“Estoy convencido de que hay que despejar ciertos mitos sobre Perón que se proyectan sobre la dirigencia política actual de la Argentina y que causan problemas en el presente. Por ejemplo, que Perón era antinorteamericano o que tenía una política ultraestatista, como muchos dirigentes jóvenes del peronismo de hoy creen, mientras que por el otro lado los antiperonistas tienen la idea de que era una especie de Mussolini sudamericano, de un fascismo total, lo cual tampoco es cierto. Entonces me propuse revisar la historia y los hechos tal como fueron, más allá de las interpretaciones, para despejar esos mitos, para no repetirlos en la política de hoy”, le dice a Infobae el historiador Mariano Caucino.
Fundador y director de la Escuela de Ciencia Política y Gobierno UCES, autor de varios libros sobre historia contemporánea y política exterior, embajador en Costa Rica entre 2016 y 2017, y en Israel entre 2017 y 2019, Caucino acaba de publicar El Perón que no miramos – Política, diplomacia y economía en tiempos de escasez (1950 – 1955), donde aborda esa etapa de los primeros gobiernos peronistas para sacar a la luz aspectos hoy poco conocidos, cuando no ocultos, de las posiciones políticas de Juan Domingo Perón.
-El título de su nuevo libro es una afirmación que, de inmediato, dispara una pregunta: ¿Cuál es ese Perón que, a su juicio, no miramos?
-Por distintas razones, el peronismo y el antiperonismo ocultaron durante décadas lo que yo llamo la “etapa realista” del primer peronismo. Porque luego de la caída de Perón, él mismo y la Resistencia Peronista retomaron de alguna manera las consignas de la Tercera Posición, genéricamente muy antiimperialistas, que terminaron ocultando la política de acercamiento a los Estados Unidos que Perón había tomado desde fines de 1949 y que continuó hasta su derrocamiento. Más tarde, a principios de los ’70, cuando el peronismo volvió a poder, estaba de moda esa visión mítica de un Perón antiimperialista, cuando en realidad no lo había sido. Por eso yo le encontré ese título, “El Perón que no miramos”, que en realidad está basado en un programa de televisión que había en los años ’80 que se llamaba “El país que no miramos”.
-La afirmación de la existencia de un “Perón que no miramos” lleva implícita que hay un Perón que sí miramos, ¿cuántos “Perones” hay?
-Hay infinitos Perones, podríamos decir incluso que hay Perones “a la carta”. Carlos Altamirano tiene una frase donde dice que todos tenemos un peronismo ideal, que finalmente es el que nunca se realiza. Entonces, algunos peronistas dicen que el peronismo es lo que hizo Perón, el originario, y que lo que vino después ya no es peronismo. Los que criticaban a Menem decían esto no es peronismo, es liberalismo; a los que no les gusta Kirchner dicen esto no es peronismo, es kirchnerismo... En ese sentido, hay muchos Perón, pero lo que hizo Perón en el gobierno es historia, son hechos concretos, no idealizaciones.
-Pero la consigna “Braden o Perón” para la primera victoria electoral, o la Tercera Posición, de no alineamiento con ninguna de las potencias de la Guerra Fría también son hechos…
-Es que Perón era un pragmático absoluto. Eso lo llevó a que en algunas situaciones incurriera en contradicciones, como por ejemplo seguir manteniendo el discurso de la Tercera Posición y, a la vez, en algunos momentos, sobre todo en el período que va de fines del 49 al 55, hacer sobreactuaciones pro-norteamericanas.
-¿Cuándo?
-Un momento clave es la guerra de Corea, cuando intenta mandar tropas a Corea y no lo puede hacer porque el ejército se opone, porque los radicales y los gremios se oponen, porque incluso muchos dirigentes del propio peronismo se oponen. Pero él quería quedar bien con los norteamericanos y trató de hacerlo con las tropas.
-Usted plantea una contradicción muy fuerte entre el discurso de Perón y los hechos…
-Y eso llevaba a confusiones, no sólo en la Argentina. Hay cables de la embajada norteamericana que yo reproduzco donde dicen que no le terminan de creer a Perón, en lo de Corea y en muchas otras cosas, porque mantenía el discurso antiimperialista. Él le decía al embajador norteamericano y a los enviados de Washington que estaba con ellos pero que tenía que mantener ese discurso internamente, pero los tipos no lo entendían. Porque hay un problema que tuvo Perón, aun cuando era un genio de la política, y que hoy lo tiene Alberto Fernández y lo han tenido un montón de gobernantes argentinos, que es la idea de que uno puede decir una cosa y hacer otra. Y eso ante los norteamericanos no funciona, porque para la cultura anglosajona, mentir es peor que lo que uno hace. Hay una contradicción entre dos culturas ahí. Nosotros los latinos creemos que podemos decir. Y convivir con esa idea de pongo el guiño a la izquierda y doble a la derecha... Los norteamericanos no entienden eso, y cuando un gobernante lo hace lo toman como poco confiable. Ahí hay una contradicción que creo que está muy presente en la política argentina hasta hoy, de creer que se puede decir una cosa y hacer otra. En ese sentido, el único líder peronista que eso lo interpretó claramente y que no cometió ese error fue Menem.
