Juan Domingo Perón asumió la presidencia de la Nación por tercera vez el 12 de octubre de 1973. El 23 de septiembre de ese año había ganado las elecciones presidenciales con el 62 por ciento de los votos. Tenía 78 años y una afección cardíaca grave. El 21 de noviembre sufrió un edema agudo de pulmón. A partir de ese momento, se formó un equipo de 7 médicos cardiólogos que hacían guardia en forma permanente junto al general Perón, coordinados por Domingo Liotta, entonces Secretario de Estado de Salud, y por Pedro Cossio, médico de cabecera de Perón.
Carlos Garbelino era por entonces un cardiólogo joven, formado en la Universidad Católica de Córdoba, y que había realizado una capacitación en el Hospital Italiano de Buenos Aires junto al doctor Liotta. Fue por esa circunstancia que éste lo convocó cuando tuvo que formar un equipo para cuidar al presidente.
“La primera noche que hice guardia en Gaspar Campos [la residencia de Perón] no dormí. Me repasé toda la sistemática de todas las patologías cardiológicas que se podían presentar”, cuenta Garbelino en esta entrevista con Infobae.
También le tocó la guardia el 12 de junio de 1974, cuando Perón habló por última vez desde el balcón de la Casa Rosada. Ese día, recuerda, él estaba concentrado en lo médico, atento a cualquier signo de malestar en Perón. Visiblemente emocionado, dice que sólo mucho después se dio cuenta de que había presenciado un momento histórico. “Vos estás en otra, no estás en la parte política. Después cuando escuchás el discurso, te das cuenta de que fue la despedida”.
En esta charla, evoca cómo era el trato con el General, recuerda el día que le tocó actuar porque Perón tuvo un malestar en el helicóptero presidencial y asegura que es “mentira” que el entonces Presidente no fue bien atendido: “La asistencia médica de Perón fue total y absoluta, completa”.
— Doctor Garbelino, con 24 años, usted fue uno de los integrantes más jóvenes del grupo de médicos que atendían al general Perón en 1973 y 74. ¿Cómo llegó a integrar ese equipo?
— Sí, yo era el más joven del equipo. Tenía 24 años. Había hecho mi carrera de medicina en la Universidad Católica de Córdoba. Fui enviado al Hospital Italiano para aprender con Domingo Liotta a manejar la bomba de circulación extra corpórea porque se iba a formar un equipo de cirugía cardiovascular en Córdoba capital. Trabajé con Liotta unos meses. Luego, como no se plasmó el equipo de Córdoba, me volví a Buenos Aires, y Liotta me contrató en el servicio de cirugía cardiovascular del Italiano. Se da que el doctor Liotta era ministro de Salud Pública de la Nación, en ese momento Secretaria de Estado. Y en septiembre, calculo yo [N. de la R: en realidad fue en noviembre] del 73 el presidente de la Nación, el general Perón, tiene un edema agudo de pulmón en la casa de Vicente López, en la calle Gaspar Campos, donde vivía. Ante este cuadro cardiológico severo, se convoca a Domingo Liotta, que en ese momento, lo que es la historia, estaba haciendo cirugía cardiovascular en China. Estaba enseñando a operar del corazón en Pekín. Se forma entonces un equipo de seis médicos del Hospital Italiano, más 5 ó 6 enfermeras y se organizan guardias de 24 horas. Pero dos médicos que eran de cirugía del Italiano tenían problemas para cubrir las guardias. Ahí fue que el doctor Liotta me convoca, me ofrece si yo puedo cubrirlos, y así entro a trabajar en el equipo. Pasamos a ser siete médicos cuidando las 24 horas la salud del presidente de la Nación.
— ¿Quién dirigía el equipo?
— Nosotros respondíamos al doctor Liotta y también al doctor Pedro Cossio que era el médico de cabecera del general Perón.
— ¿Cuál era la afección que tenía Perón?
— En España, además de sus problemas urológicos, Perón había tenido un infarto, lo que se conoce actualmente como miocardiopatía isquémica. Tenía sus arterias coronarias obstruidas y dilatado su corazón, con lo cual tenía angina de pecho e insuficiencia cardíaca. Si trasladáramos al año 2021 ese tipo de patología, el general Perón estaría vivo, porque con el avance que tuvo la clínica y la hemodinamia, la angioplastia y la colocación de los stents, y toda esa serie de adelantos de la cardiología intervencionista, ese tipo de patologías en el 2021 es subsanable. En el año 74 no, no existía. No había ecografía cardíaca. No se conocía la ecografía. La medicación del General era toda oral.
