Por fin se siente confiado, tranquilo, seguro. Desde la proa del barco, el Giovanna C, que enfrentó durante días y noches al Atlántico aguerrido y ahora en cambio se desliza por este extraño río, tan ancho, tan proceloso, tan distinto a los ríos de Europa, desde su puesto de vigía privilegiado, Adolf Eichmann contempla el perfil chato, manso y apagado de una ciudad que es su puerto seguro: Buenos Aires.
Es la mañana del 14 de julio de 1950, hace hoy setenta y un años. Se acabó la fuga eterna que duró cinco años, la persecución implacable, el miedo como único futuro, las noches de insomnio bajo el temor de unos golpes en la puerta, de la captura incierta, del destino frágil. Eichmann está a salvo.
Sus documentos no tienen un solo dato cierto. Dicen que es Ricardo Klement. En la visa gratuita que obtuvo en el consulado argentino de Génova, le castellanizaron el nombre que figura, muy italiano, como “Riccardo” en el pasaporte internacional de la Cruz Roja sellado en Ginebra, Suiza. La visa argentina, fechada un mes antes de la llegada a Buenos Aires, figura una nota muy particular, casi una advertencia tibia, sutil, pero advertencia al fin escrita en el rubro “Observaciones”: “Con documentación deficiente”.
Luego detallan los datos clave de un hombre que no existe. Dicen que Klement nació en Bolzano, Italia, el 23 de mayo de 1913: lo hace a Eichmann siete años más joven, dado que nació el 19 de marzo de 1906 y en Solingen, Alemania, pero Bolzano es la capital del Tirol del Sur, una ciudad que habla por igual italiano y alemán. Según sus documentos, Klement-Eichmann es hijo natural de Ana Klement, no es verdad. Es soltero, tampoco es verdad, está casado con Verónika “Vera” Lieblová. No tiene hijos, no es verdad, tiene tres varones, Klaus, Ricardo y Horst, y tendrá un cuarto, Dieter, que nacerá en Buenos Aires luego de que Vera llegue al país en 1952. Los documentos falsos de Eichmann dicen también que Klement es católico, no es cierto: Eichmann no profesaba esa fe, si es que profesaba alguna. Y también dicen que es mecánico, lo que tampoco es verdad: es el ingeniero del Holocausto, el que como coronel de las SS de Adolf Hitler planificó el exterminio de los judíos de Europa en la conferencia de Wannsee del 20 de enero de 1942, cuando el Tercer Reich de Hitler estaba lanzado a la conquista del mundo. Es el hombre que se jacta de llevar sobre su conciencia la muerte de por lo menos cinco millones de personas.
Para Eichmann, escudado en Klement, aquel pasado ya casi no existe: “Tenía el corazón colmado de felicidad. Desapareció el temor a ser denunciado. Estaba allí y estaba a salvo”, escribió en 1961, ya en manos de los israelíes, después de haber sido secuestrado en Argentina y en un documento impresionante titulado “Meine Flucht . Mi huida”.
Al pie de la planchada del Giovanna C, en el puerto de Buenos Aires, lo esperan algunos amigos, nazis como él, escudados también en falsas identidades y con buenos contactos con el gobierno del general Juan Perón, que celebra con toda la pompa el “Año del Libertador General San Martín”. Además de traer a la Argentina a Eichmann y residuos tóxicos del Reich alemán, el Giovanna C también trae a otras figuras del nazismo que habían seguido una ruta de escape parecida a la de Eichmann.
¿Cómo llegó Eichmann a la Argentina? Gracias a sus amigos en Alemania, a autoridades argentinas, a guardias fronterizos austríacos, a oficinas de empadronamiento italianas, a la Cruz Roja, a funcionarios laicos del Vaticano y a sacerdotes y obispos católicos, según revela la historiadora Bettina Stangneth en su libro “Eichmann before Jerusalen”.
La visa temporal de Eirchmann fue posible gracias a Horst Carlos Fuldner, un traficante de inmigrantes ilegales con llegada a Perón. Eichmann recibió parte de su documentación junto con Josef Mengele, el terrible “médico” de los campos de concentración, y a Ludolf von Alvensleben, que había sido lugarteniente de Adolf Himmler, jefe de las SS. En Roma, fue decisiva la participación del obispo Alois Hudal, que se consideraba un “protector de los perseguidos y torturados”, como llamaba a los nazis buscados por sus crímenes. Hudal se jactaba de haber tramitado los documentos de Eichmann y Mengele.
