La tarde del 29 de junio de 1986, en el Estadio Azteca de México, cuando el árbitro brasileño Romualdo Arppi Filho hizo sonar su silbato tres veces consecutivas señalando el final del partido, Carlos Salvador Bilardo supo que tocaba el cielo con las manos.
Una semana antes, el 22 de junio, Diego Armando Maradona había cumplido con “la mano de Dios” y la selección de Inglaterra quedaba afuera. Esta vez, contra la poderosa escuadra alemana, los dirigidos por Bilardo se llevaban también un merecido triunfo.
Como jugador habían formado parte del ya legendario Estudiantes de La Plata dirigido por Osvaldo Zubeldía, el primer equipo “chico” que había ganado, en 1967, un campeonato en una primera división argentina hasta entonces dominada por Boca, River, Racing, San Lorenzo e Independiente, “los cinco grandes”. Ese fue el punto de partida de aquel Estudiantes, en el que Bilardo jugaba de mediocampista con la camiseta número 8.
La epopeya de los dirigidos por Osvaldo Zubeldía no quedó ahí: en los tres años siguientes se consagraría tres veces campeón de la Copa Libertadores de América y una vez Campeón Intercontinental.
Como técnico, Bilardo también había sido campeón dirigiendo a Estudiantes en 1982 y ahora lograba un sueño alcanzado por muy pocos: dirigir una selección que acababa de consagrarse campeona del Mundo.
Además, hacía algo muy difícil para un técnico. Lograr que el equipo jugara para Diego, que Diego jugara para el equipo y que él mismo, como DT, supiera complementar a ese jugador diferente.
Bilardo se había hecho cargo dela Selección tres años antes –después de ganar el campeonato local con Estudiantes– y le había dado una impronta propia al equipo, en la que, a pesar del brillo y la diferencia que marcaba Maradona, se privilegiaban tanto el esfuerzo como el juego colectivo.
Las enseñanzas de Zubeldía
Ese estilo –“esa filosofía de juego”, podría decir algún comentarista deportivo– que Bilardo llevaba en su ADN como futbolista y trasladaba a sus jugadores como técnico, venía de una escuela que lo había marcado a fuego y en la que reconocía a dos hombres como sus maestros: Don Osvaldo Zubeldía, el DT del Estudiantes que había ganado todo, y el doctor Roberto Marelli, que en los papeles había sido el médico de aquel plantel pero que en la práctica se había transformado en un verdadero guía para los jugadores.
-Bilardo como técnico era, sin duda el heredero natural de Zubeldía. Para él lo que había hecho Zubeldía era lo que había que hacer como técnico: construir un equipo, más allá de las individualidades. Carlos lo admiraba porque había vivido en carne propia lo que don Osvaldo había hecho en Estudiantes, transmitiendo a los jugadores la concepción de que alguno podía jugar mejor que otros, pero que eso no significaba que fuera más necesario para el equipo que los otros. Zubeldía les hizo sentir que todos eran idénticamente necesarios – dice Sergio Marelli, hijo del doctor Roberto Marelli.
Marelli hijo hace una pausa, reflexiona sobre lo que acaba de decir y siente que le suena a poco, que no ha dicho otra cosa que un lugar común. Por eso agrega:
-Claro, dicho así suena fácil, es una abstracción. En última instancia cualquier técnico te lo puede decir, pero lo difícil es hacerlo de verdad, concretarlo. En aquel Estudiantes, por ejemplo, nadie dudaba de que La Bruja Verón jugaba mejor que los otros, pero Zubeldía supo enseñarles que era uno más en el equipo y que cada uno de sus compañeros, aunque no fuera tan dotado como él, era igualmente necesario. Eso es muy difícil de lograr, porque en el fútbol, como en muchos otros deportes, el que sabe que es bueno quiere hacer valer esa diferencia frente a los otros. Bilardo admiraba a Zubeldía por haber logrado eso para armar un equipo que funcionaba solidariamente, donde todos y cada uno eran importantes. Eso Bilardo lo hizo después con los equipos que dirigió y por supuesto con la Selección.
