Julián Weich y un nuevo caso de desconfianza ciudadana: la historia de una denuncia apresurada y el fenómeno de los “vecinos policías”

El conductor, que tiene coronavirus, fue visto por una vecina mientras salía de su casa. La mujer llamó al 911 y la policía constató que el paciente había violado su aislamiento. Weich, en verdad, había ido a internarse a una clínica por precaución. El curioso hecho vuelve a poner en tela de juicio el rol de los ciudadanos: ¿enemigos o solidarios?

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Julián Weich está internado en el Instituto Argentino de Diagnóstico y Tratamiento con un cuadro leve de coronavirus. Según los pronósticos, podría recibir el alta en cuatro días
Julián Weich está internado en el Instituto Argentino de Diagnóstico y Tratamiento con un cuadro leve de coronavirus. Según los pronósticos, podría recibir el alta en cuatro días

La historia empieza el martes 6 de julio. Julián Weich siente síntomas compatibles con el coronavirus. Piensa que puede ser un simple resfrío, lo relaciona con la combinación del frío invernal con la transpiración por sus viajes en bicicleta hacia el trabajo. El miércoles se despierta con la expectativa de una mejora: el cuadro se mantiene. La persistencia de los síntomas lo asustan. Se hisopó y el resultado dio positivo. Comienza su aislamiento: deja de acudir a Otra vez juntos, el ciclo radial que comparte con Maby Wells en Radio Uno (FM 103.1), y a Vivo para vos por El Nueve, el ciclo que conduce los sábados junto a Carolina Papaleo.

Tendrá ocho días de confinamiento hasta su eventual alta epidemiológica. Se aisla junto a su pareja en su departamento en un piso elevado de un edificio ubicado en el barrio de Belgrano. El único síntoma severo es la fiebre. Pasan cuatro días y las líneas de temperatura se mantienen en estándares elevados. Pasa una semana: el martes 13 de julio se despierta con malestar muscular, un dolor agudo y orgánico en el cuerpo. Empieza el día y se siente exhausto. El miércoles se manifiesta la afonía. La saturación de oxígeno arroja indicadores preocupantes. No pareciera que al día siguiente recibiría el alta.

Habla con su doctor, el médico Mario Fitz Maurice. Dirá después: “Tuvo una evolución algo tórpida porque persistió con fiebre al cuarto día. Normalmente la fiebre tiende a descender entre el cuarto y séptimo día. Ya cuando en el séptimo día no desciende, se prenden las alarmas. Hablé con él y le dije que me gustaría realizar una tomografía de tórax, justamente por su fiebre persistente”. Se la hace: el estudio muestra signos típicos de covid bilateral periférico en ambos pulmones. Le recomienda internación para garantizar una mejor asistencia.

Julián Weich acepta. Consulta con su obra social que le habilita la internación en el Instituto Argentino de Diagnóstico y Tratamiento. El miércoles 14 de junio en horas del mediodía se sube a su camioneta y sale de su domicilio. Una vecina lo distingue: no sabe hacia dónde va, pero sabe que se va. Interpreta que está incumpliendo su aislamiento, se indigna y llama al 911. La policía acude al domicilio del conductor y constata su ausencia. La mujer, que vive un piso arriba del infectado, cree haber hecho un bien.

El médico reconoció que hoy le dieron un "medicamento que está indicado y demuestra ser muy efectivo en este tipo de pacientes, para que él pueda rápidamente mejorar y resolver su tema respiratorio”
El médico reconoció que hoy le dieron un "medicamento que está indicado y demuestra ser muy efectivo en este tipo de pacientes, para que él pueda rápidamente mejorar y resolver su tema respiratorio”

A las pocas horas, los medios de comunicación dirán que Weich se había ido de su casa para internarse por precaución. No es, como prejuzga la mujer, una violación al aislamiento por carecer de responsabilidad individual. Va de un confinamiento domiciliario a un confinamiento clínico. Lo hace exclusivamente para no exponer al contagio a su mujer o quien decida trasladarlo hacia el sanatorio. La previsión funciona: sigue sin fiebre y con buen pronóstico de evolución. “Él está bien, en un estado delicado, pero no está en terapia intensiva. Tiene una máscara de oxígeno, satura muy bien, los parámetros bioquímicos indican que es un covid leve, moderado. Cuando lo apuntás hacia lo moderado es que necesita la internación, pero no estamos parados en un covid severo o crítico”, explica su médico.

