María Elena Luis Becerra (32) nació en Perú, donde se recibió de enfermera. Hace 11 años que vive en Buenos Aires con su marido, Carlos Luis Becerra, un argentino que trabaja como encargado de un edificio en La Isla, con quien tuvo a su única hija, Alondra (5).
Quienes la conocen, saben de su enorme corazón. En 2020 y en plena cuarentena -angustiada por la creciente cantidad de personas en situación de calle- todos los días preparaba comida y la repartía junto con bolsas de ropa y frazadas. Con una parte de su magro sueldo -que recibía por cuidar a un anciano durante las noches- y con otra parte del salario de su marido, el matrimonio y su hija recorrían a diario las calles de Palermo y Recoleta, para ayudar a quien lo necesitara.
Pero a principios de mayo, fue ella quien necesitó ayuda y no solo económica: también, necesitó de “la ayuda de Dios y de un milagro”, tal como lo recuerda ahora. En abril, su padre Rubén Luis Mateo (53) que vive en Perú, se contagió de COVID y requería oxígeno permanente, con enormes costos diarios en dólares y que su humilde familia no podía pagar. María Elena se había quedado sin trabajo y no lograba conseguir otro, así que juntó sus pocos ahorros con los de su marido y los envió a Lima.
Pero todo su esfuerzo era en vano porque el dinero no alcanzaba para nada, tal como ella misma se lo contó en ese momento a Infobae. “Comprar un tubo cuesta mil dólares y, como no tenemos ese dinero, lo tenemos que alquilar. Mi padre necesita una carga para el día y otra para la noche. Tiene muchísima tos y no lo deja respirar: se ahoga y se agita. Como ya no tenemos dinero, mi mamá consiguió que le presten un tubo, pero hay que recargarlo dos veces al día y cuesta USD 200. Además, el alquiler del aparato cuesta USD 70 por semana y mi familia es muy pobre”.
Para poder ayudar a su padre, María Elena ofrecía su trabajo como cuidadora de adultos mayores, como empleada doméstica o cocinera. Gracias a la solidaridad de los lectores de Infobae y de muchas otras personas que colaboraron, Rubén pudo conseguir más de un mes de oxígeno. Pero su estado se seguía agravando, al punto que tres médicos le dijeron que ya no había nada que hacer.
“Nos dijeron que solo un milagro lo podía salvar y, como nosotros somos una familia muy creyente, nunca perdimos la fe y la esperanza. Yo estaba en Buenos Aires con mi hermana menor, mientras mi mamá y mi otra hermana estaban con mi papá en Perú. Nunca lo internaron porque no había lugar y, además, no teníamos el dinero para hacerlo. Por eso, lo dejaron en su casa y nosotros teníamos que conseguir el oxígeno, pagarle los remedios, los estudios y los honorarios a los médicos que iban a verlo”, le dijo María Elena a Infobae.
A pesar del duro pronóstico de los médicos, que incluso llegaron a decirle que guardaran el dinero del oxígeno para el entierro, la gran fe religiosa de su familia hizo que siguieran luchando económicamente para no interrumpirle el suministro diario.
A la distancia, la angustia de María Elena era desesperante y, con mucho esfuerzo, logró viajar a Perú para despedirse de su padre, quien le había pedido un último deseo: volver a ver a su única nieta, Alondra.
El 11 de mayo, ambas volaron rumbo a Lima en un vuelo de Latam, sin equipaje y llevando solo lo puesto para abaratar costos. Su fecha de vuelta estaba prevista para el 24 de junio, pero todavía siguen varadas en Lima, porque su vuelo ya fue reprogramado en tres oportunidades.
“Me pasé todo el viaje llorando, rogaba que mi papá resistiera hasta que nos pudiera ver. Quería que se fuera acompañado por su familia y cumplir el deseo de ver a su nieta por última vez”, indicó.
El cuadro de salud era tan severo que, apenas llegaron, les aconsejaron buscar lugar en los cementerios porque estaban colapsados. Como Rubén ya no contagiaba -pero la neumonía aún continuaba haciendo estragos en su cuerpo- María Elena y Alondra pudieron estar permanentemente junto a él. Los días en la casa transcurrieron entre llantos desolados, palabras de despedida, promesas, rezos, caricias, besos y abrazos.
“Nos dijeron que tenía el 90% de los pulmones infectados y que, médicamente, no había nada que hacer. Lo máximo que le quedaba de vida eran 3 o 4 días... Apenas lo vi, lo abracé y le dije que todo iba a estar bien. Me miró y me dijo que se había entregado a Dios, porque sabía que era el único que lo iba a poder curar. Estaba seguro de eso. Lo pudimos abrazar desde el primer día que llegamos, porque el médico nos dijo que ya no tenía COVID, solo le continuaba la neumonía”, expresó.
“No teníamos dinero para seguir comprando oxígeno y lo que quedaba era internarlo en Terapia Intensiva, pero no solo no había lugar, sino que había que comprarlo aparte, aunque los pacientes estuvieran internados. Así que, terminan en una camilla, en un pasillo del hospital, y muchos se mueren. Gracias a Dios, una persona -que fue un ángel para nosotros- nos ayudó con el dinero del oxígeno y ahí fue cuando empezó a mejorar”, afirmó.
El “ángel” al que se refiere es un argentino que la contactó en su momento por aquella nota de Infobae, donde María Elena pedía un trabajo para poder ayudar a su padre. Le donó la consulta con una neumonóloga argentina y, de a poco, Rubén empezó a mejorar,.
