Las huellas desconocidas que los esclavos africanos dejaron en la vida de los argentinos

En los tiempos de la Revolución de Mayo, un tercio de la población de la ciudad de Buenos Aires estaba integrada por africanos o afrodescendientes, la mayoría esclavos. Su lenguaje y sus costumbres dejaron, aunque no lo sepamos, marcas indelebles en nuestro idioma y en nuestra cultura y nuestros hábitos alimenticios

Escena de baile de candombe

A principios del siglo XIX, cuando estalló la ola independentista en Sudamérica, Buenos Aires era una aldea con puerto. Además de españoles e inmigrantes de otros países europeos, en su población no eran pocos los criollos – hijos de europeos nacidos en territorio americano – que mostraban rasgos de mestizaje. Pero el dato más sorprendente es que de los 45.000 habitantes que sumaba aldea, unos 15.000 eran “afro-porteños”. Algunos habían comprado su propia libertad o sus padres lo habían hecho y tenían muchos menos derechos que el resto de los vecinos. Muchos seguían sometidos a la esclavitud.

Si Buenos Aires tenía hace dos siglos un tercio de población africana o afrodescendiente, dónde quedaron las marcas que imprimieron los negros en aquella aldea – hoy gran ciudad – que todavía, para algunos tiene por identidad única la inmigración europea de fines del siglo XIX y principios del XX.

La Buenos Aires negada

En Buenos Aires Negra (Emecé, 2003) el arquitecto y arqueólogo Daniel Schávelzon brinda suficientes pistas para reformular las ideas arquetípicas de esas miradas eurocentristas, “blancas” por así decirlo. La idea de que lo blanco se impone sobre lo mestizo o lo negro tiene fuertes raíces en los intelectuales que forjaron la argentinidad.

José Ingenieros, médico, psiquiatra, masón, librepensador romántico, progresista para la época, escribió en 1905 una crónica de viaje por Cabo Verde, una isla africana ubicada en el Atlántico a la altura de Senegal, convertida en una plaza esclavista por los portugueses, de suma utilidad para traer personas sometidas a América.

En su crónica, fechada en 1905, Ingenieros no repara en el esclavismo portugués. Por el contrario, sin pudor, dice: “El espectáculo, ya harto vulgar, de la turba de negros zambulléndose en el mar transparente para atrapar una moneda, es indigno de ser descrito. El más elemental orgullo de la especie queda mortificado al presenciar por primera vez ese ejemplo de laxitud ofrecido por las razas inferiores”.

Si el lenguaje habla de las confusas ideas del llamado progresismo, la pregunta es: ¿cómo hablan los habitantes de un país que no reconoce entre sus raíces un pasado plagado de africanos esclavizados?

Buenos Aires Negra, de Daniel Schávelzon

Las pruebas se escuchan

Schávelzon da muchas pistas. Demasiadas quizá para quien pretenda ver barcos de europeos que dieron identidad a esta región sudamericana. Las pruebas no están tan fácilmente a la vista como al oído. Sí, basta prestar atención en la cantidad de palabras de uso común con raíces de distintas comunidades africanas llegados a este continente tras ser cazados, vendidos varias veces hasta descender de los barcos –entre otros destinos- en el puerto de Buenos Aires.

El lunfardo –palabra del dialecto lombardo- nació como una lengua plebeya, asociada a la delincuencia de las clases inferiores de la sociedad y está asociado a la cultura arrabalera, tanguera. ¿Cuántas voces afro tiene el “lunfa”? ¿Y cuántas el habla común pretendidamente culto?

Por supuesto, las raíces etimológicas que no provienen del español seguido con detenimiento por la Real Academia Española están sometidas a litigio. En muchos casos, por el origen colonizador y esclavista de la monarquía española, a un litigio plagado de encubrimientos.

Daniel Schávelzon emerge del pozo de una casa en el barrio de San Telmo, donde halló un piso de 1810

De dónde viene el tango

Tango es lugar de encuentro en lengua Congo, dice Schávelzon.

