Servicio militar, conscripción, colimba... Más allá de los horrores insoslayables de la guerra de Malvinas y la muerte del soldado Omar Carrasco en 1994, que le puso punto final a esta práctica, para quienes tienen (tenemos) más de 45 años y la fortuna del número bajo fue esquiva, es un recuerdo ambiguo: ¿un año perdido o una fuente inagotable de esas anécdotas que -como las de los pescadores- vienen “con IVA”? Muchos dirán con razón que era una suerte de obra de mano o servidumbre barata, de la que se aprovechaban muchos oficiales y suboficiales incluso para menesteres de su vida privada. Otros tantos acertarán al señalar cuántos argentinos conocieron una cama, una comida caliente, un baño y hasta cierta contención durante el tiempo que estuvieron bajo bandera. Charly García escribió Botas Locas y dejó claro su pensamiento: “Si ellos son la patria yo soy extranjero”. Jorge Cilifrese (53) se para en la vereda de enfrente del músico y no tiene dudas: “Siempre tuve muy presente a la colimba”. La pandemia, las horas en blanco y el hecho de estar en su casa de Monte Grande desde el 20 de marzo de 2020 se convirtió en la posibilidad de cumplir un deseo: volver a reunir, aunque fuera en forma virtual, a todos los conscriptos con quienes hizo “la colimba” en 1986.
El lugar donde destinaron a Jorge fue el Batallón de Infantería de Marina 5 de Río Grande, en Tierra del Fuego. En Malvinas, el BIM 5, al mando del Capitán de Fragata Carlos Robacio, se cubrió de gloria: con sus tres compañías defendió los montes Tumbledown, Sapper Hill y el valle de Moody Brook, última trinchera antes de Puerto Argentino. En Tumbledown, por ejemplo, después de soportar 44 días de bombardeo intenso, el 13 de junio los infantes hicieron retroceder a la Guardia Escocesa y sólo dejaron sus puestos cuando las municiones ya eran exiguas y les ordenaron replegarse. Los ingleses los bautizaron como “el Batallón Infernal”.
Cilifrese, que tuvo la baja en agosto del ’87, no es un total desconocido. Fue protagonista de varias notas en el año 2003, después que le entregó una carta manuscrita pidiéndole trabajo a Néstor Kirchner cuando éste fue a Ezeiza a un acto en el Instituto Nacional del Agua. Había sido despedido de una empresa de catering de aviones y hacía changas: ese día era uno de los mozos que atendía en el evento. “Al día siguiente me llamaron de Casa Rosada -le cuenta a Infobae-. Me hicieron pasar a la Sala de Situación. Fue el famoso día que Borocotó se pasó al kirchnerismo… De repente apareció Luis Zacarías y me dijo… ‘disculpame, pero tenés un culo, el presidente te quiere recibir en su despacho. Me llevó, estaba Néstor con mi carta. “¿Y?”, me dijo. ‘No entiendo nada’, le respondí. Me metió un cachetazo amistoso, me agarró del hombro y le dijo a Zacarías: ‘Que este muchacho empiece a trabajar en la parte transitoria’. Desde entonces fui mozo de la Casa Rosada. Ahora estoy en la Jefatura de Gabinete en el edificio SOCMA. Y desde que empezó la pandemia, en mi casa”.
Así, en el tedio de la cuarentena, se le ocurrió que “dentro de lo malo, podía sacar algo bueno”. Y empezó a buscar a sus ex camaradas. “En Facebook tenía a 2 o 3 compañeros con los que seguí en contacto. Se me dio por armar un grupo de whatsapp y con ayuda de mis hijos empecé a buscar en las redes sociales, porque al Instagram no lo se usar. Así fui armando la cadena. El año pasado éramos 38 en el grupo, y se me acopló un muchacho de Gesell que se entusiasmó y empezamos a sumar más.
De muchas maneras, Cilifrese usó distintos medios para convocar a más ex integrantes de ese Batallón. “Yo estoy metido en grupos de Infantería de Marina. Vi que había un cabo 2do en mi época. Nos pusimos a chatear por messenger, que contó que se había retirado en los ’90 y vivía en Río Grande. Él había estado destacado en la Isla de los Estados en Malvinas y dirige el Centro de Ex Combatientes allá. Me comentó que tenía barbijos y pines del batallón y le pedí que me mande para publicarlos. Busqué por muchos lados. En total éramos unos 170, y ya estamos casi todos. Somos 113, y tengo 25 nombres más para meter. Hay 15 que fallecieron, uno por COVID, estando ya en el grupo que se hizo en Facebook, el año pasado”, relata.
