Un hombre que viajó a conocer a su nieto, una mujer que peleó por la falta de agua en su barrio, una enfermera que enfermó dos veces y partió, una mujer que no llegó a conocer a sus mellizos, dos hermanas de menos de 30, tres generaciones de una familia que quedó diezmada, el amor de su vida para un hombre que aun recuerda la primera cita, una pareja que no quiso despegarse y se fueron uno detrás del otro, un hombre que peleó en Malvinas y sobrevivió a la guerra, pero no al COVID. Madres, padres, hijos, hermanos, nietos, abuelos, amigos, héroes...
Son algunas de las historias desgarradores que dejó la pandemia en la Argentina, algunas apenas dentro de ese número inverosímil que componen los cien mil muertos en nuestro país. Para recordarlas, repasamos diez de esas despedidas que no debieron suceder pero el COVID apresuró.
1 - La primera víctima del virus de América Latina
Inevitablemente Guillermo Abel Gómez quedó en la historia de la Argentina. Fue, según los registros, la primera persona en morir en el país a causa de coronavirus. Tenía 64 años, había viajado a París y, al regresar, quedó internado en el Hospital Argerich. No se supo inmediatamente que se trataba de un caso de COVID-19 sino que recién después de muerto se encontró el virus. Su situación era complicada porque además padecía diabetes, hipertensión, bronquitis crónica e insuficiencia renal.
Volvió el 25 de febrero del 2020 a la Argentina. El 28 levantó fiebre y tuvo dolor de garganta. El 4 de marzo se acercó a un centro de salud a consultar. Se le realizó un hisopado y quedó aislado. La pandemia recién comenzaba y los resultados de los tests tardaban en llegar. No había protocolos establecidos de cuidado y mucho de lo que se hacía con los pacientes era prueba y error. Tres días después de testearse y quedar aislado, murió el 7 de marzo del 2020. Fue, además de la primera víctima del coronavirus en el país, la primera muerte en América Latina.
Mucho se hablaba por entonces de que el virus venía con los viajeros. ¿A qué había viajado Gómez a Francia? A conocer a su nieta. Es que Guillermo había vivido en Francia gran parte de su vida, luego de irse del país exiliado por persecuciones políticas. Fue militante del Movimiento Villero Peronista en los setentas y eso le valió un secuestro, varias amenazas, y finalmente el exilio. Cuando él volvió a vivir a la Argentina, su hija María Eugenia -que nació en Francia- se quedó allá. Cuando fue madre, en febrero del 2020, Gómez viajó a conocer a su primera nieta. Lo hizo. La parte luminosa de esta dramática historia es que lo hizo.
2 - Inseparables: murieron en la misma cama
Parecieron decirse lo que dice la canción: esperame en el cielo corazón, si es que te vas primero. Tenían 74 y 76 años. Llevaban 50 años de casados. Pensaban viajar a Europa a celebrar las bodas de oro. El COVID-19 lo arruinó todo, pero no logró separarlos.
María del Carmen Quaranta y Horacio Pérsico se conocieron en la adolescencia. El amor fue inmediato y duradero. En 1970 se casaron y armaron una vida juntos. Tuvieron tres hijos: Leticia (49), Hernán (46) y Julieta (36).
Al comienzo de la pandemia, decidieron cuidarse y quedarse solos en su casa. Sus hijos hacían las compras por ellos y evitaban todo tipo de contacto con el exterior. En ese contexto cumplieron 50 años de casados, en abril. No pudieron celebrar como deseaban, pero en su horizonte había un viaje organizado juntos: en septiembre de 2020 se iban a ir a Europa. Iba a ser, además, la primera vez para ellos en el viejo continente.
Se dijo hasta el cansancio que la pandemia lo cambió todo. Para ellos, ese cambio fue fulminante. Cuando llegó septiembre no solo no pudieron hacer el viaje sino que ambos se contagiaron de COVID-19.
