Al comienzo del mes de julio, apenas antes de que comiencen los Juegos Olímpicos, la revista estadounidense Time puso en su portada una imagen de la tenista Naomi Osaka. Pocas semanas atrás la deportista se había retirado de Roland Garros sin dar demasiadas explicaciones y había despertado intriga en el ambiente. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué ella, multicampeona de Grand Slam, se iba de una competencia sin motivo físico aparente?
En la revista revelaba, a través de una carta, que era por problemas de salud mental, y por la presión que le generan en algunas ocasiones las ruedas de prensa. Con el foco en proteger a los deportistas de alta competencia, escribió: “todo el mundo sufre problemas relacionados con su salud mental o conoce a alguien que los sufre”, y puso el acento en la hostilidad de su mundo.
Esa hostilidad parece ser pandémica: ¿qué ambiente no es agresivo cuando uno tambalea? El mundo es un lugar agresivo para quienes no se sienten siempre fuertes. Por eso, acaso, el titular de la revista fue: “Está bien no estar bien”. Y así, como crecen a veces las palabras amables, el mensaje volvió a sonar en plenos Juegos Olímpicos con el retiro de la competencia de otra multicampeona: Simone Biles. La gimnasta estadounidense se retiró de estos juegos luego de una mala presentación y luego se supo que quiso priorizar su salud mental por sobre su carrera.
“No fue un día fácil ni el mejor, pero lo superé. Realmente me siento como si tuviera el peso del mundo sobre mis hombros a veces. Sé que lo olvido y hago que parezca que la presión no me afecta, pero maldita sea, ¡a veces es difícil”, posteó en su Instagram luego de retirarse. A su vez, su equipo de trabajo tuiteó: “Después de una evaluación médica adicional, Simone Biles se ha retirado de su primera competencia final individual. Apoyamos incondicionalmente la decisión de Simone y aplaudimos su valentía al priorizar su bienestar. Su coraje muestra, una vez más, por qué es un modelo para seguir para tantos”.
El lema -y el tema- parece ganar más peso aún en la Argentina, después del sacudón producido por el suceso en el que Chano terminó internado con un tiro en el abdomen. El debate inicial fue, de inmediato, al respecto del uso de las pistolas tasser, y dejó relevado el tema más profundo que subyace: cómo lidiamos, como lidia el Estado, las fuerzas de seguridad, las personas, los amigos, las familias, con los problemas de salud mental.
Al respecto de este tema viene trabajando hace años el Proyecto SUMA, una asociación civil conformada por especialistas de la salud mental que lleva a cabo tareas asistenciales, de intervención comunitaria, de docencia y de investigación. Durante toda la pandemia se dedicaron a difundir buenas prácticas al respecto, a dar consejos para el cuidado de la salud mental de cada uno, y generar acciones de concientización sobre su importancia. En uno de ellos realizaron proyecciones en edificios de la ciudad de Buenos Aires con diferentes mensajes. Entre ellos, uno se destaca: “está bien no estar siempre bien”, decía, casi como adelantándose a aquella tapa de revista.
Consultados sobre cómo se trata y discute la salud mental en la Argentina, Infobae habló con Gustavo Lipovetzky (médico psiquiatra y director y fundador académico de Proyecto SUMA), y con Daniel Abadi (médico psiquiatra y también fundador de Proyecto SUMA, donde lidera los trabajos de lucha contra la estigmatización).
“Proyecto SUMA nace hace 13 años. Con un grupo de profesionales de la salud mental decidimos fundar una institución centrada en un modelo de recuperación y de rehabilitación de las personas con trastornos en su salud mental, orientando la recuperación, a la incorporación al lazo social”, explica Lipovetzky.
-¿Cómo interpretan, en este tiempo tan convulso, el lema de la tapa de la revista Time: “está bien no estar bien”?
Abadi: La tenista que sale en la tapa lo que hizo fue legitimar su estado, permitiendo el malestar. Y creo que también permitió que legitimemos un malestar que traíamos de antes, no solamente el derivado de la pandemia.
-¿Hay realmente un estigma sobre las personas que tienen un trastorno de salud mental?
Abadi: Es algo que venimos estudiando hace mucho. Hicimos desde nuestra institución muchas investigaciones, algunas de las cuales miden la distancia social: cuán cerca te sentís de una persona a la que le pasa tal o cual cosa, cuánto sentís que te acercaría, cuánto sentís que la aceptarías en tu vida, qué ideas tiene la gente con respecto a los problemas de salud mental, con qué lo relacionan… Y la verdad, es enorme el nivel de estigma que existe, no solo en la Argentina sino en el mundo. Hay un montón de personas que ciertamente tienen prejuicios y una idea muy negativa y errónea de lo que es un problema de salud mental, y el estigma no solamente le quita oportunidades a las personas de incluirse sino que además va generando algo que se llama el “auto estigma”: las personas mismas empiezan a auto excluirse, a avergonzarse de lo que tienen, a no hablar de sus problemas. Y se empieza a agregar una enfermedad secundaria: a lo que ya le pasaba, se le suma todo lo que tiene que ver con la vergüenza. E inclusive, la demora y la no consulta a un psiquiatra o a un profesional de la salud mental por una cuestión de vergüenza o miedo.
