Jefa del trap, feminista, admiradora de Alfonsina Storni y de las hermanas Brontë y defensora hace años de la regulación del trabajo sexual. Julieta Cazzu Cazzuchelli es jujeña, tiene 27 años y es la única figura femenina de la primera camada de ese género musical en la Argentina. También es la primera famosa vernácula en atreverse a seguir los pasos de celebridades internacionales como los cantantes Cardi B, Bhad Bhabie, Aaron Carter y las modelos Amber Rose y Lottie Moss, que ya abrieron cuentas en OnlyFans, la plataforma de micromecenazgo de contenido para adultos creada en 2016 que se convirtió en boom durante la pandemia.
Cazzu promocionó su desembarco en ese sitio con un posteo en su Instagram en noviembre pasado: una foto sexy frente al espejo, un mensaje casi ingenuo –”No sé”– y un link a su nuevo perfil –”Nena Trampa”– en el que, a cambio de US$20 mensuales, sus fans tienen acceso a imágenes y videos exclusivos.
Se sumó así al millón de creadores que hoy registra Onlyfans en todo el mundo. Los usuarios ya superan los 120 millones, y no paran de crecer. Su CEO, el británico Tom Stokely, asegura que desde que otra artista icónica del feminismo de masas, Beyoncé, lo mencionó en su canción Savage en abril de 2020 –”On that demon time she might start an Onlyfans/ if you wanna see some real ass baby, here’s your chance” (“En ese tiempo del demonio, podría arrancar un Onlyfans/ si querés ver un culo de verdad, bebé, ésta es tu oportunidad”)–, los suscriptores aumentan a razón de 500.000 por día, con transacciones que alcanzaron US$2400 millones desde que comenzó la pandemia del coronavirus.
Es que, más que una moda asociada a las celebridades, la plataforma revolucionó el trabajo sexual y la manera en que es vendido y consumido por la gente que de buenas a primeras tuvo que encerrarse en sus casas.
En medio de “ese tiempo del demonio” al que le canta Beyoncé, Onlyfans ofreció la alternativa virtual a la intimidad que en su momento recomendaron hasta los gobiernos. Surgió con una idea simple: hay suscriptores –en su mayoría hombres– que pagan a creadores –en su mayoría mujeres, aunque también hay varones, tanto hetero como homosexuales, que apuntan al público gay– un abono mensual que arranca en los US$5 para seguir un feed de contenidos casi siempre demasiado subidos de tono para Instagram o Twitter.
Aunque con una base similar, tiene dos diferencias fundamentales con esas redes: no hay censura sobre la desnudez –por el contrario, se alienta– y las interacciones entre fans e influencers están monetizadas. El 80% de esas transacciones queda para las influencers, y el 20% restante, para el sitio. Algunos comparan su funcionamiento con aplicaciones como la argentina Cafecito, porque supone la donación de un monto fijado por las partes por un contenido que, finalmente, no deja de ser artístico.
Los costos de las suscripciones dependen de cómo rankea cada influencer en el –cada vez más extenso– mapa mundial. Con su acceso, los suscriptores pueden mandar mensajes directos y pagar extra por material creado on demand según sus gustos y fetiches. Las modelos e influencers suelen tener una segunda cuenta gratuita en la que los fans también envían propinas y pagan adicionales si quieren relacionarse por mensaje directo.
Aunque lo más frecuente es el contenido sexual, hay otros temas y servicios, como rutinas de ejercicio y recetas, y creadoras que superponen habilidades, como una de las estrellas de la red, la ex basquetbolista y chef australiana Jem Wolfie, una rubia curvilínea que combina en su feed posteos sobre fitness y tips de nutrición con fotos eróticas, por las que dice cobrar un total diario de US$30.000.
