La Argentina, cien años atrás: “Teníamos una gran posición internacional y un prestigio bien ganado”

Durante las décadas de 1910, 20 y 30, “la gran política del Estado argentino fue su política exterior”, afirma el embajador Juan Archibaldo Lanús. El país, con Chile y Brasil, mediaba en un conflicto entre EEUU y México y el mundo “celebraba a una nación que iba a ser una gran potencia”

De izq a der: el canciller Honorio Pueyrredón, el embajador Rómulo Naón, Hipólito Yrigoyen, el canciller Ángel Gallardo y Marcelo T. de Alvear

En el año 2001, Juan Archibaldo Lanús escribió Aquel apogeo. Política internacional argentina 1910-1939 (reeditado por Biblos, en 2015). En el prólogo al libro, el también diplomático Hipólito Paz (1917-2013) decía que recorrer ese período de la historia es sumirse “en una profunda melancolía”.

“La brillante política exterior conquista para la Argentina una posición de prestigio y un status en los asuntos continentales y mundiales rara vez alcanzado en períodos posteriores, afirma Lanús en esta historia de un período de nuestra diplomacia.

Pensemos que, entre junio y mayo de 1914, Argentina, Brasil y Chile participaban de las conferencias de Niagara Falls como países mediadores entre los Estados Unidos y México evitando una guerra internacional. El Pacto ABC (Argentina, Brasil, Chile), pacto de No Agresión, Consulta y Arbitraje fue firmado al año siguiente, en 1915, como un mecanismo de consulta y, aunque con imperfecciones, diferencias y algunos roces, en esos años hubo un accionar coordinado entre los tres países y, especialmente, una vocación de protagonismo en el escenario mundial e, incluso, la ambición de contrabalancear en parte la creciente influencia estadounidense en la región.

En charla con Infobae, Juan Archibaldo Lanús, abogado y diplomático de carrera, que representó a nuestro país ante diversos organismos internacionales y en Francia y autor de numerosos ensayos, ofrece algunas de las claves de esos logros.

Juan Archibaldo Lanús

Continuidad en la política exterior, diplomacia de nivel, un plantel de profesionales idóneos, libertad de opinión. “Ser embajador de un gobierno no era óbice a que manifestaran sus opiniones personales” y la jerarquía de los diplomáticos era respetada por los funcionarios del Ejecutivo, afirma.

Se escuchaba a los que sabían, podríamós decir, y es inevitable el contraste con los últimos tiempos.

“Los documentos elaborados por la Cancillería eran de un gran nivel intelectual y alto contenido informativo”, agrega Lanús. Como afirma en su libro: “¡En aquellos tiempos la Argentina no podía ser representada en el exterior por cualquier persona!”

La política exterior, sigue diciendo, fue “la gran política del Estado, cuyo rumbo no fue alterado ni por las disidencias internas ni por los afanes de notoriedad mediática de sus protagonistas”.

“El país tenía un gran prestigio bien ganado -reafirma ahora, ante la consulta de Infobae-. Nuestra intervención como mediadores desde el ABC entre Estados Unidos y México fue muy importante. La Argentina sostenía toda una visión compatible con lo que estaba pasando, con un derecho internacional sudamericano cuyos principios inspiran a la Carta de San Francisco. Se actuaba con gran coordinación con Brasil y Chile; en ese momento eran los principales países independientes del mundo, porque hay que recordar que en los otros continentes no había habido descolonización aún”.

El representante argentino en Estados Unidos, Rómulo Naón (con bastón), en la conferencia de Niágara Falls (1914)

“Se fue creando -agrega-, con Brasil, Uruguay, México y Chile, grandes protagonistas, en base a la defensa de principios como el de no intervención, la paz y la seguridad en el continente, lo que podemos llamar panamericanismo, basado en el compartir una misma cultura política y una historia común”.

Lanús destaca también “el concepto de una continuidad del Estado por encima de los vaivenes de la política”. Un recambio presidencial no implicaba necesariamente el recambio de todos los representantes diplomáticos. Por caso, al asumir Hipólito Yrigoyen la presidencia en 1916, mantuvo en su puesto a Rómulo Naón, representante argentino en Washington designado por Victorino de La Plaza.

La neutralidad que la Argentina adoptó ante la Primera Guerra Mundial no fue una improvisación, aclara. “Fue la postura seguida en casi todos los conflictos desde el siglo XIX: frente a la guerra entre Chile y España en 1865, entre Chile, Bolivia y Perú, la Guerra del Pacífico (1873), entre España y Estados Unidos (1898), la guerra rusojapones de 1904, entre Italia y Turquía (1911), y luego también en los Balcanes (1912 y 1913). La posición era tomar nota y mantener la neutralidad y decir que se apoyaría la aplicación de las reglas del derecho internacional”.

