Entrevista a José Abadi: “Los argentinos no se van del país, los echan”

El psiquiatra y escritor reflexiona sobre por qué muchas personas eligen irse del país y continuar su vida en otra parte. “La trama vincular está rota”, dice, y apunta a la imposibilidad argentina de “crear comunidad”

José Eduardo Abadi es uno de los psiquiatras más respetados de la Argentina. Autor de una decena de libros, Director Académico de la Licenciatura en Psicología de la UADE y fuente de consulta de toda una generación que intentó entender cosas tan complejas como el amor, la soledad, el sexo y la felicidad, ahora se animó a hacerse una pregunta que no tiene -no puede tener- respuesta feliz. ¿Por qué se van del país los argentinos que se van del país?

Se lo preguntó en su propio Instagram, y ahí mismo ensayó una respuesta: “no se van, los echan”, dijo. En los comentarios del posteo creció la discusión, algunos de acuerdo, otros no, pero todos tratando de entender el por qué.

En esa misma línea va esta conversación con Infobae, en la que intentamos ver la raíz de la salida, las posibles soluciones, y por qué de algún modo lo que falló fue la construcción de una comunidad.

-Hace pocos días hizo una reflexión en su Instagram en la que decía que los argentinos que se van del país no lo hacen porque quieran sino porque los echan. ¿Podrías ampliar esta idea?

-Una sociedad, desde el punto de vista psicológico, es una trama vincular. Es una estructura en la cual desde que nacemos vamos construyendo una identidad, que es singular e individual pero también es una individualidad social. Y esa trama vincular que conforma esa sociedad tiene que tener entre otras funciones la de contenernos y nutrirnos. Protegernos incluso. Esa trama vincular es una especie de red parental, tiene la función de generar el espacio donde uno pueda crecer. Cuando eso falta se genera un sentimiento muy profundo de abandono, de angustia, de soledad.

El psiquiátra y escritor José Abadi conversó con Infobae desde su casa. "La única salida para muchos parece ser la salida", dice.

-¿Nuestra sociedad no estaría cumpliendo su rol contenedor?

-Y además muchas veces esas ausencias protectoras son sustituídas por conductas distorsivas que se manifiestan muchas veces como expulsión de ese lugar que tendría que estar allí para recibirnos, para alojarnos. Quien no recibe la contención necesaria se siente en una intemperie agresiva. Y ese carácter amenazante genera defensas reactivas, una de las cuales es depositar la mirada en otro horizonte, irse, dejar el lugar de carencia en el que se estaba, casi como víctima de agresiones, y partir para otro lugar donde puedan encontrar la búsqueda de esa identidad individualidad y de esa identidad social.

-Muchos, se vayan o no, dicen que Argentina es un país agresivo para vivir.

-La situación en la Argentina genera muchas veces una vivencia de exterioridad amenazante y agresiva que lleva a que uno busque un afuera que tenga paradojalmente una interioridad que lo cuide. En este clima de soledad y en función de una ausencia que no debiera ser (y que se siente como un abandono), y de una agresividad en función de conductas distorsivas que pretenden suplir lo que no está, uno siente que su lugar aquí no solamente queda bloqueado sino que se siente amenazado y se va en busca de un alimento mucho más nutritivo y vital. Entonces, no están eligiendo irse por una frivolidad respecto a pretensiones indebidas, sino que están buscando un amparo.

-Estas conductas distorsivas que se ejercen, ¿las ejerce la Argentina, la sociedad, el gobierno, la fatalidad misma de ser argentinos? ¿dónde las podemos ver?

-¿Qué sería lo que compone la Argentina expulsiva? Sería una cierta indiferencia o incapacidad de quienes dirigen, sería una cierta dificultad nuestra de poder discernir a quién hay que elegir y a quién no, sería una tendencia al pensamiento mágico que tenemos como sociedad, que nos ancla en la ilusión en lugar de la esperanza. Sería las ganas de ver la realidad según nuestro deseo y no de una observación racional y lúcida, que sea mucho más objetiva… Y tendría manifestaciones claras como la mentira (que a veces son promesas incumplidas pero que se sienten como mentiras), la corrupción, que es sacarte lo que te corresponde dejándote en una situación privativa y de carencia donde corro peligro para un beneficio indebido del corrupto), la falta de estímulo a un proyecto. Cuando no se crean las condiciones de respeto para el diálogo se deriva en ausencia de escucha. Cuando pasa todo eso uno se siente allí en un no lugar, y en un no lugar que se puede convertir en expulsivo y amenazante. Y entonces me voy porque no me alojás.

