La tierra está revuelta por la muerte y los cementerios colapsados: la desaparición de los rituales puede volverse una pesadilla

Uno de los efectos de la pandemia es que los cementerios están colapsados. Sin embargo, desaparecen los rituales que acompañan a los familiares que pierden a un ser querido y los signos de duelo que permiten procesar la perdida. Pero la solución no es que la pandemia “no nos quite el sueño”, sino evitar muertes evitables y hacer del duelo un abrazo colectivo

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La foto de Sara y Keisy en un cementerio peruano, del fotógrafo argentino Rodrigo Abd muestra que las despedidas son imprescindibles frente a tanta muerte.  (AP Photo/Rodrigo Abd)
La foto de Sara y Keisy en un cementerio peruano, del fotógrafo argentino Rodrigo Abd muestra que las despedidas son imprescindibles frente a tanta muerte. (AP Photo/Rodrigo Abd)

Hace pocos días estuve en el Cementerio de Chacarita. Demasiados pocos. Demasiado cerca. Demasiado adentro. La tierra estaba revuelta y yo descompuesta. No puedo entender que la muerte nos descompone con una serenidad que solo nos puede descomponer en vida.

Me aferraba a un árbol con la certeza que la muerte no era solo ese viento que me helaba las manos y me dejaba sin la sopa de cabellos de ángel y las copas de colores que lograban hacerme ver la vida como una invitada que siempre sería bien recibida. Las otras muertes me habían abrazado.

Pero, esta vez, ni siquiera quería mirarme para despedirme. Ese huracán sin revanchas me respiraba en la nuca y me dejaba con la taquicardia expuesta como marcapasos de una vida en la que vivir es agitarse y estar parada -sin tener donde asentarse- siempre es cuesta arriba.

En Chacarita la tierra está revuelta, hay pozos y actividad y empleados cavadndo en cada rincón del cementerio. La foto es del 11 de mayo de 2021 en la Ciudad de Buenos Aires. EFE/Juan Ignacio Roncoroni
En Chacarita la tierra está revuelta, hay pozos y actividad y empleados cavadndo en cada rincón del cementerio. La foto es del 11 de mayo de 2021 en la Ciudad de Buenos Aires. EFE/Juan Ignacio Roncoroni

Soy de las que no entienden como la gente puede visitar, vivir o caminar por los cementerios. Cruzo la ciudad, de Paternal a Chacarita, a paso rápido por enfrente del cementerio, solo si voy con mi hijo, para que al hablar no mire las flores que hacen del jardín un destierro.

Aprendí, sin embargo, a respetar los rituales de la muerte que mi papá detestaba, por ser un hijo de la muerte, desterrado de padre, que hace del apellido una orfandad cantante y hermano de una víctima de la pandemia que antecedió al Coronavirus -la polio- y le quitó a su hermana -Diana- e hizo que su madre le dijera:

-¿Por qué no te moriste vos?

Todos somos hijos de esa frase.

¿Por qué vivimos? ¿Por qué sobrevivimos? ¿Por qué nos morimos y porque nos vamos a morir?

En una sociedad donde las vacunas de privilegio no solo –y bien merecido- generan un escándalo político, sino que representan una forma de organización social (se salva el que más poder tiene, no importa si es político o económico) que determinan (como si se tiraran las monedas que no se tiran) a quién le toca la suerte y a quién la desgracia.

Pero la organización de la vida implica estructurar un margen de muertes tolerables. Y la muerte, a su vez, también determina el peso de quienes la esquivan, aunque la esquiven por poco. En ese ta te ti, no solo se muere el que pierde la vida, sino también quien se salva. Así se organiza el reproche gatillo: por qué te salvaste vos.