La del 14, de todos modos, por ser la primera gran guerra, generó un verdadero debate y posicionamientos a favor y en contra. “Cuando Argentina se pronunció, gobernaba Victorino de La Plaza, y fue una política con contenido moral; no por eso se era pro alemán. De hecho, Estados Unidos también fue neutral, hasta abril de 1917. (El presidente Woodrow) Wilson fue un adalid de la neutralidad. En la posición argentina, los principios se impusieron a los intereses de la coyuntura política”.

El presidente Hipóllito Yrigoyen recibe un homenaje de un representante del gobierno italiano (1920)

Uno de los principios en que se basó la neutralidad fue el de la no intervención en asuntos internos de otros Estados. “Argentina fue adalid de la independencia de los estados latinoamericanos. Ya en 1899, en la Primera Conferencia Panamericana, Roque Sáenz Peña llevó una posición antiimperialista muy fuerte. Y muchos de los posicionamientos de Argentina iban bastante dirigidos a Estados Unidos y a su intervencionismo en países americanos. Hipólito Yrigoyen, por ejemplo, hizo que, de regreso del norte, un barco argentino se detuviera a saludar a la bandera de la República Dominicana ocupada por Estados Unidos desde 1916”.

Pese a todo, sostiene Lanús, esta política no dejó resentimiento con Estados Unidos. En enero de 1921 el secretario de estado de los EEUU Bainbridge Colby visitó la Argentina.

El Centenario de 1910 había sido “la celebración de un pueblo que había encontrado su lugar en la Historia”, escribe Lanús. La Argentina era una tierra de promisión que despertaba “una similar atracción que el sueño americano”.

“La Argentina era percibida por todos los analistas como un país que iba a ser una gran potencia -sostiene el diplomático-. Eso se ve muy claro en 1910. Los diarios del mundo celebraban al país. Por ejemplo, en abril de 1910, el Diario de Madrid destacaba el ‘soberbio despertar’ de la Argentina cuya fuerza aniquilará todo lo que se oponga a su paso’, y el Times de Londres en diciembre de 1909, publicaba una larga separata con introducción de Estanislao Zeballos que decía: ‘La transformación social, económica y política de la Argentina es uno de los sucesos asombrosos de los últimos tiempos’. Argentina era ‘la Tierra Prometida del Hemisferio Sur’”.

El Príncipe de Gales, Eduardo Windsor, visita la Argentina. En La Plata, en carruaje junto al gobernador de la provincia de Buenos Aires, José Luis Cantilo (19 de agosto de 1925)

En Aquel apogeo, Lanús describe un país con “vocación de modernidad” que buscaba “el mejor camino para garantizar más libertad y más prosperidad a sus ciudadanos” y que “copió del mundo lo que parecía adaptable a sus circunstancias, inventó para mejorar lo propio de sus tradiciones sociales, importó lo que no podía producir, admiró desde el principio las tecnologías nuevas que le permitían explotar sus inagotables recursos”. Y agrega: “La razón de ser de la euforia que inicia el Centenario es el reflejo de esa doble valoración: somos grandes en el mundo, estamos seguros del futuro”.

Hay un mito que se ha confirmado, dice Lanús, en referencia al lugar que ocupaba la Argentina en el ránking mundial: “En 1995, una investigación del Centro de Desarrollo de la OCDE produjo un importante estudio sobre la economía mundial desde 1820 en adelante. En 1913, por su producto bruto per cápita, Argentina ocupaba el puesto 10 entre los 56 países estudiados, de Europa, América, Asia y África. Por encima nuestro sólo estaban Bélgica, Alemania, Países Bajos, Suiza, Gran Bretaña, Australia, Canadá, Nueva Zelanda y EEUU”.

A la inversa, hay datos que contradicen otros mitos. “La intervención del Estado argentino en la economía fue una constante de la historia del país”. Una participación activa, aunque con bajo gasto público y concentrado en algunos servicios básicos: educación e infraestructura.

Ahora bien, advierte Lanús, Argentina “se benefició de un contexto internacional que le fue francamente favorable hasta la Primera Guerra Mundial”. El país, que había desarrollado y modernizado su producción agropecuaria, estaba preparado para exportar sus productos ganaderos y cerealeros aprovechando esa coyuntura. “El mundo, hasta la Primera Guerra fue muy favorable a los intereses exportadores de Argentina. Esto se manifiesta en el proceso de globalización que se inicia con la anulación de las leyes de trigo en Inglaterra en 1846, una etapa liberal abierta, en el mundo entero bajan los aranceles”.

