Para algunos, como veremos, la renuncia del presidente constitucional Héctor José Cámpora se concreto reservadamente el 4 de julio de 1973. Para la ciudadanía en general, el anuncio del retiro de Cámpora lo protagonizó él mismo el 13 de julio, alrededor de las 13 horas, por cadena nacional. Sentado en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno, teniendo al vicepresidente Vicente Solano Lima a su diestra, Cámpora comenzó diciendo que “yo no sé si la emoción, la honda emoción que me embarga, me permitirá la lectura de este mensaje al pueblo argentino. Porque está próximo un acontecimiento a cuyo servicio he puesto la conducta y la lealtad incuestionable de toda mi vida: el reencuentro del general Perón con su pueblo en el ejercicio pleno, real y formal, de su indiscutida conducción”. Tras un corto discurso de alrededor de 10 minutos el país se iba a enterar que renunciaban el presidente, el vicepresidente, y que asumiría temporariamente la Primera Magistratura el titular de la Cámara Baja, Raúl Lastiri, porque se habrían de convocar a una nueva elección presidencial, llevando el Frente Justicialista de Liberación (FREJULI) a Juan Domingo Perón como presidente. Para los más informados, la renuncia de Cámpora comenzó a fines de junio en Madrid y el jefe del justicialismo lo maltrató al Primer Mandatario de todas formas.
Ya lo relatado, en otras ocasiones, Perón –quien nunca dejó de imaginar que iba a volver a la Casa Rosada—llegó a decirle a Benito Llambí que no quería hablar más con Cámpora. Las razones eran varias y, en especial, el caos en que Cámpora había sumergido al país con su “primavera camporista”, que no era otra cosa que el asalto del “entrismo montonero” en los estamentos del Estado. Desde que llegó definitivamente a la Argentina, Perón se vio envuelto en el caos en que habían convertido a su Patria y, desde el primer minuto inició su ofensiva final para terminar con el estado de cosas.
El 20 de junio de 1973, cuando aterrizó en la Base Aérea de Morón, el viejo líder palpó la situación. En ese momento, el entonces comodoro Jesús Orlando Capellini hacía escasos meses que se desempeñaba como comandante de la VII Brigada con asiento en Morón. En esas horas escuchó, de uno de los choferes de los tantos funcionarios que estaban en la base, que Perón bajaría en Morón. Según me contó en 2010, sorprendido, tomó un helicóptero para recorrer la zona del acto y al sobrevolar la marea humana, cercana al Puente 12, observó que abajo reinaba el caos. Perón y unos muy pocos más entraron en el despacho del jefe de la base y Capellini entraba sólo para atender los llamados urgentes que recibía. El embajador Benito Llambí recordó que “ingresamos a una sala en la que de inmediato se le expuso a Perón el problema de Ezeiza. Sin disimular para nada su fastidio, hizo responsable de toda la situación al ministro del Interior Esteban Righi, a quien retó en términos durísimos delante de todo el mundo”. La visión del embajador Llambí es coincidente con la de un alto jefe del Ejército (Llamil Reston, llegó a general de división) que en esos días estaba cerca del teniente general Raúl Carcagno y escuchó su relato: “Vicente Solano Lima nos llamó a los tres comandantes para pedir asesoramiento de qué hacer frente a lo que sucedía en Ezeiza. Todos coincidimos que Perón y su comitiva debían descender en Morón. Cuando bajó del avión, tras los cortos saludos protocolares, Perón se reunió con los tres comandantes y nos pidió un cuadro de situación. La reunión se realizó en una oficina que tenía un amplio ventanal y en un momento Perón, observando a Righi detrás de los cristales me dijo: ‘Sólo Cámpora pudo nombrar a este pelotudo de Ministro del Interior’”. Carcagno tampoco la sacó gratis, porque con una gran muestra de malestar, comentó con sorna: “Haría falta Lanusse.” A Perón e Isabel los subieron a un helicóptero UH-1H para trasladarlos a la residencia presidencial de Olivos. A Perón se lo vio cansado y preocupado.
