando en Moscú y permaneció en esa zona de Ucrania hasta fines de 1944”, reconstruyó el autor de Patria.
Terminada la guerra, África adquirió la nacionalidad soviética y se integró definitivamente a la estructura de la KGB, como agente exterior de inteligencia. Aprendió ruso y se transformó en una experta en transmisiones de radio.
Su siguiente misión fue como agente encubierta en París, donde utilizó la cobertura de un negocio de alta costura montado con fondos soviéticos. Allí permaneció solamente un año, porque su objetivo era otro: encontrar una buena cobertura para viajar a América Latina y montar una nueva red de espionaje.
La llave la encontró en el escritor uruguayo Felisberto Hernández, por entonces radicado en la capital francesa, a quien sedujo. En 1948, la pareja viajó a Montevideo para casarse y radicarse allí. Los documentos falsos que utilizaba por entonces decían que su nombre era María Luisa Las Heras.
Tejiendo la red desde Montevideo
El matrimonio con Hernández fue la cobertura perfecta para África. Anticomunista y conservador, nadie podía desconfiar de la hermosa española que lo había conquistado en París.
Pero ese matrimonio era apenas el primer paso de la estrategia de la agente soviética para montar la red de espionaje en América Latina. Con la libreta de casamiento obtuvo la nacionalidad uruguaya, con lo que se aseguró la radicación en el país. Apenas obtenida la ciudadanía, se separó de Hernández: necesitaba una mayor libertad para poder llevar adelante el trabajo que le había encomendado la KGB.
“En cuanto ella obtiene los papeles de la ciudadanía por su matrimonio con Felisberto, se separa de él. Creo que fueron tres años lo que convivieron. Él estaba muy enamorado de ella. Evidentemente, ella no. Claramente fue utilizado”, especuló el periodista Juárez en una entrevista concedida hace unos años a la cadena BBC.
La elección de Uruguay como punto clave para desplegar la red de espionaje en toda la región había sido cuidadosamente estudiada en Moscú. Para la inteligencia soviética se trataba de un país pequeño, sin mayor relevancia y con muy pocos conflictos internos y ninguno con sus vecinos. Desde allí, África podría trabajar sin que nadie –y especialmente la inteligencia norteamericana– reparara en ella.
Separada de Hernández, la espía soviética se instaló en un departamento donde montó una radio desde donde transmitía a Moscú los informes que le hacían llegar los agentes repartidos en diferentes países del Cono Sur americano.
El periodista uruguayo Raúl Vallarino, autor de la novela biográfica Mi nombre es Patria sostiene que África no solo transmitía la información de los otros agentes sino que jugó un papel estratégico. “Si había un espía que tenía que instalarse en Ecuador, por ejemplo, o en Chile, tenía que pasar por Uruguay primero para que le hiciera los documentos María Luisa, o sea, África. Era la jefa de todo el servicio de espionaje en toda América del Sur”, asegura.
Matrimonio de espías
Después de más de siete años de trabajo para montar y hacer funcionar la red de espionaje latinoamericana, en 1956 África recibió la orden de trasladarse temporalmente a Buenos Aires para tomar contacto con otro agente. Su nombre real era Giovanni Antonio Bertoni, italiano, pero su pasaporte lo identificaba como Valentino Marchetti y su nombre en clave era “Marko”.
La historia que se montó como cobertura era que en un viaje de descanso a Buenos Aires “María Luisa” había conocido a “Valentino” y se habían enamorado perdidamente. De regreso a Montevideo hicieron que el romance diera lugar al matrimonio, que poco después de casarse montó un negocio de antigüedades en la Ciudad Vieja de la capital uruguaya.
Marko, el flamante marido, era en realidad el nuevo jefe de la KGB en América Latina, que llegaba con la misión de perfeccionar la red montada por África. Durante los siguientes nueve años, los dos agentes cumplieron con su misión sin levantar una sola sospecha. Viajaban a diferentes países bajo la fachada de un matrimonio adinerado que disfrutaba del turismo y así hacían los enlaces, daban órdenes a los otros agentes y recogían información para enviar a Moscú.
La situación habría podido mantenerse sin cambios durante muchos años más si Marko no hubiera muerto inesperadamente en 1965. El certificado de defunción de Valentino Marchetti dijo que había fallecido “por causas naturales”, pero algunos investigadores de la vida de África de las Heras, como el uruguayo Vallarino, se baraja una explicación muy diferente.
Sostienen que Marko, tal vez influido por el accionar de las organizaciones guerrilleras que comenzaban a operar en la región había empezado a mostrarse crítico con la política de los partidos comunistas de la región –que respondían a Moscú– y con la falta de apoyo de la Unión Soviética a la ola guerrillera que se estaba gestando.
Frente a esta posición de Marko, África habría recibido una orden terminante y letal desde el más alto nivel de la KGB. Y la había cumplido sin dudar ni dejar rastros.
Regreso con honores
Tres años después de la muerte de Marko, cuando África llevaba veinte años operando sin sobresaltos desde Montevideo, recibió la orden de regresar a Moscú. Su misión estaba cumplida y la KGB había decidido reemplazarla.
En la Unión Soviética fue recibida con honores y, lejos de ofrecerle el retiro, la jefatura de la KGB la nombró instructora. Por entonces ya tenía el grado de coronel y podía lucir importantes condecoraciones: por su accionar durante la Segunda Guerra había recibido la Orden de la Estrella Roja, la Medalla al Valor y la Medalla al partisano de la Guerra Patria de primer grado.
Pocos después, por su trabajo en Uruguay recibió una nueva Orden de la Estrella Roja y una segunda Medalla al Valor. En marzo de 1976, por Decreto del Presídium del Sóviet Supremo de la URSS, se le concedió la Orden de Lenin por servicios especiales. En mayo de 1985 se le concedió la Orden de la Guerra Patria de segundo grado y el título de “Colaboradora Honoraria de los Órganos de Seguridad del Estado”.
Siguió entrenando agentes hasta 1987, un año antes de morir de causas naturales el 8 de marzo de 1988, poco antes de cumplir 79 años.
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