El médico comunista
Si Zubeldía había sabido construir esa concepción colectiva del juego desde su experiencia como futbolista y como técnico, el doctor Roberto Marelli transmitía la misma fuerza que Don Osvaldo, con una diferencia en los convulsionados años sesentas. Marelli había concebido la fuerza desde un lugar político.
El suyo era un caso extraño en el mundo del deporte de aquella época: era una de las pocas personas en el ambiente despolitizado del fútbol que manifestaba abiertamente sus simpatías comunistas, y esas simpatías las trasladaba al juego.
El doctor Marelli tenía una relación entrañable con Bilardo, se querían y admiraban mutuamente, además de compartir la misma profesión.
-Era una relación muy entrañable, realmente se querían mucho, Mi viejo le tenía mucho respeto por los orígenes muy humildes de Carlos, alguien que había trabajado de muy pibe para ayudar a la familia y también para pagarse después su carrera de médico. Y le respetaba también algo sin duda muy meritorio: que sin ser un jugador de fútbol de calidad, digamos, sin poseer un gran talento futbolístico, fue una pieza muy necesaria en el equipo. Se hizo muy necesario pese a sus marcadas limitaciones. Y eso era algo que mi viejo siempre subrayaba, esa astucia que Bilardo tenía en la cancha, esa picardía que siempre ponía en función del equipo.
“Somos como Los Beatles”
Por su parte, Carlos Salvador Bilardo nunca olvidó – y lo utilizó en los equipos que dirigió – cierto estilo “pedagógico” que Marelli tenía para alentar a los jugadores de Estudiantes, para transmitirles que trabajando en equipo todo era posible.
Sobre eso hay una anécdota que ya forma parte de las leyendas del club.
Estudiantes le había ganado 1 a 0 al Manchester United en Buenos Aires el 25 de septiembre de 1968 con gol de cabeza de Marcos Conigliaro, con la Bombonera a punto de estallar. Se dice que más de 60 mil pincharratas fueron a la cancha de Boca aquella vez. Pero la revancha en Old Trafford – el viejo estadio del Manchester al que los hinchas ingleses llamaban “la caldera del diablo”- se presentaba muy difícil en la previa.
Al mes siguiente, el plantel de Estudiantes viajó a aquella ciudad industrial por antonomasia, para jugar la segunda final. Según los medios ingleses, el equipo inglés se iba a comer crudo al desconocido equipito latinoamericano.
Para sacar a los jugadores de ese clima adverso, el doctor Marelli organizó una excursión a unos sesenta kilómetros de Manchester. Tomaron el tren hasta el puerto de Liverpool, el que recorrían en vagones de carga los productos industriales de exportación.
Claro, pero Liverpool en ese entonces era la capital de otro equipo surgido de abajo y no precisamente dedicado al fútbol. Marelli llevó al plantel hasta un local del número 10 de Mathew Street, coronado por un cartel que decía The Cavern. Allí los reunió y les dijo:
-Ven, acá empezaron los Beatles, y cuando empezaron nadie venía a escucharlos. Pero ellos se plantaron solos contra el mundo y ganaron. Lo lograron porque creían en lo que hacían, creían en sus ideales. Bueno, nosotros somos como los Beatles, estamos solos contra el mundo y queremos ganar apoyados en la fuerza de nuestros ideales.
Unos días después, los jugadores pincharratas salieron a jugar la segunda final en el intimidante estadio de Old Trafford. Antes de empezar el partido, les tiraron pelotas de fútbol a los espectadores que los abucheaban desde las tribunas.
Noventa minutos después, con el empate uno a uno, Estudiantes se consagraba campeón del Mundo.
Antes de salir a la cancha, en el vestuario, el doctor Marelli había escrito en el pizarrón donde Zubeldía había hecho los dibujos tácticos, una frase que leyeron todos:
“Hoy se enfrenta un grupo de jóvenes que defienden los ideales de América contra una sociedad anónima inglesa”.