El jueves 21 de junio de 1973, a primera hora de la mañana, Juan Domingo Perón y su séquito abandonaron Olivos por la Puerta 5 en dirección de su residencia en Gaspar Campos 1065. Desde Gaspar Campos, José López Rega comenzó a citar a algunos ministros del doctor Héctor Cámpora. No fueron de la partida Esteban Righi y el canciller Puig. Luego de comenzada la reunión llegó el Presidente Cámpora con el Edecán Presidencial, coronel Carlos Alberto Corral, quien atinó a retirarse y Perón le pidió que se quedara (como lo hizo en Madrid), obviamente para tener un testigo militar. En esa ocasión, Perón volvió a reiterar lo que ya decía en Madrid, y le reprochó a Cámpora, en términos muy duros, la infiltración izquierdista en el gobierno. Y le criticó los nombramientos que, dentro de esa tendencia, había producido. Perón levantaba el dedo índice mientras hablaba. “Yo nunca lo había visto así”, diría una de las fuentes consultadas hace años. “Estaba muy enojado, muy disgustado. Estaba marcada ya la ruptura con Cámpora”.
En términos similares recordó ese momento, en su libro El último Perón, el entonces Ministro de Educación, Jorge A. Taiana, cuando Perón, ostensiblemente nervioso y de mal humor, arremetió contra Cámpora. También contó que Perón realizó una muy ácida alusión a la inoperancia gubernamental, incluida la de los hijos y amigos del presidente Cámpora, mientras, de pie, contra la pared, el edecán militar Carlos Corral escuchaba atentamente.
Esa noche del 21, Perón habló por televisión, flanqueado por el presidente Cámpora y el vice Vicente Solano Lima. Atrás, parados, José López Rega y Raúl Lastiri, completaban la escena. En la ocasión, envió un claro y enérgico mensaje a todas las “organizaciones armadas”, en especial a Montoneros: “Nosotros somos justicialistas, no hay rótulos que califiquen a nuestra doctrina y a nuestra ideología”. “Ninguna simulación o encubrimiento por ingeniosos que sean podrán engañar. Por eso deseo advertir a los que tratan de infiltrarse que, por ese camino, van mal… a los enemigos embozados, encubiertos o disimulados les aconsejo que cesen en sus intentos, porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacer tronar el escarmiento.”
El domingo 24 de junio de 1973, inexplicablemente, Cámpora y sus acólitos expresaron en reiteradas ocasiones que una vez establecido el gobierno constitucional, las organizaciones armadas perderían la razón de su existencia y dejarían de operar. Lo afirmaban, mientras los cuadros principales de todas las organizaciones terroristas sostenían lo contrario. Para el gobierno de Héctor Cámpora, sin violencia de arriba no habría violencia de abajo y se viviría en un clima de paz. ¿Paz? Regía un gobierno constitucional pero seguían actuando las organizaciones armadas. Ese domingo 24 de junio, “La Opinión” informaba que no habían novedades de los paraderos de cuatro empresarios secuestrados: John Thomson, presidente de Firestone Argentina por quien pedían 1.500 millones de pesos y se pagó 1.000.000 de dólares; Charles A. Lockwood, un empresario británico que llevaba más de tres semanas de desaparecido (se abonaron 2.300.000 dólares al PRT-ERP por su liberación); Kart Gerbhart, un alemán, gerente general de Silvana S.A. y en Córdoba había sido secuestrado por grupos armados en plena calle Manuel Ciriaco Barrado, un empresario de una fábrica de papel. Todo esto mientras el gobierno preparaba una ley de inversiones extranjeras.
