El lunes 13 de diciembre de 1994, por invitación del historiador cubano Eusebio Leal Spengler, el ex teniente coronel venezolano Hugo Chávez Frías llego por primera vez a La Habana, con la excusa de dar una conferencia sobre Simón Bolívar. También intervino en la organización del viaje Alí Rodríguez Araque, un ex miembro de la guerrilla castrista en Venezuela y que más tarde, en tiempos del chavismo, sería Ministro de Energía, presidente de PDVESA y canciller. Otros estudiosos dirán que Nicolás Maduro hizo de enlace con los cubanos y es lógico: el actual presidente venezolano había pasado por Cuba para tomar clases de instrucción política y en el mundo insurreccional era conocido con la nombre de guerra “Verde”. Otra versión, creíble, sostiene que Chávez fue invitado como respuesta a la visita oficial que le dispensó el presidente Rafael Caldera al líder de la “Cuba Libre” Jorge Mas Canosa.
La primera llegada de Hugo Chávez a Cuba en 1994
Hugo Chávez no llegó solo a “la perla del Caribe” (Cuba en tiempo de clave terrorista), lo acompañaba Rafael Isea, un joven oficial que había acompañado a su “comandante” durante el intento de golpe de estado contra el presidente Carlos Andrés Pérez en febrero de 1992. Todo se concretó rápidamente con la intervención del embajador cubano en Venezuela, Germán Sánchez Otero, un veterano miembro del Departamento América del Partido Comunista Cubano, organismo que “coordinaba” los movimientos terroristas en América Latina bajo la jefatura del comandante “Barbarroja” Piñeiro Lozada. El avión comercial que traslado a Chávez llegó a las 21.40 a Cuba y tras carretear se desplazo hasta un lugar poco habitual para las aerolíneas comerciales. ¿Qué pasa? Se preguntaron los pasajeros. El piloto dijo a través del altavoz que solo habrían de bajar en ese lugar “dos pasajeros”. Al poco rato, el comandante del Boeing se acercó al lugar donde estaban Chávez y su acompañante y les informó que tenía instrucciones de que ellos debían bajar en esa zona reservada. Unos minutos más tarde, un hombre vestido con la sobriedad de un traje liviano gris se les acercó y dijo: “Bienvenido a Cuba, mi nombre es Ángel Reigosa y soy el director de Protocolo de la Cancillería”. Con la lógica ansiedad del momento, el jefe del Movimiento Bolivariano preguntó “¿quién me está esperando?” y la respuesta fue: “El comandante Fidel Castro”.
Todo parecía un encuentro no calculado entre los dos “comandantes” y no es así. Según la neurocirujana y perseguida política cubana Hilda Molina, citada por María Werlau en su libro (no difundido en la Argentina) “La intervención de Cuba en Venezuela”, Castro seguía los pasos de Chávez desde su intento de golpe, su defensa en el juicio y su estadía en la cárcel. Tanto le interesaba conocerlo que con estudiada rapidez inventó la oportuna Casa Simón Bolívar para que sirva de escenario de la conferencia en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. Por su parte, el Chávez -que bajo esa noche luciendo su tradicional liquelique- tampoco era un distraído ni otro desentendido. En 1982, influenciado por su hermano mayor Adán (más tarde embajador venezolano en Cuba), se había incorporado a un grupo clandestino (Fuerzas Armadas Nacionales) y mantenía encuentros con el líder guerrillero venezolano Douglas Bravo, ex jefe de las “Fuerzas Armadas de Liberación Nacional”, brazo armado del Partido de la Revolución Venezolana (PRV). Para sus citas clandestinas Chávez se hacía llamar “José María” o “Che María”.
