En el momento de esta entrevista, Milu está en uno de los extremos de una granja de marihuana en California. No se puede mover de un pequeño cuadrante específico porque pierde la señal. El pueblo más cercano está a casi una hora de auto.
Milu en verdad es su apodo, pero para esta nota prefiere que solo revelemos eso. Tiene 28 años y es experta en un trabajo que cada año reúne a cientos de argentinos en California: la cosecha de marihuana.
Su casa desde hace una semana es una carpa que compró en el pueblo apenas llegó. Es su tercera temporada en el “triángulo esmeralda”, el epicentro del cultivo de cannabis de Estados Unidos, conformado por los condados de Trinity, Mendocino y Humboldt. No es casual que sea en California: allí se instalaron, en los años sesenta, diferentes comunidades que, impulsadas por la contracultura hippie de la época, buscaban un lugar propicio para cultivar marihuana.
Hoy en la zona hay cerca de 20 mil granjas y es la de mayor producción de cannabis del país. Su crecimiento a niveles industriales se dio a partir de 1996, cuando se aprobó en California el cultivo de cannabis medicinal. Desde el 2018 además es legal el consumo recreativo (la ley permite a los mayores de 21 años la compra, posesión y consumo de hasta 28,5 gramos de marihuana).
Para Milu la aventura no tiene que ver con la marihuana en sí sino con otro tipo de hoja, verde también: los dólares. La primera vez que lo hizo fue en el 2019. Estaban con su ex novio en México trabajando en Playa del Carmen. Unos amigos de él les contaron su experiencia en los campos de marihuana y se entusiasmaron. Sacaron un pasaje a Las Vegas, compraron una camioneta juntos (la pagaron 1.800 dólares) y fueron en busca de su primer empleo. No hizo falta más: como los californianos no quieren agarrar este tipo de trabajos, la informalidad es moneda corriente por la zona, así que -como casi todos- llegaron hasta ahí con su visa de turistas y ningún permiso de trabajo.
“Sabíamos que el modo de contratación es que un farmer (granjero) baja al pueblo y busca gente. Hay varios spots donde van a buscar trabajadores. Y hay un supermercado que es vox populi que van muchos granjeros. Fuimos hasta ahí y apareció uno. Nos preguntó si estábamos buscando trabajo, le dijimos que sí, nos dijo las condiciones, aceptamos y lo empezamos a seguir hasta que llegamos a la granja, sin saber dónde nos metíamos ni de qué se trataba. Algunos campos están medio escondidos porque son clandestinos y otros son súper legales. Este era uno muy formal, por suerte. Y ahí nos instalamos, armamos la carpa y nos pusimos a disposición. Ese fue mi primer trabajo”, cuenta.
Después de esa vez, volvió a viajar al año siguiente, ya sola. La dinámica es ir de granja en granja el tiempo que dura el trabajo en cada lugar, pueden ser dos o tres semanas, según el tamaño. Pueden regar plantas, cosechar, ponerlas a secar, o “trimmerearlas”, la especialidad de Milu.
“Generalmente ponen a las mujeres a trimmear porque es un trabajo más delicado. Es ‘peluquear’ la planta: cuando la rama está seca le sacás las partes feas y dejás el cogollo para la venta. También te pueden poner a hacer cualquier otra cosa en la granja, pero el trimming es el que mejor paga porque te pagan por producción, entonces si estás muchas horas podés ganar mucha plata”, explica.
El término es conocido en Estados Unidos. En la zona se los llama “trimmers” o “trimmigrants” a quienes se dedican a eso (la segunda palabra es una contracción con “inmigrantes”, dado que suelen ser ellos quienes realizan esas tareas). La temporada alta va de junio a diciembre, y no son pocos los que aprovechan los seis meses de permiso de turismo para dedicarse únicamente a cosechar. Es una opción riesgosa: no está permitido trabajar con ese tipo de visa y las autoridades pueden detener a quien lo esté haciendo.
“La primera temporada me fue bien, pero como estaba en pareja lo hicimos a medias: un poco de laburo y un poco de turismo. La segunda temporada ya vine con amigos y me fue mucho mejor. Si le metés duro podés hacer entre 4 mil y 7 mil dólares por mes. Obviamente el primer año que llegás sos más lento y hacés menos plata. Y por otro lado vivir no te sale nada, porque vivís en una carpa, no pagás luz, no pagás gas, no te comprás nada, muchas veces el farmer te da la comida. Aunque quieras sacar la billetera no tenés en qué gastar”, dice.
En su carpa duerme sola. Son once los chicos y chicas que trabajan en la misma granja que ella. De esos once, nueve son argentinos. A su alrededor tiene tractores, las casas rodantes de los jefes, una casita precaria donde hay una cocina y un baño, y luego los campos de marihuana. En su carpa no hay mucho más: un colchón inflable y una bolsa de dormir, algunos libros y ropa que luego de la temporada va a descartar porque todo se impregna de un potente olor a cannabis. Este año recién comienza la temporada, pero durante el 2020 y en plena pandemia vivió así durante cuatro meses.
—¿Cómo te miran los locales? ¿Es un trabajo mal visto?
—Para nada, solo que los locales no lo quieren hacer. Pero para ellos una granja de marihuana o una granja de tomates es exactamente lo mismo.
