El horror en primera persona: “Papá, basta, no me gusta, mis compañeras no son iguales con sus papás”

A. fue abusada y violada por su padre desde los 9 hasta los 19 años. En el juicio oral contó lo que vivió, los intentos de suicidio, la perdida de sus amigas y el proceso que la llevó a denunciarlo. “Quiero que se haga justicia por esa A. de hace cuatro años que pensaba que se tenía que matar para salir de ahí”

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La audiencia virtual en la que A. contó los abusos y violaciones de su padre durante 10 años
La audiencia virtual en la que A. contó los abusos y violaciones de su padre durante 10 años

“Era siempre la misma técnica. Entraba a la habitación, cerraba la puerta, bajaba la persiana hasta que quedaba todo a oscuras, se fijaba que mi hermano esté durmiendo, lo tapaba y ahí empezaba”.

Hace cuatro años A. no pudo contenerlo más. El desahogo llegó por algo que puede parecer tan simple como el cambio de clave de la computadora, pero que para ella era mucho más. Era otro símbolo del sometimiento de su padre. Y no lo resistió más. Le contó a su mamá que hacía 10 años, desde que tenía nueve, su papá abusaba de ella. Que lo hacía de manera reiterada, en distintos lugares, que ella se negaba, que le decía “vos sos mi papá” y que él seguía. Que lo único que quería era morirse.

Durante dos horas, A. contó hace unas semanas en el juicio oral contra su padre cómo fueron esos 10 años. Cómo empezaron los abusos, cómo siguieron, qué le decía él, cómo impactó en su vida, las amenazas, los intentos de suicidio, la perdida de sus amigas y cómo logró ahora recomponer su vida.

“El primer recuerdo fue a partir de los 9, 10 años, cuando mi mamá empezó con cáncer de mama. Yo iba al colegio primario y no entendía muy bien qué le pasaba pero sí que estaba muy mal porque ya se le había caído el pelo por la quimioterapia y estaba en cama. Tengo el recuerdo que mi hermano estaba en la habitación y yo estaba en el comedor con mi papá mirando la tele. Lo primero que hizo fue abrazarme, me subió encima suyo y abrazándome me empezó a mover. Yo tuve una sensación rara porque sentí algo raro cuando él se movía. Y le pregunté qué hacía y él me decía ´no, no pasa nada, no pasa nada´. Después de ese momento fui a ver a mi mamá a la habitación y estaba dormida”.

“Después empezó a ir a mi pieza durante la noche. Tengo el recuerdo de estar mirando la tele, en ese momento dormíamos con mi hermano en la habitación. Teníamos una cama cucheta, mi hermano estaba arriba y yo abajo. Él se fijaba que mi hermano esté durmiendo, dejaba la tele prendida a veces y venía y me empezaba a acariciar, a hablarme y me tocaba la cola y la vagina por encima de la ropa. Yo no entendía qué pasaba y le volvía a preguntar qué era lo que estaba haciendo y me decía que estaba bien, que él era mi papá, que confíe en él, que estábamos empezando a practicar para cuando yo sea grande. Me daba besos en la boca, yo lo intentaba correr y me decía que todo eso estaba bien porque en Italia los papás hacían eso con sus hijas”.

“A mis 11 años, un día mi mamá se fue con sus amigas y nos quedamos solos con él. Estábamos en la pieza y en ese momento era muy fanática de una banda, Jonas Brothers, y le empecé a mostrar canciones y como me gustaba el inglés se las traducía. Un tema que se llama “Burnin´ up”, creo que es ardiendo en español, no dice nada raro pero él intentaba distorsionar la letra y darle como algo sexual. En una parte, la canción dice como que quiero entrar en la lava y él me dice ´está hablando de una chica, que quiere entrar a su vagina, que quiere estar con ella, que quiere hacer eso´. Y yo me enojaba, le decía ´papá no, no están diciendo eso´. Y de nuevo intentaba tocarme. Me enojé, me asusté y la llamé a mi mamá. Le decía llorando que la extrañaba, que cuando volvía”.

A., que tiene 23 años, declaró por videoconferencia y pidió que su padre, de 47 y preso en la cárcel federal de Marcos Paz, no estuviera mientras ella hablada. La jueza Marcela Rodríguez le explicó que entendía su situación pero que como imputado tenía derecho a estar presente y que para que esté más cómoda, él iba a tener su cámara apagada para que no pueda verla, ni ella a su padre.

“Me empecé a dar cuenta que esas cosas estaban realmente mal cuando iba al colegio y veía a mis compañeras que no tenían la misma sensación que yo con mi papá, que era una situación rara y de incomodidad que no terminaba de entender por qué eso estaba bien”.