En otras palabras, así como años antes los estadounidenses tuvieron su “cisne negro” que le cambió sustancialmente su política exterior con Hispanoamérica, Fidel Castro encontró pocos años más tarde su propio “cisne” de la buena suerte en manos del venezolano teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías. En las horas que pasó durante su primera estadía en la isla fue agasajado de día y de noche como si fuera un Jefe de Estado. Hasta Castro, en una de sus casas de “protocolo”, le cocinó langostas mientras le hablaba, le hablaba y le hablaba. Más tarde, el invitado diría: “En algún momento él, amablemente, nos preguntó si estábamos cansados. Y yo: ¡qué va! No se preocupe. Nosotros no vinimos a dormir, y seguimos conversando hasta las tres o las cuatro de la madrugada. Perdí la noción de la hora. Sin duda estaba descubriendo fascinado a un hombre cuyo pensamiento cabalgaba junto al tiempo y más allá. Descubrí también a un extraordinario político de la izquierda revolucionaria que estaba muy lejos de ser un marxista dogmático.” En esas horas, el líder cubano aconseja con gran precisión el núcleo discursivo de la “estafa” que se avecinaba: “Hay cosas que han de andar ocultas” y cuenta cómo al principio de su revolución “no hablamos ni una palabra de marxismo-leninismo. Ustedes no pueden hacer lo que hicimos nosotros en 1959. Ustedes tendrán que tener más paciencia que nosotros.” Castro lo instó a recorrer el continente con un nuevo discurso (todavía no había inventado el “Socialismo Siglo XXI”). A mediados de 1994, en Buenos Aires, se definió como “un revolucionario, un nacionalista bolivariano. Un hombre entregado a la causa de la transformación de estos pueblos de América Latina.”
Con el paso de los años la figura de Chávez se fue moldeando a las necesidades del momento, teniendo al poder como único objetivo. Desde la cercanía, de una manera imperceptible, Castro lo observaba y ayudaba. No se puede decir que lo admiraba, más bien en la intimidad lo tomaba en solfa aunque era su tabla de salvación. En la elección presidencial de 1998 para suceder a Rafael Caldera el “comandante” Chávez obtuvo la victoria. Pese a las severas advertencias del ex presidente Carlos Andrés Pérez, sobre que un proyecto totalitario estaba en las puertas, la población votó por él. Pérez no estaba en condiciones de opinar nada, al ser uno de los principales responsables del enorme desprestigio de la clase política gobernante. Era el fin del “Pacto de Punto Fijo” con el que los partidos AD (socialdemócrata) y COPEI (socialcristiano) se repartieron el poder tras la caída del dictador Marcos Pérez Giménez en 1958. En otras palabras, Chávez y la muchedumbre llegaron al Palacio de Miraflores caminando sobre los escombros de la democracia venezolana y, al momento de jurar, lo hizo sobre una constitución que consideraba “moribunda”. Al poco tiempo de ejercer su mandato, Chávez firmó con Cuba un acuerdo de provisión de petróleo con financiamiento a 15 años. En 1999, cuando Chávez llega al Palacio de Miraflores, las reservas petroleras de Venezuela era cercana a 300 mil millones de barriles de petróleo y PDVESA generaba el 45 % de los ingresos del Estado. Luego, en octubre de 2000, vendrá el Acuerdo Integral de Cooperación entre los dos países y el nacimiento de “Cubazuela” o “Venecuba”. En la oportunidad se estudio cómo avanzar en un proceso de fusionar los dos países. Algo que haría decir al vicepresidente cubano Carlos Laje (luego echado) que Cuba tenía dos presidentes, Castro y Chávez. En 2007 el propio mandatario venezolano expondría que los dos países eran “una nación” y “un gobierno”. Tres años más tarde Raúl Castro con gran perfección y desenfado afirmaría que Cuba y Venezuela “son la misma cosa”.