En esas horas, la historia comenzaba a trazarse en otro lado, durante el encuentro que mantuvo Perón con el líder del radicalismo, Ricardo Balbín, en el ámbito del Congreso de la Nación. La cumbre se iba a realizar en la casa de Balbín en La Plata, como devolución a la visita que el jefe radical hizo a la casa de Gaspar Campos el 19 de noviembre de 1972, pero por razones de seguridad se concretó en las oficinas de Antonio Tróccoli, jefe del bloque de diputados de la Unión Cívica Radical. “Mi casa en Buenos Aires es el bloque legislativo”, había opinado Balbín. Oficiaron de mediadores el propio Tróccoli y el presidente de la Cámara Baja, Raúl Lastiri.
Al día siguiente, la embajada de los Estados Unidos de Norteamérica informó a la Secretaría de Estado que se habían reunido en “privado” y que se discutieron “medios y formas de cooperación”. Lodge comentó en el punto 4º del cable reservado Nº 4459: “Además de problemas tales como el control del terrorismo y las divisiones dentro del Movimiento, uno de los temas que más está presionando a Perón, es el de mantener la cooperación de otros partidos políticos especialmente la UCR. El hecho de que Perón haya visitado a Balbín poco después de su regreso, muestra a las claras que Perón tiene la intención de moverse rápidamente, en lo que hace a controlar este problema”. Mientras, Tróccoli me dejó constancia escrita: ”Yo estuve con los dos y yo lo escuché decir a Perón: Los dos hagamos de copresidentes. Los dos apuntalando un gobierno para poner en orden al país.” Ricardo Balbín quedó sorprendido por la forma de hablar de Perón sobre el gobierno de Cámpora. La feroz censura se abatió sobre el propio Cámpora y algunos de sus ministros, en especial Esteban Righi y el canciller Juan Carlos Puig. Perón fue directamente al grano: no estaba de acuerdo las ocupaciones a las oficinas públicas y de los excesos que se cometían a diario, y le dijo que se intimaría a los grupos armados para que se desarmen “y si no actuará la Policía que para eso está”. Balbín nunca imaginó la profundidad y la vecindad de la crisis. Perón le adelantó que se habrían de producir cambios en el gobierno. “Claro, respondió Balbín, es de suponer que cuando se sancionen las modificaciones a la ley de ministerios, todos ofrecerán sus renuncias y entonces se producirán los cambios”. La respuesta de Perón no se hizo esperar: “No, no podemos esperar tanto; tendrán que producirse ya mismo”.
El lunes 25 de junio de 1973, Cámpora dirigió un mensaje al país, sosteniendo que el marco político de la reconstrucción y liberación no admitía ni la anarquía ni la intolerancia y que el gobierno ejercería su autoridad con plenitud. A su vez el ministro Righi firmaba un comunicado recordando el “máximo cuidado por el cumplimiento de las disposiciones que prohiben la tenencia de armas y explosivos”. Pocas horas antes, en Campana, provincia de Buenos Aires, había caído muerto a escopetazos el ex diputado nacional Alberto Armesto, un peronista ortodoxo, ex colaborador del sindicalista Augusto Timoteo Vandor (asesinado por proto montoneros en junio de 1969) y que se había opuesto a la candidatura a gobernador de Oscar Bidegain (respaldado por Montoneros).