La ciudad de Manaos le dio nombre a una de las varaintes del Coronavirus que ahora intenta quitar el estigma. Pero las familias rinden homenaje a los muertos del nordeste brasileño. Brasil. Mayo 8 2021. REUTERS/Bruno Kelly
La ciudad de Manaos le dio nombre a una de las varaintes del Coronavirus que ahora intenta quitar el estigma. Pero las familias rinden homenaje a los muertos del nordeste brasileño. Brasil. Mayo 8 2021. REUTERS/Bruno Kelly

A las sobrevivientes de la dictadura también se lo decían. Las desaparecidas no estaban, pero las que no fueron asesinadas eran condenadas en vida por el recelo de tener que explicar su carnet vital. En una entrevista con la periodista Miriam Lewin (y sobreviviente de la ESMA) sobre el libro que escribió con Olga Wornat “Putas y guerrilleras, crímenes sexuales en los centros clandestinos de detención”, de Editorial Planeta, le pregunté sobre el prejuicio con las sobrevivientes. Y ella me contó:

–A pesar de que se decía “Con vida los llevaron, con vida los queremos”, en general, los que aparecimos con vida estábamos bajo sospecha. Esto pasó acá, en el país, y en el exilio, en donde muchas compañeras y compañeros fueron radiados porque se sospechaba que si se habían salvado era porque había existido algún tipo de colaboración con los represores. Si a los hombres se los sospechaba de haber delatado, a las mujeres de haber delatado y de haber tenido sexo con los represores. Era una doble estigmatización. Nos preguntaban: “¿Vos por qué te salvaste?”. Y la verdad es que no hay una respuesta. La respuesta la tienen los represores, pero ellos mienten y le quieren hacer creer a la sociedad que las sobrevivientes colaboramos con ellos o éramos agentes de inteligencia que estábamos de buena gana y no que estábamos esclavizados y con nuestra conciencia y derechos arrasados. Es bastante difícil de sobrellevar porque la culpa está siempre presente. Una se pregunta: “¿Por qué yo sobreviví y no todos mis amigos?”. La respuesta es absolutamente inexistente.

En el libro "Putas y Guerrilleras" (Planeta), de Miriam Lewin y Olga Wornat se habla sobre la violencia sexual hacía las mujeres y el estigma sobre las sobrevivientes.
En el libro "Putas y Guerrilleras" (Planeta), de Miriam Lewin y Olga Wornat se habla sobre la violencia sexual hacía las mujeres y el estigma sobre las sobrevivientes.

El 23 de junio la ex candidata presidencia Ingrid Betancourt habló en Colombia (ella vive en Francia), en la Comisión de la Verdad. Ella estuvo secuestrada por las FARC hasta que pudo ser liberada después de años de que su familia y el mundo reclamaran por su vida.

En el regreso a Colombia, como una forma de apuesta a la paz, en el contexto de protestas sociales, subrayó: “Volver del cautiverio es ser señalado. A uno lo acusan de ser el responsable, de haber dado origen al drama que nos tocó vivir. No solo llega uno quebrado, sino que tiene que defender su buen nombre y restablecer la verdad”.

La muerte no tiene explicación. Pero la vida parece tener que pagarse con el precio de dar explicaciones. La banalización de la muerte es parte del precio por sospechar de quien sobrevive, después de las experiencias de muerte como formas sistemáticas y aleccionadoras de miedo en América Latina.

Betancourt también hablo sobre la paz, una palabra trillada y malgastada, en una época donde el peligro no es la guerra, al menos como la conocíamos, sino la indiferencia hacía la muerte. “Todos queremos la paz, pero la paz necesita un cambio profundo de nuestra relación con el otro”, resaltó la ex secuestrada, con las agallas de mirar cara a sus ex secuestradores y en el contexto del conflicto colombiano latente a partir de las protestas contra la reforma tributaria propuesta por el gobierno.

"“Todos queremos la paz, pero la paz necesita un cambio profundo de nuestra relación con el otro”, sostuvo Ingrid Betancourt, ex candidata presidencial colombiana que fue secuestrada por las FARC, durante un acto de reconocimiento de responsabilidades de secuestros por parte de las FARC, en Bogotá, Colombia, Junio 23, 2021. REUTERS/Luisa Gonzalez
"“Todos queremos la paz, pero la paz necesita un cambio profundo de nuestra relación con el otro”, sostuvo Ingrid Betancourt, ex candidata presidencial colombiana que fue secuestrada por las FARC, durante un acto de reconocimiento de responsabilidades de secuestros por parte de las FARC, en Bogotá, Colombia, Junio 23, 2021. REUTERS/Luisa Gonzalez

A la entrada del Cementerio, en la radio del auto, Charly García gritaba “Asesíname”, como si Pedro Almodóvar se colara con la película triste sobre su vida y sus dolores de espalada intentando hacer bizarra la escena donde la soledad no tenía -como nunca antes- matices. Hay un momento en el que parece que esas metáforas pasajeras se vuelven aguijones y que el mundo conspira en refregarte que la muerte llega cuando no se la pide y se escapa cuando no se le huye.

