Luisa Paz tenía 14 años y ordenaba los caramelos en un kiosco de la vieja terminal de ómnibus de Santiago del Estero. Su mamá limpiaba los baños y le consiguió esa changa. Ella no recibía nada porque -lo poco que le pagaban- iba directo a la olla sin que ella viera un peso. Pero ella aprovechaba para jugar a lo que no podía jugar en su casa. Acomodaba la vitrina, entre ponchos, mates, cigarrilos y pastillas, y se quedaba un rato jugando a las muñecas sin que nadie la retara.
Ella no tenía juguetes y (mucho menos) muñecas. Su mamá la amenazaba con encadenarla si le agarraba los cosméticos -que vendía por catálogo- para probar los labiales frente al espejo. Por eso, aprovechaba a viajar por sus deseos, aunque no se tomara ningún micro, mientras jugaba con las muñequitas collas que poblaban la góndola de artículos regionales, que se ofrecían a los viajeros que buscaban llevarse un souvenir de recuerdo.
Hoy Luisa Paz tiene 58 años y es la Delegada del INADI en Santiago del Estero. Su pasado repasa todas las repisas y violencias que tuvo que sufrir por ser maltratada o expulsada del mundo laboral. La Ley 27.636 de promoción del acceso al empleo formal para personas travestis, transexuales y transgénero “Diana Sacayán-Lohana Berkins” ya es una realidad. El pasado no tiene vuelta atrás, pero pone en dimensión lo que significa garantizar el trabajo y la dignidad.
En su primer trabajo, antes de los 15, ella se ponía algún chocolatín entre las medias porque recién, en ese trabajo, probó la magia del cacao. No conocía el sabor del chocolate, ni se reconocía en un cuerpo que no le era propio hasta que no se apropió de su deseo. También conoció la magia del cine trabajando. A la mañana hacía limpieza y a la tarde era acomodadora. La oscuridad fue otra forma de empleo. Los sábados no se podía quedar de trasnoche por la edad. No se sentía discriminada, pero gracias a la falta de luces del cine nadie la veía y así ella podía pasar inadvertida.
-Llevaba a la gente con la linternita para ubicarlos en las butacas y no se veía si era varón o si era trans, explica. Por eso, la nueva norma, es mucho más que una ley, es hacer foco con una linterna legal, para que nadie más tenga que trabajar en las sombras o ensombrecerse por trabajar. No es solo salir del closet, sino también de la oscuridad y no es, tampoco, solo mostrarse, sino que la linternita ahora ilumine más derechos.
Luisa también trabajó en una fábrica de leche, en un tambo, en donde tenía que hacer fichas de cada vaca, pero la imposición por tener que mostrar que era lo que no era no le permitían concentrarse. “Me costaba mucho hacer una representación masculina. No me aceptaban y yo veía que había resistencias. No me salía bien el trabajo porque tenía que preservar mi imagen masculina porque mis compañeros eran gente de campo, que andaba a caballo y manejaban tractores y estaba demasiado marcado lo masculino y lo femenino”, enmarca. A los seis meses de intentar impostar lo que no era la echaron.
Ella tuvo que poner tanta energía en simular su identidad que no podía concentrarse en las tareas que le asignaban. No ser ella era un trabajo forzado. Por eso, después del despido, decidió construirse como Luisa. Pero el costo de no ser ella era ser migrante. Se tuvo que ir de Santiago del Estero a la Provincia de Buenos Aires. La recibieron en la casa de una persona trans y, a la primera noche, la pararon en una esquina como la única salida laboral posible para su identidad.
“Ahí empecé en el trabajo sexual”, relata. “Tuve que ser expulsada de mi casa para poder constituirme por el género que sentía y pasar por todas las violencias y situaciones horribles que pase. A mi mamá le llevo doce o trece años aceptarme. Pero en ese tiempo la policía bonaerense me violentaba, todos los días”, denuncia.
Cuando volvió a Santiago se puso una verdulería. Después fue de voluntaria al Hospital Independencia. “Nos maltrataron horriblemente porque éramos las mucamas de las mucamas y nos hacían cosas que no correspondían”, recuerda. Su próximo paso fue un taller de costura en el que hacía camperas polar. Aprendió a hacer moldes y a coser. El microemprendemiento no sobrevivió a las crisis y, cuando cerraron la persiana del taller, cuidó a un vecino con discapacidad. Pero ese trabajo se terminó hasta que, por fin, pudo ingresar al INADI.
“Festejo la ley de cupo laboral travesti trans y celebro que haya un Estado presente que acompañe y tome conciencia de la vulneración de derechos que tuvimos. Pero no tenemos que dormirnos en los laureles”, valora y, a la vez, advierte, Valeria Licciardi, de 36 años, que trabaja en IP Noticias y es responsable de Nana, marca de bombachas pensadas para cuerpos de mujeres travestis, trans.
Los avances legislativos son imprescindibles. Pero la sociedad los tiene que apoyar aunque no haya una norma que obligue a contratar gente. “Los cambios son de abajo hacia arriba. Necesitamos el acompañamiento de la gente para que se pueda materializar. Es un avance, un granito de arena, pero las personas trans recién estamos accediendo al trabajo. De todos modos, estamos contentas y muy entusiasmadas de ocupar lugares”, resalta.