— ¿Esa condición lo inhabilitaba para el tipo de responsabilidades que debía ejercer?
— No, para nada. El que decidía era él. No decidía nadie por él. Puedo asegurar que él quería cumplir con todos, los compromisos los quería cumplir siempre. Hasta el momento de su muerte mentalmente estuvo lúcido. Su cerebro estaba perfecto. Es decir que si uno hubiese sido más conservador, lo hubiese puesto en una caja de cristal y que diera órdenes nada más. Pero estaba totalmente lúcido al momento de su muerte.
— O sea que usted desmiente esos mitos de que Perón era manejado, de que el entorno....
— No, no, no.
— No es cierto eso.
— No, no, no. Mientras Perón fue presidente fue él quien tomaba las decisiones.
— ¿Cómo era su trabajo diario? ¿Usted iba a Olivos o estaba en otro lugar a la espera de un llamado?
— Cuando empezamos a cuidarlo a Perón él estaba en Gaspar Campos, en Vicente López. Había dos casas que se unían por el fondo, una sobre Gaspar Campos donde vivía el general Perón. Y otra en la calle paralela donde estaba la custodia, el equipo médico, etcétera. Luego, no recuerdo si en noviembre o diciembre del año 73, Perón se traslada a la residencia de Olivos. Ahí cumpliamos guardias de 24 horas, entrábamos a las 8 de la mañana y nos íbamos a las 8 del día siguiente. Cualquier movimiento que hacía el general nosotros íbamos en un vehículo atrás, permanente. A mí me tocó estar de guardia un día que el General fue a la base aérea Mariano Moreno. Habían llegado unos aviones franceses y Perón fue a verlos. Fuimos en el helicóptero y cuando volvíamos, el General medio se descompone, tiene una sensación de falta de aire, y le ordeno al piloto que abra las ventanillas del helicóptero y que baje la altura. Cuando llegamos a Olivos ya estaba bien. Estaba normal. Es decir, nosotros estábamos a la expectativa de cualquier síntoma que él presentara y bueno, nos llamaban inmediatamente.
— ¿Ustedes también le hacían un control diario?
— No, no, no. El que hacía los chequeos, semanalmente, era el doctor Pedro Cossio. Y nosotros estábamos para la asistencia de la emergencia o de algún síntoma que apareciera.
— ¿Cómo era el trato con él, cómo era como paciente?
— Nosotros lo tratábamos de General, no le decíamos “señor Presidente”, sino “General cómo le va. Cómo está, cómo se siente”, en el momento que nos encontrábamos. Y él te trataba de “mi hijo”, “bueno mi hijo, estoy bien”, “No, mi hijo, siento tal cosa”. Te trataba de “mi hijo”. Tal vez yo era muy joven pero era una relación paternalista diría yo. Era una persona muy accesible. Muy accesible. La relación con nosotros era muy buena.
— ¿Obedecía a los médicos?
— A veces sí, a veces no. (Ríe) Un día le habían regalado un auto nuevo. No sé si Ford o FIAT, no me acuerdo. El General se subió al auto y empezó a manejar dentro de la residencia. Y antes de que se den cuenta fue hacia al portón de la calle Villate y al Presidente le tenían que abrir la puerta, así que se fue, sin custodia, sin nada, agarró la Panamericana manejando él... Es decir que tomaba decisiones y algunas daban dolor de cabeza para cuidarlo.
— ¿Tenía una agenda muy cargada?
— No creo que tanto. Era regulado. Muchas actividades las hacía en Olivos sin trasladarse a la Casa de Gobierno. Es decir que se lo cuidaba. Pero la edad que tenía, con sus patologías que se fueron agravando... Los últimos diez días fueron los más complejos. Y me viene el sentimiento de la soledad del poder. Las últimas semanas Perón estuvo solo. La vicepresidenta con el ministro de Acción Social viajan a Europa y él queda solo. Él los había acompañado a Ezeiza y cuando volvía ya hizo un cuadro de dolor de pecho y pasó por el consultorio del doctor Cossio. Fuimos a Olivos y el general no estaba bien, y por decisión de los médicos, hablando con Liotta, decidimos trasladamos de la casa de huéspedes directamente al chalet presidencial y la guardia la hacíamos dos médicos. Estábamos 24 horas de a dos médicos con una enfermera en el mismo chalet presidencial. Y bueno, pensando en lo que el general Perón representó para los argentinos, verlo solo era difícil.