A ese muchacho lo apodaban “Chichón, por lo petiso”, cuenta. “Lo ubiqué un domingo antes de Semana Santa. Y al día siguiente me mandó un audio llorando. A tal punto que me asusté y lo llamé. Le pregunté si tenía algún problema de salud y me respondió que no, que eran lágrimas de emoción. ‘Mirá que este grupo es para divertirnos’, le aclaré. ‘Quedate tranquilo’, me dijo. Unos días después envió un audio a las 8.30 de la mañana. Le respondí ‘buenos días Chichón’. A las 14.30, desde su teléfono, llamó un chico llorando. Era el hijo diciendo que el papá había fallecido. Llamé porque tuve un cargo de conciencia, pensé que quizás la emoción lo había perjudicado… Hablé con la mujer, no sabía cómo darle el pésame hasta que me dijo: ‘Señor Jorge, con Daniel (Almaraz) hace 30 años que estaba casada. En 30 años nunca lo vi tan feliz como esta última semana. Nunca le daba bolilla al celular, pero desde que lo metió al grupo, vivía mirándolo y riendo. Se fue feliz’. Hicimos una colecta de plata para ayudar a su familia y se la entregamos a la viuda. Y 20 días atrás me dijo que le iban a hacer la lápida y ahí estamos nosotros, como grupo: ‘Recuerdo de tus amigos del BIM 5 clase 67’.
Los ex conscriptos armaron un grupo de Facebook, donde suben fotografías de aquella época. “Hay una foto famosa de la guerra de Malvinas: el soldado argentino que lleva a los ingleses con los brazos en alto. Es Jacinto Eliseo Batista. Nosotros le decíamos Checho. Era mi jefe. En una travesura mía me metió una patada y me levantó dos metros del suelo. Ahora hablo seguido con él. El haberlo tenido como jefe, por más que me haya metido el patadón, es un orgullo”.
El resto del relato son las anécdotas risueñas de un chico de 18 años a 3.000 kilómetros de su casa: “En mi sector tomábamos mate de ginebra: era yerba y ginebra, nomás. Una vez llegó la hora del rancho -la comida-, y estaba borracho. Fui con la bandeja a retirar la comida y se me volcó…Ese día fui el hazmerreír del batallón. No fue la única que pasó con la comida. Otra vuelta organizamos una huelga porque no nos gustaba. Retiramos la comida y nos cruzamos de brazos. Resultó, porque nos empezaron a alimentar mejor…”.
“Otra linda historia -recuerda- es cuando nos llevaron al Paso Garibaldi, al lago Fagnano. De repente apareció el micro de León Gieco, que estaba girando con De la Quiaca a Ushuaia. Nos sacamos una foto grupal y me hice una con él. Algún día me gustaría que me la firme”.
Para mantener la concordia entre tanta gente que casi no se conoce, a pesar de haber compartido un año tan particular, hay algunas reglas. Jorge -a quien apodan El Comandante, “algo que mucho no me gusta, pero entro en el juego y los hago reír”- cuenta que “en el grupo están prohibidas dos cosas: hablar de política y subir videos de tono alto. Y funcionó. Yo siempre trato de unir, no separar. En 15 meses, del grupo se fueron apenas 4 o 5 y por el tema de los celulares, no les resistía la memoria de tantos archivos que nos empezamos a pasar. Por eso después hicimos el grupo de Facebook para las fotos”.
Estas reuniones virtuales las hacen -relata- “a través de videollamadas. A veces duran como tres horas. Intentamos por zoom pero no se enganchan mucho por ahí. Están todos muy contentos. Hay casos como el de una persona que tuvo un ACV y no se acordaba de nada. Yo le dije que no forzara su cabeza, que no le haría bien. Pero a medida que escuchaba anécdotas comenzó a recordar”.
El primer objetivo es, después que pase la pandemia, “juntarnos todos a comer un asado”. Y el de máxima, “viajar al batallón, a Río Grande”.
El “muchacho de Gesell” que se puso a buscar ex camaradas con Jorge es Ricardo Corti (54), casado, con dos hijos de 12 y 14 años. Es productor de seguros, oriundo de San Miguel, en el conurbano, y desde hace 21 años se mudó a la costa. “Fue una cuestión de calidad de vida. Se vinieron mis hermanos a trabajar y yo atrás de ellos. Tiene un ritmo que no es la locura de Buenos Aires”, explica.
Ricardo, como Jorge, estuvo en el BIM 5 desde junio del 86 hasta agosto del 87. “Fue una experiencia que nos marcó -relata a Infobae-. Nos llevaron de pronto a un lugar lejos de casa, donde en esa época no había teléfonos. Y a un batallón que en ese momento seguía impregnado por Malvinas. Yo pude volver 10 o 15 días a mi casa ese año, pero la mayoría no. Sólo se podía salir en avión.