“Después que me diera cuenta que con mis compañeras no pasaban lo mismo, lo intentaba sacar y le decía que le iba a contar a mamá y él me decía que no tenía que contar nada porque mamá se iba a poner mal y la iba a enfermar de nuevo. Yo le decía que lo podía denunciar y podía ir a la cárcel, y me decía que podía ir a la cárcel pero cuando salga me mataba a mí, a mi mamá y a mi hermano. En ese momento íbamos a la iglesia y le decía a él que lo que me estaba haciendo estaba mal y que íbamos a ir al infierno y él me decía que no íbamos a ir al infierno. A veces me decía ´si hija, tenes razón, perdóname, no entiendo qué me pasa, no puedo controlarlo, pero voy a pedirle a Dios que me perdone y que me ayude a controlarlo”.

“Cuando me indispuse por primera vez, a los 11 años, él empezó a venir más seguido a la pieza, una vez por semana. Ya para eso momento me dijo que estaba creciendo, que estaba hermosa y empezó a sacarme la ropa. Me tocaba por debajo de la ropa la cola, la vagina. Intentaba darme besos siempre. Lo frenaba y le decía ´papá, basta porque no me gusta, porque mis compañeras no son iguales con sus papás´. No solo me tocaba, además intentaba meter la lengua en mi vagina. A veces me rozaba muy fuerte y me dolía y yo intentaba no gritar porque mi mamá y mi hermano dormían. Cuando hacía algún quejido me decía que me calle. No entendía que me estaba pasando. Miraba las noticias y cuando pasaban los casos de violación no podía creer que me esté pasando a mí. Él era mi papá y estaba todo bien y de un día para el otro se distorsiono todo”.

“De día era otra cosa. Íbamos a comer, al cine los cuatro. Jugábamos, nos reíamos. Y a la noche era otra cosa distinta. Intenté hablarlo con una maestra que tenía en sexto y séptimo grado, que siempre la amaba y era muy compresiva y muy abierta. Era la primera persona que pensaba en contarle, pero nunca me animé. Tampoco a mis amigas. Yo iba al colegio y tenía buenas notas, fui primera escolta e intentaba hacer de cuenta que no me pasaba nada, que era otro mundo”.

A. transitó su relato entre lágrimas que se derramaban en esos años de infierno. Contó que en séptimo grado se tenía que ir de viaje de egresados y que su papá le daba autorización si dejaba que la toque. Finalmente, no fue. A sus 13 años el papá comenzó a violarla.

El Palacio de Tribunales (Foto NA: Hugo Villalobos)
El Palacio de Tribunales (Foto NA: Hugo Villalobos)

“A la casa mi abuela íbamos a buscar cosas y a veces me decía que lo acompañe. Fuimos, la casa estaba sola y siempre cerraba con llave y prendía la televisión y yo me daba cuenta. Empezaba a buscar lo que necesitaba y en un momento me pide que lo ayude y ahí me empieza a bajar mi pantalón. A veces usaba profiláctico y a veces no”.

“En la adolescencia, a los 16 años, el usaba un gel caliente que me ardía y a veces uno frío que también me ardía. También ahí intentaba sacarme la remera y besarme los pechos y yo no lo dejaba. Cuando cumplí 18 años me dijo que ya estaba grande, que era mayor. Tengo el recuerdo de haber venido del colegio, en casa estábamos solos, fuimos a la pieza, discutimos, lo empujé, me apoyo la cara contra la cama de arriba, me empezó a bajar el pantalón y así parada me empezó a tocar, yo llorando, se bajó los pantalones, se puso el preservativo, e intentó, pero como se dio cuenta que no podía me tiró a la cama y ahí fue cuando entró. Le dije me duele y me hacía ´shh, shh ya está´. Cuando sale me pregunta si estaba bien y yo le decía que no, que se vaya. Y me decía que me traía un vaso de agua y un ibuprofeno. Y era como un cambio completo, dos personas distintas. Era siempre así”.

A los 19 años A. empezó a trabajar en un negocio de ropa y se puso de novia con un chico. Su padre siguió abusando de ella y comenzó a llevarla a albergues transitorios.

“Me llevaba casi todos los jueves, viernes y sábado a un hotel alojamiento después de mi trabajo. Me pedía que le diga a mamá que ese día iba a llegar más tarde porque tenía que quedarme más tiempo en el trabajo. Yo le mentí a mi mamá porque él me amenazaba que si no lo hacía lo iba a matar a mi novio, que lo iba a llamar para contarle que teníamos relaciones. Entrabamos con el auto a los hoteles. Yo iba atrás de él intentando que alguien se diera cuanta que las cosas que no estaban bien porque yo estaba llorando y el recepcionista no decía nada, no se inmutaba de lo que pasaba y yo no entendía cómo no se daban cuenta que era una persona de 40 años entrando con una chica que aparentaba de 15 años. En la habitación yo me resistía, hacía fuerza y me dolía muchísimo y le decía que pare, que basta, basta. Y a veces no le decía nada porque estaba resignada, yo pensaba que toda mi vida iba a ser así, que no había una salida. Que era lo que me tocó, que nací con esta maldición. No me salía el poder hablar o contarlo”.