Lipovetzky: Tratando de entablar una relación entre lo que dice Daniel y el tema del COVID y los contagios, a mí me parece que uno de los daños y una de las consecuencias que tiene la pandemia es que de alguna manera hay que tener cuidado porque se puede ir generando la cuestión de que el otro es una amenaza, porque el otro te puede contagiar. Y ahí hay un potencial sesgo estigmatizante de identificar al otro como el peligroso. El que está con COVID produce una especie de rechazo del otro cuando no quiere tomar las medidas pertinentes para aislarse y no contagiar. Algo que pasa mucho. Entonces creo que se puede entablar una relación entre el rechazo al otro. Con los “locos”, el primer factor de estigma es el temor de la sociedad a que el “loco” te pegue un tiro, te pegue… por eso es una amenaza. Ahí yo veo una relación.
Abadi: Por eso nosotros tratamos de que en el contexto de la pandemia no se hable de distancia social sino de distancia física. Porque se insistía demasiado en la idea del otro como enemigo, podríamos decir. Y por otro lado, el estigma tiene que ver con atribuirle a una característica que tiene una persona, una cualidad que no necesariamente está asociada por datos de la realidad sino por cuestiones de prejuicios. Y entonces se piensa que las personas que tienen depresión son vagas o vivas, o las que tienen esquizofrenia son peligrosas, cuando en realidad se sabe que las personas que tienen esquizofrenia no son particularmente peligrosas y más bien son víctimas de la violencia ejercida por otros. Estas asociaciones están basadas solamente en el prejuicio.
-¿Cómo analizan el tratamiento mediático y social del caso de Chano?
Abadi: Cuando se dan este tipo de situaciones, muchas veces la cobertura mediática que se les da (y sobre todo si son personas públicas), lo que hace es profundizar una situación que si bien no es inexistente siempre, no es la norma. Me refiero a la asociación entre enfermedad mental y peligrosidad. Eso profundiza prejuicios, el estereotipo que hay de las personas con problemas de salud mental, profundiza la discriminación, la segregación, etcétera. Es importante en estas situaciones que las personas que cubren este tipo de acontecimiento no usen términos erróneos ni se apuren en poner diagnósticos y etiquetar. Es algo crucial por tres motivos: primero porque un periodista no tiene por qué saber de salud mental, en segundo lugar porque no tenemos acceso al hecho clínico como para poder diagnosticarlo, y en tercer lugar por el respeto a la intimidad de una persona que por más que se haya presentado como violento es una persona que en todo caso tiene una enfermedad pero además tiene una vida íntima y es de mucho descuido involucrarse en aspectos privados de la vida.
-¿Hay que capacitar al personal de seguridad para lidiar con este tipo de situaciones?
Abadi: Ciertamente sí. El hecho de no hacerlo es también producto del estigma. Hay una cosa que se llama “estigma estructural”, que es que las cosas que tienen que ver con el colectivo estigmatizado directamente no se les da atención, no se les da el presupuesto para investigaciones, y probablemente tampoco se haga suficiente hincapié en dar formación a las fuerzas de seguridad respecto de cómo abordar este tipo de situaciones.
-¿En qué se diferencia su enfoque y mirada de la salud mental en comparación con el enfoque tradicional que conocemos de la psiquiatría?
Lipovetzky: La psiquiatría ha producido en los últimos años la posibilidad de que si un paciente está muy excitado, baje; o si está muy deprimido, pueda dejar de estarlo; o un paciente que delira pueda disminuir su delirio con tratamientos farmacológicos. Pero a veces están sin delirar o no están deprimidos, pero aquellos que tienen perturbaciones graves de salud mental se quedan en la casa mirando televisión de manera totalmente pasiva. Y nosotros lo que pretendíamos, al crear la institución, era revertir un poco eso. En general para la psiquiatría que una persona con trastornos en su salud mental esté tranquila parecería ser que está bien, pero a nosotros nos gusta que los sujetos estén un poco más intranquilos, buscando la manera de poder incorporarse socialmente para hacer lo que puedan con lo que tienen.
-Imagino que todo el trabajo que hicieron para incorporar a las personas a la sociedad cambió mucho con la llegada de la pandemia. Digo: de repente estar en la casa mirando televisión pasó a ser el modo de estar en la sociedad, ¿no?