“Yo daba clases en escuelas, de gestión pública y privada y desde que decidí visibilizar mi identidad trans en espacios educativos, el único respeto que recibí fue de la comunidad de estudiantes y algunxs colegas que me abrazaron, pero muchos no”, señala SaSa Testa, activista trans no binarie, Magister en Estudios y Políticas de Género, Profesor de Castellano, Literatura y Latín y Coodinadorx del Área “Diversidades” del Centro Metropolitano de Estudios Sociales (CEMES).
“Los cuerpos directivos me seguían llamando en femenino cuando yo había pedido el trato en masculino o en neutro y con pronombres que yo pedí no ser llamado y con un nombre por el cual ya no quería ser llamado”, denuncia. “Había pedido el cambio de los legajos a la ley de identidad de género y, después de un año y medio de esperar el cambio que no ocurría y que me seguían llamando con un nombre que no reflejaba mi identidad, me vi en la obligación de iniciar acciones legales contra las instituciones”, enmarca.
La demanda fue llevada adelante por la abogada Yamila Cirigliano y a la Red de Abogadas Feministas. SaSa tuvo que recurrir a patrocinio jurídico para defenderse del maltrato en las dos escuelas en las que trabajaba porque la actitud negadora de su identidad de género le resultaba insostenible. El cupo laboral trans no solo da trabajo, sino que garantiza que puedan permanecer en los puestos laborales o tener movilidad para no tener que soportar maltratos.
Un 55% de las personas trans y no binarias latinoamericanas sufrió una situación de violencia y acoso en el trabajo. El 56% fueron víctimas de violencia psicológica y un 25% tuvo que escuchar comentarios inadecuados sobre su identidad de género en el ámbito laboral, según una encuesta regional realizada por Bumeran, luego de la aprobación de la Ley de Cupo e Inclusión Laboral Travesti Trans en Argentina.
La encuesta que muestra que el trabajo es un ámbito demasiado hostil y poco diverso para las personas con una identidad de género autopercibida fue realizado por el portal de empleos Bumeran en colaboración con GROW - Género y Trabajo, el Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), la Consultora NODOS y la Fundación AVON.
¿Por qué es importante el cupo laboral? Porque 6 de cada 10 trabajadores/as que no se identifican con su sexo biológico fueron denigrados o ignorados en sus opiniones profesionales. No se trata solo de conseguir trabajo, sino de ser escuchadas/os en sus experiencias y saberes.
Además, más de la mitad de la población trans y no binaria latinoamericana consultada (56%) sufrió acoso u hostigamiento psicológico, como insultos, agresiones verbales, aislamiento, humillaciones y descalificaciones, en su lugar de empleo.
Un 56% de las personas trans y no binarias, en Argentina, percibió un trato desigual en comparación con sus pares varones en cuanto a beneficios, posibilidades de ascensos y/o salarios. Mientras que, en Latinoamérica, un 22% de las personas trans vivenció la misma experiencia de desigualdad, pero en relación a sus compañeras mujeres.
El desgaste por cansancio es una de las formas de expulsión encubierta. En ese sentido el 39% de la comunidad trans vio como en su trabajo le aumentaban las tareas o, por el contrario, lxs dejaban sin tareas, los cambiaban de funciones constantemente o de objetivos laborales.
Sin sutilezas ni mensajes encriptados de discriminación el 31% de la población trans y no binaria afirmó que recibió algún tipo de intimidación en su lugar de empleo. Y un 13%, en Argentina, sufrió directamente abuso sexual.
Y en el trampolín laboral que significa juntarse a debatir un desarrollo laboral o –fuera del horario de oficina- ir a tomar un trago (o jugar al futbol) después del trabajo el 28% de las personas trans aseguran que fueron excluidos/as de reuniones laborales o sociales.
“El cupo laboral trans travesti no binarie es fundamental porque si hubiera existido antes a las escuelas no se les hubiera ni ocurrido faltar el respeto a la ley de identidad de género, faltarme el respeto a mí y violentar a una persona que lo único que está pidiendo es trato digno”, remarca SaSa Testa.
Hay un pasado que queda atrás, un presente con más derechos y un futuro menos sombrío para quienes apuesten al deseo sin tener que poner en riesgo comer, dormir y realizarse. “El cupo laboral trans genera la posibilidad para las infancias y adolescencias trans de tener una adultez más amable en donde el acceso a un trabajo no sea un obstáculo a la hora de pensar un proyecto de vida”. En ese sentido, recalca: “El derecho al trabajo es el derecho a tener un proyecto de vida amable en una sociedad que nos reconozca como ciudadanos de primera y que dejemos de ser la periferia”.
La salteña Victoria Liendro, de 42 años, pionera en abrir las posibilidades deportivas de las personas trans, enmarca que significa la posibilidad de contar con el derecho a un sueldo: “El derecho al trabajo siempre fue esquivo para más del 98% de las personas trans. Por eso, a partir de la sanción de la Ley Diana Sacayán y Lohana Berkins la población trans obtiene un derecho y empieza a recorrer un camino de reparación”.
Victoria integra la Agencia de Mujeres, Género y Diversidad del gobierno de Salta, es activista transexual y recién de grande, hace siete años, pudo entrar al sistema formal de trabajo. Pero rescata el valor simbólico de la ley no solo para el país, sino para el resto de América Latina: “Argentina es pionera”.
SEGUIR LEYENDO: