Pasión por educar y educando con pasión. Compromiso 24/7. Enamorado del servicio a los más pobres. En pandemia fue imprescindible estar cerca de los que iban quedando muy lejos. Dando espacio primordial a la escucha y a la construcción de la palabra propia. Así conduce el Secundario del colegio La Salle de González Catán, el hermano Sergio “Checho” Franco, un profesor de Historia muy especial.
— Hablemos sobre tu colegio...
— Es el La Salle de González Catán. Dentro de la red de escuelas La Salle, somos la Fundación Armstrong compuesta por Nivel Inicial, Primaria, Secundaria, y un espacio que articula con otras propuestas por el barrio. Es la Asociación Civil “Cirujas” que empezó con la recuperación de materiales, y tomaron fuerza en torno a una huerta orgánica de organizaciones familiares, con una granja educativa que está en el predio del colegio. También funciona Primaria y Secundaria para adultos. Proyecto muy grande y muy lindo. Y el proyecto “Envión” con el que acompañamos a jóvenes de la provincia de Buenos Aires.
— ¿Y específicamente el Secundario que dirigís?
— Dentro del Secundario llevamos adelante una propuesta de formación profesional con un régimen especial de promoción justamente para ofrecer alternativas a los secundarios que estaban dejando a la mitad de los chicos afuera. La promoción especial consiste en que pueden pasar con más materias y durante el año tienen reuniones con los profes para recuperar lo que quedó pendiente del año anterior, cosas que antes eran innovaciones y con la pandemia fueron forzadas a hacer en todas las escuelas. La pandemia fue un naufragio en muchas cosas y parte de nuestro país venía naufragando de antes. La escuela puede ser esperanza, balsa de derechos y dignidad. Ojalá nuestros chicos puedan ir a la universidad y puedan trabajar, si lo precisan, con las herramientas cualificadas que les dimos: electricidad, plomería.
— ¿Cómo es el entorno en el que se encuentra el Colegio?
— Estamos en González Catán, ciudad de La Matanza que, lamentablemente, tiene mucha población empobrecida. Mi comunidad es muy bonita y mayormente pobre. La escuela tiene más de 100 años. Empezó como un proyecto que acompañaba a una Argentina de ese tiempo con un internado agrícola. Luego, con las migraciones del 50, 60, 70 y las actuales, seguimos respondiendo a un barrio que tiene otras demandas. Ahora busca hacer educación popular desde una experiencia fuerte de un Evangelio que libera y transforma. Nosotros vamos fuerte por la inclusión y poniendo adelante el derecho a la educación porque en Argentina, lamentablemente, hay muchos que se quedan afuera. Buscamos ser un lugar de posibilidad y de organizarse para que el aprender tenga sentido, sostenga a los niños y jóvenes en la escuela con lazos comunitarios bien fuertes y que abra puertas que son sus derechos. Somos una comunidad que se ha ido enamorando de vivir la escuela así.
— ¿Qué es la educación popular?
— Es pensar la escuela, los aprendizajes y el acceso a la cultura en un diálogo profundo con la situación cotidiana de un montón de personas. No pensar ni la Matemática, ni la Filosofía ni la Literatura ni la Ciencia solo desde algunas categorías de la academia y de la universidad sino enraizada y hablando desde la experiencia y las necesidades vitales de este pueblo, estas familias que quizás no pueden trabajar y se organizan como pueden para poder vivir. Ejemplo, pensar desde un arroyo que pasa al lado de la escuela y que está contaminado porque no ha sido posible hasta ahora sanearlo, organizar la convivencia para ese cuidado, y analizar cómo impacta en la vida y entenderla así. Están viviendo una concreta situación de pobreza. Son quienes se ven atravesados por muchas violencias de distinto tipo a las que sí conocen, les pueden poner palabras y, sobre todo, construir una palabra propia, una posición ante la vida, ante la historia. A los lasallanos nos enmarca fuerte ese Jesús que andaba con los más pobres y anunciando desde ahí “la buena noticia” y transformando toda la historia.
