Fueron 13 días en coma farmacológico. La neumonía bilateral que tenía se complicó y para los médicos del Hospital Fernández no hubo más opción que dormir a Sol Ferreyra (32) e intubarla para que pudiera sobrevivir. Aún hoy ella no sabe cómo contrajo el coronavirus. La diagnosticaron el 6 de abril y empezó con cuatro días de fiebre elevada, dolores en todo el cuerpo y luego la internación.
“Cuando me dijeron que tenían que dormirme para intubarme, me largué a llorar. Estaba muerta de miedo”, admite ahora a Infobae. La médica, docente, comunicadora en Salud Sexual y Reproductiva, y feminista, tal como se presenta en @sol_despeinada, su cuenta de Instagram con más de 543 mil seguidores. Muchos de ellos la acompañaron virtualmente al momento del hisopado y le brindaron aliento mientras estuvo internada.
Ya de regreso a sus actividades en la Facultad de Medicina de la UBA, recuerda que “uno de los peores momentos fue cuando me extubaron, porque estaba despierta. Fue un segundo, pero sentí todo”. Y fiel al sarcasmo que comparte en sus redes, tuvo tiempo para el humor: “Cuando desperté del coma estaba sin lentes (yo no veo nada) y tuve sueños extraños y alucinaciones: vi un humanoide con plumas negras, una especie de San la Muerte, en un rincón de la sala...”, bromea, y asegura que “el mejor momento, después de casi 20 días sin alimentarme, fue comer un flancito”.
La internación y el coma
Sol es muy activa y querida en Instagram y Twitter, y usó esta red para contar cómo fueron sus días de internación en el Hospital Fernández, al que ingresó en la noche del 8 de abril y donde permaneció hasta el 10 de mayo.
El orden de las cosas sucedió así: el 5 de abril, luego de dos días de fiebre, se sometió a un hisopado que dio positivo de COVID-19. El miércoles 7 de abril le hicieron una radiografía de tórax porque había superado los cuatro días de fiebre. Le vieron una mancha en el pulmón y decidieron realizarle una tomografía. El resultado arrojó que tenía una neumonía bilateral complicada por el COVID. Esa misma noche quedó internada.
Hasta ese momento, pese a su profesión, nada le hizo pensar que ese iba a ser el diagnóstico. “Negaba todo lo que me pasaba”, admite. Durante esos días, creía que la fiebre bajaría con horas de sueño y paracetamol. “Sentía que el cuerpo me pesaba mucho más, tenía dolor muscular y articular y un cansancio diferente. Después llegó la fiebre, hasta hoy no sé cómo me contagié”, asegura, y cuenta que fue una amiga, también médica, quién prendió las alarmas por la duración de la fiebre.
“Ella me llevó a la guardia del Fernández porque yo no entendía nada, estaba saturando muy bajo, me costaba muchísimo respirar y volaba de fiebre. Fue a buscarme a mi casa, me subió al auto y me llevó a la guardia porque yo no podía ni moverme”, reconoce, y dice que estaba tranquila con su salud aunque “no era para estarlo”.
El ser médica, reflexiona, tuvo sus pros y sus contras: “por ahí te dicen cosas que a otros pacientes no, pero hay otras que no te cuentan”, dice. Recién en la guardia supo que debía quedarse internada. “Yo cada vez entendía menos”, recuerda, pero no puede decir cómo fueron esos primeros días en el hospital porque su estado le generó mucha confusión.
“Sé que me suministraron oxígeno, pero no había mejora. No era suficiente y mi salud empeoraba, no quedó más que intubarme”, dice. Luego, recuerda sus sensaciones al recibir la mala noticia: “Fue una médica la que me avisó que como no alcanzaba con lo que me estaban dando, iban a dormirme para intubarme. Iban a inducirme al coma. Luego me ofrecieron hacer una videollamada con alguien que yo quisiera, pero dije que no y me quedé dormida. Fue solo cerrar los ojos. Así estuve 13 días”, relata.