“El 8 de septiembre le hicieron la PCR a mi papá y dio positivo. En el Hospital Italiano, le practicaron todos los estudios correspondientes y lo llevaron de vuelta a su casa, donde estaba mi mamá, que tenía antecedentes de asma. Por su edad, mis padres estaban dentro del grupo de riesgo y no tenían espacio en su casa para hacer el aislamiento. Era imposible que se quedaran solos en ese estado. Cuando planteamos la situación en el Hospital, decidieron dejar a mi papá en su casa y llevarse a mi mamá para internarla. A ella, se la llevaron al mediodía y a la noche el resultado de la PCR dio positivo. Quedó internada porque la placa de tórax no estaba bien, a pesar de que no tenía síntomas”, explicó Julieta Pérsico, la hija menor de ambos.
Antes de esa internación, se saludaron por última vez, con un beso en el hall de entrada de su casa. Fue la última vez que se vieron. Poco tiempo después también lo internaron a él, estuvieron en habitaciones contiguas. Cuando Horacio murió -el 24 de septiembre del 2020-, María del Carmen fue trasladada a la habitación en la que estuvo su marido, la 1211. Allí, en la misma cama, murió siete días después, el 1 de octubre del 2020.
“Lo que pasamos con mis hermanos no se lo deseo a nadie: en 23 días el COVID-19 nos arrancó a mis viejos”, dijo Julieta a Infobae. Y agregó: “Me cambió la vida, ya no soy la misma que era antes. Mis papás siempre fueron mi sostén, para las decisiones más simples y para las más complejas. Yo les consultaba todo... Eran dos eternos enamorados. Ahora, están juntos para siempre. Y ese, es el único consuelo que me queda”.
3 - En la primera línea: la enfermera que contrajo dos veces COVID y no resistió
María Castellón tenía 34 años, era enfermera, y trabajaba en el sector COVID del Hospital Santojanni. Había sido vacunada con las dos dosis de la vacuna Sputnik. Al momento de contagiarse COVID-19, estaba en su casa de licencia por una fractura de hombro. Levantó fiebre y se fue a chequear al hospital en el que trabajaba. Según indicaba el protocolo, la mandaron a realizar el aislamiento en su casa ya que solo presentaba fiebre.
Un día después su condición empeoró y fue internada en la terapia intensiva del sanatorio Julio Méndez. María vivía con sus padres y no tenía condiciones preexistentes. Sí tenía antecedentes con el COVID: lo había padecido durante el 2020, pero sin mayores complicaciones. “Fue algo moderado. Tuvo algunas líneas de fiebre y dolores corporales nada más. Se recuperó lo más bien y siguió trabajando hasta finalmente recibió las dos dosis de la vacuna Sputnik”, contó su amiga Úrsula a Infobae.
María había recibido en febrero del 2021 la primera dosis de la vacuna Sputnik V, y en abril la segunda. Su caso fue tristemente excepcional porque la eficacia de la vacuna está probada y si bien no es infalible -y este caso lo demuestra- si ofrece una fuerte protección.
“Era sana y no tenía ninguna enfermedad preexistente. Se le llenaron de agua los pulmones, la intubaron, permaneció estable un par de horas pero falleció”. Su muerte sucedió el viernes 4 de junio.
Úrsula, además de amiga, era su colega. Juntas se habían recibido de enfermeras y fue ella quien le recomendó presentarse en el Santojanni al comienzo de la pandemia, porque buscaban personal de salud. La noticia de su muerte golpeó a todo el grupo de amigas enfermeras de María. “Todavía no lo podemos creer. Es muy estresante y triste lo que le pasó. Nos da mucho miedo porque aunque estemos vacunados eso no quita que nos pueda pasar a nosotros también”, concluyó Úrsula.
4 - La referente: Ramona Medina dio su vida por los otros
En el barrio era famosa por muchas cosas. La más alegre de esas cualidades: amaba bailar, siempre que podía lo hacía. Era tucumana, era fuerte, era una mujer que no esquivaba los problemas y peleaba por solucionarlos. Lo hizo: poco antes de su muerte denunció falta de agua en la Villa 31, donde era una referente barrial.
¿Cómo iban a cuidarse del COVID en el barrio si no tenían agua para lavarse las manos? Lo preguntó e hizo que la atención se pusiera finalmente en lo importante. Ramona Medina vivía con sus hijas Maia y Guadalupe, con su pareja, con su cuñada y su cuñado, con su sobrino y su sobrina.