Sin embargo, la ruta de escape de Eirchmann no pasó por Roma. En mayo de 1950 Eichmann estaba en el pequeño pueblo alemán de Altensalzkoh, vecino a la frontera con Austria. Ingresó a Austria en taxi, siempre con ayuda, y llegó a Innsbruck con la dirección de un contacto. Entró a Italia por el paso de Brennero, recibió la ayuda del párroco de Sterzing, Johann Corradini y, por fin, se instaló en Bolzano donde le entregaron su nueva documentación como nativo de esa ciudad. También recibió la visa temporal argentina. Viajó a Génova y se albergó en un convento franciscano. Allí fue donde Eichmann se convirtió al catolicismo. Reveló en “Mein Flucht”, y así lo cita Stangneth: “Sin dudarlo, me identifiqué, (no, literalmente ¡me volví!) católico. En realidad, no pertenecía a iglesia alguna, pero la ayuda que me prestaron los sacerdotes católicos ha quedado grabada en mi memoria y por eso decidí honrar a la Iglesia católica”.
En Buenos Aires, Eichmann vivió en una pensión que era destino inicial de los refugiados nazis. Luego, Fuldner, el traficante de inmigrantes con llegada a Perón, le consiguió una vivienda en Vicente López, provincia de Buenos Aires, en la calle Monasterio 1429: es la dirección que da Klement cuando pide a las autoridades argentinas una cédula de identidad como extranjero.
Fuldner también le consigue trabajo a Eichmann-Klement en un taller mecánico y a órdenes de Hans Kammler, un ex director de obras de las SS, responsable de la construcción de edificios en los campos de concentración. Los jerarcas nazis llegados a la Argentina tenían el beneplácito del gobierno peronista, la protección del embajador alemán en Buenos Aires, Werner Junker y el apoyo de una organización dedicada a ampararlos y darles seguridad. Eichmann escribió en “Mein Flucht”: .“Un día se presentó un ex capitán de las SS y me comentó que “la organización” me había conseguido un nuevo trabajo, Una empresa nueva, cuya dirección estaba compuesta por argentinos y alemanes, iba a construir una central hidroeléctrica en la ciudad de Tucumán, al pie de los Andes, en el norte del país. Y yo ocuparía el puesto de director de la organización en la gerencia”
La empresa, que por coincidencia se había registrado una semana antes de la llegada de Eichmann a la Argentina, Se llamaba “CAPRI, Fuldner y Cía”. CAPRI significaba “Compañía Argentina para Proyectos y Realizaciones Industriales”. El escritor e historiador Uki Goñi, quien reveló en sus libros la llegada y estada de los nazis en el país, revela en “La auténtica Odessa” que entre los argentinos y plan irónico, se decía que CAPRI significaba en realidad “Compañía Alemana Para Recién Inmigrados”.
Así fue como Eichmann vivió en Tucumán junto a otros nazis, con los que recordó los viejos tiempos de gloria del Reich y proclamó la necesidad de reivindicar la política de Hitler. Cuando viajaba de Tucumán a Buenos Aires, ocupaba una oficina en Córdoba 375, un piso debajo de donde trabajaba Hans Fischböck, un ex general de brigada de las SS implicado en el robo del patrimonio a los judíos. “Tucumán fue una época feliz. Tuve la oportunidad de dedicarme a uno de mis mayores placeres: andar a caballo. Pasaba muchas horas sobre la montura”, escribió Eichmann en “Mein Flucht”.
Klement era la pantalla. Eichmann jamás ocultó quién era y su identidad era conocida no sólo por sus viejos camaradas, sino por la diplomacia alemana, quién sabe por cuántas y cuáles autoridades argentinas, seguramente por los directivos de Mercedes Benz, donde también trabajó, y hasta por los mozos de un restaurante alemán típico de la calle Lavalle, casi esquina Reconquista, donde el ex jerarca nazi se sentó en más de una ocasión a charlar con Mengele.
La vida de Eichmann en la Argentina pudo ser más duradera. Una infidencia de su hijo Klaus a su novia, alertó al padre de la chica, sobreviviente del terror nazi. Los servicios secretos de Israel se lanzaron a la captura de Eichmann, que fue secuestrado el 11 de mayo de 1960 en San Fernando, llevado a Israel en el avión de El Al que trajo al país a la delegación que iba a participar de los festejos del Sesquicentenario de la Revolución de Mayo, juzgado, condenado a muerte y ahorcado en la prisión de Ramla en la medianoche del 3l de mayo de 1962. Sus cenizas fueron arrojadas fuera de las aguas territoriales de Israel.
En el cadalso, sus últimas palabras fueron: “Larga vida a Alemania. Larga vida a Austria. Larga vida a Argentina. Estos son los países con los que más me identifico y nunca los olvidaré. Tuve que obedecer las reglas de la guerra y las de mi bandera. Estoy listo”.
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