El martes 26 de junio de 1973 ocurrió lo inesperado: cerca de la 01.30 de la madrugada, Perón tuvo fuertes dolores de pecho. Mucho más intensos y duraderos a los que ya había sufrido a bordo del avión que lo trajo a la Argentina unos días antes. Llamado el doctor Pedro Cossio a media mañana, observó que había padecido un infarto agudo de miocardio. Hasta ese momento lo había atendido de urgencia el doctor Osvaldo Carena. Cossio recetó reposo absoluto dentro de Gaspar Campos, pero el 28 registró “un episodio que, por sus características, se diagnostica y trata con éxito como pleuropericarditis aguda, con agitación y fiebre”. A partir de ese instante, Pedro Ramón Cossio es integrado al equipo de su padre, para atender a Perón y, sin proponérselo, pasó a convertirse en un testigo privilegiado, porque estuvo durante doce días de 10 de la mañana a las 22 sin separarse del enfermo. Fue testigo de las vejaciones a Cámpora: en uno de esos días de junio en los noticieros se observa cómo el presidente de la Nación entraba a Gaspar Campos, mientras Cossio permanecía con Perón en la habitación del primer piso. Héctor Cámpora permanecía un rato en la planta baja, sin ser recibido, y al salir relataba al periodismo que había conversado con Perón y lo había encontrado muy bien. “Allí intuí -razonó el médico- que Cámpora dejaría pronto su investidura”.
“Pocos días después del 20 de junio -relató años más tarde Benito Llambí en sus Memorias de medio siglo de política y diplomacia- recibí un llamado de Raúl Lastiri (presidente de la Cámara de Diputados), quien quería verme con cierta urgencia. Al día siguiente me visitó, acompañado por (el Ministro de Economía, José Ber) Gelbard, tal como habíamos combinado”. A continuación Llambí relató que Lastiri le dijo que venía a concretar “un cometido solicitado por Perón”. Era inminente la caída de Cámpora y había que organizar una transición que permitiera llamar a elecciones presidenciales donde pudiera ser candidato el general Perón. El vicepresidente de la Nación, Vicente Solano Lima, estaba de acuerdo y ofrecería su renuncia. “De lo que se trataba era de asegurar un gobierno provisional que se limitara a dos cosas: por un lado depurar los cuadros de la administración pública de aquellos elementos adscriptos a la ‘Tendencia’, y por el otro, convocar de inmediato a elecciones y garantizar su realización con absoluta limpieza”. El plan general lo trató Gelbard al explicar que Lastiri asumiría como presidente interino, previa maniobra para ausentar de su cargo a Alejandro Díaz Bialet, presidente provisional del Senado y tercero en la línea sucesoria. Seguidamente, Lastiri le comunicó que Perón había pensado en él para ocupar la cartera de Interior. Llambí se sorprendió y le dijo que se sentiría más cómodo en la Cancillería, porque estaba preparado para ser el jefe del Palacio San Martín.
El coordinador de los detalles del “golpe blanco” como queda claro fué José Ber Gelbard, el hombre fuerte del gabinete, con quien el matrimonio Llambí había cultivado una importante relación personal. Llambí cuenta en su libro que “en un momento pidió un paréntesis para ordenar sus ideas”, sin decirlo, le hizo un homenaje a su esposa porque consultó el ofrecimiento con ella:
Benito: Me han ofrecido Interior.
Beatriz: ¿Exteriores?
Benito: No, no, Interior. Les dije que yo no soy para reprimir y me contestaron diciendo que el General me necesita porque allí debe ir un hombre de diálogo. Beatriz, notó la desazón de su marido, y recordó un consejo de su padre: “Nunca hay que dejar pasar la oportunidad”. Después se verá… Luego, Llambí volvió a la reunión, aceptó el ofrecimiento y escuchó la estrategia que desarrolló Gelbard.
