El 15 de julio de 1974, mientras almorzaba con unos amigos en el modesto restaurante “Rincón de Italia”, en la localidad bonaerense de San Justo, Arturo J. Mor Roig, el ex Ministro del Interior del presidente de facto Alejandro Agustín Lanusse, fue asesinado por un comando de la organización Montoneros. Primero entraron al lugar dos muchachos bien entrazados y sin mediar palabra vaciaron sobre su cuerpo los cargadores de sus pistolas. Luego entraron otros dos con armas largas y lo remataron. Entre el inicio y el final mediaron 32 balazos. En “Crónica de una guerra negada” del ex teniente coronel Jorge H. Di Pascuale se afirma que participaron del asesinato los montoneros Eduardo Molinete, Horacio Arrué (“Pablo Cristiano”), Marcelo Kurlat (“Monra”), Máximo Nicoletti (“Alfredo”), Alberto Girondo Alcorta (“Mateo”) y dos personas más no identificadas. Para los que estudiaron a la organización terrorista sus nombres no son desconocidos. Por ejemplos, “Pablo Cristiano” y “Monra” Kurlat, ex Fuerzas Armadas Revolucionarias y luego Montoneros, participaron en el asesinado del sindicalista José Ignacio Rucci. La muerte de Mor Roig fue también una operación de alto nivel concretada por expertos en ahogar vidas.
Ese 15 de julio murió un gran dirigente político que había pertenecido al radicalismo y era mucho más que un ex funcionario de un gobierno de facto. Mor Roig había solicitado ser argentino porque había nacido en Lérida, España, durante 1914 y con sus padres se había instalado en San Pedro, provincia de Buenos Aires. Desde allí comenzó su “cursus honorem”: abogado, doctor en Ciencias Políticas, concejal en San Nicolás, senador provincial, diputado nacional en 1958 y presidente de la Cámara de Diputados durante la presidencia de Arturo Illia. Tras el golpe que entronizó al general Juan Carlos Onganía se dedicó a su profesión y nunca dejó de hacer política. Tras el derrocamiento de Onganía y el corto mandato de Roberto Marcelo Levingston (junio de 1970-marzo de 1971), al asumir la presidencia de facto el teniente general Alejandro Agustín Lanusse pensó en él. Antes de conocer cómo fue designado Ministro del Interior, Mor Roig había impulsado en 1962 con Ricardo Balbín la “Asamblea de la Civilidad” con la intención de consolidar un nuevo sistema democrático que terminara con las interrupciones políticas. Casi una década más tarde el mismo Mor Roig consideraba que se debía fomentar un sólido acuerdo entre los partidos políticos entre los que integraban La Hora del Pueblo y las Fuerzas Armadas. Ese acuerdo debía apoyarse sobre dos sólidos pilares: un programa mínimo de gobierno y una coincidencia en cuando a una salida constitucional con un acuerdo de los partidos y los militares. Los que lo conocieron saben que impulsaba una candidatura presidencial. En 1971, cuando Lanusse llegó a la Casa Rosada ya existía, desde el 11 de noviembre de 1970, La Hora del Pueblo.
La historia del futuro Ministro del Interior comenzó en enero de 1971 (aún gobernaba Levingston) cuando José Luis “Luisito” Cantilo, ex dirigente radical, ex Ministro de Defensa del presidente José María Guido y pariente de Lanusse lo llevo a almorzar al Comando en Jefe del Ejército. No fueron solos, también concurrió el dirigente Antonio Tróccoli, más tarde Ministro del Interior de Raúl Alfonsín. Según informes de la época, Lanusse se quedó impresionado por el estilo y la bonhomía del Mor Roig. En cambio Tróccoli se mostró un tanto fogoso ante algunas aseveraciones del militar.