Ramona era diabética e insulino dependiente. Trabajaba en las calles del barrio, en comedores, en diferentes agrupaciones sociales. Apenas una semana después de que se difundiera su video denunciando la falta de agua (“Nos piden que nos higienicemos, que nos lavemos las manos, que tengamos mayor cuidado, que nos pongamos tapabocas, que no salgamos a la calle ¿Y con qué lo hacemos si no tenemos agua?”), fue diagnosticada con coronavirus. La internaron en el Hospital Muñiz, inmediatamente con respirador. Ella, que aguantó de todo en la vida, un día no aguantó más. Murió el 17 de mayo del 2020. Su nombre, Ramona Medina, se convirtió en un emblema de las luchas sociales. No debió contagiarse, no debió morir. Lo sabía, y no se fue de este mundo sin dejarlo claro.
5 - Una vida juntos, un milagro breve y una muerte a la distancia
De algún modo, murieron juntos. De algún modo, separados. La historia de Sara Morales (67) y Arturo Holguin (68) es, de algún modo, shakesperiana. Es que Sara en teoría murió primero. Fue internada en el Hospital Cecilia Grierson de Catriel, provincia de Río Negro, el 12 de mayo del 2021. Sufría una fuerte neumonía bilateral provocada por el COVID-19.
Pocos días antes había sido internado su pareja, Arturo, pero en Viedma, porque en Catriel no se conseguían camas. “Los cuadros de salud de ambos eran sumamente complejos y se agravaron con el paso de los días”, explicó Mariano Ruiz, su sobrino, en diálogo con Infobae.
La progresión de Sara sorprendió a todos. Después de estar 12 días internada, dejó de respirar. El 28 de mayo el doctor a cargo se comunicó con la familia y les dio la peor noticia: Sara -madre de seis hijos, abuela de veinte nietos y de doce bisnietos- había muerto. Les dio la información correspondiente y los invitó a despedirla en la habitación. Dos de sus hijos se demoraron haciendo los trámites necesarios y se comunicaron con sus otros hermanos para que pudieran pasar todos juntos. Una vez que entraron a la habitación, sucedió lo inesperado.
Sara había sido desconectada del respirador y estaba tapada. Pero la imagen cambió pronto, cuando uno de sus hijos notó que se movía. De inmediato llamaron al médico y descubrieron que Sara estaba respirando por sus propios medios. En efecto, Sara estaba viva.
“Somos creyentes, para nosotros ocurrió un milagro, todavía no quería irse”, contó su sobrino, intentando encontrar una explicación.
A casi 700 kilómetros de ahí, Arturo seguía internado en Viedma. La falta de camas los había separado, y pocas horas después del “milagro” de Sara, murió él. Estuvieron 20 años juntos y tuvieron tres hijos, que se sumaron a los tres que ya había tenido Sara de un matrimonio anterior. Eran lo que se dice una familia ensamblada, que el COVID-19 desarmó.
Unos días después de la muerte de su pareja, el estado de Sara seguía complicado. Finalmente, tuvo un paro cardiorespiratorio y murió. “Si me preguntan qué ocurrió cuando ella sobrevivió la primera vez, lo único que puedo pensar es que en el momento que mi tío dejaba este mundo, ella también, se encontraron y él la mandó de vuelta, aunque sea por algunos días”, dijo Mariano, el sobrino de ambos.
6 - Tuvo mellizos pero no llegó a conocerlos: el COVID-19 se la llevó
Algunas muertes duelen más que otras. No es un sentimiento justo, pero el coronavirus modificó para siempre el orden de las emociones. El caso de Paola Flores es uno particularmente doloroso. Tenía 46 años y estaba embarazada de mellizos. Le había costado llegar a ser madre y tuvo que someterse a varios tratamientos de fertilización asistida para lograrlo. Finalmente, todo estaba en camino.
Sin embargo, a los seis meses el sueño comenzó a derrumbarse. Paola contrajo coronavirus y el 2 de junio debió ser internada. No estaba vacunada y poco a poco su estado comenzó a empeorar. Al cuarto día de ingresar al hospital empezó con apnea y una tomografía confirmó que padecía neumonía bilateral. Los médicos comenzaron a darle una medicación para que maduraran los pulmones de los bebés.