“Lucía y el sexo” fue la película que más daño me hizo, cuando el Blockbuster ponía sus cajitas azules a elección –como si se tratara de chocolates- y una parecía culpable del trauma post video por clavarse el aguijón de morder el anzuelo del título pasatista y ser mordida por un dramón que traía -atrás de la fachada del sexo fácil- el dolor de la muerte más difícil.

Ahora probablemente la apagaría y, en otro momento, la hubiera tolerado. Después de la muerte de mi papá, con un embarazo de siete meses en el 2001, veinte años antes, la obscenidad de la muerte en el televisor colgado sobre la cama me pareció insoportable. ¿Quién quiere saber más de lo que ya se sabe? A veces, necesitamos rituales y, a veces, amnesia.

-¿Vais a los cementerios?

-Mucho, mucho y los llamo a los muertos mis amigos y a los vivos mis verdugos.

Así dice la única poesía que se me de memoria, la que me enseño mi abuela Tita, sobre el cómico Garrick -escrita por Juan de Dios Peza- que le hizo cambiar la receta al médico que le aconsejó ir a ver a Garrick para curar su malestar con la risa que encubría tristeza. Y él le contestó:

-Yo soy Garrick, cambiame la receta.

En el cementerio de Vila Formosa, el mayor de Brasil, en Sao Paulo, Brasil, 2 de abril de 2020, tuvieron que abrir nuevas tumbas por los efectos de la pandemia. REUTERS/Amanda Perobelli/File Photo
En el cementerio de Vila Formosa, el mayor de Brasil, en Sao Paulo, Brasil, 2 de abril de 2020, tuvieron que abrir nuevas tumbas por los efectos de la pandemia. REUTERS/Amanda Perobelli/File Photo

No me gustan los cementerios, pero, mucho menos, la tierra revuelta. En Chacarita las tumbas estaban abiertas y las palas cargadas. La muerte está despierta a los ojos de las montañas acumuladas de cuerpos que esperan su llegada.

No es necesario frecuentar cementerios para saber que hay una herida abierta entre la ciudad que corre para no encerrarse y que se encierra para no correrse de la raíz de la pandemia: la degradación de una sociedad justa y de un ecosistema que nos permita respirar más que acusarnos por el mérito de salvarnos o morirnos.

Ya hay medio millón de muertos en Brasil. La necropolítica del Presidente Jair Bolsonaro es llamar gripezinha a la pandemia y no nombrar a los que se mueren. Elegí las fotos de la tierra roja sin lugar para más muertos cuando quise contar que ya no podíamos mirar para otro lado y escribí que la forma de hacer política sin evitar las muertes es evitar el dolor por la muerte. Pero evitar el dolor no es prevenir las muertes, sino hacer que la muerte ya no implique dolor ni conmoción.

El fotógrafo Rodrigo Abd retrató los cementerios de Perú al principio de la pandemia y en vivo mostró como los músicos llevaban hasta arpas para despedir a los suyos en entierros clandestinos, sin papeles, sin permisos, pero sin silencio. En Perú hubo que comprar el oxígeno. Y si nos releemos en pandemia nos vamos a dar cuenta que incluso quienes escribimos estamos devastados de metáforas.

Ya hay 90 mil muertos en Argentina. Hay quienes dicen que la pandemia no le quita el sueño. Y muchos otros que de todos modos conciliamos el sueño con la muerte. La diferencia, tal vez, esté en la posibilidad de soñar. No en una sociedad que estire más la muerte para algunos, pero sí que sea menos indiferente con la muerte.

