Con sus todos sus años a cuesta, doña Francisca Bazán de Laguna no pudo tener mejor regalo. Los diputados que llegaban de todos los puntos del territorio sesionarían en su casa, la que había recibido como dote al casarse. Pero la alegría era doble: volvería a ver a Manuel Belgrano, que por 1812 junto a su tropa, había descansado en la casa de la Calle del Rey.
En 1762 la mujer, que descendía del conquistador español Juan Gregorio Bazán y de Juan Ramírez de Velazco, se casó con el español Miguel de Laguna.
La casa fue construida por 1760, sobre la Calle del Rey. Concebida como una residencia señorial, del zaguán de entrada se pasaba a dos ambientes; luego, se accedía a un primer patio, rodeado de las habitaciones que ocupaban la familia, y que incluían la sala y el comedor. Después de traspasar tres salones, se llegaba a un segundo patio en el que se encontraban las dependencias para el personal de servicio, la cocina, el pozo de agua, las letrinas y al fondo del terreno había una huerta.
Después de la batalla de Tucumán, en septiembre de 1812, el gobierno se la alquiló a Juan Venancio Laguna, uno de los hijos de Francisca, viuda desde 1806. Fue alojamiento de tropa, almacén de guerra y aduana. Los Laguna vivían en otra vivienda muy cerca de allí. En esos tiempos Francisca conoció a Manuel Belgrano y se transformó en su admiradora por la obra que estaba haciendo en el norte. Y más aún, el general instaló allí su cuartel general y parte de sus tropas descansaron en su casa.
Para las sesiones, hubo que tirar abajo una pared que dividía dos salones para armar un ambiente lo suficientemente amplio. Se repararon techos y se hicieron letrinas. Esos trabajos comenzaron en febrero de 1816. Se pintó el frente con cal y las puertas y ventanas de azul prusiano. “Es un orgullo para mí que todo esto esté pasando en mi casa”, repetía la dueña. El 24 de marzo de 1816 el Congreso de Tucumán comenzaba a funcionar con la llegada de los diputados, muchos alojados en casas de familia.
En esa casa histórica se declaró la independencia el martes 9 de julio de 1816 a las tres de la tarde. A escasos kilómetros estaba asentado un poderoso ejército español, que solo sería frenado por la guerra de guerrillas de Martín Miguel de Güemes, ya que el Ejército del Norte sería destinado a combatir a los caudillos federales.
Todo terminó al día siguiente con un gran baile, en el mismo patio de la casa. Cuando el gobernador Bernabé Aráoz dio por finalizada la fiesta, Manuel Belgrano arengó con vehemencia a los presentes, prometiendo la fundación de un gran imperio en América meridional, gobernado por los descendientes de la familia imperial de los incas.
En uno de estos festejos, Belgrano conoció a la bella Dolores Helguero, con quien tendría una hija, Mónica.
Temas pendientes
No solo la independencia era un tema a discutir en Tucumán sino que, una vez pronunciados libres, una agenda de cuestiones debía ser discutida. Qué forma de gobierno adoptar, darnos una constitución, generar recursos para sostener el esfuerzo bélico; convocar a los mejores oficiales para ordenar el sistema militar; habilitar puertos, escuela de náutica y de matemáticas; ordenar la administración pública; establecer una nueva casa de moneda en Córdoba, a pedido de esa provincia; demarcación del territorio y fundación de pueblos y villas; el reparto de terrenos baldíos; venta de tierras e inmuebles a beneficio de la agricultura y aumento de los fondos del Estado y atender cuestiones referidas a la educación, ciencias y artes, minería, agricultura, dirección, y habilitación de caminos. Hacer un país.
Cuando llegó el momento de nombrar un jefe para el Poder Ejecutivo Juan Martín de Pueyrredón, diputado por San Luis, obtuvo la mayoría de votos.
“Yo hablé, me exalté, lloré…”
Belgrano, que había llegado a la capital tucumana el 5 de julio, les relató a los congresistas las novedades políticas recogidas del viaje que había hecho al viejo continente. Dijo que el fracaso de las repúblicas en Europa había abierto la puerta nuevamente a los reyes. Aconsejó implementar una monarquía americana “atemperada”, y que el monarca surgiera de la dinastía de los Incas, que habían sido desplazados por los españoles 300 años atrás. “Yo hablé, me exalté, lloré e hice llorar a todos al considerar la situación infeliz del país. Les hablé de la monarquía constitucional con la representación soberana de la Casa de los Incas: todos aceptaron la idea”, cuenta Belgrano en su autobiografía.
El 12 de julio Acevedo propuso incluir en los debates la iniciativa de Belgrano, y solicitó designar a Cuzco como la capital de ese reino. El diputado Gazcón sugirió que la capital fuese Buenos Aires, mientras que Tomás de Anchorena, diputado por Buenos Aires, se inclinó por la federación de provincias como forma de gobierno.
Con esta iniciativa, se buscaba la adhesión de la numerosa población indígena del norte y además se especulaba que un rey inca provocaría la deserción automática de los indígenas que habían sido reclutados a la fuerza en el ejército español. Del mismo modo, pretendían debilitar a las fuerzas de Artigas, ya que contaba con muchos aborígenes entre sus filas.
Los que festejaron a lo grande fueron los indígenas, ya que por fin estas tierras serían gobernadas por uno de los suyos. “Los indios están como electrizados por este nuevo proyecto y se juntan en grupos bajo la bandera del sol. Están armándose y se cree que pronto se formará un ejército en el Alto Perú, de Quito a Potosí, Lima y Cuzco”, escribió en sus memorias el sueco Adam Graaner, testigo de las deliberaciones del congreso.