Más allá de su análisis, Abadi asegura que en su caso personal debería ser una situación muy extrema para que recomiende a una hija irse del país.

-¿Por qué cree que hay oleadas de gente que se va? No recuerdo muchos momentos de la Argentina reciente en la haya habido un país que ofreciera ese amparo y ese alojamiento. Sin embargo, hay momentos en que la gente se va y momentos en que no.

-Yo creo que hace muchos años que en la Argentina no hay comunidad. La comunidad es que haya lazos importantes, que haya vínculos, que mi condición esté vinculada a la tuya, que cuidarte a vos me de seguridad a mí, que tengamos una historia común en la que más allá de la preocupación que tengamos por nuestra individualidad, haya un argumento que supera la individualidad. Eso brinda un sentimiento de pertenencia, de mística, de historia, una historia común. Eso brinda un sentimiento de tenacidad que lo hace sentir a uno parte de algo que va más allá de los límites del propio ser, ¿no? Esas cosas son las que permiten formar comunidad. Y sin todo eso hay un sentimiento de aislamiento, que se convierte en refugios narcisistas o en sentimientos de desamparo, que a veces derivan en depresiones o en violencia, y por supuesto, nos priva de proyectos.

-¿Qué nos falta para poder crear esa comunidad?

-Hay algo que yo aprendí leyendo historia. El emperador Augusto (del Imperio Romano) en un momento lo llama a Mecenas, su asesor, y le pregunta por qué las legiones romanas que han invadido Grecia no logran someter a los atenienses. Y Mecenas le dice que los griegos son muy difíciles de convertir en esclavos porque son libres, y son libres porque tienen un argumento que los supera y los hace sentir en un proyecto más allá de la individualidad. Y tiene que ver con un viejito ciego, un tal Homero, que les escribió la Ilíada, la Odisea, donde ellos sienten que tienen raíces en héroes, en dioses. El asunto es que han construido una historia que les genera una potencia que les da libertad y les da futuro.

-¿Cómo reaccionó Augusto?

-Tuvo una idea muy interesante. Podría haber mandado más legiones hasta suprimirlos, pero en cambio le dijo a Mecenas: ¿tenemos a alguien que pueda escribir una Ilíada para nosotros? Tenemos gente a la que apoyamos: Virgilio, Horacio, Catulo… Mecenas titubea pero finalmente dice que le diría a Virgilio. Y le pide que lo escriba sin mencionar a nadie del poder actual, sino que hable de los campesinos, de los legionarios… que necesita que haya una identidad que los haga ser más allá de lo efímero de su condición de mortales. Y Virgilio escribe la Eneida, y Roma inaugura el periodo de supremacía cultural más importante. ¿Y cuál argumento común tenemos en la Argentina? ¿Cuál Eneida tenemos acá? ¿Cuál historia tenemos que nos integre y no que nos divida?

-Lo único que nos falta es un buen libro…

-Si la Eneida o la Iliada fueran solamente un libro, te diría que falta un libro. Pero la Eneida, como la palabra, tiene una carga generadora, reformuladora e impregnadora del espíritu de un determinado grupo que la convierte en protagonista de un destino común. Podemos decir que se trata de un libro con otras condiciones: palabras que dicen, hablan, y escuchan.

"Yo creo que hace muchos años que en la Argentina no hay comunidad", asegura José Abadi.

-Hablamos de desamparo, de falta de proyecto común… Durante el gobierno de Macri había también muchas personas que se iban del país y el discurso común de esos que se iban era que se sentían “desamparados”, que había un Estado ausente que los había abandonado. Y ahora un montón de gente que se va que habla de un Estado atosigante, que te expulsa… De un modo u otro, muchos terminan afuera.