Es difícil chequearlo, porque esta red social no muestra cuántos suscriptores tiene cada creador, ni da cifras concretas sobre sus usuarios ni herramientas –todo hay que reconstruirlo con datos y estadísticas publicadas en distintos medios a través de los años–, pero sí se sabe que Wolfie está dentro del 0,01% de los influencers que más facturan. Tampoco nadie sabe explicar bien cómo se calcula ese porcentaje que determina el ranking de creadores, en el que menos siempre es más. Sin embargo, está claro que tiene que ver con lo que gana cada uno: si alguien está en el top 1% significa que está haciendo más dinero que el 99% de los creadores. Estar en el 0,01% implica ingresos diametralmente superiores. Y una verdad que se menciona poco: la mayor parte de los creadores no gana un centavo, por lo que hay quienes dicen que “Onlyfans es más desigual que el país menos equitativo del planeta”.
Tal vez eso debería desalentar a muchas de las 8000 mujeres que se unen al sitio cada día en todas partes del mundo con el sueño de hacerse ricas de la noche a la mañana, en un contexto donde la crisis y la falta de trabajo provocados por la pandemia también juegan un rol central. La Argentina no solo no es la excepción sino que suma un factor al combo: la posibilidad de vender contenido en dólares para un mercado global (y de bloquear a los eventuales suscriptores nacionales que probablemente no tengan el poder adquisitivo –porque ganan en pesos– y es preferible no cruzarse por la calle).
Las influencers y modelos más exitosas hablan de una nueva manera de entender el porno, con contenidos pensados y creados en su mayoría por mujeres muy diversas, que llegan a los consumidores sin intermediarios y basados en el consentimiento, y que parece zanjar el debate entre cosificación y empoderamiento.
Y son ellas mismas las que alertan sobre el peligro de banalizar el trabajo sexual y sus implicancias, sobre todo frente a los casos de chicas “que creen que se trata de subir una foto sin remera y sacarle plata a un extranjero”.
Onlyfans prohíbe la entrada a menores de 18 años, y exige la acreditación con documento de identidad, pero son muchos los adolescentes que burlaron los controles de seguridad, algo que también aumentó con el confinamiento.
En busca de contacto
“El cliente no busca un perfil hegemónico: hay morbos y fetiches para todo. Señoras de sesenta, cuerpos no heteronormativos. Al cliente le gusta la persona, pero también conectar. No solo calentarse, sino el vínculo emocional. Ese contacto cálido es lo que más buscan, aunque es difícil de sostener cuando la cuenta crece”, dice Jesy Fux, que se presenta como “putita espiritual”, y con 12.000 seguidores en su perfil gratuito, es una de las locales que rankea más alto en el sitio. Solo con esa cuenta, desde donde deriva a su perfil pago con unos 100 suscriptores, hace un promedio de US$1.500 mensuales.
Tal como las influencers de otros países, Fux, de 32 años, no solo sube contenido erótico. A veces, por ejemplo, guía meditaciones grupales. Como en todas las redes sociales, se trata de conocer bien el juego: hay que subir posteos con frecuencia para tener más clientes; no conviene que sean demasiado explícitos si quieren que les paguen eso aparte. Y, sobre todo: parte de lo que los suscriptores buscan es una experiencia “de novios”, conocer a quienes siguen; no quieren porno común, sino una fantasía permitida con alguien cercano.
De estas cosas –y de otras más técnicas, como la programación y promoción de los perfiles– habló hace poco con la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (AMMAR), Georgina Orellano, en un vivo de Instagram que tuvo más de 20.800 visualizaciones: “Como en todo, cuesta encontrarle la vuelta y tener ingresos. Hay que bajar a la realidad, estudiar qué clientes atraigo y qué cosas piden. Hay chicas que son más webcam, otras que disfrutan del sexting. Otras a las que les gusta dominar, otras a las que les gusta ser sumisas. Pero, hagan lo que hagan, lo tienen que disfrutar, porque atraen clientes con ese morbo particular”.