“Siempre fui forzada, siempre me negué. Y él siempre hablaba en plural, lo hacemos, vamos. Y yo le decía no. En su mundo pensaba que era consentido. Desde chica me hablaba así. Tenía inculcado que no se lo tenía que decir a nadie, me lo decía de chica. Si yo hablaba mi mamá se iba a enfermar de nuevo y yo siempre me quedé con eso. A los 16 años me empecé a cortar los brazos, los costados de la vagina, los costados de la pierna, los pies. Yo me ponía muchas pulseras para que no se note o usaba camperas aunque hiciera calor. Cuando él lo descubrió y me preguntó le dije ´¿por qué pensas que lo hago? Porque me quiero morir, me desquito así´”.

“Al principio era cada tanto, cuando cumplí 11, 12 años era un poco más seguido. Una vez por semana, cada dos semanas. Ya en la adolescencia era día por medio. A veces casi todos los días, o una vez por semana. Pero era más seguido. Y cuando cumplí 18 era todos los días. Los únicos días que no me hacía nada era cuando tenía mi período y los días de mi cumpleaños. Pero se hacían las 12 y él me decía la excusa de que ya no era mi cumpleaños y que a partir de ese momento si se podía. Dos veces me hizo hacer un test de embarazo porque tenía atrasos. Las dos dieron negativo”.

El padre le controlaba el celular en donde le instaló un programa espía. Tenía la contraseña de la computadora y de sus redes sociales. Un hecho puntual vinculado a esa situación le permitió contarlo todo. Tenía 19 años, había pasado por 10 años de abusos y violaciones.

“Yo me sentía ahogada, lo único que pensaba era en suicidarme porque no venía otra forma de salir de ahí. O que él se muera en un choque y no volviera. Yo estaba en la facultad y necesita la computadora para hacer una impresión y él había cambiado las contraseñas. Y eso me dio mucha bronca porque él tenía las contraseñas de todos, del Facebook de mi mama, mía, de mi hermano. Y me fui a la pieza de mi mamá, me puse a llorar porque lo único que quería era imprimir cosas para la facultad. Mi mamá no entendía lo que me pasaba, exploté y le conté todo. Lo que me pasaba desde chica hasta hacía una semana. Mi mamá no entendía pero me creyó. Mi hermano estaba ahí y dijo ´ya sabía, escucho todo desde que cumpliste 15´. No lo podía creer porque él nunca hizo ruido, siempre pensaba que era un secreto mío, que estaba acá guardado”.

A. y su mamá hicieron la denuncia en la policía. Su padre estuvo prófugo un año hasta que fue detenido. “Perdóname”, le dijo él una de las veces que llamó a la casa y que ella lo grabó.

“Quiero que se haga justicia, que se haga justicia. 10 años. Yo no tuve infancia. Hay cosas que mis amigas me contaban que hacían con sus padres y yo no tuve padre. Quiero que se haga justicia por esa A. de hace cuatro años que pensaba que se tenía que matar para salir de ahí”.

Gabriel Vega, Alejandro Noceti Achával y Marcela Rodríguez, los jueces que condenaron al padre de A.
Gabriel Vega, Alejandro Noceti Achával y Marcela Rodríguez, los jueces que condenaron al padre de A.

El juicio

El padre de A. se negó a declarar en el juicio que llevó adelante el Tribunal Oral Criminal 10. Los jueces Alejandro Noceti Achával y Gabriel Vega lo condenaron a 25 años de prisión por los delitos de abuso sexual simple, abuso sexual gravemente ultrajante y abuso sexual con acceso carnal, todo agravado por ser el padre y porque la víctima tenía menos de 18 años. Los magistrados señalaron que los hechos fueron “en un número indeterminado de oportunidades”. También fue condenado por el delito de corrupción de menores. La jueza Rodríguez votó en disidencia en el último delito y su condena fue de 20 años. El fiscal Oscar Ciruzzi había pedido una condena de 30 años de prisión.

Los tres magistrados rechazaron el pedido de libertad, fijaron que la pena de 25 años vence el 28 de junio de 2043, cuando podrá salir de la cárcel, e informaron del veredicto al Registro Nacional de Datos Genéticos Vinculados a los Delitos Contra la Integridad Sexual para que al padre de A. le extraigan una muestra genética para que conste ante otros posibles casos. El condenado podrá apelar la decisión para que sea revisada por la Cámara Nacional de Casación Penal.

Además de todos los abusos él me controlaba mucho, me presionaba, me hacía sentir nada. Era pisarme y encerrarme. Me sentía nada. Mis amigas se alejaron de mí porque se enteraron que me revisaba el teléfono. Me arruinó la vida. Desde que hablé estoy un poco mejor. Tengo problemas de autoestima, de ansiedad. Ni bien hablé fue como que exploté y salí a la vida. Tengo privacidad, decisión de mi cuerpo. Siento que esto es como un sueño, nunca pensaba que iba a hablar, que eso iba a pasar. Lo único que pensaba que él se iba a morir o yo me iba a morir. Ahora estoy construyendo mi vida, tengo mi novio que es una persona muy buena. Vivo con él y me siento acompañada. Toda la gente me creyó a la que se lo conté. Mis amigas que se habían alejado volvieron. Me dijeron que no se habían alejado por mí, sino por el padre tóxico que tenía”.

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