— ¿Por qué la orientación en Comunicación?
— En nuestra escuela se trata más de aprender a escuchar, de generar condiciones para construir palabra, por eso está orientada en Comunicación: tenemos una radio donde los chicos ponen en palabras su vida, su barrio, sus sueños, sus dificultades y donde aprendemos a hacer, nos animamos desde lo que sabemos a hacer algo nuevo. Podemos transformar el barrio, trabajar mejor, conseguir empleo, pensar la familia de una forma mejor.
— El proyecto radial se llama “Demoliendo radios”. Provocador…
— La idea es aprender a hacer algo menos marcado por lo que llega del mercado y más por cómo queremos que sea. Demoliendo las radios conocidas y tratando de ser una nueva con la voz de los chicos y las chicas que operan, conducen, piensan y se forman para eso. Cuentan su mirada del barrio, de los problemas para hacer notas.
— ¿Hace cuánto que te dedicás a la educación?
— Tengo 35 años aunque, pasando esta pandemia, parecen muchos más (risas). Como alumno del La Salle de Argüello en Córdoba siempre estuve metido en muchas cosas que el mismo colegio me iba proponiendo. En el Secundario daba una mano con catequesis, estuve en pastoral juvenil, en el centro de estudiantes. La escuela me viene construyendo desde siempre. Me crié a dos cuadras del cole que era mi casa, mi lugar de referencia.
— Y un día, se encendió la chispa.
— Hacia el final del secundario, en una experiencia particularmente de fe en mi caso. Me invitaron a una opción en la que valoré la riqueza de lo comunitario y nos abrimos a algunas experiencias de servicio: apoyo escolar y merendero. Tenía 15 años. Juntamos algunos amigos más e íbamos una o dos veces por semana. Fui sintiendo cosas muy fuertes: dos horas que hubiera gastado en cualquier otra cosa, jugando en la compu o lo que fuera, estaban siendo significativas para otras personas, les estábamos haciendo la vida un poquito más bonita. Y surgió una pregunta entre nosotros: ¿Qué pasa con quienes viven en situaciones de pobreza? ¿Qué pasa con aquellos que tienen problemas con cuestiones de su dignidad y sus derechos, y no se encuentran acompañados? Eso me empezó a mover algunas fibras.
— La educación, el servicio iban calando hondo en tu corazón.
— ¡Sí! Porque, al mismo tiempo, sentía que cuando explicaba, me entendían bien. Le estaba agarrando el gustito a enseñar. En Córdoba, un profesor de 5º año hablaba de Historia y nos volaba la cabeza. Vivíamos y pensábamos la Historia: eso me apasionó. Esto me fue dando la idea de ser docente que no me cerraba porque, como sabemos, en Argentina la docencia no está bien remunerada. Por mi contexto familiar, no era lo previsto. El mandato social más fuerte era estudiar Administración, Contabilidad, que es la orientación que elegimos con mis amigos, trabajar en una empresa y hacer carrera. Mi idea se completaba pensando en que, pasados unos cuantos años, ya con hijos grandes y con la economía estabilizada, estudiaría el profesorado de Historia. Tenía también el sueño de irme a La Cumbrecita para enseñar Historia. El mundo soñado donde las cosas que me gustaban quedaban para después.
— Parece que hubo alguna alteración en aquellos proyectos adolescentes…
— Todo esto venía medio suelto y, por una chica que me gustaba, empecé a ir a cantar al coro de la misa. Yo no tenía una vivencia religiosa fuerte, pero me enganché con la música. Ahí nos propusieron hacer una experiencia de retiro. Y fui. Una señora de una casa que nos dio hasta lo que no tenía, por recibirnos, en un ranchito en medio del monte... Vivir eso, en un contexto de retiro, fue una experiencia de fe muy fuerte que me fue marcando. Me hacía sentir a Dios muy presente, diciéndome: “jugátela, animate” pero no sabía a qué. Planteaban que vivir en profundidad la vocación de cada uno es un pasito de santidad, la que toque, la que sintamos que Dios nos ofrece y nos hace más plenos. Eso consiste en vivir bien y profundamente lo que te toca hacer, la tarea que sea, llena de la alegría de saber que lo que estamos haciendo cambia la historia porque hace al Reino presente.