Xio Fox tiene 41 años, y hasta hace tres, cuando su ex novia la tentó para hacer unos videos, trabajaba como personal trainer. Es una de las pioneras de la plataforma en la Argentina, y tiene clientes en Egipto, Francia, Alemania, México, Irlanda, Escocia, y todas partes de la India y los Estados Unidos, pero dice que nunca va a estar en el top 1%, porque las que mejor miden son las que hacen porno mainstream. Y porque, sí, estos contenidos en general están hechos por mujeres y de manera casera, pero “los fans siguen siendo tipos: son los que tienen plata y los que consumen pornografia”.
Xio es bisexual, fetichista y femdom, es decir, dominatrix, y tiene dos perfiles, uno gratuito –con 12.000 seguidores–, más convencional, y uno pago –con 120, a los que les cobra US$7,50 la suscripción–. Dice que antes era más caro, pero tuvo que hacer un rebranding: “Ahora en el pago dejé puro femdom y quedaron solo los sumisos. Es que se subieron al tren los famosos y bastardearon todo. Porque, si Lana del Rey cobra por sus fotos en bikini, ¿cuánto valen las del resto?”
El caso de la ex chica Disney Bella Thorne es emblemático en este sentido. La actriz que en agosto del año pasado se unió a Onlyfans y marcó el récord de US$1 millón en suscripciones en un solo día, generó el repudio de trabajadoras sexuales que usan la red en todo el mundo. Sobre todo cuando se supo que uno de los contenidos pay-per-view que vendió a sus fans por US$200 no era la nude que había prometido. Onlyfans terminó por anular esas transacciones y devolver el dinero a los estafados, pero cambió su política: ahora las propinas ya no pueden superar los US$100. Thorne se defendió por entonces con un mensaje en Twitter: “Quise llamar la atención sobre el sitio, cuanta más gente lo use más chances habrá de quitarle el estigma al sexo y al trabajo sexual”.
Xio no está de acuerdo, y agrega otro problema: “Que se pusiera de moda agravó la fantasía de que te comprás una casa por vender tres fotos en culo. No se hacen cargo de que es trabajo sexual, porque en realidad ‘no soy puta, vendo tres fotos’. Sí, conozco pibas que se compraron un departamento en Puerto Madero, ¡pero son minoría! El 90% no hace más de US$100 al mes. Antes éramos más a las que nos iba mejor, pero hoy el 10% no supera un sueldo normal, con la única ventaja de que acá los dólares rinden”.
Con el mercado saturado, que ser creadora sea rentable demanda una dedicación que la fantasía no siempre deja ver. “Vas a tener que remarla diez veces más, porque las probabilidades de que te vaya bien son muy bajas: cada vez hay más modelos. Y encima aparecen estas pilimilis diciendo que le vendieron fotos de los pies a un ruso, porque una tuvo esa suerte una vez. Y como no son un órgano sexual, parece que no fueran igual de putas aunque el chabón se caliente con sus pies. ¡Hay que entender que lo que calienta no es la foto!”.
“Yo no soy la que está más fuerte ni tengo el mejor culo. Estoy buena, pero gano porque tengo una personalidad marcada y un rol. Me compran cosas porque les caigo bien y los hago reír, los calienta que sea femdom. Les gusta el vínculo. Y para todo eso, para que te compren algo, hay un laburo de meses”, explica Xio, que aclara que parte de su morbo es usar máscaras y no exponer su identidad.
Detrás de cada pack de fotos – “cuando hay 800 millones de fotos de miles de chicas de todo el mundo”–, dirán esta ex personal trainer devenida en dominatrix virtual y todas sus compañeras consultadas por Infobae, hay incontables horas de trabajo: “Lleva todo el día, producirse, armar el set, sacarse las fotos, hacer los videos, editar, programar las historias y las menciones del mes. Hacer networking, ¡es un laburo de Community Manager…!”. Hacer equipo con otras creadoras de contenido es otro aspecto fundamental, porque Onlyfans no tiene motor de búsqueda, y la única forma de dar con un perfil determinado es si otro lo promociona. “No te podés meter a buscar ‘MILF tetona’ como en sitios porno o webcams”, resume Xio.