Abadi: A muchas personas eso de quedarse en la casa, el hecho de disminuir la ansiedad social que todos tenemos, los ayudó. Pero los ayudó de un modo artificial y peligroso, porque potenció una tendencia muy habitual en las personas con problemas de salud mental, que es el aislamiento. Entonces uno de nuestros objetivos fue luchar contra ese aislamiento de muchas maneras. Entre otras cosas, haciendo campañas en medios y en redes sociales tendientes a mitigar los efectos negativos que podía generar la pandemia.
-¿Se agravó la situación de la salud mental en general con la pandemia y la cuarentena?
Abadi: Respecto del agravamiento o aumento de las consultas, lo que se vio es que en el último tiempo aumentó. Pero no aumentaron (o al menos hay datos muy controvertidos al respecto) las tasas de suicidio. Sí creemos que mucha gente se agravó en términos del retraimiento y el sufrimiento vinculado con las pérdidas (afectivas, materiales y de actividades).
-¿Hay datos comparativos de cuánto le pegó la pandemia a la salud mental de los argentinos y cuánto a otras poblaciones del mundo?
Lipovetzky: Hay algo que tiene que ver con la salud mental en general: cómo le afectó a la gente la pandemia. Y otra cosa relacionada pero diferente es cómo le afectó a cada uno. Según la historia de cada uno, según la situación en la que cada uno estaba. Creo que se puede hacer un análisis de la salud mental en general, pero no hay que descuidar el uno a uno dentro del análisis. Los papers que más circularon con diferentes investigaciones hablan de que aumentaron los trastornos de ansiedad (ataques de pánico y grandes ataques de angustia), aumentó la depresión, y aumentaron los trastornos del sueño. Ahora, personalmente creo que era obvio que esas cosas iban a aumentar. Entonces, en un análisis estadístico masivo hay más gente con trastornos de ansiedad, sí, pero es una adaptación normal, no es un problema de la salud mental. Es la capacidad que la gente ha tenido para defenderse psicológicamente como ha podido en esta situación.
-En materia de salud mental, ¿es pensable una comparación entre países o es un absurdo?
Lipovetzky: Creo que es imposible pensar que el efecto de la pandemia en la salud mental tenga parecidos con diferentes países porque uno de los efectos tiene que ver con los que se quedaron sin trabajo, con los que tuvieron que reducir sus horas de trabajo, con lo que viven en viviendas vulnerables por problemas económicos… Entonces, la condición social y el paradigma socioeconómico de cada uno de los países determina también los modelos de sufrimiento que tuvo la gente.
Abadi: Nosotros estamos haciendo todos los lunes un vivo en el Instagram de la institución (@proyectosumasaludmental) un ciclo de encuentros con colegas del mundo. Y tratamos de investigar algo de esto. Es llamativo cómo en muchos lugares del mundo muy alejados del nuestro realmente hay cosas en común, pero ciertamente hay algo que marca mucho la diferencia y es el tema del bienestar económico. Hablábamos con un colega en Canadá que nos contaba que cuando se indicaba el confinamiento a las personas, les dejaban un cheque de 3500 dólares a cada uno bajo la puerta por mes. Están muy estudiados los determinantes sociales de la salud mental, y la pobreza y el sufrimiento vinculado a ella tienen un efecto muy fuerte sobre el ánimo de las personas. Seguramente algo de eso va a marcar una diferencia en las estadísticas que veamos de los países.
-Siento que en los últimos años, incluso desde bastante antes de la pandemia, hay una sensación general (o generacional) de que todos vivimos mal. ¿Perciben algo de esto?
Abadi: Pienso que en alguna medida sí, y en otra medida creo que se legitimó el poder estar mal. Creo que mucha gente está pudiendo decir que está mal. Nos decía este colega de Canadá que allá aumentó mucho la consulta de personas que normalmente no tienen tratamientos de psicoterapia. Dicen que hay muchas personas que tienen problemas como trastornos de ansiedad, trastornos del estado de ánimo leves vinculados con que se legitimó la demanda. La gente empieza a sentir que eso que le pasa tiene una identidad clínica y que amerita ser atendida. Eso: se legitimó la posibilidad de hablar del malestar. Creo que mucha gente por eso está mal, y por otro lado también hubo un cambio brusco de hábitos, lo que necesariamente lleva a una necesidad de adaptación.
-¿Cómo juega la incertidumbre?
Abadi: Es importante ver cómo se borronearon nuestras representaciones del futuro. Cómo nos representamos el futuro. Por ahí cuando terminemos esta charla nos saludamos y decimos “ojalá nos veamos pronto… si nos podemos ver… si estamos…”. El chiste respecto de que el futuro probablemente no exista circula mucho más, y ese chiste tiene alguna base en la impresión que nos causa esta situación de incertidumbre.
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