Casi todas las religiones -no todas-, tanto antiguas como contemporáneas, poseen un lugar de gracia y bendición donde irán los justos y un lugar de castigo y condenación donde irán los réprobos al finalizar su vida.
Simplificando mucho se podría decir que los buenos van “al cielo” -es decir arriba donde está Dios junto con sus santos- y los malos “al infierno”, es decir abajo, donde está Satanás y sus demonios.
Pero como veremos, no hay ni abajo para los malos, ni arriba para los buenos. Para el cristianismo y el judaísmo, tanto el cielo como el infierno no son lugares sino un “estado del espíritu”.
El genial Dante Alighieri, en su “Divina Comedia”, nos describe el infierno, el purgatorio y el cielo. Quien cruce la puerta del infierno se encontrará con una inscripción que dice: “Es por mí que se va a la ciudad del llanto, es por mí que se va al dolor eterno y al lugar donde sufre la raza condenada, yo fui creado por el poder divino, la suprema sabiduría y el primer amor, y no hubo nada que existiera antes que yo, abandona la esperanza si entras aquí” muchos de nosotros solo recordamos las últimas seis palabras que en italiano sería: “…lasciate ogni speranza voi ch’entrate”.
Y la imagen del infierno que todos tenemos en nuestra mente es la que nos describe Dante, tormentos sin fin, fuego y azufre. No hay redención en el infierno, no hay esperanza. Pero Dante no ubica a Lucifer rodeado de fuego, como todos creemos en nuestro imaginario; sino en un lugar totalmente congelado, de dimensiones ciclópeas, incrustado en el centro de una región de invierno perpetuo. Contrariamente a lo que describen las religiones monoteístas -esto es, que Satanás fue uno de los ángeles mas poderosos del cielo y que, aún en su condena, conserva una porción considerable de su fuerza-, Dante ilustra un ser mucho menos influyente. No gobierna sobre ningún reino subterráneo. De hecho, se encuentra prisionero del infierno así como el resto de los réprobos que lo habitan. El Satanás de Dante y La divina comedia es una criatura grotesca signada por la tragedia.
Por tanto, si bien Dante influyó en nuestra concepción del infierno, no lo fue a tal punto de poder decir que su influencia fue total. En nuestro imaginario el diablo nada en una sopa de fuego, y no en la heladera con cubitos de hielo.
La Real Academia Española nos otorga diez acepciones de la palabra “infierno”. Pero veamos, muy a vuelo de pájaro y muy sucintamente; de donde viene esta idea e imagen de un lugar del tormento rodeado de fuego eterno…
El Antiguo Testamento nos habla del “Sheol”: Génesis 37:35, 42:38, 44:29, etc… pero el Sheol no es un mar de fuego y de demonios, es un lugar donde van los muertos. Podemos leer en la “La Enciclopedia Británica” (edición 1971, vol. 11, pág. 276) “El Sheol estaba situado en alguna parte debajo de la tierra. [...] La condición de los muertos no era ni de dolor ni de placer. Tampoco se asociaba el Sheol la recompensa para los justos ni el castigo para los inicuos. Lo mismo buenos que malos, tiranos que santos, reyes que huérfanos, israelitas que gentiles, todos dormían juntos sin conciencia los unos de los otros”.
En el Nuevo Testamento se comienza a definir el lugar de los muertos con varias palabras: el Hades, la Gehenna... Algunas son traducidas como “infierno”, otras le dejan en su vocablo original.
Hades en los evangelios de Mateo 11:23 16:18, y de Lucas 10:15. 16:23; en los Hechos de los Apóstoles. 2:27,31; en las cartas 1 Corintios 15:55; y en el Apocalipsis 1:18, 6:8, 20:13,14
Gehenna: en los Evangelios de Mateo 5:22,29, 30, 10:28, 18:09, 23:15,33; de Marcos 9:43, 45,47; de Lucas 12:05; y en la Epístola de Santiago 3:6.
Pero el Hades y la Gehenna hacen referencia al “lugar donde van los muertos”.
El Papa san Juan Pablo II, el 28 de julio de 1999 nos dirá al respecto de la concepción del Infierno: “Las imágenes con las que la Sagrada Escritura nos presenta el Infierno deben ser rectamente interpretadas. Ellas indican la completa frustración y vacuidad de una vida sin Dios. El Infierno indica más que un lugar, la situación en la que llega a encontrarse quien libremente y definitivamente se aleja de Dios, fuente de vida y de alegría.”
Es decir, el infierno es no gozar de la presencia perpetua de Dios; el Dios de la bondad y del amor el cual, por su libre albedrío el ser humano rechaza conscientemente y Dios -que lo creó libre-, respeta esa elección de no querer participar de su amor. Pero debe comprender que ni el cielo ni el infierno son lugares sino estados del espíritu.
Y acá vale aclarar otro término de la palabra infierno. En el credo apostólico leemos sobre Jesús: “padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos y al tercer día resucitó…”. En la expresión “descendió a los infiernos”, infiernos no designa el lugar de los condenados, sino el de los muertos. Por tanto, significa dos cosas: que Jesús realmente murió -de lo contrario, no tendría sentido el término “resurrección”-, y que la salvación de Jesús es universal, es decir, afecta tanto a vivos como a los que habían muerto antes de su venida. Resumiendo, los artículos 632 y 636 del Catecismo de la Iglesia Católica. Es conveniente aclarar ese término, porque para todos, en nuestro modo coloquial de hablar, el infierno es donde reina Satanás y van los réprobos. Creo que se debería ajustar dicho término del credo apostólico a una concepción más actual del mismo, como se hizo con el Padrenuestro al cambiar “deudas” por “ofensas” sin perder la sustancia de la oración, dada que la terminología había cambiado su significado. El credo de la Iglesia Nueva Apostólica lo especifica mejor: “padeció bajo Poncio Pilato, que fue crucificado, muerto y sepultado, que entró en el reino de la muerte, que al tercer día resucitó de los muertos…”
Para el Islán, en cambio, el infierno es el Yahannam, está situado bajo un puente por el que deben cruzar las almas de los muertos, que caerán en el fuego si no están en gracia de Allah, el cual posee siete niveles de acuerdo a los pecados cometidos.
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