En esa época, recuerda Ricardo, “Río Grande era un pueblito chato, bajo, gris, con mucho viento en verano y sin luz de día en invierno No había plantas ni árboles, aunque las casas eran lindas por dentro. Fui hace un tiempo a Ushuaia de vacaciones y pasé, ahora la vida es mucho más activa. Me acuerdo que había algún lugar para ir a bailar, pero yo no fui. Salía nada más que para revelar fotos o hacer algunas compras, como artículos de limpieza. No conocías a nadie, entonces todo era difícil, hasta recibir la plata que te mandaban tus viejos. Así que prefería estar adentro. Todos se armaban la vida en el batallón. Se hacían grupos, por eso es muy lindo reencontrarse con aquellos con los que uno tenía más afinidad, se nota la emoción que se produce, sobre todo en este contexto de pandemia. Quizás en otra circunstancia este grupo hubiera sucedido, pero esto ayudó. Y ya no falta agregar a muchos”.
Después que terminó el servicio militar, Ricardo no se vio con ningún compañero por años. “Capaz como había algunos de San Miguel, crucé a alguno en el centro. Pero había de La Plata, muchos de Mercedes. Ahora que nos reencontramos, se armó alguna reunión más allá de lo virtual. En diciembre fui a ver a mis viejos y me invitaron a un asado, éramos unos 20. En marzo hicieron otra juntada y después ya no por las restricciones. ¡Es que somos de riesgo, jaja!”
En el grupo de whatsapp, dice “se arman charlas enormes. Se formó un lindo grupo aparte. Jorge marcó bien las pautas, las reglas claras y las cosas funcionan. Hace unos días había un chico grave, y todos hacían fuerza por él…El proyecto de Jorge que comparto, aunque no lo veo tan viable, es viajar allá 2 de abril del año que viene, porque cuando se haga la vigilia, después de tanto tiempo guardados, va a explotar. Pero se puede hacer en el batallón, para alojarse allí. El BIM 5 tiene un espíritu de cuerpo que me emociona. Es algo místico. Cuando nosotros estábamos se hablaba mucho de Malvinas. Los militares no, porque no lo tenían permitido. Pero nosotros mirábamos mucho a los veteranos, que se notaba porque tenían una identificación. Se los respetaba mucho”.
Con todo, la memoria a veces se torna más áspera. “La anécdota que más recuerdo es por el julepe que me llevé. Yo estaba en una oficina, porque era perito mercantil y sabía escribir a máquina. El jefe era un infante de marina. Imaginate, un tipo se preparó para pelear, dentro de una oficina. Un día me dijo ‘Corti, tráigame un café’. Cuando volví y abrí la puerta no lo vi. Estaba detrás mío y me hizo una toma de karate… volaron platitos, tazas. Me tiró al piso, me apuntó con el arma y me dijo como si nada ‘limpie este despelote’. Lo hacía para divertirse. A esta altura, pienso que si terminó ahí en una oficina, sería por castigo de algo. Pero no lo tomé a mal, creo que la guerra es una cosa de mierda, no es justa…”.
Las anécdotas de la colimba continúan: “El otro día nos acordábamos de la vez que apareció una luz y el que estaba de guardia empezó a los tiros, en medio de la nada. Pensá que un tiro de FAL suena como un cañón. Le decíamos ‘la luz mala’.... O las veces que en las campañas salían a cazar ovejas. Si aparecía una en el vivac, se hacía. Y los cocineros no se quejaban. Hasta un guanaco comimos una vez. Había una frase: ‘si camina, corre o vuela, va a parar a la cazuela’”.
El servicio militar obligatorio fue una institución que atravesó a casi todos los que cumplieron 18 años más allá de 1994. El final, determinado durante el gobierno de Carlos Menem después del crimen del soldado Carrasco, se sintió como un alivio para las generaciones de jóvenes que vinieron después. Porque lo que sucedió con el joven neuquino no fue una excepción: el FOSMO (Frente Opositor al Servicio Militar Obligatorio), creado en 1977, informó 34 casos de soldados muertos o desaparecidos mientras cumplían el servicio militar desde ese año hasta su disolución. Y sin embargo -buenos y malos- los recuerdos permanecen. Permitan la referencia personal: escribir las vivencias de Jorge y Ricardo en la “colimba” despertó las propias: las madrugadas viajando con Andrés y José -dos amigos- rumbo al destino, la búsqueda desesperada de una máquina de escribir con carrete abierto para anotar -con un dedo, despacito- los 900 nombres de mis compañeros en una oficina y así zafar del “baile”; el recurso de armar sándwiches en la cocina con el mismo fin -hasta que a alguien se le ocurrió mezclar el fiambre con tabaco, saltó el damnificado y el baile fue memorable-, el arma de un cabo primero apuntándome en el cuarto de limpieza, porque a los 18 años -si se puede evitar- no se tienen muchas ganas de andar limpiando baños; el joven oficial al que enseñé a usar un intercomunicador y me creyó (perdón) cuando le dije que me correspondían diez días de vacaciones; el cabo chapista que me arregló un viejo Citroen; el “movimiento vivo” junto al río el día más frío de 1982 cuerpo a tierra quién sabe cuántos centenares de metros sobre el barro… Todo está guardado en la memoria. Y la colimba, crean los que no la hicieron, como pocas cosas en esta vida.
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