El señalamiento de la mujer, prematuro y enjuiciador, es signo de estudio de la sociología. A Manuela Gutiérrez, socióloga de la Universidad de Buenos Aires y doctorada en Salud Colectiva de la Universidad Autónoma Metropolitana de la Ciudad de México, la escena la califica de surreal. Piensa que podría ser el gag de una película. “Sin embargo -aclara-, contra cualquier pronóstico, vigilar y castigar son premisas de la vida social, como señala Foucault. Y esto se ha acentuado en el contexto del covid-19. No se trata de excepciones, sino de la regla, se tiende a desconfiar del otro casi como una indicación de la vida cotidiana, incluso antes de la existencia de este virus. Lo que deja entrever la situación vecinal es que el cuidado es entendido desde la individualidad y a partir de la denuncia, cuando la ecuación debería ser al revés: cuido al otro porque me cuido a mí. Porque el cuidado es colectivo. Quien está a mi lado no debería ser una amenaza”.

“Esta pandemia ha despertado tanto el lado solidario como el lado oscuro del ser humano. Y el reto estaría en comprender que al ser seres sociales dependemos de los demás, más de lo que podríamos imaginar. Incluso el virus mostró esto con mucha claridad. Casi la simple respiración cerca de alguien puede afectar a niveles inusitados. Ya debería ser suficiente todo el quiebre que dejará este momento histórico como para seguir generando fracturas entre los iguales”, reflexiona.

También habla de estas fracturas Daniel Feierstein, doctor en ciencias sociales e investigador del Conicet, autor de Pandemia, un balance social y político de la crisis de covid-19, publicado este año por la Facultad de Ciencias Económicas. Describe este comportamiento como la conversión fiscalizadora de la sociedad: el vecino como policía del otro. Y distingue tres razones de este fenómeno: la renuncia del Estado a su rol regulador, la construcción sociocultural de un estrato de la población impune y el giro a la ley de la selva.

La carta que el farmacéutico Fernando Gaitán vio en el ascensor de su departamento de Villa Crespo cuando solo se habían cumplido dos semanas del primer período del aislamiento
La carta que el farmacéutico Fernando Gaitán vio en el ascensor de su departamento de Villa Crespo cuando solo se habían cumplido dos semanas del primer período del aislamiento

En orden, desmenuza su argumento: “Pensemos algunos ejemplos. En gran parte del mundo se controla a los viajeros enviándolos a un hotel, que tiene una guardia policial. Si en lugar de enviarlos a un hotel a hacer el aislamiento, se los envía a su casa, cada vecino se convierte en el policía de otro ciudadano. El Estado ya no cumple su rol regulador. La apelación a la responsabilidad ciudadana en el contexto de una pandemia es un grave error. La segunda cuestión es la característica de algunos sectores, en especial aquellos con poder, de no cumplir ninguna norma estatal: el pago de impuesto, el respeto por las normas de tránsito, el respeto por las normativas sanitarias. Esto genera una sensación de mucho enojo en el conjunto de la población con respecto a si la ley es igual para todos o no. Por último, se fue abordando cada vez más la pandemia con una actitud muy individualista: que cada uno tenga que hacer lo que pueda para salvarse o para protegerse. No ha habido una insistencia por parte del gobierno, de la oposición o de los medios por tratar de generar respuestas más cooperativas, más solidarias, más conjuntas. Esto también convierte a cada ciudadano en el enemigo del otro”.