Entre su primera asunción presidencial y su fallecimiento en 2013, Chávez y Castro se vieron innumerables veces, en público o en secreto. Además de los dos líderes, se mantuvieron decenas de intercambios de delegaciones de ambos países para firmar acuerdos (que perjudicaron a Venezuela) y analizar “asesoramientos” de los más variados que Venezuela pagaría con miles de dólares. Después del intento de derrocar a Chávez en 2002 el proceso de “cubanización” se aceleró. Según María Werlau, si sirve como dato, digamos que durante su enfermedad de cáncer, “Cuba logró consolidar el control absoluto del destino de Venezuela y garantizar su sucesión por Nicolás Maduro. Chávez fue a La Habana 17 veces, desde junio de 2011 hasta marzo de 2013, sumando 225 días, siendo operado cuatro veces de su dolencia”. Mientras él estaba ausente los controladores de la gestión del gobierno no eran sus funcionarios venezolanos, eran los cubanos. A tal grado llegó su dependencia de Castro que el jefe nacido en Sabaneta, Estado de Barinas, llegó a decir: “La revolución venezolana no existiría sin la revolución cubana.”
Según se estudia en los cursos de bachillerato avanzado y en las universidades, “la soberanía interna o soberanía política es la capacidad que tiene un Estado para ejercer la autoridad dentro de su territorio, según lo establecido en su constitución y sus instituciones formales. La organización del poder (ejecutivo, legislativo y judicial) y el código civil son expresiones de la soberanía interna de una nación para ejecutar acciones, ordenar leyes o tomar decisiones”. Toda esta definición no es admisible para Venezuela. En abril de 2019, Julio Borges, representante del presidente encargado Juan Guaidó, afirmó ante el Grupo de Lima que “hay un tema internacional fundamental para lograr el cambio en Venezuela y es Cuba y la subordinación de la dictadura de Nicolás Maduro al régimen cubano. La realidad hoy es que Venezuela es una colonia cubana, donde la tortura, la persecución a los militares, a los periodistas, está efectuada por militares cubanos.” Diego Arria, principal financista de un matutino en el que escribían Tomás Eloy Martínez y Rodolfo Terragno entre otros, ex alcalde de Caracas y ex embajador en Naciones Unidas, afirmó algo similar: “Venezuela es un país ocupado. El régimen cubano es una marioneta controlada por los cubanos.”
Bajo la consigna “quien maneja la data controla el poder” del Comandante de la Revolución Ramiro Valdés, histórico combatiente de la Sierra Maestra con el Che Guevara, fundador y Ministro del Interior e instruido en Praga y Moscú, a partir de ese momento la revolución castrista domina la administración pública, la mayor parte de la economía venezolana y la base de datos de todos sus ciudadanos. Si se habla de Valdés, no es llamativa la presencia de un hombre de su confianza, el veterano general Alejandro Ronda Marrero, conocido como “el general de los pinchos duros” que, como jefe de Tropas Especiales del Ministerio del Interior, comandó la introducción de armas en Carrizal Bajo, Chile, en 1986, para el Frente Patriótico Manuel Rodríguez y la operación de asesinato del presidente de facto Augusto Pinochet (“Operación Siglo XX”). No sería esta operación de suministro de armas la única que comandaría Ronda Marrero. Un año más tarde, el 7 de diciembre de 1987, sería el responsable del puente aéreo con el que Cuba surtió de un poderoso arsenal al gobierno panameño del general Manuel Antonio Noriega. Y tras las armas llegaron los instructores cubanos para organizar e instruir a las Fuerzas de Defensa y los “Batallones de la Dignidad” ante una posible invasión de los EE.UU. Hecho que sucedió el 20 de diciembre de 1989 durante la “Operación Justa Causa”. Otro alto militar que fue observado es (o fue) el general de Brigada Herminio Hernández Rodríguez, asesor y comisario político de la Sala Situacional del Palacio Miraflores. Es un experto en operaciones urbanas y en manejo de situaciones de crisis. Maneja la Orden de Operaciones para enfrentar (incluyendo empleo de las Milicias) situaciones de desorden civil.
