Como cada 1° de agosto, los pueblos indígenas de América Latina celebran este domingo el Día de la Pachamama o Día de la Gran Madre Tierra, durante el cual realizan tradicionales festejos y rituales que, a pesar del tiempo y de la pandemia del coronavirus, todavía se mantienen.
Una de estas costumbres es la de beber una particular infusión que no pierde adeptos y que se prepara con caña y ruda: la leyenda indica que son siete sorbos, tres tragos, uno largo, un vaso entero, y siempre en ayunas. Se cree que cumplir con este procedimiento mejora la salud y la suerte y aleja la envidia y los maleficios.
Si bien los rituales de esta tradición fueron variando con el tiempo, tomando distintas formas y enriqueciéndose con los legados culturales, históricos y sociales de las diferentes comunidades, uno de ellos permanece intacto.
La historia asegura que los creadores del brebaje que hoy conocemos como caña con ruda fueron los guaraníes. Con la llegada de la temporada fría y las inclemencias meteorológicas, las comunidades y el ganado contraían enfermedades severas. Para combatirlas, recurrían a sus chamanes, quienes preparaban remedios caseros con hierbas medicinales y licores. De allí nació la creencia popular de que el brebaje se bebe en el inicio del octavo mes del año.
Originalmente para prepararlo se utilizaban licores fabricados con chañar, patay, tunas o algarroba, a los que se les agregaba la contrayerba o hierbas medicinales.
La tradición dicta que hay que beberlo el primer día del octavo mes. Sin embargo, aquellos que se olviden o no alcancen a hacerlo, tendrán la oportunidad de cumplir con este ritual hasta el 15 del mes, porque en el marco de la fiesta de agradecimiento uno de los ritos más populares, claro, es tomar caña con ruda.
Qué es la Pachamama
La Pachamama es, ante todo, una deidad. Para algunos historiadores tiene orígenes aymara (kollas), pobladores de la meseta andina del lago Titicaca, que se distribuyeron entre el occidente de Bolivia, el sur del Perú y el Norte Grande de Chile. Sin embargo, su expansión se la debe al Imperio Inca (Tahuantinsuyo), que saliendo de Perú llegó hasta Colombia, en el norte del continente, y Mendoza, en el sur.
Al principio la palabra “pacha” refería solo un tiempo o edad del mundo, un cosmos o universo, pero luego comenzó a ser utilizada para determinar un lugar o espacio, y a la misma tierra como generadora de la vida, como un símbolo de fecundidad.
Es, en la actualidad, la deidad suprema de los pueblos originarios de la región andina del Noroeste en Argentina (kollas y diaguitas-calchaquíes), y también en Bolivia y Perú, donde se la conoce como Mamapacha. Considerada como la madre de los cerros y de los hombres, la responsable de que los frutos maduren y se multiplique el ganado, aunque, como toda deidad, favorece a algunos más que a otros, dependiendo de cómo le caiga la persona o si es respetuosa de la vida y los animales.
Por eso, resulta importante para estas comunidades invocarla antes de acometer cualquier empresa, desde cultivar a salir de caza; a fin de cuentas, la tierra toda es su templo y protege a cada una de sus criaturas. Pero su poder es aún más amplio y también se la invoca ante ciertas enfermedades e, incluso, se le pide protección para no apunarse durante una travesía.
De acuerdo al libro Seres Mitológicos Argentinos, de Adolfo Colombres, “se la describe como una india de baja estatura, cabezona y de grandes pies, que lleva sombrero alón y calza enormes ojotas. Vive en los cerros y a menudo la acompaña un perro negro y muy bravo. La víbora es su lazo y el quirquincho su cerdo. Carga a veces petacas de cuero llenas de oro y plata. Es celosa, rencorosa y vengativa, pero si alguien le cae en gracia lo favorece. Cuando se enoja, manda el trueno y la tormenta”.
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