Con la asunción de Lanusse comenzó a desarrollarse dentro de La Hora del Pueblo un intercambio de posiciones cuando se le ofreció a Mor Roig un alto cargo en el gabinete político. El radicalismo, al principio, rechazó el ofrecimiento y ahí entro a jugar la opinión del delegado peronista Jorge Daniel Paladino. “Yo pensé que si íbamos a un proceso electoral, era mucho mejor que hubiera un Ministro del Interior político”, aparece diciendo el representante justicialista en unos memos de la época. Frente a la negativa del radicalismo, Paladino lo llamó a Enrique Vanoli, hombre de extrema confianza de Balbín, para decirle: “Creo que habría que reconsiderar el tema Mor Roig”. La respuesta de Vanoli fue que Balbín ya había tomado una decisión “a no ser que usted lo llame”. Horas más tarde el jefe radical y Paladino se sentaron a dialogar en una oficina de la avenida Córdoba. Antes de ese encuentro varios integrantes de La Hora del Pueblo se comunicaron con Balbín para que reviera su posición. Entre otros Leopoldo Bravo, Horacio Thedy, los conservadores populares y socialistas.
El diálogo en la avenida Córdoba comenzó así:
Paladino: ¿Mor Roig es hombre que a usted le merece confianza?
Balbín: Totalmente.
Paladino: Siendo así, el justicialismo está totalmente de acuerdo, es más, pide que el doctor Mor Roig acepte la designación. Esta tarde en la reunión de La Hora del Pueblo yo voy a proponer que acepte, así le facilito a usted la gestión.
Para el acuerdo radical se jugó una interna entre varios dirigentes, mientras el futuro Ministro observaba el debate desde las oficinas de Cantilo. Juan Carlos Pugliese se oponía, Tróccoli consideraba que debía aceptar, lo mismo que César García Puente. El cordobés Conrado “Cacho” Storani también se inclinaba por la aceptación pero meses más tarde lo combatió duramente cuando comenzó a trabajar con Raúl Alfonsín y hacerle la oposición a Balbín. Entre otras razones, los radicales no olvidaban el papel del radical Carlos Alconada Aramburu, Ministro del Interior del presidente de facto Pedro Eugenio Aramburu en 1958, la derrota de Balbín y la victoria de su gran adversario Arturo Frondizi.
La reunión decisiva del polo político se materializó en las oficinas de la revista económica “Análisis” y hasta allí llegó el coronel Francisco Cornicelli que explicó el objetivo político de la presidencia de Lanusse; la apertura política y el Gran Acuerdo Nacional. De esta cumbre salió Arturo Mor Roig ministro del Interior. Tras la asunción del gabinete presidencial, Paladino se traslado a Madrid a hablar con Juan Domingo Perón. Según supo relatar, uno de los objetivos de ese desplazamiento era decirle a su Jefe que había que terminar con “los intermediarios” y que él debía reunirse directamente con un militar en actividad: “Puede ser un general o un coronel” y Perón eligió lo segundo. El general que se proponía para el encuentro era Tomás “Conito” Sánchez de Bustamante, jefe del Primer Cuerpo. Paladino se comunicó con Vanoli y éste con Mor Roig y Cornicelli viajó, en abril de 1971, con nombre supuesto a París y luego a Madrid. A pedido del delegado justicialista, Corniceli fue de uniforme. Ese día llovía, y entró en la “Quinta 17 de Octubre” de Puerta de Hierro con su piloto castrense y la gorra sobre las rodillas en un Seat 125, propiedad de Isabel Perón. Desde 1955, era la primera vez que un alto oficial del Ejército en actividad se veía cara a cara con el ex presidente constitucional. El encuentro, por pedido de José López Rega, se grabó y Cornicelli se dirigió a Perón como “mi General”. Según Paladino, en esa reunión se abrió un camino, “se dio la seguridad de que se iba a una democratización del país y comenzaron a solucionársele a Perón varios reclamos personales.”
El final de la gestión ministerial y la historia personal de Arturo Mor Roig son ya conocidos. Todo terminó en un gran fracaso en 1973: Paladino dejó de ser delegado de Perón a fines de 1971. Lo reemplazó Héctor J. Cámpora que llegaría a ser presidente constitucional por 49 días y tras un interinato del diputado Raúl Lastiri, el 12 de octubre de 1973 el teniente general Perón asumiría por tercera vez la presidencia de la Nación. Antes y después de este día la violencia guerrillera hacía temblar a la Argentina.