Alberto Alonso acompaña a su mamá Candelaria Salvador que perdió a su esposo Joaquin Alonso, de 58 años, de COVID-19, en una foto de Rodrigo Abd en un cementerio peruano. (AP Photo/Rodrigo Abd)
Alberto Alonso acompaña a su mamá Candelaria Salvador que perdió a su esposo Joaquin Alonso, de 58 años, de COVID-19, en una foto de Rodrigo Abd en un cementerio peruano. (AP Photo/Rodrigo Abd)

“Los países ricos se comportaron peor que en las peores pesadillas”, dice el título de la BBC News, del 22 de junio, que me clavó una estaca, como si Drácula no se hubiera detenido a pesar de los ajos y la lectura en redes que acostumbra al espanto y cansa los ojos. La desigualdad tiene una lógica: hay pocos ricos y hay muchos pobres. Pero esa lógica no siguió su curso. Se volvió el tren fantasma en una pandemia que asusta hasta a quienes ya parecían parte del engranaje de Halloween.

El título se refiere a la evaluación de la revista británica The Lancet sobre el funcionamiento del mecanismo Covax para que los países ricos derramen algo de igualdad para juntar vacunas para los países pobres. Argentina recibió algunas vacunas y podría recibir más. Pero la vaquita para un reparto justo es un fracaso. Y eso no tiene vuelta atrás.

El investigador Gavin Yamey de la Universidad de Duke, en EE.UU., que trabajó en el diseño de Covax, lo describió como “una hermosa idea, nacida de la solidaridad”, que “desafortunadamente” no dio los frutos esperados. “Los países ricos se comportaron peor que en las peores pesadillas de cualquier persona”, agregó.

La BBC destacó un artículo de "The Lancet" en el que se dice que los países ricos actuaron peor que en una pesadilla en el reparto de vacunas a países más pobres.
La BBC destacó un artículo de "The Lancet" en el que se dice que los países ricos actuaron peor que en una pesadilla en el reparto de vacunas a países más pobres.

La palabra pesadilla es el contraste de lo que no quita el sueño. Los más ricos fueron menos solidarios con los más pobres de sus propios países y los países ricos fueron menos solidarios con los países más pobres. No solo fueron menos de lo que ya eran, fueron menos solidarios de lo que era esperable frente a una tragedia. Lo esperable, en un mundo injusto, no era justicia. Pero menos de lo esperable es decepcionante.

Se demandó por la liberación de las patentes, porque los países ricos financiaran vacunas accesibles y gratuitas en todo el mundo, o que –al menos- liberen a los congresos nacionales para no pedir cláusulas de extraordinario lobby. No se logró nada de eso. Pero, a escala mundial, es como si no se hubiera podido hacer una rifa para que la desigualdad no fuera tan despampanante.

Las vacunas no solo no fueron gratis, pero tampoco se pudo regular que el precio para millones no sea tan caro como la muerte. El reparto no fue justo, pero tampoco era predecible que fuero tanto más injusto. No es una sorpresa que los ricos sigan siendo ricos, pero tampoco era adivinables que les importen tan poco los pobres.

El investigador Gavin Yamey de la Universidad de Duke, en EE.UU., que trabajó en el diseño de Covax, lo describió como “una hermosa idea, nacida de la solidaridad”, que “desafortunadamente” no dio los frutos esperados REUTERS/Tiksa Negeri/File Photo
El investigador Gavin Yamey de la Universidad de Duke, en EE.UU., que trabajó en el diseño de Covax, lo describió como “una hermosa idea, nacida de la solidaridad”, que “desafortunadamente” no dio los frutos esperados REUTERS/Tiksa Negeri/File Photo

Hay un freno que pone la muerte –en este caso una pandemia que pone de luto simultáneamente al mundo por la amenaza y la tierra revuelta por la muerte- que no funcionó no solamente como reacción frente a la desigualdad, ni siquiera como paracaídas en un vuelo sin pista de aterrizaje durante los años en los que permanecimos en confinamiento. No hubo equidad. Pero, ni siquiera, funcionó la solidaridad, la caridad, la filantropía, el derrame de algunas gotas de inmunización o la caridad.