El estudioso del tango Alberto Bocles, en diálogo con estos cronistas, dice sobre los orígenes de ese género musical de raíz afrorrioplatense:

-En las “academias” creadas por los negros, en los tangos o sitios de reunión de las naciones negras, en las postas donde se encontraban los carreteros y troperos, en los prostíbulos o ‘quecos’, en los tinglados nocturnos donde hacían noche los pescadores de pulpos -o pulperos- esperando la mejor hora para trabajar mientras compartían ginebras, música y mujeres, se fue produciendo esa mezcla que se ejecutaba con diversos nombres: milongón, habanera tangueada, milonga partida, habanera confidencial, milonga quebrada, tanguillo. Podríamos decir que allí nació el 2x4 – dice.

Lorenzo Barcala, el afroamericano, hijo de esclavos, que tuvo una destacada actuación militar en las luchas de la independencia y en guerra del Brasil.

De las minas al mondongo

Mina, mucama y mondongo eran grupos étnicos africanos aunque sean voces usadas para describir a una mujer bonita, a una trabajadora o al estómago de la vaca.

La ronda como juego infantil proviene de una danza ritual africana.

El bozal, tan útil para agarrar un caballo, era una lengua africana.

El quilombo –voz que sirve para designar absolutamente todo- era el lugar de encuentro de los esclavos cimarrones que escapaban al monte.

Ganga, bochinche, zamba, milonga, mandinga, bobo, ganga, canyengue, matungo, yapa, bingo, bombo, baba, mambo y tantas otras palabras se filtraron en el habla argentina sin que los custodios de las lenguas bien habladas y las identidades bienpensantes pudieran neutralizarlas. Ni tampoco se preocuparan de conocer sus orígenes.

La idea de “lo afro” es una nebulosa: la realidad es que se trata de decenas y cientos de tribus, tradiciones y culturas amputadas para someter a la esclavitud. El mercantilismo no inventó la esclavitud ni el comercio de esclavos. Lo que sí logró fue convertir a un continente en una cantera de personas cuya identidad no importaba. El objetivo era trasladar a las personas como mano de obra esclava. Para eso, había que borrar sus identidades. Ni siquiera darle otras, salvo por lo que su trabajo podía brindar a quien lo explotara.

Juan Manuel de Rosas tuvo gran relación con los negros afincados en Buenos Aires

Marcar al esclavo como al ganado

Hay registro en diversos archivos coloniales de una terrible y humillante práctica realizada en los africanos esclavizados y traídos compulsivamente a América: la de marcarlos con hierros candentes para certificar su introducción legal y asentar la propiedad de esa persona por parte de los esclavistas.

Las compraventas de esclavos, además de los recibos formales, eran acompañados de marcas con hierros candentes con que los negreros carimbaban a sus lotes, sellos indelebles de una sufriente e ignominiosa situación socio-racial.

Se llamaba Carimba.

En “Las marcas de los esclavos en el Buenos Aires colonial”, un texto del historiador Miguel Ángel Rosal del Instituto Ravignani de la UBA puede leerse: “Se aplicaba un papel engrasado sobre el pecho o la región deltoidea del esclavo, y se oprimía suavemente contra él la marca, por lo general de plata, calentada al rojo sombra. Los negreros pretendían que esta operación no era muy dolorosa”.

En ocasiones, agrega Rosal, se marcaba al esclavo en la cara.

Una vez realizado el procedimiento, “se le echaba encima de la marca aceites, polvos o pimentadas con el objetivo de facilitar la cicatrización”.

María Remedios del Valle, la protagonista de una historia increíble en los tiempos en que luchábamos por nuestra independencia.

Propiedad e impuestos

Se trataba de un ritual, de un hábito o como quiera llamárselo que, como tantos, perseguía un claro objetivo económico relacionado con la posesión por parte de un propietario que, a su vez, debía cumplir con el pago de impuestos a la Corona.

Recién a fines del siglo XVIII, la Corona española dispuso la abolición de carimbar a los africanos a su entrada en los puertos de América. Aunque la práctica de marcar el cuerpo del hombre o la mujer -cuya propiedad estaba legitimada por las autoridades- siguió realizándose.

Rosal se documentó en archivos tales como “las escribanías antiguas” (1584-1756) que tiene el Archivo General de la Nación. Tal como ilustra esta crónica, se conservan las “marcas” aplicadas sobre la piel de las personas sometidas a la esclavitud. Esas imágenes, posiblemente, similares a las del ganado marcado, ayuden a imaginar hasta dónde puede llegar la crueldad legalizada y, al mismo tiempo, hace insospechable cuáles son los límites de la banalización.