Juan Domingo Perón murió el 1º de julio de 1974. A los pocos días, llevados por Guillermo Cherashny, dirigentes de la Juventud Radical Revolucionaria (balbinista), Mario Eduardo Firmenich, Juan Carlos Dante Gullo y Alberto “Tito” Molina se entrevistaron con Ricardo Balbín y Enrique Vanoli, secretario político del partido. Cherashny y Gullo quedaron afuera de la sala. Posteriormente, Vanoli le contó que los jefes montoneros le habían transmitido a Balbín su preocupación por el papel y creciente poder de José López Rega en el poder. Pocas horas más tarde Isabel Martínez de Perón y Ricardo Balbín hablaron en la residencia presidencial de Olivos.
Tras las referencia que María Estela Martínez de Perón le había transmitido a Ricardo Balbín, cuando éste le fue a dar el pésame el 1º de julio, sobre que su marido le había aconsejado consultar sus decisiones con el jefe radical, estar permanentemente, en contacto con él, Balbín no se sorprendió cuando fue invitado a Olivos a entrevistarse con la presidenta de la Nación, a las 13 horas del viernes 5 de julio. Además ya para ese entonces el invitado conocía los trascendidos que hablaban de que Perón, en su lecho de enfermo, había imaginado en traspasarle el Poder Ejecutivo de la Nación, aunque no se sabía cómo, porque Balbín no estaba contemplado en la Ley de Acefalía.
Cuando Balbín llegó a la residencia presidencial, acompañado de Enrique Vanoli, al ingresar al chalet se encontró con José Ber Gelbard. Al rato fueron llegando los miembros del gabinete nacional, los titulares de ambas cámaras del Parlamento, el presidente de la Corte Suprema de Justicia, los tres comandantes generales de las FFAA, los secretarios generales de la CGT y las 62 Organizaciones y el Secretario General de la Presidencia. Estaba claro, entonces, que no iba a ser una reunión privada dada la asistencia multitudinaria. Para ese entonces los allí reunidos habían leído los matutinos que desplegaron una amplia cobertura sobre las ceremonias finales de las exequias del líder justicialista. Por ejemplo, Clarín había titulado su edición del 5 de julio con un “conmovedor marco tuvo el sepelio de Perón”, cuyos restos descansaban en la Capilla de la Quinta Presidencial hasta tanto se encontrara su destino final.
La cumbre se dispuso en el gran comedor de estilo inglés del chalet presidencial. Luego de los saludos de estilo a cada uno de los presentes, la presidenta de la Nación—o Isabel como se la llamaba—tomó la palabra. Agradeció la asistencia de todos y en especial a Balbín por el discurso que había pronunciado en los funerales de su marido, y que habían tenido amplia repercusión nacional. Seguidamente, planteó un tema que muchos hablaban en privado, sobre la inconveniencia de que José López Rega continuara viviendo en la residencia presidencial, no estando ya Perón. Elogió la capacidad de trabajo y lealtad de López Rega, a “quien Perón consideraba como un hijo”. Preguntó a los presentes qué opinaban aunque la cuestión era otra: se estaba decidiendo cuál sería el papel de López Rega a partir del fallecimiento de Perón. Se dilucidaba el perfil del nuevo gobierno.
El primero en hablar fue el titular de Trabajo, Ricardo Otero, quien se deshizo en ponderaciones hacia su colega de Bienestar Social. La exposición de Otero, observó más tarde Llambí, “me reveló a las claras que el asunto estaba debidamente preparado”. En términos parecidos a Otero se expresó el canciller Juan Alberto Vignes. Ricardo Balbín le explicó a Isabel la conveniencia de preservar la imagen presidencial de manera “inmaculada” y aconsejó evitar la influencia hegemónica del Ministro de Bienestar Social. Teniendo en cuenta el inicio de una nueva etapa del gobierno, había que “quitar del camino” a aquellos factores que pudieran parecer irritativos: “Si usted considera necesario el asesoramiento político del señor López Rega puede seguir contando con él desde las funciones que desempeña como ministro de Bienestar Social”. Este final fue clave porque Balbín, dentro de los límites de la prudencia, intento acotar la geografía de López Rega dentro del Poder Ejecutivo Nacional. El ministro Benito Llambí recordó que Balbín afirmó que no entendía su presencia en la reunión “en tanto se iban a considerar asuntos de gobierno de carácter reservado. Su tono de voz revelaba a la vez extrañeza y molestia.” María Estela Martínez de Perón cerró la reunión con la frase “lo que fue bueno para Perón, será bueno para mí; así como lo que fue malo para Perón, será malo para mí” y mantuvo a José López Rega dentro de Olivos.