“La médica me decía que el diagnóstico era reservado y que, si se salvaba, iba a tener que estar permanentemente conectado a la máquina concentradora de oxígeno. Hoy, de a poco, la está dejando, Pero ella le cambió la medicación y lo sacó. Fue la única que nos dio una esperanza muy chiquita, porque los médicos de acá ya no lo querían atender más, ni pagándoles. Estaban seguros que se iba a morir por un paro cardiorrespiratorio”, recordó.
Lo cierto es que, a los pocos días, Rubén empezó a mejorar de una manera que aún hoy los médicos no logran explicar. Pero claro, a pesar de que hoy ya no tiene rastros del COVID en su cuerpo, necesita realizar varias terapias para poder recuperarse y le quedan muchos meses de rehabilitación por delante.
“Mi papá se da cuenta de la situación económica y se desespera por volver a trabajar... de lo que sea, pero quiere volver a trabajar ya. Y no puede hacerlo por indicación médica, porque tiene que hacer rehabilitación pulmonar. Recién, en 6 meses van a poder evaluar las secuelas. Hoy, apenas puede caminar un poco por la casa y se agita muchísimo. Perdió muchísimo peso y masa muscular”, lamentó.
Sus padres trabajaban como panaderos en un local con vivienda, que alquilaban en un barrio muy humilde de Lima. Pero, cuando Rubén se enfermó, ya no pudo ir a trabajar y su mujer, Yola, tuvo que bajar la cortina para poder atenderlo en la casa, donde transcurrió íntegramente la enfermedad.
Hoy, María Elena y la pequeña Alondra están felices y agradecidas por la recuperación de Rubén, quien ahora necesita dinero para pagar todas las deudas que se generaron durante el COVID y, además, seguir cubriendo los medicamentos, los honorarios de los médicos y las sesiones de rehabilitación venideras.
Así fue como María Elena y su madre Yola, dos luchadoras natas, empezaron a cocinar en la casa, donde cada madrugada se despiertan a las 2 de la mañana para preparar desayunos, almuerzos, meriendas y cenas que les venden a los trabajadores que pasan frente a los almacenes de la Aduana. A las 5 y a pesar del frío y la oscuridad, ambas mujeres se ponen detrás de una mesa de plástico y ofrecen sus productos a los transeúntes.
“Vendemos a la mañana y a la tarde, y recién volvemos a las 22 horas. Como mucho, ganamos 15 dólares por día”, contó y estimó los gastos acumulados en unos 15 mil dólares, una suma inalcanzable para una familia tan humilde.
María Elena hubiera preferido poder volver a la Argentina para conseguir un trabajo como el que siempre hizo, cuidando adultos de noche, o como niñera o haciendo tareas de limpieza, pero las restricciones al país también la afectaron a ella y sigue varada. De hecho, aún está sumida en la mayor de las incertidumbres sobre su retorno, mientras la pequeña Alondra llora todos los días porque extraña a su papá.
“Necesito poder volver urgente a Buenos Aires para buscar un trabajo, porque mi familia está muy endeudada y tengo que ayudarlos. Hay que pagar los alquileres de la panadería que quedaron pendientes... Son muchas cosas. Tampoco, tengo manera de mantenerme más con mi hija, porque no tengo un peso. Me quedé sin nada”, lamentó.
“Los balones de oxígeno te los alquilan los prestamistas, que te cobran un interés mensual del 20%, hasta que puedas pagar la suma total. Tuvimos que sacar varios préstamos en los bancos y mucha gente nos ayudó. En el último tiempo, mi papá usaba entre 5 y 6 balones por día. Cada uno, salía unos 200 dólares, y en su estado más grave llegó a usar 6 diarios. Como en los hospitales no habían camas de Terapia Intensiva, los médicos lo iban a ver a la casa y cobraban 200 dólares la visita. Una tomografía cuesta 100 dólares, y es lo más barato que conseguimos, porque en otros lugares nos pidieron el doble. Todos los estudios hay que pagarlos aparte y cuestan una fortuna”, contó.
“Mi papá tiene que seguir haciendo todas las terapias que le indicaron para poder recuperar o, al menos mejorar, su capacidad pulmonar. Mis padres ya no tienen ingresos, porque perdieron la panadería donde trabajaban y vivían, así que terminamos todos en la casa de mi tía, en un barrio apenas un poco menos humilde que el nuestro, pero mejor ubicado para poder moverse”, reveló.
Hoy, María Elena y Alondra solo esperan el momento en que puedan volver a su casa y poder abrazar a Carlos, el marido y papá que hace dos meses no puede verlas y que, desde acá, hizo todo lo posible para enviarles ayuda.
“Lo que nos pasó fue espantoso, no se lo deseo a nadie. Mi papá se salvó de milagro. Nos pasamos noches enteras a su lado, rezando para que le subiera -al menos- un punto de la saturación... De 87 a 88, y eso ya era una alegría inmensa. Se ahogaba todo el tiempo... Leíamos los estudios médicos y daban miedo”, dijo.
“Necesito volver urgente y conseguir un trabajo, ya no podemos seguir varadas acá. Siento impotencia y tristeza, porque vi los festejos del partido de Argentina y Brasil: mucha gente sin barbijo y compartiendo bebidas... Mi papá casi se muere por el COVID pero, por otro lado, a nosotras no nos dejan volver por los contagios... Pero con esa aglomeración ¿no hay contagios? Siento que nos abandonaron, a nosotras y a todos los que viajamos, porque no nos permiten volver a casa. No vinimos de vacaciones, vinimos porque mi papá casi se muere”, finalizó.
Quienes deseen ayudar a María Elena pueden escribirle a su dirección de mail: maelube88@gmail.com
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