A Daniel Deve (54) le es imposible evitar emocionarse al recordar aquella tarde del 15 de septiembre de 1995. Se preparaba para colgar su traje e ir a buscar a su hija al jardín cuando un llamado lo hizo cambiar de planes. Un vecino alertó al cuartel de bomberos de Puerto Madryn sobre una casa completamente cerrada de la que salía humo intenso. El equipo estaba aún dolido por la pérdida de los 25 compañeros fallecidos el 21 de enero del año anterior mientras combatían el fuego, llegó listo para derrotar un nuevo siniestro. Jamás pensó que allí habría dos niños de 3 y 5 años, solos, inconscientes y que sus vidas pendían de un hilo.
Al ingresar los vieron: uno debajo de la cama y otro en el interior de una caja. Quizás habrían llegaron allí asustados, para esconderse. Estaban casi asfixiados por la inhalación prolongada de monóxido de carbono y no tenían signos vitales, por eso la actuación de los tres bomberos fue fundamental para salvarles la vida.
“Ese hecho marcó mi vida como bombero por todo lo que significó haber sufrido tanto la perdida de nuestros compañeros y amigos, en enero de 1994. Haber intervenido y salvar la vida de esos chiquitos fue un hilo de esperanza, no solo en ese momento particular sino por las condiciones en las que estábamos como cuartel y ciudad, porque no teníamos ambulancias. A modo de desahogo, lloramos mucho cuando los dos volvieron a respirar”, reconoce emocionado Deve en diálogo con Infobae.
Esta historia vuelve a ser noticia luego de casi 26 años de ocurrida porque la Fundación Bomberos de Argentina organizó el concurso “Historias de Bomberos” en la que invita a los hombres y mujeres que forman parte de distintos cuerpos a contar los rescates que, pese a los años, llevan grabados en su corazón. “Esto es algo que me pasó en una intervención de un incendio al que acudimos el 15 de septiembre de 1995 con el Móvil 1”, inicia el relato de Deve, que es parte de esa iniciativa que también apunta a conocer los desafíos que afrontan cada días los más de 60 mil voluntarios del país.
Los detalles del siniestro que casi le cuesta la vida a los dos nenes
“Primero ingresó un compañero, que vio a uno de los hermanitos. Me lo entregó por la ventana que debimos sacar para entrar y noté que estaba inconsciente y sin signos vitales. Si bien no había fuego sí mucho humo, por lo que presumimos que había inhalado mucho monóxido de carbono y que se estaba asfixiando. Lo dejé en la vereda y comencé a practicar insuflaciones, conocidas como respiración boca a boca, hasta que reaccionó”, recuerda Deve.
En ese momento llegó la madre de los menores que conmocionada por los nervios, como pudo, avisó que había otro pequeño adentro de la vivienda. “No lo habíamos visto. Como yo tenía un equipo autónomo con oxigeno ingresé y lo busqué, estaba adentro de una caja. Quizás estaban jugando cuando comenzó el siniestro. Lo saqué por la misma ventana y también fue reanimado”, dice, y admite que de esos niños solo recuerda que se apellidaban Reina.
Como en otros aspectos, la situación de los bomberos en 1995 era también precaria en muchos sentidos. “Tuvimos que llevar a los nenes en un patrullero a un sanatorio cercano porque no había ambulancia. Allí adentro les seguimos haciendo insuflaciones para que fueran recuperando el oxígeno. En ese sanatorio nos atendieron rápido. Después uno se desprende de la situación sobre todo porque para los bomberos eran momentos de mucha tristeza”, admite.
Fue justamente por ese dolor que le generó la pérdida de 25 de los suyos, que haber salvado a esos pequeños lo reconfortó. “Haber sido quien les devolvió a vida marcó la mía. Cada vez que recuerdo sus caritas los imagino hoy, siendo hombres. Quisiera abrazarlos, verlos, saber cómo fue sus vidas, si son papás, qué hacen... Cada vez que regreso a casa paso por la vivienda de calle 25 de mayo y Gales en la que vivían y los recuerdo. El lugar queda a cinco cuadras del cuartel, fue reformado y hoy es un comercio. Al igual que todo el barrio, en estos casi 26 años cambió mucho, pero hay cosas que los años no borran”.
Revivir ese día especial de 1995 lo emociona al punto que quebrarle la voz. “El hecho de que en ese momento contábamos con pocos recursos por el golpe vivido en el incendio del campo. Eran tiempos en que teníamos solo equipos donados, otros dos o tres equipos autónomos y, pese a ello, logramos salvarles la vida. Fue algo que quedará en mi memoria para siempre”.