Cuando terminó el cónclave, Balbín –que ya estaba molesto—le habría dicho a Taiana que esperaba que fuese la primera y la última reunión de esa naturaleza: “la expectativa creada le hace muy mal al país”. Al subirse al automóvil que lo llevaría de vuelta a la Capital Federal, Balbín le comentó a Enrique Vanoli: “Esto ha sido una trampa”. Horas más tarde de aquella cumbre del 5 de julio en la residencia presidencial de Olivos, Balbín, entrevistado por La Razón dio una respuesta que expresaba un deseo de muchos, pero que no se escuchó: “Pareciera que estamos en un país sin suerte. Todos son episodios que implican imponderables imprevistos. Yo le temo a la descomposición, por eso lucho por esta estabilidad. Es la hora de todos. Idiomáticamente tal vez no sea muy ortodoxo, pero todos debemos ‘empujar’ un poquito”. Algunos dirán que ese cónclave estuvo finamente preparado para ratificar a López Rega. Otros dirán que ese día Isabel “estaba dispuesta” a relevar a López si se hubiera expedido una opinión mayoritaria en ese sentido. Muchos concuerdan con el periodista Heriberto Kahn que ese 5 de julio de 1974 se podía haber reencauzado el proceso institucional, pero es entrar en un juego de hipótesis que la Argentina de esos días parecía no soportar. “Perón ha muerto demasiado pronto” escribió el periodista español Emilio Romero en Madrid, mientras aquí se desataba la guerra por su sucesión en medio de los crímenes de Montoneros y los grupos de ultraderecha.
A los catorce días de fallecer Perón, fue asesinado Arturo Mor Roig, ex Ministro del Interior del presidente Lanusse. Se conoció que fue Montoneros y, más tarde, durante un encuentro entre Balbín y Roberto Quieto, el subjefe de Montoneros, le explicó que “la conducción” había tomado esa decisión (de asesinarlo) para hacerle entender a la Unión Cívica Radical que ellos no podían ser dejados de lado. Tenía todos los síntomas de un mensaje mafiosos. “Era un dirigente radical”, dijo Quieto. Ricardo Balbín le respondió que Mor Roig no era un dirigente radical porque antes de asumir como Ministro del Interior pidió su desafiliación del partido. “Ya no era radical, pero dejó en el partido grandes amigos y un especial respeto”. Después de estas palabras la conversación se terminó.
La violencia crecía a pasos agigantados y era indetenible. El 16 de julio de 1974 era asesinado por Montoneros el director del diario “El Día” de La Plata, David Kraiselburd y el mismo día era secuestrado por el PRT-ERP el empresario español Manuel Rodríguez, dueño de “Tienda Los Gallegos, por quien se pagó un importante rescate. El 17 una columna del Colegio Militar de la Nación fue atacada desde una camioneta y en esas mismas horas una bomba era detonada en el domicilio del presidente de Ford Motors Argentina. El 31 de julio de 1974, un grupo de ultraderecha asesinó en plena Capital al abogado del PRT-ERP y diputado nacional Rodolfo Ortega Peña. El miércoles 28 de diciembre de 1975, el “Negro” Quieto, el mismo que había considerado el asesinato de Mor Roig, sería secuestrado en una playa de Martínez, provincia de Buenos Aires. Como en julio de 1971, intentó resistirse pero no tuvo salida. Esta vez lo introdujeron en un automóvil y no se lo volvió a ver, mientras el gobierno de Isabel Perón negaba la detención del jefe montonero. No había a quién reclamar su paradero para conservar su integridad. La Cámara Federal Penal de la Nación –el “camarón”— de la época de Lanusse y Mor Roig, disuelta el mayo de 1973 por el camporismo, ya no existía. Su condición de “desaparecido” dejó en el aire la sentencia de muerte que por “deserción y delación” le había aplicado el “Tribunal Revolucionario” de Montoneros en febrero de 1976.
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