Nunca imaginé que iba a desear con tanta urgencia ser sodomizada. Y mucho menos a los 58 años. So-do-mi-za-da. Sí. Hasta hace poco ni siquiera sabía lo que significaba esa palabra. De hecho, la tuve que googlear y encontré que la sodomía es un término de origen religioso que hace referencia a determinados comportamientos sexuales, comúnmente utilizado para describir el acto del sexo anal. Supe entonces que sodomizar es someter a alguien a penetración por vía anal, en un uso despectivo, y que sus sinónimos son culear en el Cono Sur y encular en España. Pero ahora mismo, el horror: estoy atada al respaldo de una cama infecta en un telo de mala muerte, esperando que un Sergio —¡un Sergio, qué espanto!— decida qué hará hoy con mi cuerpo y con mi destino. Y eso no es lo peor. Lo peor es que disfruto muchísimo de estos encuentros perversos, los gozo hasta el éxtasis: me encanta chorrearme entera en las sábanas más hediondas sobre las que haya posado mi culito blanco de ascendencia europea. Sea cual sea la vejación que Sergio me tenga preparada para hoy, mi ano y yo la esperamos ansiosa, casi desesperadamente.
Con Malala y las chicas nos gustaba bailar arriba del parlante. En Mau Mau, Afrika, Le Club, Trumps, New York City. Qué lindos tiempos. Mi ex era un celoso de mierda, pero al menos en ese entonces yo le importaba. No sé si me quería, si tenía pánico de algún día perderme o si le gustaba exhibirme —o exhibirse conmigo—, como quien muestra un trofeo que se mira y no se toca: noten qué buena está mi mujer y sepan que en un rato se va conmigo. Entrábamos a La Munich, a Clarks, a Lola, a Harpers, a Hippopotamus o a lo del Gato Dumas y nos tiraban una alfombra. No es por nada, eh, pero mi lote de amigas siempre fue de primer nivel. Éramos lindas y divertidas, chicas de buenas familias que solo querían pasarla bien un rato antes de casarse para toda la vida y tener un montón de hijitos cuanto más rubios mejor. Éramos también extensiones de nuestros maridos, mucho antes de que existieran las otras extensiones que sirven para comprar zapatos en el shopping, o las que se usan para aparentar más pelo que el que una tiene. Nosotras pasábamos a usar el apellido de ellos, incluso cambiábamos las firmas. Muy impersonal todo. Visto a la distancia resulta bastante patético: cuando nos separamos perdimos hasta nuestra identidad. Fue muy duro reformularnos la vida entera, incluyendo el modo de presentarnos en público cuando los divorcios se convirtieron en una epidemia. Ellos empezaron de a poquito a mirar a chicas más jóvenes y fueron cayendo en nuevos brazos hasta que no quedó prácticamente ninguno sin volverse pendeviejo. Casi todos habían potenciado sus herencias, habían hecho bastante plata propia en su momento de mayor productividad y resultaron blanco fácil para cualquier chiruza trepadora con el culo reef. Aquello de: le debo mi fortuna a mi primera mujer y mi segunda mujer a mi fortuna. Algunos hasta dejaron caer un: el hombre tiene la edad de la mujer que tiene al lado. Por favorrrr. No son más que tipos mayores tiñéndose las canas y comprándose motos choperas. Nosotras, casi todas descendientes de familias acaudaladas, nos lanzamos en brazos de un ejército de cirujanos plásticos y personal trainers que, más allá de su afán por consolar MILFS, nos mantienen lo más vigentes que pueden. Una lucha sin tregua contra el paso del tiempo que cada quien libra a su manera.
A Sergio lo conocí en los grupos. Tuvimos que infringir una de las normas básicas de AA para poder cumplir esas fantasías tan profundas que hasta entonces desconocía que estuvieran ahí, expectantes. Al primer approach lo saqué cagando y nos peleamos, pero a la vez siguiente empezó a halagarme tan decidido, que al rato ya estábamos cogiendo como conejos. No entiendo del todo cómo sucedió, me activó como un cortocircuito interno, me volteó el sistema. Sergio tiene diecisiete años menos que yo, lo cual me resulta casi tan traumático como que se llame Sergio. Además, y esto es una sospecha porque no lo tengo comprobado, deduzco que trabaja como fumigador. Confirmarlo resultaría lapidario para la ¿relación? o lo que sea que nos une por estos días. En realidad el dato no haría más que cuajar a la perfección en el cóctel molotov que resulta de la mezcla de un alcohólico en recuperación con su edad apenas pasando los 40 y el inaceptable nombre escogido para él por sus padres. O sea, el hecho de salir por las noches a exterminar cucarachas por la ciudad no lo redimiría de nada de eso, no lo convertiría en Batman sino más bien lo contrario. Pero los vínculos, en especial los amatorios, se presentan casi siempre de las maneras más inesperadas, y la verdad que a este no lo vi venir. Simplemente un compañero de adicciones apareció de la nada, empezó a decirme cosas lindas y me hizo sentir de una forma que ya había olvidado. Llevaba mucho tiempo sin que nadie fuera galante conmigo: lo único que escuchaba era reproches, descalificaciones, comentarios peyorativos. Hacía tanto que no me decían un piropo, que el primero que me lanzó Sergio me resultó casi inverosímil, como dirigido a otra persona.
No sé muy bien qué fue lo que pasó. Estoy en bolas, tirada boca abajo, con toda la espalda enguascada. Al lado mío hay un tipo que se llama Sergio con la pija todavía enhiesta y borboteando. Me gustaría levantarme e interrumpir el contacto con estas sábanas pringosas, juntar mi ropa y salir corriendo en busca de un taxi. Pero tengo miedo. Miedo de olvidarme de lo que es un orgasmo. Ese mecanismo corporal que vivió apagado dentro de mi cuerpo durante más de 58 años y que este fucking Sergio acaba de despertar, contra todos los pronósticos. Bueno, en realidad es mentira: no me asusta no recordar, porque el polvazo que me echó recién este hijo de puta, el orgasmo múltiple que me arrancó a bombeo limpio, ya entra en la categoría de inolvidable. Estoy en éxtasis. Siento que me cogí a mi propia menopausia. De lo único que tengo miedo es de quitarme el lechazo que tengo en la espalda, tan puro, tan caliente y tan protector que me lo tatuaría como un mapa de la tierra prometida, del lugar al que quisiera llegar mi nueva yo.
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