“Los ejemplos encontrados en nuestra investigación –dice Rosal- corresponden a un lapso de más de cinco décadas (1605-1657). En general las marcas son letras mayúsculas del alfabeto latino, sin saber hasta el momento si los esclavos eran carimbados al llegar al puerto o traían los ‘seños’ desde África (o Brasil), si bien es probable que la mayor parte de los mismos -o todos- ya estuvieran marcada al arribar al Plata. Algunos de ellos tenían más de un ‘yerro’, en ocasiones hasta cinco; y es que al ir cambiando el esclavo de amo, se le aplicaba una nueva marca, y a veces, la anterior intentaba ser ‘borrada’ por el nuevo propietario, precisamente con fuego, añadiendo más sufrimiento. Otros tienen marcas no tan claras: ‘señales de quemaduras’; ‘una marca confusa’ o ‘una marca que no se divisa bien’, o ‘un hierro que no se ve bien’. Abundan, como testimonios de la cruel cacería sufrida, aún en el continente negro, y posterior “travesía intermedia” (puerto africano-puerto americano), diversas señales de heridas, o de enfermedades”.

Este este óleo, se ve en el centro a María Remedios mendigando.

El puerto y los barracones

Daniel Schávelzon afirma en Buenos Aires Negra que al territorio que hoy compone la Argentina entraron alrededor de 200.000 personas de origen africano en condiciones de esclavitud. Alrededor de 10.000 de ellas murieron en los barracones a la espera de ver si se curaban de las heridas o enfermedades contraídas en el viaje. A su vez, en los barcos, las muertes ascendieron a unas 20.000.

Los que se sobreponían a la travesía y no se quedaban en Buenos Aires eran trasladados, encadenados, a Potosí, Córdoba, Tucumán e, incluso, a Santiago de Chile. Nótese que atravesar la cordillera resulta mucho más arduo que desembarcar esclavos en Valparaíso. Eso muestra quizá por qué el puerto de Buenos Aires podría haber cobrado notoriedad por ser un destino de esclavos en cambio de cobrar fama por el famoso contrabando de mercancías para burlar a la corona española. Claro, el contrabando mercantil resulta una picardía porteña comparado con la práctica del sometimiento a la condición de propiedad privada para prestar servicios de seres humanos.

Había por lo menos tres espacios para las “compañías” –empresas de venta de esclavos-. Una muy próxima al puerto, ubicada en lo que hoy es la avenida Belgrano y Balcarce. Las otras dos en Retiro y en Parque Lezama. Schávelzon dice que hasta el siglo XVIII la compraventa de las personas esclavizadas traídas de África se realizaba en los arcos mismos del Cabildo de Buenos Aires.

Una práctica cruel: las "carimbas" que grababan a fuego sobre la piel de los esclavos para identificarlos

Los esclavos de la Iglesia

Las órdenes religiosas, tanto de dominicos como de franciscanos y jesuitas tenían sus propias “rancherías” de esclavos.

Un jesuita llamado Alonso de Sandoval había escrito un tratado sobre la esclavitud en el siglo XVII para liberar de cualquier culpa a los mercaderes de seres humanos. Porque, según este clérigo, el asunto se originaba en lugares lejanos “así, quienes traen a este puerto, como los que compran de tercero o cuarto o más poseedor no forma escrúpulos”.

Alonso de Sandoval residía en la hermosa ciudad colombiana de Cartagena y la historia oficial lo muestra como un “evangelizador” de esclavos. De ningún modo como un liberador de culpas de los esclavistas. “Los mercaderes que llevan a estos negros –dice Sandoval- los llevan de buena fe. Bien pueden comprar a tales mercaderes sin escrúpulo alguno”. Escrúpulo es, en este caso, culpa.

Desde ya, no faltan ensayos que ven fracturas en las ideas de Sandoval porque aun siendo parte de la maquinaria de sometimiento veía a los esclavos como hijos de Dios y no como un objeto o una herramienta de trabajo de los verdaderos hijos de Dios.

Entre la creación del Virreinato de Buenos Aires (1776) y la gesta de mayo de 1810, de acuerdo a los registros, el 60% de los esclavos libertos lo hacían porque “compraban” su libertad. Dicho de otro modo, quien era propietario de un ser humano podía venderlo como mercancía a un nuevo propietario o bien podía pactar con el propio esclavo para que éste “comprara” su libertad.