— Y entonces el colegio de Malvinas en Córdoba apareció en el radar…
— Sí. Ya estaba en 5º Año. Había estado en la inauguración, había visto algo hermoso pero no entendí qué pasaba. Y fui para allá. El cole está en un barrio muy pobre de Córdoba y la escuela es muy importante, marcó su historia. Ayudar en el aula, ver cómo vivía la comunidad y lo que pasaba en el barrio en torno a ese proyecto me revolucionó la cabeza. Entre lo comunitario, la búsqueda de fe, transformar la realidad de los pobres y ser educador dije ¿por qué esperar a llegar a viejo, por qué no animarme y probar ahora? Y así empecé a madurar la idea de ser “hermano”. Y hermano lasallano.
— ¿Qué es ser “hermano” lasallano?
— Somos varones que nos consagramos comunitariamente desde nuestra profesión y tarea a transformar la realidad desde el Evangelio. Juan Bautista de La Salle (1651-1719) era un sacerdote francés que, arrancando la modernidad, percibe que los chicos -primero arma propuestas para los huérfanos y después sale lo de las escuelas- precisaban un espacio de cuidado, dignidad y preparación para otra vida distinta que la que la calle les estaba ofreciendo. Con esos primeros maestros se constituyeron de a poco en lo que hoy conocemos como “hermanos”. Una comunidad que se arma para dar respuesta a la situación de vulnerabilidad —en aquella Francia del siglo XVII— a los hijos de los pobres. Posiblemente esas escuelas hayan ayudado a que fuera posible la revolución francesa también. Se rompían los techos de cristal. Ahí se constituye una comunidad que entiende que Dios la llama: no es de sacerdotes porque no se dedica desde la parroquia a administrar sacramentos sino que, desde una profesión concreta —en nuestro caso, enseñar— a hacer presente el reino, a ser colaboradores de Dios transformando la vida de la gente, especialmente de los más pobres.
— ¿Hacen votos?
— Sí, son los compromisos que enmarcan lo que queremos vivir en comunidad: voto de pobreza -ponemos todo en común al servicio-, voto de castidad -toda nuestra pasión y capacidad de dar está en la escuela que nos demanda por entero- y voto de obediencia, de ser fieles a lo que discernimos juntos, reforzados por algunas cosas propias ya que nuestro proyecto siempre fue frágil y amenazado, hoy por la pandemia y cuando nació porque creó contracultura. Nosotros nos asociamos para el servicio educativo de los más pobres y desde ahí ir transformando la realidad.
— ¿Cómo le respondés a un pibe, a un joven que quiere acercarse a Dios?
— Lo primero es ver qué lo está moviendo y ayudar a escucharse. Que se anime a buscar espacios que enamoren, a salir de lo que sabías de vos ante ese amor y después discernir. ¿Este amor adónde me lleva? Algo muy rico de la tradición judeo-cristiana es que a Dios se lo escucha en el silencio pero también mirando la realidad. Nosotros vivimos una espiritualidad de los ojos bien abiertos. Yo hablé con personas concretas que me invitaron a espacios que, al vivirlos, me hicieron descubrir cosas en mí que no sabía. Y la fe me fue ayudando a descubrir a Dios, a abrirme a hacer cosas por otros, para ver esas riquezas que están y que, a veces, ni siquiera creemos que están, no las exploramos. A esos chicos les diría que se animen a experimentar, a hacer cosas que los encuentren con otros, que los saquen de lo conocido y ahí aparece lo mejor de uno. A mí me abrió otro mundo ver mi cara en los ojos de un chico aprendiendo a leer. Hubo algo ahí que me dijo “es por acá”. Para los creyentes es Dios que nos abre a mirar de otra manera a la humanidad.