El miércoles 4 de julio de 1973, por la mañana, Cámpora presidió una reunión de gabinete, a la que se sumaron Isabel Perón, Raúl Lastiri y el vicepresidente Vicente Solano Lima, donde se trataron algunos temas personales del general Perón. Su enfermedad y el reposo que debía guardar; la restitución de su grado militar y sus haberes devengados. En la ocasión, tanto López Rega como su yerno Raúl Lastiri ensayaron una crítica frente a la situación general del país. El mismo grupo, sin la inclusión de los ministros del Interior y Relaciones Exteriores, fueron citados a trasladarse a la residencia de Gaspar Campos por la tarde. Perón recibió a los asistentes en el living, departió un rato, invitó con café, y luego se retiró a la planta alta. Estaba todo planeado: Los asistentes pasaron al amplio comedor e Isabel tomó la cabecera, dejando a Cámpora a la derecha y López Rega a su izquierda. La otra punta de la mesa la ocupo Vicente Solano Lima, con Gelbard y Ángel Federico Robledo a sus flancos. Luego tomó la palabra López Rega para reiterarle a Cámpora las mismas críticas que había expresado a la mañana a las que se sumó Isabel, llegando a amenazar a todos con llevárselo a Perón de vuelta a Madrid. En ese momento, Cámpora rompió el silencio: “Señora, todo lo que soy, la misma investidura de Presidente, se la debo al General Perón. Por lo tanto usted lo sabe, el cargo está a disposición del general Perón, como siempre lo estuvo”. Le tocó a Vicente Solano Lima dar el golpe de gracia al reconocer que estando Perón en la Argentina y como respuesta al anhelo de la gente él presentaba su renuncia indeclinable de vicepresidente. Siete años más tarde reiteraría en un reportaje las mismas palabras que pronunció: “Como lo ha señalado el señor Presidente de la Nación, el pueblo argentino quiere ser gobernado por el general Juan Domingo Perón. Pero para que ello sea posible presento en este mismo acto mi renuncia indeclinable de vicepresidente”. Luego, el viejo dirigente conservador popular agregaría que “los ministros sabían ya de qué se trataba porque para eso habían estado en la reunión del 21 de junio”.
Terminada la sesión en el comedor, Isabel, López Rega, Cámpora, Solano Lima y Taiana subieron al primer piso donde Perón estaba sentado en una mecedora. El Presidente en ejercicio volvió a reiterar su gesto de reconocimiento y generosidad y Perón, como desentendido, dijo que “habría que pensarlo”. López Rega exclamo que no había nada que pensar y que no había que demorar las cosas.
-“¿Y los militares?”, preguntó Perón.
-“No hay ninguna preocupación”.
-“Bien”.
Taiana cerró la escena relatando en El último Perón que todos se confundieron en un abrazo; Perón se emocionó y después “lo acostamos. Le tomamos el pulso, la presión y le proporcionamos un medicamento en los minutos más importantes de los últimos años. De allí, Perón a la Presidencia”. Las renuncias que salieron publicadas en los diarios nueve días más tarde, en realidad, se produjeron en la reunión de ese día.
La tradicional comida de las Fuerzas Armadas, para conmemorar el 9 de Julio, no se realizó en el Edificio Libertador sino en el Teatro San Martín de la avenida Corrientes. Hacía de anfitrión la Armada, por lo tanto el discurso debía ofrecerlo el almirante Alberto P. Vago en su calidad de presidente del Centro Naval. Habló Cámpora –quien discurseó sobre la unión del pueblo con las Fuerzas Armadas- y se produjo un cambio de último momento: el Ministro de Defensa, Ángel F. Robledo, el 6 de julio, a las 16 horas, le comunicó al almirante Vago que debían suprimirse los párrafos del 1 al 5. “No tengo inconveniente en suprimir el 1º y abreviar el 4º, pero manteniendo el resto”, anoto Vago en una minuta. Después de varias discusiones “decido no hablar y como consecuencia no concurrir a la cena.” El polémico párrafo 5º expresaba: “Las Fuerzas Armadas confían en la decidida acción del Gobierno Constitucional y de los legítimos poderes del Estado, para anular la conjura antinacional que se proyecta y planifica en otras latitudes, y es ejecutada por un minúsculo sector de argentinos, poseedores de inmensos recursos de desconocido origen, que se mueven y extienden su prédica con el uso de casi todos los medios de comunicación masiva, envenenando las mentes del pueblo y sembrando la destrucción y la muerte entre los que quieren vivir en paz, para construir y trabajar en libertad.”