Antonio Gonzaga, el creador de la parrillada tal como la conocemos.

Las imágenes de las lavanderas, niñeras y cocineras de rasgos afros remiten a mujeres obligadas a realizar tareas de servidumbre sin recibir nada a cambio de sus tareas.

Entre los hombres, no solo los había en labores urbanas. Schávelzon afirma que en el siglo XIX el 37% de los gauchos eran de origen afro, tanto en condición de esclavos como de libertos.

Qué pasó con la población afro en la Argentina

La certeza de la magnitud de la población afro tiene algunos registros inquietantes. El primer censo realizado después de la aprobación de la Constitución de 1853 fue realizado por el presidente Justo José de Urquiza en 1857. Pese a la escasez de personas alfabetizadas, el 15% de los alumnos de establecimientos primarios eran de raíz afro, según consigna Schávelzon.

La Guerra de la Triple Alianza fue una de las causas de la muerte de miles de afroargentinos

En 1880, cuando Julio Argentino Roca asume la presidencia, había una veintena de publicaciones diarias o semanales de origen afro.

Sin embargo, consigna Schávelzon, para principios del siglo XX, las comunidades afro estaban extinguidas. “La construcción de una Nación con una gran inmigración –dice- se había hecho con grandes olvidos, y uno de ellos era la heterogeneidad cultural”.

Las migraciones de Europa no eran las soñadas por Alberdi y Sarmiento. Llegaban italianos, españoles, ucranianos o siriolibaneses corridos por el hambre o perseguidos por anarquistas. A tal punto los marcaba escapar de su tierra que una gran parte de esos migrantes volvían a subir a los barcos hacia el norte de América. Y acá, intelectuales iluminados como Miguel Cané, promovían legislación para expulsar a los inmigrantes que no se adaptaran a una clase dirigente tan aristocrática como pastoril en su visión de la Patria.

Sin embargo, el crecimiento poblacional de esas migraciones destinadas a los conventillos o a las labores de servicios, se mixturó con aquellos migrantes afros, ya mestizados con criollos.

La epidemia de fiebre amarilla de 1871 fue un azote inimaginable en Buenos Aires y atacó los barrios del sur de la ciudad, donde se afincaban los afrodescendientes.

Esos afrodescendientes, sin una identidad rescatada e integrada al “crisol de razas argentino”, habían sido primera línea en las batallas de la Independencia y luego muchos de ellos murieron en cruenta –y cruel- Guerra de la Triple Alianza que destruyó al Paraguay. Y los “pardos y morenos” –ya sin sus batallones y regimientos por origen racial- volvían a padecer la fiebre amarilla. Cabe recordar que el sur porteño fue el más castigado por esa peste. El barrio del Tambor -característico de los afros y que abarcaba zonas que luego serían La Boca, Barracas, San Telmo- fue muy golpeado por esa fiebre amarilla. Los sectores de mayores recursos pudieron mudarse a Belgrano o San Isidro. Los del Tambor no.

El proceso de desaparición fue bastante repentino, y en realidad no empezó a tener efecto hasta la década de 1850. El censo de la ciudad de 1778 demostraba que los negros y mulatos constituían el 30 por ciento de la poblaci6n, 7.256 sobre un total de 24.363.3 El censo de 1810 indicaba que el porcentaje de afroargentinos de la ciudad permaneció constante en esos treinta y dos años intermedios: en 1810, los pardos y morochos sumaban 9.615 de una población total de 32.558.4 Para 1838, la población de color había crecido a 13.967, aunque en términos relativos solo daba cuenta de un cuarto del total de la ciudad. Pero para 1887 (en la media centuria transcurrida, ningún censo municipal registro información acerca de la raza), el proceso de desaparición estaba bastante avanzado. Para ese año, los afroargentinos habían disminuido a solo 8.005 de una población total de 433.375, menos del 2 por ciento.

Los autores de esta crónica no son especialistas en la historia –negada, soslayada en el mejor de los casos- de la esclavitud y la afrodescendencia. Sí quieren subrayar que el ámbito académico produjo y produce mucho material, tanto analítico general como de genealogías referidas a historias particulares, desde la herencia cultural, artística y lingüística hasta la militar, pasando muy particularmente por el aporte de las mujeres afro así como del sometimiento del que fueron parte al ser “propiedad” de sus dueños.

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