— ¿Cómo están atravesando la pandemia en tu colegio?
— La pandemia nos agarró en una situación muy difícil. Muchas de nuestras familias están muy empobrecidas. El aislamiento y no poder trabajar (la mayoría de las veces trabajo informal) cerró la posibilidad del ingreso básico. Muchas familias se dedican a la construcción; otras, limpiando hogares. Como escuela siempre colaboramos con lo alimentario con la campaña “Pongamos la mesa” para esta familia. Ayudamos con entrega de alimentos, a los que están con Covid se los llevamos a la casa. En este tiempo de pandemia el auto de la comunidad hizo más kilómetros que nunca. Acompañamos las situaciones de vulnerabilidad, en las situaciones de violencia de los chicos hacía falta estar.
CLASES EN PANDEMIA: QUE NADIE QUEDE AFUERA
— ¿Cómo asumieron el cierre de las aulas en el 2020 y cómo mantuvieron el contacto con las familias y los chicos?
— Primero con ingenuidad: creímos que sería por poco tiempo. Nos sumamos a la educación virtual. Y acá apareció la diferencia con otras escuelas: nosotros tenemos muchas familias que no tienen acceso a datos de internet y/o dispositivos. Tuvimos que prepararnos para acompañar la situación con calidad y fluidez sin dejar afuera a nadie. Ahí armamos Classroom y, con quienes podíamos colaborar, agregarle datos a las familias que tuvieran algún dispositivo para que los chicos entraran a sus clases. Poquitos Meet o reuniones virtuales para no gastar los datos. Eran más las clases asincrónicas con todas las mediaciones que pudiéramos y WhatSapp como herramienta.
— ¿Funcionó?
— Nos costó y con todo el esfuerzo igual nos quedaron chicos afuera, algunos náufragos. Nos propusimos una solución un poco itinerante de ir a las puertas de las casas de quienes más lo estaban necesitando y se nos estaban cayendo por otras situaciones de la vida —las falencias familiares explotaron con el encierro— desde ahí, desde la puerta con los cuadernillos trabajar juntos (se emociona). En algún espacio verde cerca de la escuela también nos encontramos para que los chicos pudieran preguntarnos y saber cómo estaban.
— ¿Y este año?
— Los pasos que dimos el año pasado nos ayudaron y este año estamos mucho mejor preparados. Classroom y, afortunadamente, con un espacio en la escuela para venir un ratito, encontrarse con sus profes, sacarse las dudas, recuperar, con organizadores que en la escuela están y en casa no: un banco, una mesa, un aula, un lugar pensado, unos horarios, personas para ayudarte a aprender, una merienda. En casa quizás tienen que trabajar para ayudar, cuidar a los hermanitos, todos estudiando con un solo celular cuando son muchos en el mismo horario, en el mismo lugar. Ahora que se puede, vienen a la escuela con todos los cuidados. De todos modos, estamos presentes ayudando con alimentos, ropa de abrigo, colchones, frazadas, ropa en general, útiles, cargas de datos para acceder a internet: todas las ayudas son bienvenidas. Los colegios La Salle trabajamos en red y ponemos todo en común, es decir: no hay escuelas pobres y escuelas ricas, sino que todas nos sostenemos en común. Somos todos los colegios lasallanos trabajando juntos. Es un tiempo duro, de emergencias y urgencias. Pero no aflojamos.
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Sergio tuvo experiencias en el La Salle de Malvinas en Córdoba, el de Paraguay, el de San Martín en provincia de Buenos Aires y en el de CABA, mientras cursaba el noviciado: “Cambiar la realidad en todas las dimensiones de la vida. En todas partes hay fragilidades, búsquedas hermosas, dolor para acompañar. ¡Yo a la semana me enamoro de los proyectos! Ojalá todos podamos trabajar por una Argentina más justa, más plena, más libre”.
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