La salud de Paola empeoró el 11 de junio y el 12, tras un aumento de su insuficiencia respiratoria, los médicos le recomendaron realizar una cesárea. Tanto ella como el padre de los bebés aceptaron, y nacieron prematuros. Tuvieron un nene y una nena. Inmediatamente fueron llevados a terapia intensiva infantil y luego a neonatología, donde progresaron bien. Su madre desgraciadamente no tuvo el mismo destino: murió el 22 de junio del 2021 en Hospital Español de Godoy Cruz, Mendoza, diez días después del parto. No pudo conocer a sus hijos.
7 - “En menos de diez días me quedé sin hermanas”
Martes 11 de mayo del 2021. Ciudad de Concordia, Entre Ríos. De pronto, de la peor manera, el COVID-19 se volvió demasiado protagonista en la ciudad y en diez días arrasó con una familia. Aldana y Marina Güida, de 21 y 29 años respectivamente, murieron en el Hospital Masverna.
Sus padres José y Mariela también se contagiaron, así como su hermano Alfredo y su abuela, de 90 años. “Estoy desarmado. En menos de diez días me quedé sin hermanas. No sé cómo va a seguir todo esto”, dijo a Infobae Alfredo, el hermanos del medio, que quedó de pronto como único hijo.
La primera en ser internada fue Aldana, quien cursaba el Profesorado de Biología en el Instituto Concordia. Entró a terapia el 30 de abril del 2021 y dos días después falleció. Al mismo tiempo que ella partía, su hermana Marina llevaba adelante su propia lucha contra la enfermedad, pero con menos complicaciones. Sin embargo, según cuenta el hermano, tras la muerte de su hermana menor se complicó su cuadro. Mamá de Andrés (12) y de Mía (6), estaba estable hasta que le encontraron broncoespasmos. “Ahí se fue a pique”, relata su hermano.
“Me cortaron las alas. Se llevaron un pedazo de mí. No encuentro palabras para este momento. Trato de pensar que es una pesadilla, que mis dos hermanas están vivas y que ya voy a despertar, pero nunca despierto y ustedes ya no están. Descansen en paz yo cuido el legado, yo cuido a papá y mamá. Las amo, hasta pronto”, escribió Alfredo en sus redes sociales. Sus hermanas, cuenta, eran sanas, más allá de que la mayor tenía hipertiroidismo y Aldana sobrepeso.
“Quiero agradecer a todos quienes hicieron la cadena de oración por la salud de la madre de mi hijos, por Marina Güida. Lamentablemente se nos fue, nos dejó. Y hay que seguir adelante. No es fácil”, escribió por su parte Víctor Andrés Forni, ex pareja de la mayor de las hermanas, y padre de sus hijas.
La ciudad de Concordia acompañó el dolor de la familia con múltiples cadenas de oración y muestras de apoyo. Nada sana el dolor de que, entre otros cien mil, las hermanas se hayan ido tan abruptamente.
8 - Combatió en Malvinas, entregó su vida a los veteranos, y luchó más de 50 días contra el COVID
Cincuenta y dos días de internación, tres neumonías, dos shocks sépticos, fallas multiorgánicas, intubación y traqueotomía. Todo eso hizo falta para que el COVID derrote a Marcelo Sánchez. Tenía 58 años y quería vivir. Tenía grababa en el corazón otra lucha de la que fue parte: la guerra de Malvinas.
“Hoy me toca despedir a un Héroe de mi Patria, al ser que más amé en mi vida, al papá de Lautaro, Camila, Juan Cruz, Tobías y Oriana, al concejal, al veterano de guerra de Malvinas, al compañero”, escribió en Facebook su pareja, Flavia Porto. El resumen captura el espíritu guerrero de Marcelo.
A las Malvinas llegó un 23 de abril de 1982, como parte del Regimiento de Infantería Mecanizado 6. Luego de la guerra, continuó su lucha: fue presidente del centro de veteranos de Luján y formaba parte de la Federación Mundial de Veteranos de Guerra.
Su muerte pegó fuerte en la comunidad de la que era parte. El Concejo Deliberante y el Gobierno municipal de Luján declararon tres días de duelo y las banderas de Argentina y de la provincia de Buenos Aires estuvieron a media asta en todas las dependencias municipales durante ese periodo.