Lo más llamativo –por no decir escandaloso- es que en el palacio presidencial existe una “sala de situación” conectada en tiempo real y completo, a través de un cable oceánico, con otra “sala de situación” en La Habana, Cuba, desde donde llegan los requerimientos y las órdenes.
Además, en el Palacio Miraflores existe una presencia militar “castrista” muy fuerte al establecerse que alrededor del presidente Maduro existe un primer “anillo de seguridad” integrado por cubanos. Al margen de la seguridad, como parte de la protección existen otros cubanos dedicados a satisfacer sus necesidades personales: cocinero, médicos y camareros. A estos datos poco conocidos, existen acuerdos secretos firmados por el ex Ministro de Defensa venezolano con los cubanos destinados a reestructurar la División de Inteligencia Militar (DIM) y crear el Grupo de Coordinación y Enlace de la República de Cuba (CRUCE) integrado por asesores militares cubanos para inspeccionar unidades militares y entrenar soldados venezolanos. Este organismo unifico los planes operativos con la nueva doctrina de guerra. Lo cierto es que miles de cubanos trabajan hoy en Venezuela en la administración pública, la Presidencia, los ministerios (hasta en la cancillería) y las empresas públicas, pero también hay médicos, enfermeras, odontólogos, científicos, maestros, informáticos, analistas, técnicos agrícolas, de electricidad, obreros y en áreas culturales. Y, por supuesto, están aquellos más temidos, quienes se desempeñan en las áreas de seguridad, inteligencia e incluso las Fuerzas Armadas. Así como hay seguridad para el Presidente lo hay también para el actual Ministro de Defensa, general Vladimir Padrino.
Otro militar de alta graduación que visitó Venezuela en 2017, para presidir operaciones de defensa conjuntas fue el vice ministro de Defensa, general Joaquín Quinta Solá, ex veterano de la lucha contra el gobierno del dictador Fulgencio Batista dentro del “Movimiento 26 de Julio”. También va a intervenir en la batalla de Playa Girón (abril de 1961) e integrar el contingente cubano de “solidaridad revolucionaria” en la guerra de Angola. En febrero de 2019, sin inmutarse ni sonreír, firmó el documento “Manos fuera de Venezuela”, en una ceremonia de respaldo a la soberanía de este país que se realizó en el Estado Mayor del Ejército Central cubano. Durante el acto se dio lectura a la carta abierta del presidente bolivariano Nicolás Maduro dirigida al pueblo de los Estados Unidos, y a la reciente Declaración del Gobierno Revolucionario cubano que condena la aventura militar imperialista contra Venezuela. Así, en resumidas cuentas, Venezuela, la Perla de la Corona del antiguo plan de Fidel Castro durante la Guerra Fría, revive la pretensión cubana de extender su influencia en América Latina. Lo mismo que intentó hacerlo a través de la guerrilla a partir del 8 de enero de 1959, lo llevó a cabo sin tirar un tiro gracias a Hugo Chávez Frías y su más sólidamente con su sucesor Nicolás Maduro Moro. Lo saben bien las víctimas del “Foro de San Pablo” --que alimenta sus operaciones a través del hambre del pueblo venezolano— en, por ejemplo, Colombia, Chile, Bolivia y Ecuador. En pocas palabras, como afirmó el exiliado general Antonio Rivero (pidió su retiro en 2010), “hay una intervención, hay una injerencia, una invasión, hay una violación flagrante permanente de nuestro sistema de seguridad y defensa en la cual opera una fuerza militar extranjera que mantiene sometida nuestra soberanía de Estado.” Así, América Latina parece acariciar un futuro nada prometedor. Una vez Winston Churchill, durante una visita a Nueva York en 1948, fue preguntado por un periodista qué pensaba de América Latina. El viejo líder británico respondió: “Latinoamérica es el continente del futuro, pero lo será siempre.”
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