-Precisamente al dirigente que hoy se considera el menos peronista de todos…
-Puede ser, pero Menem hizo cosas muy parecidas a las que hizo o intentó hacer Perón en el período que abarca el libro. Hay una suerte de continuidad histórica que no se termina de reconocer y que es que Perón en los años 50 arregla con los norteamericanos, intenta abrir un poco la economía. En la política petrolera y energética se ve claramente que el Perón del 50 al 55 hace contratos con las compañías norteamericanas para explorar el petróleo. Después, la Revolución Libertadora cancela todo esto, y el que lo retoma es Frondizi, y después Illia vuelve a cancelarlo. Y el que lo retoma es alguna manera Menem.
-Siguiendo con esa continuidad entre Perón y Menem, usted rescata un discurso de Perón donde dice que su aspiración para el futuro es que las empresas estatales no sean necesarias. Es imposible no recordar aquel furcio menemista de “nada de los que debe ser del Estado quedará en manos del Estado, ¿qué sucede con las empresas estatales y las privatizaciones en esa etapa de Perón?
-Al final de su segundo mandato, en el 54 y el 55, Perón ya tenía discursos de ese tipo. Por ejemplo, en el Congreso de la Productividad de marzo de 1955. Ahí él tiene expresiones que después se podrían haber llamado muy privatistas, aunque no sé si realmente lo eran tanto. Perón, en ese momento, tenía la idea que el Estado debía tener un rol subsidiario, es decir que tenía que dedicarse a la Defensa, a la Justicia, a la política exterior, pero que no necesariamente debía tener una actividad industrial. Porque cuando asumió, Perón heredó el modelo económico de la década del ’30, estatista, dirigista, que era el que Roosevelt había instalado después de la crisis. Al principio, Perón lo profundizó, pero al poco tiempo empezó a encontrarle limitaciones e intenta corregir el rumbo. Ese proceso lo interrumpió el golpe del 55.
-Se podría afirmar que la estatización de los ferrocarriles es un hecho que contradice esta mirada sobre Perón…
-Yo creo que la clave para entender eso es que cuando Perón asumió la presidencia o un poco después, el triángulo económico entre la argentina, Estados Unidos y Gran Bretaña se había vuelto totalmente vicioso. Porque en ese triángulo económico, la Argentina fue favorecida más o menos hasta los años 30. Después de la crisis del 30, la Argentina quedó en muy mala posición en esa relación. Para empezar, obviamente, porque era el país más débil de los tres, pero además el problema era que la economía argentina era complementaria con la británica y competitiva con la norteamericana. Cuando la economía británica todavía era equiparable en alguna forma con la norteamericana, hasta fines del Siglo XIX, para la Argentina era muy beneficioso ese triángulo, porque le exportaba productos agropecuarios al Reino Unido y con las libras que le ingresaban compraba productos manufacturados en los Estados Unidos y en menor medida a la propia Inglaterra. Pero cuando Inglaterra, después de la guerra, decretó la inconvertibilidad de la libra, en el 46, la Argentina tenía créditos en libras esterlinas que al no ser convertibles a dólares y otras monedas, se le volvieron imposibles. A partir de eso, Perón adoptó la decisión de nacionalizar los ferrocarriles…
-¿Por qué?
-Lo hizo porque no le quedaba otra, porque a los británicos se les vencían los contratos en el 47, y Perón lo que hizo, hábilmente, fue aprovechar una circunstancia negativa, la inconvertibilidad de la libra, y la transformó en un discurso político nacionalista. Pero en realidad, si hubiera podido evitar la nacionalización la habría evitado.
-Por último, ¿Qué papel jugó el Perón de ese período en el concierto latinoamericano?
-Hay que tener presente que, en esa época, Perón era el líder de un país que era mucho más importante que hoy. En términos relativos no hay que olvidar que Argentina, todavía hasta 1960 más o menos, tenía una economía más grande que la brasileña. Entonces era claramente el país más importante de Sudamérica. Y esa idea, la cabeza del liderazgo de gente como Perón, o en su momento, de Yrigoyen o de Justo, es una idea que se fue desvaneciendo porque la Argentina se fue achicando en términos relativos frente a sus vecinos. Por eso no es válida la acusación que se le hace de haber tenido sueños grandilocuentes, o incluso megalómanos. Quizás haya algo de eso, pero lo real es que la Argentina era por entonces el país más importante de la región.
-¿Hay un Perón que haya permanecido constante en toda su trayectoria política?
-Sí, en dos aspectos. Uno es el Perón militar, castrense; el otro, el Perón anticomunista. Ahí no tiene contradicciones.
-¿Qué aporta sacar a la luz a ese Perón que usted sostiene que “no miramos”?
-Porque siempre es útil revisar la historia, sobre todo en el caso de Perón, porque a casi medio siglo de su muerte, para bien o para mal, el peronismo es un actor central de los procesos políticos argentinos. Conocerlo realmente, a través de sus hechos, como dirigente político y no como mito, puede ayudar a pensar mejor no sólo al peronismo sino también al país.
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