—¿Cómo es el ambiente en la granja? Fácilmente se viene la imagen a la cabeza de una colonia hippie muy relajada y conectada con la marihuana.
—Ja. El que quiere fuma y el que no, no. La gente debe pensar que estamos todos fumados todo el día, pero no es así. No estamos de joda. Estamos re laburando. Por supuesto, todo depende de vos. Si querés cortar el día y ponerte a leer un libro o dormir la siesta lo podés hacer, nadie te obliga a ser súper productivo. Pero para personas ansiosas como yo, si me voy a leer me pongo a pensar que estoy perdiendo dólares.
—¿Cambió tu relación con los dólares desde que hacés este trabajo? Los argentinos tenemos una especie de obsesión con la moneda de Estados Unidos.
—Súper cambió. Mi mamá se ríe porque ya directamente pienso todo en dólares. Cuando vuelvo a la Argentina estoy tomándome 15 ubers por día, porque lo paso a dólares y no es nada. Está mal, sé que está mal, pero ya no pienso las cosas en pesos, es la verdad.
—¿Cuánto tiempo más pensás hacer esto?
—Esta es mi última temporada. Igual mis amigas se ríen cuando digo esto porque cada temporada digo lo mismo. Pero es un trabajo muy sacrificado, no es algo así nomás. Estás lejos de todo, no tenés señal, no podés comer lo que querés, no tenés nada a mano. Estamos a dos horas del hospital más cercano. O ahora por ejemplo me tengo que ir a dar la segunda dosis de la vacuna y ya sé que pierdo medio día de trabajo.
—¿Llegaste sola a la granja en la que estás hoy?
—Llegué con una amiga a la zona. Nos encontramos en Los Ángeles y subimos juntas hasta acá, pero ella está en otra granja ahora. A veces bajamos al bar, que está a cincuenta minutos, y nos encontramos para tomar algo.
—¿Son muchos argentinos en la granja en la que estás?
—De los 11 que somos, 9 somos argentinos. A casi todos los conocía de la misma granja de la temporada anterior, somos muchos los que volvimos.
—¿Hay muchos argentinos por la zona en general?
—Lo que más hay en todas las granjas de California son argentinos. Hay de todo el mundo, pero mayoría absoluta de argentinos, sí. Muchos vienen desde México, porque están laburando en Playa del Carmen y vienen a hacer la temporada.
—Vos trabajaste en Playa del Carmen. Si comparás las dos opciones, ¿cuál te parece mejor para probar?
—Yo lo comparo por objetivos: si tu objetivo es viajar y disfrutar la buena vida, andá a Playa del Carmen. Seguramente no hagas mucha plata pero tengas una vida increíble y te alcance para viajar un poco por México. Si tu objetivo es hacer dinero, venite a California. Yo hice lo de México, era más joven, pude viajar y la pasé bien. Pero ahora estoy en otro plan.
—¿Cuáles son los riesgos de este plan? ¿Se expone la salud? ¿La seguridad? Cuál es la letra chica, digamos.
—De salud no hay muchos riesgos, salvo que te pique una serpiente cascabel, que las hay, o te ataque un oso. Pero eso no suele pasar. Hay serpientes, hay osos, hay de todo. No podés dejar comida en tu carpa porque te la dan vuelta. Yo no los vi, igual; los escuché pero no los vi. Y después están los riesgos migratorios o algo así. Puede aparecer Migraciones en la granja y llevarse a la gente que está trabajando ilegalmente.
—¿Eso no te asusta?
—Claro que me da miedo. Sé de granjas donde cayó Migraciones con helicópteros y los que estaban trabajando ilegales se adentraron todos corriendo en el bosque con sus pasaportes, escapando de los oficiales. Conozco argentinos que tuvieron que escapar así, plan película. Si zafás, zafás; y si no, te deportan y te niegan la visa de por vida.
—¿Qué es lo que más te gusta de este plan?
—A mí me gusta mucho la naturaleza y la conexión que te da este lugar no te la da nada. Estás demasiado alejado de la civilización. No llega ni Google Street View acá. Estás vos con vos mismo. Yo me la paso pensando, escuchando podcasts que descargo, planeando cosas para mi vida.
—¿Qué viene una vez que haya terminado la temporada? ¿Seguir con el trabajo golondrina en otra parte?
—Yo me dedico al arte y siempre tuve dos grandes sueños de vida. El primero era viajar mucho y conocer nuevas experiencias y lo cumplí, viajé durante cuatro años. Y el otro gran sueño es abrir una casa de arte en Argentina. Poder tener mi taller, dar cursos, exponer mis cuadros e invitar a otros artistas a hacer lo mismo. Por eso digo que esta es mi última temporada, porque mi idea es volver a fin de año para ponerme con el proyecto. Para mí, este trabajo es un medio para un fin. No es el trabajo de mi vida, pero vivimos en un mundo capitalista y se necesita dinero para poder llevar adelante los planes.
—¿Le recomendarías a una amiga hacer lo que hacés vos ahí?
—Sí, lo recontrarrecomendaría. Muchos me preguntan si cuando tenga hijos les voy a contar que trabajé cosechando marihuana en Estados Unidos. Sí. No solo se los voy a contar, ¡los voy a obligar a venir a hacerlo! Para que vean cómo hizo su madre para darles la calidad de vida que espero poder darles.
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