El martes 10 de julio de 1973, a las 17.50, en la casona de Gaspar Campos, Perón se encontró a solas con el comandante en Jefe del Ejército. El encuentro había sido largamente buscado por el jefe del Ejército. Se conocieron en Morón y llegó a Gaspar Campos de la mano del jefe de la custodia Juan Esquer o de José Ignacio Rucci (en eso difieren las crónicas de la época). Durante el diálogo, el general Raúl Carcagno recibió una primicia de parte del dueño de casa: “Voy a hacerme cargo del gobierno y quiero que el Ejército lo sepa antes que nadie.” Era toda una señal. Hablaron también de cuestiones personales como la restitución del grado militar porque el jefe militar portó una carpeta sobre esta cuestión que se hallaba demorada. A diferencia de lo que se afirmaba en el gobierno de Cámpora, Carcagno le habló de la unión del Pueblo y el Ejército.
Carcagno, dada la sinceridad con la que habló Perón, se atrevió a relatarle “la irritación” que había motivado Cámpora con algunas partes de su discurso en el Teatro San Martín, porque resultaba “inútilmente recordatorio de hechos que sólo pueden superarse con el silencio mutuo”. Perón estaba avisado de ésta situación por boca de Jorge Osinde y José López Rega. Según dicho medio “le llevaron ‘el dato’ de que el texto había sido escrito por Esteban Righi, el Dr. Mercante (subsecretario del Interior), el hijo de Cámpora, Héctor Pedro; el Dr. Enrique Bacigalupo (luego miembro del Tribunal Supremo de España) y otros miembros del ‘entourage’ presidencial”.
El miércoles 11 de julio de 1973, a primera hora de la mañana, el coronel Jaime Cessio le transmitió a Ricardo Balbín la invitación de Carcagno para que concurriera a comer esa noche al Edificio Libertador. Antes de sentarse a la mesa Jaime Cessio, jefe de Política y Estrategia del Estado Mayor le relató a solas al invitado lo que había sucedido el día anterior en Gaspar Campos. Se trató la renuncia de Cámpora y la posibilidad de una formula compartida entre Perón y Balbín.
La noticia de las renuncias de Cámpora, Solano Lima y el gabinete de ministros, una vez ultimados todos los detalles, debía ser conocida el sábado 14 de julio, día de la toma de la Bastilla, fiesta nacional de Francia. Pero se adelantó en un día porque Clarín publicó unas declaraciones del vicegobernador de la provincia de Buenos Aires, Victorio Calabró en las que sostenía que “estando el General Perón en el país nadie puede ser presidente de los argentinos más que él”. Luego de las palabras del vicegobernador bonaerense, Cámpora y sus allegados estimaron que era preferible adelantarse antes que ser empujados fuera de la Casa Rosada por la “pandilla” (termino con el que se referían a los que rodeaban a Perón).
El viernes 13 de julio de 1973, a las 19 horas el diputado Raúl Lastiri asumió provisionalmente, ante las dos cámaras. A las 21, en la Casa Rosada, Raúl Lastiri y dos ministros dejaron el gabinete: el de Interior, Esteban Righi, y el canciller Juan Carlos Puig, reemplazados por Benito Llambí y Juan Alberto Vignes. Inmediatamente, teniendo a los tres edecanes a sus espaldas, Lastiri dirigió un mensaje en cadena, explicando que en las elecciones del 11 de marzo “la soberanía del pueblo se ejerció a través de actos distorsionadores de su verdadera voluntad” y que había llegado el momento de repararlos y su gestión marchaba en esa dirección. El 13 de julio de 1973, José Ber Gelbard contó a los periodistas acreditados en su Ministerio que “este ha sido uno de los secretos mejor guardados de la historia política argentina. Sólo catorce lo sabíamos” y entre esos hombres estaba Perón. La frase del día la pronunció el secretario general de la CGT en la sala de prensa de la Casa Rosada: “Se terminó la joda”.
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