En síntesis, “dos hechos favorables: globalización y buques frigoríficos”.

Hipólito Yrigoyen mantuvo la política de neutralidad ante la Primera Guerra Mundial declarada por su antecesor, Victorino de la Plaza

Pero también en esos años habrá un tránsito de un mundo favorable a un mundo hostil.

“La guerra del 14 marca una ruptura de ese mundo favorable. Y el mundo se vuelve para la Argentina cada vez más hostil, por dos fenómenos muy negativos para nuestra posición internacional: el proteccionismo y a partir del 30 el intervencionismo de Estado. Es el fin de la globalización. Caen los vestigios de la economía mundo que a partir de entonces se va a ir cerrando. Estados Unidos, que a principios de siglo había abierto sus mercados a todos los productos argentinos, en 1926 prohíbe la importación de carne argentina, e irá incrementando su proteccionismo”.

También se complican las cosas con “nuestro gran cliente que era Gran Bretaña”, cuando ésta “establece las preferencias arancelarias para sus dominios”, señala. Es la razón de la misión encabezada por el hijo de Roca que culminará en la firma del pacto Roca-Runciman en 1933.

En paralelo al cambio externo, hay también crujidos internos. Tampoco esas décadas habían sido idílicas. Hubo huelgas, violencia, el asesinato del jefe de Policía, represión en la Patagonia y durante la llamada Semana Trágica, revueltas universitarias, proliferación de conventillos… “Se apagan las luces del Centenario y surge toda la revuelta interna del país”.

Desde “el mundo de la literatura”, dice Lanús, empiezan a alzarse voces contra “el optimismo exagerado” de la época y críticas al orden liberal. “El país liberal, con sus grandes principios y su sistema basado en el fraude, empieza a ser criticado. Podemos citar el Diario de Gabriel Quiroga de Manuel Gálvez; La Restauración nacionalista de Ricardo Rojas y el Ariel de Enrique Rodó con su ‘nordomanía’”.

Las críticas van dirigidas a la “falta de espiritualidad”, al “exceso de cosmopolitismo”, a la “ausencia de nacionalismo”, al “culto a la fachada”, a la “deserción del Estado”, a la “inautenticidad de los argentinos”. Crítica al “cosmopolitismo extranjerizante”, al Estado corrupto, a la superficialidad y al materialismo.

También hay agitación de ideas: socialismo, anarquismo… Surgen principios nuevos: énfasis en la soberanía, el antiimperialismo y la no injerencia.

“La generación del 80 -dice Juan Archibaldo Lanús- era antiespañola, anticatólica, anti indio, anti gaucho… Una generación posterior va a empezar a rescatar la herencia española con una visión antiliberal. Es en ese marco que Yrigoyen instaura el 12 de Octubre como Día de la Raza, en referencia a la hispanidad. Cuando Ricardo Rojas hace la Historia de la Literatura Argentina comienza con Del Barco Centenera… Es el reencuentro con la religión católica, el Congreso Eucarístico, la consagración de la Argentina a la Virgen. También la reivindicación del país mestizo. La modernidad en la Argentina para a ser la vuelta al gaucho, a la tierra, a la selva. Ricardo Güiraldes se harta de París y predica la doctrina del regreso y el rescate de la Argentina profunda”.

La profunda melancolía a la que aludía Hipólito Paz surge del sentimiento de que Argentina no ha logrado una síntesis duradera entre las distintas tendencias que la atraviesan, una integración a sí misma y al mundo, y en cambio protagoniza vaivenes y va de crisis en crisis. Y, como cada vez que nos sumergimos en una, surge el sentimiento de la Argentina inconclusa, de una promesa incumplida.

“Como dice Halperin Donghi, fue sin duda un gran proyecto”, cita Lanús.

El repaso de la “apasionante política internacional”, en palabras del autor de Aquel apogeo, que caracterizó a la Argentina de hace cien años, más allá del doloroso contraste con el presente, debería servir para comprender que aquel liderazgo se basó sobre todo en la imaginación, en las ideas. Un liderazgo de concepto al que la Argentina históricamente aspiró y al que parece haber renunciado por completo.

Sorteando la nostalgia, revisitar el pasado puede brindar algunas claves de ese gran proyecto inconcluso y realimentar la voluntad de llevarlo a cabo.

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