¿Se impone entonces la sororidad? “En parte sí, pero básicamente somos empresarias laburando. Me pasás una foto con tu descripción para que te vean mis clientes, yo te paso la mía y tus clientes me ven a mí. Si no sos famosa, no podés hacer promoción solo en tus otras redes, porque se te cierra el círculo muy rápido. Entonces nos manejamos con grupos de mención por mención con chicas de todo el mundo. Nos buscamos en Telegram por nicho, porque hay nichos para todo: BBW –por las siglas en inglés de Big Beautiful Girl–, las chicas obesas hacen mucha guita; chicas trans, que también tienen muchísima llegada; por cantidad de seguidores, por ejemplo, más de 10 mil. Y después hacemos posteos como las historias de las señoras de Instagram en las que Pepita recomienda los tejidos de Porota”.
Mucho más que levantarse la remera
Okina Munne vive en México pero ante sus suscriptores finge estar en Chile. Tiene 24 años y antes de entrar en Onlyfans, en 2019, trabajaba en un local de comidas. Comparte grupo de Telegram con Xio y tiene motivos que estremecen para mentir sobre su lugar de residencia. El año pasado desbloqueó a los usuarios mexicanos para ganar suscripciones, pero eso coincidió con el boom de la plataforma que la volvió una de las influencers populares. La reconocieron por la calle, la persiguieron, le sacaron fotos. Tuvo que lidiar con amenazas y le mandaron imágenes en las que se la veía desnuda a las redes de sus padres. Viralizaron su nombre.
Por eso a ella también le parece increíble cada vez que escucha el cuento de las chicas que dicen que van a vender fotos de sus pies por Onlyfans: “De pronto son un montón las que creen que entran y se hacen millonarias. Pero claro, no consideran que el trabajo sexual es trabajo. Que requiere tiempo, esfuerzo, creatividad. Fetichizan la idea misma de mostrar lo erótico como si eso pudiera aislarse de quien lo hace y de lo que hace. ¿Querés entrar? ¿Te das cuenta de todas las implicancias que hay detrás de ser una trabajadora sexual?¿De los prejuicios con los que vas a cargar? ¿Por qué será que te parece que es hacer unas fotitos y no querés ir más allá?”.
Okina, como la mayoría de sus compañeras, tiene dos cuentas. La gratuita, que usa sobre todo para atraer suscriptores, llegó en una semana al top 11 mundial sin vender demasiado. “Es porque hay muchas sin suscriptores –dice–. Lo hacen como un chiste, para probar, por la idea de estar en un catálogo, sin ninguna conciencia de lo que hay detrás”. Para ella, de todos modos, “que se haya puesto de moda genera visibilización. De a poco se entiende que puede ser un trabajo y por qué”. Y también, con suerte, que no se trata de mostrar las tetas: “Ojalá fuera solo eso, y que solo por levantarme la remera me llovieran los dólares”.
Al revés, dice que en los videos por los que más le pagaron no muestra nada. “No pagan por ver tetas y culos, o irían a un sitio porno. Pagan por el vínculo, la interacción, el morbo, la excitación más allá de lo visual, la escucha, el role play. La gente no se excita por ver una parte del cuerpo y ya, es absurdo creer que se consume sexo de una manera tan arbitraria. Necesitan escucha y acompañamiento, y eso es algo que hacemos las trabajadoras sexuales, la parte emocional que hay detrás. Tengo clientes que me han pagado por estar horas escuchándolos. ¿Dónde quedó lo de subir el pack y ya?”
En su cuenta paga, Okina tiene unos 200 suscriptores por US$20 mensuales cada uno. Todos los días postea contenidos (“videos de hasta 40 minutos, trailers, packs de tres fotos, gifs, audios cachondos”). Todos los días responde mensajes de sus fans. También hace transmisiones y shows en vivo. Y streamings donde usa un juguete sexual interactivo que los suscriptores controlan a distancia (el más conocido se fabrica en Singapur y se llama Lovense). Son como orgías virtuales donde los usuarios pagan por minuto para interactuar con ella. “El comando va pasando de uno a otro y manejan la intensidad y la duración de acuerdo al dinero que ponen. Les da mucho morbo”, describe.
