“¡Dejame morir!”, le imploró Claudio Konopka (49) a Constanza Cavagnaro, una de las kinesiólogas que le enseñó a volver a respirar porque solo no podía hacerlo, cuando su cuerpo y su mente habían dicho “basta”. Durante 16 días estuvo internado en el Hospital de Puerto Iguazú por coronavirus, y por una recaída estuvo una semana más. No sabe cómo se contagió, pero un día comenzó a sentirse mal: “Cada hora era peor”, le dirá a Infobae.
Claudio, muy conocido en su ciudad porque trabaja en el Cementerio y en la Municipalidad desde hace 21 años, responde al llamado que da motivo a esta nota y a la pregunta “¿cómo estás?”, exclama: “¡Vivo!”, con todo lo que en su caso significa. “Creí que no la contaba”, admite y cuenta que durante la internación “sentí que me apagaba, que me moría”.
Junio, el mes en que Claudio revivió
Claudio es el administrador del cementerio de Puerto Iguazú y especula que pudo ser allí donde contrajo el virus. Dice que siempre se cuidó y que por la exposición de su trabajo, en permanente contacto con las personas, sacó turno para vacunarse contra el coronavirus y en mayo le aplicaron la primera dosis de Sputnik V.
Por más que lo piense, no puede determinar cuándo pudo infectarse porque asegura que “desde el primer momento tomé todos los recaudos sanitarios que desde el inicio de la pandemia se explican”.
“Según las estadísticas, solo el 25 o el 30% de los pacientes pueden salir del cuadro en el que yo estuve y hoy lo puedo contar”, anticipa la gravedad en la que se encontraba y detalla: “El 3 de junio empecé a sentirme afiebrado, tuve diarrea, pero al contrario de quienes pierden el gusto y el olfato, a mí se me potenció. Primero perdí el apetito y para que comiera algo, mi señora me ofreció una banana que me pareció demasiado dulce; con los olores me pasaba lo mismo. Fui a acostarme sintiéndome muy mal y esa noche levanté mucha fiebre; un poco asustado, llamé a una clínica porque las líneas del hospital estaban saturadas. Vino un médico, me aplicó dipirona para la fiebre y me pasó. Al otro día la descompostura fue mucho peor y mi esposa llamó al 107 para pedir una ambulancias que me llevó directamente a la parte de Emergencias del hospital... Nadie quería tocarme, me preguntaban qué sentía porque por el antifebril no tenía fiebre y como parecía no tener más síntomas, pedí que me hicieran un test de Covid que dio positivo”.
Claudio regresó a su casa, pero sus malestares se agravaron. “La fiebre volvió peor que antes, quedé blanco y otra vez hubo que llamar a la ambulancia. Nos indicaron llamar al sector de Covid para que vinieran a verme los médicos con el protocolo, que me llevaron directamente a internación. Esa noche del 4 de junio me faltó el aire, sentí que a no podía respirar, que comenzaba a apagarme, fue como que me morí. Desde ese momento estuve en terapia intensiva intubado, con oxígeno y cables por todos lados”.
A los seis días, Claudio comenzó a escuchar sonidos que no reconocía, murmullos, apenas tenía fuerzas para abrir los ojos que solos se le cerraban.
“Me costaba mucho respirar, tenía un casco grandote que es un oxígeno alto flujo, pero cuando lo intentaba me dolían los pulmones y la nariz. No tenía fuerzas para nada, sentí que no iba a poder sobrevivir, que ya estaba, pero en ese momento, que juro me dejé llevar, vino una chica kinesióloga que me tocó la mano y, como pude, le pedí: ‘¡Dejame morir!’, no quería vivir más. Y me dijo: ‘No, no te vas a morir. De acá vas a salir caminando’, y me apretó una mano. Sentí como si mi cuerpo hubiera resucitado, no lo puedo explicar, no podía moverme, apenas hablaba entrecortado. Fue desesperante la necesidad de salir de ahí”, relata conmocionado por el recuerdo tan lejano en su memoria, pero tan cercano en el calendario.
Claudio vio otras ocho camas en la terapia intensiva, y un halo de angustia se apoderó de él. En esa cama estuvo otros dos días “con tubos y cables por todos lados, pero estaba consciente. Me enseñaron a respirar, me decían cómo respirar por la nariz y cómo por la boca, pero me costaba muchísimo”.
Constanza, la kinesióloga a quien considera “un ángel de la guarda”, le dijo que la única manera de salir de allí sería respirando por sus propios medios. Y Claudio comenzó a hacerlo, pasó a terapia intermedia donde estuvo otros 10 días. Allí le cambiaron el oxígeno y los tipos de máscaras para mejorar en su respiración. “Saturaba menos de 60 con oxígeno alto flujo y lo normal es entre 97 y 100, me costaba mucho”, recuerda.
Por medio de una placa radiográfica pudo ver el estado en que sus pulmones fueron afectados. “Estaban totalmente tapados, ese es el efecto de la Covid, lo que me hizo”, lamenta pero agradece porque en esos diez días gracias a los ejercicios que el equipo médico le indicó “mi pulmón de ex fumador quedó mejor que antes de entrar al hospital. Es increíble el trabajo que hacen los profesionales en el hospital, a cada segundo venía un médico o una enfermera para verme y alentarme con una palabra amorosa, eran segundos que para quien está ahí tirado, imaginando lo peor todo el día, es muy importante. Eso me ayudó mucho y fue sacándome de esa situación de angustia porque 13 personas murieron al lado mío, fue muy triste ver eso. ¡Terrible!”.
El 19 de junio, Claudio recibió el alta y pudo pasar el Día del Padre en casa, pero los malestares volvieron, esta vez por una infección producida por la sonda que tuvo colocada 10 días.
“Me dieron el alta porque saturaba 97 de oxígeno, pero el lunes recaí con mucha fiebre y volví a quedar internado una semana más por la infección urinaria y el sábado 26 tuve el alta definitiva”, recuerda y cuenta que ahora se está recuperando, pero no comprende por qué el coronavirus le dejó diabetes tipo II, de lo que se está tratando con dieta y medicación.
Otra secuela que tiene es la falta de movilidad en la mano mano derecha “porque los seis días que estuve en terapia intensiva, como me daban vuelta el cuerpo boca abajo, se ve que mi mano quedó abajo con hormigueo, pero sé que lentamente podré recuperar la movilidad. Eso es lo único que me quedó de esta enfermedad maldita”, le reprocha.
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