— ¿Usted estuvo en Olivos el día que él falleció?
— Estuve de guardia el domingo 30. Falleció el lunes 1° de julio. Ese día entregamos la guardia a las 8 de la mañana. Volvimos al Italiano, y me acuerdo que estaba haciendo la circulación extra corpórea en ese momento, el doctor Domingo Liotta estaba operando, cuando llega la noticia que el general había hecho un paro cardíaco estando sentado en el jardín de invierno y que habían comenzado las maniobras de resucitación. El doctor Liotta fue inmediatamente, después fuimos nosotros con el doctor Tamashiro y el doctor D´Angelo que era el anestesista llevando un electroencefalógrafo y un respirador.
— ¿Qué sucedió entonces?
— Fue difícil. Normalmente una resucitación en un paciente son veinte minutos, media hora, cuarenta y cinco minutos. Bueno, con el General se estuvo desde las 10.15 hasta las 13.15. Fueron tres horas de resucitación, de todas las maniobras habidas y por haber. Con colocación de marcapaso, con todo. Hasta que se hizo un electroencefalograma y la línea era plana, es decir que había lesión cerebral irreversible y se decidió finalizar las maniobras de resucitación.
— Doctor, cuando les avisan que Perón había tenido un paro, usted estaba operando con Liotta a corazón abierto...
— A corazón abierto. La operación la siguieron los ayudantes. Yo estaba manejando la bomba, cuando terminó la operación, vino a buscarnos el jefe de la custodia de la vicepresidenta. Nos llevó a los tres médicos a Olivos. Ahí estuvimos todo el día y toda la noche de ese lunes 1 de julio del 74.
— Y cómo era el clima en Olivos.
— Tremendamente tenso. Pero los médicos pudimos actuar normalmente, sin limitación de nada. Se hizo todo, todo lo que en el año 74 se tenía a disposición. Pero no respondió a las maniobras de resucitación. Fue tan tenso y tan difícil que llorábamos como unos chicos.
— Esas versiones que circulan de que López Rega o Isabel hacían esoterismo y demás para intentar resucitarlo….
— No, no. Son versiones nada más. López Rega aparecía en la habitación, lo tomaba de las piernas, decía algunas palabras a las que nadie daba importancia y se retiraba inmediatamente. Los médicos trabajamos sin limitaciones.
— ¿Cómo diría usted que estaba atendido Perón a nivel profesional? También se decía que no estaba cuidado, que no le daban la medicación…
— No, eso es todo mentira. Es todo mentira. Cuando Perón se siente mal y se hace un conclave, había dos opciones: o se lo internaba o formábamos una institución en Olivos. Y fue así, se trajo de Alemania un equipo de monitoreo, telemetría de Hewlett-Packard, que no había en el país, fueron traídos y Perón los estaba usando. Estaba con asistencia completa. La asistencia médica de Perón fue total y absoluta. Completa.
— ¿En esos últimos diez días también estuvo lúcido?
— Estuvo lúcido. Lo que pasa es que estaba inestable, un pequeño esfuerzo y ya le faltaba el aire, entraba en insuficiencia cardíaca. Había que regular estrictamente el ingreso de los fluidos, hacer el balance con el control de laboratorio por la función renal para no intoxicarlo con los medicamentos. Fue una serie de cuidados muy específicos. Y puedo asegurar que estuvo lúcido hasta el último momento.
— ¿Qué sucedió luego?
— Nuestro grupo estuvo hasta el 3 de julio y posteriormente nos convocan para ser el equipo de Salud que cuidó a la presidenta, a María Estela Martínez de Perón, hasta el golpe de Estado de marzo del 76.
— ¿Después del golpe usted tuvo algún problema?
— Seguí trabajando en el Italiano en mi especialidad. Creo que el golpe del 24 de marzo fue un martes a la noche, yo estaba de guardia el miércoles. Yo tenía un auto, mi primer auto, un FIAT 600 modelo 74. Entré por avenida Maipú, y había tanques por todos lados. Fui a la oficina que nos correspondía y a media mañana viene un coronel que nos dice: “Sus funciones acá ya no van, vuelvan a su lugar”. Nuestro lugar era la Secretaría de Salud hasta que un general nos echó a todos. Por cinco años no podíamos entrar en la administración pública. Así decía el decreto. Menos mal que estábamos en el Hospital Italiano que era privado, si no, también nos echaban.