¿La muerte ya no es un freno porque no se la ve o porque se la ve demasiado? ¿La muerte produce un estupor tan grande que nos tapamos la boca para no abrirla y, de paso, la mirada; o ante tanta muerte el blindaje es absoluto y la muerte -no la natural, sino la que llega cuando podría haberse evitado- se naturaliza como si la justicia no pudiera reducirla o esquivarla?

“Proscribir la muerte expulsándola de la vida es constitutivo de la producción capitalista. La muerte debe ser eliminada a base de producir. Por eso, un antídoto contra la presión para producir es el intercambio simbólico con la muerte”, señala el filósofo Byung–Chul Han en el libro “La desaparición de los rituales”, editado en Argentina por Herder.

En "La desaparición de los rituales" el filósofo Byung- Hul Chan escribe que desaparición de los rituales sobre la muerte produce seres vivos que solo producen pero no viven una vida que tenga como contracara a la muerte.
En "La desaparición de los rituales" el filósofo Byung- Hul Chan escribe que desaparición de los rituales sobre la muerte produce seres vivos que solo producen pero no viven una vida que tenga como contracara a la muerte.

En el texto el filósofo, nacido en Seúl y residente en Berlín, reseña: “Las sociedades arcaicas no conocen la separación tajante entre vida y muerte. La muerte es un aspecto de la vida. La vida solo es posible en un intercambio simbólico con la muerte”.

En el pasado la muerte llegaba antes. Sin embargo, ahora la vida, relativizó su significado. “Hoy vivir no significa otra cosa que producir”, dispara Byung- Chul Han. Y remata (¿mata?): “La vida que se somete al dictado de la salud, la optimización y el rendimiento se asemeja a un sobrevivir. Carece de todo esplendor, de toda soberanía, de toda intensidad”. Y, de paso, cita a Juvenal, un escritor satírico romano, que dijo: “A fin de permanecer con vida, perder lo que constituye el sentido de la vida”.

Mi abuela leía los avisos fúnebres de La Nación como un ritual con el que despertarse. Ella decía que había que ir a los velorios y acompañarse. Y que esa era una noticia que no podía perderse. Siempre me causó escozor desayunar entre las cruces de un diario que ocupaba tanto lugar en la mesa que no se podía correr la mirada.

Hoy entiendo el ritual y también decido ponerle mis propias palabras -sin que me arrebaten mi forma de duelo, ni mis palabras- a los dolores que escondemos cuando el duelo parece un zapping en la vida formateada para que la tierra revuelta quede tapada por los muros de esconderse o someterse a la tiranía de la muerte.

La historietista @camicamilain publicó el 23 de junio en Instagram un dibujo sobre la contradicción entre la vida y la muerte en el contexto de una pandemia que desafía la forma de vivir y morir.
La historietista @camicamilain publicó el 23 de junio en Instagram un dibujo sobre la contradicción entre la vida y la muerte en el contexto de una pandemia que desafía la forma de vivir y morir.

Mi abuelo Benito tuvo que vender el bandoneón que tocaba cuando murió su padre. El duelo obligaba al silencio. Hoy no podemos permanecer callados y tampoco sería justo que la muerte nos vendara los ojos y nos quitara más de lo que ya nos quitó. Hemos perdido hasta el calor de los abrazos, nos tenemos que sacar el bozal de tela hasta para recuperar el aire.

No podemos volver a duelos que nos dejen sin música o sin besos. No podemos sumar desamor o desaire a la vida en el límite de ser vivida. Pero, en cambio, sí podemos hacer que las despedidas no nos dejen sin consuelo y sin las verdades que nos hicieron tomar distancia de los maltratos y vivir en soledad tantos duelos que ya nuestras espaldas cargan.

Pero sería justo que pudiéramos hacer un minuto de silencio para que no descansemos -como burla ya ciníca- a la paz como esperanza desgastada, sino que volvamos a no descansar para lograr la paz o a la forma más justa de renombrar que no haya muertes evitables ni tierra revuelta por enterrar el sueño de la igualdad.

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