El COVID-19 lo tuvo internado más tiempo del que estuvo en las islas. Él mismo se había lamentado de cómo la pandemia arruinaba actos de conmemoración de Malvinas. Él mismo se había hecho eco de cómo la tragedia del coronavirus lo iba tomando todo. Pero no su recuerdo, y no su patriotismo. “A mi compañero de vida. A mi amor. En la Memoria del pueblo argentino, Marcelo Gustavo Sánchez, ahora y siempre presente!!! SOS mi bandera de vida ayer, hoy y siempre!!! Tu lucha nos enorgullece. Te amo siempre”. Así lo escribió su pareja, así quedará en la memoria.
9 - La familia devastada: de ser cinco a ser dos en solo tres semanas
Tres generaciones: abuelo, padre e hijo. Los tres murieron en manos del coronavirus en junio del 2021. Fue en Tucumán, en la localidad de Santa Ana. Todo sucedió en tres semanas. “Éramos cinco y en menos de un mes somos dos”, resumió Ruth Monteros, la madre de Alexis Díaz, esposa de Juan Díaz y nuera de Ramón Enrique. Ella también quedó internada, pero salió adelante. Su familia en cambio fue devastada.
El primero en morir fue el abuelo, Ramón Enrique. Luego murió su hijo, Juan, el 5 de junio. Y entonces sucedió lo peor de esta historia: días después falleció Alexis, con solo 15 años. La comunidad quedó impactada con su fallecimiento, y el instituto donde estudiaba publicó un comunicado: “Con profundo dolor, lamentamos el fallecimiento de Alexis Díaz, estudiante de cuarto año del Instituto Técnico de Aguilares de la UNT”.
El virus habría entrado a la casa a través de la despensa que tienen en Santa Ana y se expandió rápidamente a todos los miembros de la familia. Si bien no se puede asegurar, creen que fue atendiendo al público que se contagiaron.
Alexis y su mamá, Ruth, fueron llevados al mismo hospital, en la localidad de Aguilares. El padre, Juan, fue llevado a San Miguel de Tucumán con una neumonía bilateral. Como no había camas disponibles, Ramón Enrique se quedó en la casa junto a su nieto mayor (hermano de Alexis), y allí murió.
Tras la muerte de Alexis, en su casa solo quedaron Ruth y su hijo mayor. Para despedir al joven, los vecinos de Santa Ana hicieron una caravana de autos que recorrió la localidad con el lema “Vuela alto Alexis”.
10 - Un corazón infinito
Su historia se conoció porque su hijo, Leonardo Maraval, compartió el gesto de su padre. Escribió en Twitter: “En enero mi vieja murió por #coronavirus. En la esquina donde comenzó su noviazgo mi papá pegó este corazón”. Sumado al texto se veía un corazón amarillo pegado en una pared. Dentro del corazón decía: “El COVID logró lo que la vida NO pudo: separarnos”.
Los protagonistas son Alicia y Carlos. “Durante 51 años Alicia reposaba su cabeza en mi brazo izquierdo antes de quedarnos dormidos... hoy la cama me queda grande”, dijo Carlos Maraval, de 65 años, tras la muerte de su esposa.
Se conocieron en Rosario cuando ambos tenían 15 años. Los acercó el estudio y la ciencia, pero los unió para siempre el amor: Alicia lo llamó por teléfono y le pidió una primera cita. Carlos aceptó y desde entonces no se separaron. Era el año 1969.
El 31 de octubre de ese año tuvieron ese primer encuentro en una esquina de la avenida Córdoba, en el centro de Rosario. “Fuimos a tomar un refresco al bar de enfrente, hablamos un rato largo y luego la acompañé a su casa. Eran otras épocas, no había ningún tipo de contacto”, rememora Carlos. Y allí, en esa misma esquina, es donde dejó su corazón amarillo para despedirla.
El contagio llegó en navidad del 2020. El 28 de diciembre Carlos dio positivo de COVID y pronto la diagnosticaron a ella. Al décimo día de transitar la enfermedad Alicia fue internada en el Hospital Español, primero en terapia intermedia y luego intensiva. En un momento su cuerpo dijo basta y en enero del 2021 Alicia se fue de este mundo. Tenía 66 años y, aún, muchas citas por delante con Carlos.
El COVID-19 se llevó todo lo que no debió llevarse, pero el corazón amarillo, el corazón infinito de quienes recuerdan, seguirá dando batalla contra el virus del olvido. Los que no debieron irse, ahí están.
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