“El gran dolor de mi vida es la perdida de mis compañeros que murieron en el incendio del campo el 21 de enero de 1994. Eso nos marcó de por vida″
Además, lo conmueve recordar que los tres hombres que participaron de esa acción eran padres de niños de edades similares a la de los hermanitos Reina. “Quedaron internados en el sanatorio y al salir nos descargamos, lloramos abrazados los tres. Fue imposible no ponernos en lugar de los padres de esos nenes y ahora que soy abuelo de dos nietos y de otro en camino imagino cómo habrá seguido la vida de ellos. Sería muy grato volver a verlos, saber de ellos”.
Aunque Daniel siente gratitud porque pudo evitar la tragedia, lamenta profundamente no haber seguido de cerca el crecimiento de los niños y cuenta que llamó varias veces al sanatorio para preguntar cómo seguían y luego de saber que les dieron el alta no tuvo más noticias de la familia.
Una vida al servicio del otro
Daniel Deve tiene 39 años de servicio y no piensa en retirarse de lo que más ama. Dice que cuando llegue el momento seguirá entrenando a los más jóvenes, tal lo hace, como director de capacitación de la Regional 1 que integran 11 cuarteles. “En Argentina hay de 65 mil bomberos voluntarios, entre mujeres y hombres. La gente nos recuerda solo cuando suena una sirena, pero un bombero está siempre en el cuartel capacitándose para prestar servicio. Se hace mucho esfuerzo aún con bajos recursos, aún dejando de lado a la familia y perdiendo momentos irrepetibles en la crianza de los hijos, pero es una vocación que cuando pica, como les digo a los pibes, no hay nada que hacer. Se es bombero las 24 horas”, asegura.
A los 13 años entró por primera vez al Cuartel de Bomberos de Morón, su ciudad natal, y a los 15 ingresó como voluntario. Allí estuvo hasta los 21 años, fecha en la que se mudó a Puerto Madryn donde apenas llegó se presentó en el cuartel.
En ese cuartel conoció a su esposa. “En realidad nos conocimos arriba de un autobomba en 1989, cuando llegué a Puerto Madryn. Ella ya era bombera, estaba en la autobomba, yo subí y cuando bajé le pedí que me guardara un reloj que dejó en su ambo. Así nos conocimos, empezamos a conocernos y nos enamoramos”, revela el inicio de la historia de amor que perdura desde entonces con tres hijos, dos nietos y uno en camino.
“Hace 33 años nos casamos. Ella dejó el cuartel antes de casarnos. Somos una familia bombera porque dos de nuestros hijos también lo son”, detalla y asegura que ninguno de la pareja influyó en ellos más que con el ejemplo.
Pese al lazo, en el cuartel padre e hijo solo respetan el escalafón de bomberos. “Allí es solo el escalafón jerárquico, hay que respetar un reglamento interno. Ahí no soy ‘papá' y él no es ‘hijo’, soy un oficial y él un bombero. Ahora, como toda familia, en nuestra casa compartimos experiencias, opiniones, tratamos de no hablar mucho de cosas del cuartel porque hay gente no bombera y no queremos intoxicarlos con todo”, admite.
Volviendo a la tragedia de 1994 y haciendo un paralelo con la actualidad, Daniel destaca la labor que como bomberos y voluntarios realizan cada día por amor al prójimo y lamenta el poco apoyo que tienen pese a todo lo que aportan principalmente al Estado.
“No somos héroes, somos personas que tenemos sentimientos. Y 26 años atrás no tuvimos a nadie para ayudarnos a superar esas pérdidas. No hubo quien nos diera un mínimo de contención ni ayuda profesional, psicológica sobre todo, porque quedamos muy golpeados por haber perdido a nuestros amigos y compañeros, hubo bomberos que en ese incendio perdieron a un hermano, a un hijo. Quedamos con una herida que no cicatrizará, pero que se calma cuando podemos salvar la vida de alguien, por eso haber salvado a esos hermanitos, los primeros luego de perder a nuestro amigos, me marcó tanto”, revela quebrado.
Y convencido de que esos niños, hoy hombres que quizás lo recuerden, llegarán a saber que son buscados anhela: “Sería muy gratificante ver a esos chicos, los recuerdo muy bien, y pese a ese siniestro, hoy agradezco porque pudimos devolverlos a la vida”.
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