Trece días después, Sol comenzó a despertar lentamente. Cuando recuperó la conciencia le avisaron que le quitarían el tubo de oxigeno para que pudiera respirar por sus propios medios. “Fue una de las peores sensaciones de mi vida sentir el tubo recorriendo todo por dentro, es una sensación muy fea aunque dura un segundo. Pero, a la vez tuve sensaciones encontradas porque... no sé si ‘placentero’ sea la palabra, pero algo así sentí al saber que me lo quitarían. Pensé: está bueno dejar de tenerlo, es una buena noticia. En ese momento, también sentí miedo porque no sabía qué me pasaría”.
Apenas pudo hablar, Sol hizo una trasmisión en vivo para llevar alivio a las miles de personas que hasta ese momento no tenían noticias suyas, más que lo delicado del cuadro. “Tenía ganas de contarle a todo el mundo lo que había vivido, sentía que tenía mucho para contar. Fue muy lindo para mí y también creo que estuvo bien hablar de un tema un poco tabú como lo es todo lo que pasa en la internación, con el hecho de estar inconsciente, sedada, intubada. Hay mucho de lo que no se habla sobre la terapia intensiva y el coma”, admite.
“Lo que más me preguntaron fue si la intubación duele, si se sufre, cómo es el coma... y la verdad, es un gran sueño. Es dormir y dormir, no se siente nada. Al menos esa fue mi experiencia. Y me alegra poder ayudar a que mucha gente se quede tranquila. Me parece que es interesante”.
Las alucinaciones, la música y el flan
La internación de pacientes con COVID-19 sucede lejos de sus familias, en solitario. Pero los pacientes están rodeados de personas con la misma dolencia (en terapia intermedia, donde pueden conversar, o en terapia intensiva), y de profesionales de la salud que día y noche trabajan para que se recuperen.
“Todo el cuerpo médico (las enfermeras, médicas, fonoaudiólogas y kinesiólogas) fue muy atento, pasaban a veces solo a preguntar cómo estába... Brindan un apoyo emocional muy lindo, pero incluso allí se puede hablar con la persona que tenés al lado. No es que te quedás sola completamente sino que aprendés a armar una nueva familia allá dentro. Es una pequeña comunidad con otras personas en la misma situación. No me sentí tan sola, no tuve esa sensación.Claro que cuando vi a mis amigos, amigas y familia me emocioné, pero en el hospital estaba conectada con mi entorno de allí”, destaca la influencer.
Al despertar del coma tuvo alucinaciones visuales. Dice que es culpa de la miopía. “¡Vi una especie de monstruo que pensé que era San la Muerte! Había un monstruo gigante de plumas negras, con una forma humanoide... Me desperté y lo vi, asustadísima, claro. Cuando me trajeron los anteojos no vi nada más... Miraba el rincón y no estaba más”, cuenta entre risas.
Sobre el final de la entrevista, revive otras dos anécdotas. “Después de casi 20 días sin comer, me dicen: ‘Tenemos que hacer el test de deglución y lo único que tenemos es flan...’ ¡Yo no te puedo explicar lo que fue para mi ese momento! Imagínate que hacía 14 días que no comía nada, tenía hambre y antes de que me intubasen ya llevaba una semana sin comer. Y me dijeron que me iban a dar mi postre favorito”, relata.
“No podía moverme porque no tenía fuerzas, pero cuando vi ese flan, mis manitos y piernas se movieron de alegría, así como hacen los bebés. Ese sabor y consistencia no los voy a olvidar jamás, por eso lo conté muy feliz, como si hubiera sido un avance de la vida”, dice.
Y sobre el final, antes de terminar la entrevista, recuerda otro momento para la emoción: “En la sala se escuchaba música alegre, tipo Shakira, Diego Torres, Maná... Y sonó un tema de ellos y yo, sin darme cuenta, moví los pies, una mano y la cabeza... todo al ritmo de la canción. En ese momento me largué a llorar porque fue como que me cayó de golpe la ficha de todo lo que había pasado y de repente, como podía, una vez más estaba bailando”.
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