Cuando el Congreso se trasladó a Buenos Aires a comienzos de 1817, este proyecto perdió fuerza, así como la agenda de temas. Anchorena confesaría años más tarde que “nos quedamos atónitos por lo ridículo y extravagante de esa idea; le hicimos varias observaciones a Belgrano, aunque con medida, porque vimos brillar el contento de los diputados cuicos del Alto Perú y también en otros representantes de las provincias. Tuvimos por entonces a callar y disimular el sumo desprecio con que mirábamos tan pensamiento”. Manifestó su oposición a erigir, con una frase tremenda: “A un monarca de la casta de los chocolates, cuya persona, si existía, probablemente tendríamos que sacarla borracha y cubierta de andrajos de alguna chichería…”.
El que más se lamentó fue el propio creador de la bandera: “Se han contentado con declarar la independencia, y lo principal ha quedado aún en el aire; de lo que para mi entender resulta el desorden en que estamos; porque un país que tiene un gobierno, sea el que fuere, sin Constitución, jamás podrá dirigirse sino por la arbitrariedad”.
¿Y el acta?
Pasaron 205 años y no se sabe dónde está el acta original de la independencia. Se la redactó el 8 de julio de 1816, tomando como modelo la norteamericana y se la votó al día siguiente a las dos de la tarde. ¿Quiénes participaron de la redacción? Posiblemente los diputados Juan José Paso y José Serrano, secretarios del Congreso. Se tomó como modelo la norteamericana, ya que no había muchas experiencias en el mundo en ese sentido.
El acta dice: “En la benemérita y muy digna ciudad de San Miguel de Tucumán, a nueve días del mes de julio de mil ochocientos diez y seis: terminada la sesión ordinaria, el Congreso de las Provincias Unidas continuó sus anteriores discusiones sobre el grande, augusto y sagrado objeto de la independencia de los pueblos que lo forman. Era universal, constante y decidido el clamor del territorio por su emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España; los representantes sin embargo consagraron a tan arduo asunto toda la profundidad de sus talentos, la rectitud de sus intenciones e interés que demanda la sanción de la suerte suya, pueblos representados y posteridad. A su término fueron preguntados si quieren que las provincias de la Unión fuese una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli. Aclamaron primeramente llenos de santo ardor de la justicia, y uno a uno reiteraron sucesivamente su unánime y espontáneo decidido voto por la independencia del país, fijando en su virtud la determinación siguiente:
Declaración
Nos, los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en Congreso General, invocando al Eterno que preside al universo, en el nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protestando al Cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos; declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli; quedar en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia, e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas y cada una de ellas así lo publican, declaran y ratifican, comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de esta su voluntad, bajo del seguro y garantía de sus vidas, haberes y fama. Comuníquese a quienes corresponda para su publicación, y en obsequio del respeto que se debe a las naciones, detállense en un manifiesto los gravísimos fundamentos impulsivos de esta solemne declaración. Dada en la Sala de sesiones, firmada de nuestra mano, sellada con el sello del Congreso y refrendada por nuestros diputados secretarios.
En la sesión secreta del 19 de julio, a pedido del diputado por Buenos Aires Medrano, se agregó “y de toda dominación extranjera” a la frase “del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”. El 21 los congresales juraron la independencia y en Buenos Aires se haría el 13 de septiembre, en medio de sendos homenajes y festejos.
El 13 de agosto, el director supremo Pueyrredón dispuso imprimir 1500 copias del acta para ser distribuidas en todo el territorio; y por moción del diputado Serrano se hicieron 500 copias en quechua y otras tantas en aimara, las que se enviaron al noroeste del país.
¿En qué momento se perdió de vista dicho documento? Se ignora si fue en 1816 cuando se la envió con un mensajero a Buenos Aires, o en la época en la que gobernaba Juan Manuel de Rosas o posiblemente en las décadas posteriores. Escasas son las pistas que puedan dar con el acta que hasta el momento está perdida.
La casa histórica, otro olvido
En 1817 los Laguna, con el congreso trasladado a Buenos Aires, regresaron a habitar la casa y continuaron alquilando los ambientes que daban a la calle. Finalmente en 1874 una bisnieta de Francisca la vendió al Estado y comenzó su ruina.
Con el propósito de conmover al Estado, los Laguna contrataron al fotógrafo Angel Paganelli para que registrase el deterioro de la vivienda. Se ven el frente y unos de los patios. No hubo caso. Primero se demolió su frente y las habitaciones del ala derecha del primer patio. Todo caería bajo la piqueta aunque se trató de preservar el salón donde se declaró la independencia.
Fue por gestión del presidente tucumano Nicolás Avellaneda que se la adquirió. La casa fue sede de juzgado, del correo y telégrafo. Para 1880 el deterioro era preocupante, aún del recinto histórico. Resultó más sencillo desocuparla y abandonarla en 1896. Roca, otro tucumano, ordenó construir un templete para preservar el salón y el resto fue demolido.
En 1941 el arquitecto Mario Buschiazzo, la reconstruyó gracias a las fotografías, los planos que pudo hallar y la ubicación de los cimientos originales. Consiguieron aberturas, rejas, baldosas, ladrillos y tejas de la época y en 1943 fue inaugurada. Y quedó lo más parecida a los tiempos en que doña Francisca soñaba con volver a ver a Manuel Belgrano, feliz de que todo haya pasado en su casa.
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