— ¿Cómo siguió su carrera?
— Termino de hacer la especialidad en cardiología y en el año 77 volví acá, a Victoria (Entre Ríos), de donde soy nacido y criado. Empecé a trabajar como cardiólogo acá en Victoria.
— ¿Qué cosas recuerda con más intensidad de aquellos días?
— Lo que más recuerdo es la muy buena relación o muy buena predisposición del Presidente con los médicos de guardia, el trato que teníamos. Si bien no era muy frecuente, cuando se daba nos atendía muy bien.
— Con los médicos.
— Y con las enfermeras.
— ¿Tenía usted alguna adscripción política, algún alineamiento en ese momento?
— No, para nada. No había actuado en política ni en la época de estudiante. Mis primeros 20 años acá, tampoco. Recién en el 99 empecé a hacer política.
— ¿Con qué corriente?
— Dentro del Partido Justicialista. Yo había sido director del 95 al 99 del hospital local de Victoria y un senador, padre del actual vicegobernador de la provincia, me mide en una encuesta sin yo saberlo. Después de 20 años de trabajo acá, me conocía el 50% de la población. Y no tenía imagen negativa. Es decir que tenía mucho para crecer. Y él me ofrece ser candidato a senador. En 1999 perdí la elección, pero vuelvo a intentar en el 2003 y gano y vuelvo a ganar en el 2007. Fui senador provincial en dos períodos, hasta el 2011. Después seguí trabajando en la profesión. Fui presidente del Partido Justicialista local durante cuatro años más. Y todavía seguimos aconsejando, trabajando, ayudando a la gente en lo que se pueda.
— ¿Qué recuerda del velatorio y del funeral?
— Me acuerdo que a Perón lo vestimos nosotros con el traje de general. Los siete médicos que estábamos ahí nos encargamos de vestirlo. Y se hizo el velatorio esa noche en la residencia de Olivos y el martes 2 se lo trasladó al Congreso.
— ¿Conservó algún recuerdo material de esa etapa?
— Tengo algunas fotos. También la medalla que nos entregó la Presidenta a los siete médicos de guardia, a los médicos de cabecera, con la firma del general. Una medalla en nombre del gobierno, en nombre de ella misma, con nuestro nombre, la fecha y la hora de la muerte y la firma del general. Eran de la joyería Ricciardi donde Perón tenía registrada su firma por los regalos que hacía.
— ¿Y tiene fotos?
— Tengo una recuperada de un video. de una visita que hizo Perón, que lo llevó López Rega, a ver las viviendas que estaban en construcción.
— A usted le tocó acompañarlo.
— Me tocó ese día. También estuve en el mensaje de despedida.
— ¿El 12 de junio? ¿El último discurso desde el balcón?
— Sí, en la Plaza de Mayo.
— Ese día le tocó a usted...
— Sí. Sí, sí. Cuando pasa el tiempo uno se da cuenta de las cosas
— ¿Y qué recuerda de ese día, del 12 de junio?
— La Plaza llena, la gente. Lo que pasa es que uno estaba con la cabeza en otra cosa, desde el punto de vista médico. Está pendiente de lo que pasa. Yo la primera noche que hice guardia en Gaspar Campos no dormí. Me repasé toda la sistemática de todas las patologías cardiológicas que se podían presentar. Si pasa esto ¿qué hago? Si pasa lo otro ¿qué hago? Es decir vos estás en otra cosa, no estás en la parte política. Después, cuando ves y escuchás el discurso te das cuenta de la despedida.
— Cuando uno está siendo testigo de la historia, no siempre se da cuenta en el momento...
— Se da cuenta después, efectivamente.
— Puede contar que fue testigo de ese momento histórico, de toda una etapa difícil para la Argentina…
— La verdad que sí. La verdad que haber estado al lado de Perón es importante.
— Fue un momento de mucha esperanza y una oportunidad perdida para la Argentina lamentablemente ¿no?
— Efectivamente. Efectivamente. Porque uno vivió también los años posteriores a Perón. Hasta el golpe de Estado vio cosas también y vivió cosas.
— ¿Hay alguna cosa más que nos quiera decir?
— No, no, darles las gracias.
— Se lo ve emocionado Doctor. Gracias por este recuerdo.
— Gracias a ustedes.
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