Okina dice que entró al mundo del trabajo sexual por placer, pero no le gusta idealizar. “Hay días que no tenés ganas, y hay que trabajar para comer. Pero todos trabajamos por necesidad, de cualquier cosa. Desde mi lugar, trato de encontrar otros espacios para hablar de sexualidad. Esto sigue siendo un tipo de pornografia, pero ya no es la hegemónica, porque una no hace nada que no quiere. Eso que se le cuestiona a la industria porno, la humillación, el desprecio por el consentimiento, acá lo regulamos nosotras. No hay forma de someterse, se puede dramatizar, pero es todo más genuino, te tocás como te gusta y el consumidor ve que hay otros placeres, que no a todos les gusta igual: ya no son los mismos cuerpos, las mismas poses, los mismos ángulos. Hay todo tipo de cuerpos y se acarician zonas erógenas que antes no existían”, concluye.
La vida sexual de la señora
Lola Hipster es socióloga y tiene un posgrado en Comunicación Política. Trabajó en consultoras, en ONGs y en el Estado, pero su perfil en Onlyfans y otras redes le abrió la puerta de otro mundo, y de otro nivel de ingresos: “Una hora con un turista en una cita representaba un mes de sueldo, solo 15 suscripciones son el equivalente a 30 mil pesos; pero las plataformas de contenido requieren dedicación full time. En Argentina, salvo que seas Cazzu, es difícil lograr eso de ‘me compro una casa’”.
“La gracia de Onlyfans fuera de Sudamérica, es que una chica cualquiera, sin intermediarios ni agencias, puede tener ingresos muy altos vendiendo contenido adulto”, explica por Instagram con la solvencia de quien tiene muy estudiado el tema. “Acá las que lo intentan sin una base grande de fans, no llegan a rankear dentro de las posiciones 0,1%. Y esto es básicamente porque el potencial suscriptor no conoce la plataforma y no quiere ni puede pagar la suscripción en dólares, porque tampoco tiene una cultura de comprar contenido adulto. La típica frase es: ‘No pago por porno’, aunque sí lo consuma de servidores pirateados.”
Para Lola, esa cultura del que se jacta de no pagar pornografía, “es totalmente machista: se acostumbraron toda su vida a que las mujeres estuviéramos a su servicio, y por eso el ‘slut shaming’ (juzgar a las mujeres por putas) les conviene. Esa vergüenza sirve como control (a lo Foucault) para que las chicas no vendamos contenido dentro del mundo del entretenimiento adulto en general”.
Dice que, como feminista, ser Lola le dio más que un buen ingreso ocasional: “No quiero gustarle a un tipo y ver si rankeo para que me elija como su novia o chonga. Cobrar me asegura que si después no pasa nada, mi tiempo valió y no me quedo llorando porque el pelotudo no quiso aumentar su ego conmigo. Si lloro, lloro con el alquiler o la cuota de la universidad al día”.
La pregunta, según ella, cae de madura: ¿Por qué darle gratis a un tipo las fotos en las que invirtió tiempo y dinero solo porque le dice ‘linda’ o ‘reina’ como halago para conseguir una salida? “Pagame, es mi tiempo, es para tu deseo, acá está también el mío, porque si no lo disfruto, dejo de ser sujeto y me cosifico”.
El porno clásico, sostiene la socióloga, hizo que muchas generaciones crecieran naturalizando conductas sexuales violentas y alejadas del placer femenino, incluso los millennials que envían a las chicas fotos íntimas sin su consentimiento, y absolutamente convencidos de que ellas disfrutan. “Por eso la gran revolución de esta plataforma es que logró popularizar el nude o la vida sexual de la señora sexy desde su perspectiva. Y ese ya es un gran cambio para nuestras sexualidades”.
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