“Doctor, lo necesito”
Carlos Salvador Bilardo se hizo cargo por primera vez de la dirección técnica de Estudiantes en 1975. Una de las primeras decisiones que tomó fue la de convocar al doctor Marelli para que se sumara como médico del plantel.
-Mi viejo dudada si aceptar o no, porque sabía que tenía que dejar todo para trabajar como él. Recuerdo que Bilardo lo llamaba a cada rato por teléfono y que fue a mi casa varias veces, hasta que lo convenció. Le decía: “Tiene que venir, doctor, lo necesito. Vamos a hacer un gran equipo”. Hasta que al final mi viejo aceptó.
Y sigue:
-Me acuerdo también que el 31 de diciembre de ese 1975, a la noche, después de que mi viejo ya había dicho que sí, volvió a llamar por teléfono, esta vez para decirle: “Doctor, cuando se reúna con la comisión directiva para arreglar su contrato, no se olvide de arreglar también los premios por partido ganado, porque vamos a ganar muchísimos”.
Tenía razón, si bien Estudiantes no salió campeón ese año, terminó invicto, pisándole los talones a River, a uno o dos puntos – recuerda Sergio Marelli.
Bilardo volvió a convocar al doctor Marelli cuando, en 1982, lo llamaron nuevamente para hacerse cargo de la dirección técnica que Estudiantes. Y ese año, sí, se consagraría campeón con un equipo de figuras entre las que brillaban Alejandro Sabella, Marcelo Trobbiani, Miguel Ángel Russo y José Luis Brown.
-Mi viejo decía que, además de todo lo que había aprendido de Zubeldía y les transmitía a los jugadores, Bilardo agregaba algo más, su apasionamiento. Los jugadores veían que se sacrificaba al mismo nivel que ellos, o más, porque permanentemente estaba pensando en el próximo partido, en lo que podía rendir cada uno, en cómo podía hacer rendir a cada jugador mejor en ese partido, y era un tipo de un apasionamiento casi patológico, porque llegaba a extremos difíciles de seguir – dice Marelli hijo.
El campeonato logrado ese año, catapultaría a Carlos Salvador Bilardo a la Selección Nacional.
“Esta vez no, Carlos”
Sergio Marelli cuenta que Bilardo intentó convencer a su padre para que también lo acompañara en la Selección.
-Mire, doctor, que con Maradona vamos a salir campeones – le decía para que aceptara.
Pero el doctor Marelli se encontraba ante una disyuntiva de hierro: irse con Bilardo o quedarse en el Estudiantes campeón, ahora a cargo de otro integrante del legendario equipo de fines de los ’60, Eduardo Luján Manera que, además, era un gran amigo.
-Además de la amistad con Manera, que le había pedido que se quedara en el club, mi viejo estaba enamorado de ese equipo además de llevar siempre a Estudiantes en el corazón. Eso lo decidió.
“Esta vez no, Carlos”, le respondió a Bilardo.
Sin embargo, para Sergio Marelli la selección argentina de 1986 conservó la marca de las enseñanzas que Bilardo había recibido de Zubeldía y de su padre.
-Creo que logró construir lazos muy fuertes entre los jugadores y eso también de alguna manera se veía en la cancha. Por ejemplo, que Maradona cediera la pelota para que otro jugador hiciera el gol, en lugar de hacer la individual. Vos veías que ahí había algo de equipo sólido, había logrado eso. Sin duda ese laburo de construcción de espíritu de equipo tiene la marca de Bilardo, aprendida de Zubeldía y de mi viejo - dice.
De regreso a la Argentina con la Copa del Mundo, Carlos Salvador Bilardo fue a visitar al doctor Roberto Marelli a su casa y de alguna manera lo reconoció:
-Nos acercamos mucho a lo que queríamos, a un equipo como era aquel Estudiantes – le dijo.
Porque Carlos Salvador Bilardo -como Zubeldía, como el doctor Marelli- nunca estaba conforme, siempre fue por más.
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