“La conversión de cada ciudadano en el policía del otro -desarrolla el sociólogo- genera una situación donde cada uno tiene a todos los demás por enemigos. Esto es el resultado del individualismo extremo. Quitarle herramientas al Estado para buscar la construcción del bien común a través de distintas regulaciones es riesgoso. Renunciar a esas posibilidades provoca que cada uno, en el plano de la seguridad, la salud, la educación o lo que sea, se las tenga que arreglar solo. Eso no genera otra cosa que la ley de la selva”.

El caso Weich remite a reacciones de la primera cuarentena. Los médicos eran aplaudidos desde los balcones a las nueve de la noche y eran, asimismo, víctimas de escraches. Vadim Mischanchuk es abogado penalista y letrado representante de la Asociación de Médicos Municipales de la Ciudad de Buenos Aires. En abril de 2020 había presentado una denuncia por discriminación contra los propietarios y el consorcio de un edificio de la calle Amenábar al 1500 en el barrio Belgrano. Había aparecido una carta en el suelo del departamento de una médica de 29 años, que se había mudado un día antes a efectos de no compartir vivienda con sus padres, personas de riesgo. La misiva era intimidatoria: se le exigía evitar el tránsito y la permanencia en zonas comunes, tocar picaportes, apoyarse en barandas, acceder a la terraza; y se la amenazaba con iniciar acciones legales en caso del incumplimiento de lo impuesto.

La denuncia inspiró una contradenuncia. Mischanchuk la radicó en la Unidad Fiscal Norte. Derivó, meses después, en la intervención de la Defensoría del Pueblo, desde donde enviaron a todas las administraciones de consorcio de la ciudad que estos “escraches” eran antagónicos a las disposiciones legales vigentes. La naturaleza de esa suerte de “espionaje” o “caza de brujas” no le es ajeno. Sostiene que la pandemia puso de manifiesto una serie de circunstancias que expusieron no sólo a cuestiones sanitarias sino también a conductas de la sociedad. “Algunas mostraron lo mejor de nuestro tejido social y otras lo peor”, contrasta.

La carta recibida por la médica por debajo de la puerta de su departamento en la calle Amenábar, un día después de haberse mudado los primeros días de abril de 2020
La carta recibida por la médica por debajo de la puerta de su departamento en la calle Amenábar, un día después de haberse mudado los primeros días de abril de 2020

“Recuerdo a partir de este caso una serie de hechos o episodios de discriminación que sufrieron algunos médicos en sus viviendas particulares por parte de vecinos de edificio que incluyeron además amenazas concretas. Será quizás producto del desconcierto y/o del miedo que provocó la pandemia que nos tocó y nos toca atravesar. Pero para combatir ese miedo que fue disparador de algunas conductas reprochables es importante primero informarse correctamente”, remarca.

El artículo 205 del Código Penal sanciona a aquel que violase las medidas adoptadas por la autoridad competente para impedir la introducción o propagación de una pandemia. El abogado recupera esta legislación y advierte que el dictamen es tan importante como evaluar cada situación en su contexto y en armonía con las normas complementarias que las jurisdicciones fueron instrumentando. “Antes de denunciar a un vecino o de cometer un acto de discriminación hay que informarse adecuadamente del caso particular. Debe tenerse en cuenta que es un delito doloso por lo que para su configuración debe probarse la voluntad e intención de llevar adelante la conducta descripta en la norma, esto es la introducción o la propagación de una epidemia. En el caso en cuestión, si se encuentra acreditado que el conductor se dirigía a un centro asistencial la conducta deviene atípica y resulta irrelevante para el derecho penal”, concluye.

Julián Weich se mantiene al margen de la controversia: es un protagonista ajeno a la historia. “Está de buen ánimo y más tranquilo”, confió su médico personal. Volverá a su casa, según los pronósticos de su evolución, en un plazo de cuatro o cinco días. Saldrá del Instituto Argentino de Diagnóstico y Tratamiento con dirección a su casa en la camioneta de la que partió el mediodía del miércoles, justo cuando la vecina del piso de arriba descubrió que un enfermo de coronavirus violaba su confinamiento poniendo en riesgo al resto de la población.

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