-Un Estado que te expulsa por la fuerza, a los empujones, con agresión directa; o que te expulsa a través de una forma de crueldad muy particular de esta posmodernidad, que es la indiferencia.

-Si uno te abandona y el otro te expulsa… ¿cuál es la salida?

-Bueno, la salida para mucha gente parece ser la salida... Por eso tenemos que preguntarnos si vamos a cambiar el terreno, si vamos a generarlo, si vamos a dar la posibilidad de que se convierta en un lugar en el que se pueda sembrar. ¿No? Donde podamos de algún modo instalar el amor por el otro entre los argentinos, si podemos lograr una sociedad que tenga una bandera que hable de la ternura y no de la violencia.

-¿Tiene muchos pacientes que hayan decidido irse o que le hayan expresado motivos de angustia concretos?

-Tengo muchos pacientes que me hablan de su frustración, tengo otros pacientes cuyos amigos o hijos están pensando mucho en irse… Los hijos aluden en gran parte a esa condición de hijos frustrados, hay muchos hijos de gente que uno conoce que están buscando seguir estudios afuera con la idea de quedarse.

-Hay una estigmatización o cierto enojo con la gente que decide irse también, ¿no?

-Algunos comprenden, otros no, muchos se enojan, lo sienten como un abandono, muchos lo sienten como una cobardía, muchos tienen envidia… Son muchas las reacciones, no conozco una sola.

"Tengo muchos pacientes que me hablan de su frustración, tengo otros pacientes cuyos amigos o hijos están pensando mucho en irse", cuenta.

-¿Qué podríamos hacer los ciudadanos o el gobierno para que desaparezca esta sensación de desamparo?

-Una de las primeras cosas que uno trabaja con un paciente es si esa persona que consulta en función de un sufrimiento tiene conciencia de ese sufrimiento. Y si hay voluntad de trabajarlo. Y tiene que saber que el resultado no es un puerto de llegada específico, sino cambiar a una manera de vivir que lo haga sentir el impulso de vida y el interés por el otro. Si no tiene esas condiciones (conciencia de enfermedad, esfuerzo y tiempo), y quiere en cambio que las cosas se conviertan por arte de magia, de ninguna manera hay salida. Por eso mucha gente se pregunta si la pandemia traerá aprendizaje. El aprendizaje necesita de la voluntad de aprender, que es la humildad de reconocer que no se sabe, la capacidad de preguntar lo que no está respondido, y el ejercicio de convertir aquello que se recibe en algo propio.

-¿Cuánto de todo esto que hablamos hoy tiene que ver con la pandemia?

-La pandemia nos produjo un cimbronazo y el manejo que se hizo de la pandemia, con algunos aciertos y muchos desaciertos, ha creado una situación que naturalmente generó angustia, ansiedad. Lo prolongado de toda esta enfermedad llevó a que la noción de porvenir sea muy difusa y por lo tanto se pierde el sentido en la cotidianidad. Pero también si tratamos de trabajar los oasis que en esta misma crisis aparecieron a lo mejor podemos encontrar algunos lugares donde poder encontrarnos y lograr cambios.

-Lo corro de su rol profesional y le pregunto al José Abadi persona: si usted tuviera que dar un consejo a una hija, o un hijo, ¿le diría que se quede o se vaya? Porque ahí, en la cuestión emocional, se dirime mucho.

-Tenés mucha razón. Tengo tres hijas que viven acá. Ellas tres y yo pensamos distinto el uno del otro, lo cual es bueno y a veces me hace mala sangre pero es bueno. A ver… yo me considero un pesimista esperanzado. Y cuando me siento pesimista quiero convertirme en un optimista lúcido. ¿Qué quiero decir con esto? Que creo que tenemos potencialidades, que soy partidario de buscar la alternativa, la combinatoria, y tendría que ser una condición muy límite para que les diga que renuncien y se vayan. No. Sino yo mismo me hubiera ido, y yo quiero quedarme acá para intentar una alternativa en mi querido país.

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