“Te juro que por ellos cualquier cosa. Puedo soportar todo, menos que toquen a mis hijos”. El diálogo con Héctor Di Lalla termina como podría empezar. Con una contundente referencia al amor que siente por los mellizos Ignacio y Tomás, ambos con parálisis cerebral cuadripléjica espástica, el primero con un cuadro mucho más grave que el segundo. El dato obedece a la desesperación de este cordobés de 56 años por vacunarlos contra el coronavirus, una intranquilidad que lo llevó hasta quererles donar la dosis que le correspondía. Finalmente, sin quererlo, organizó un pedido que se volvió viral y logró inmunizar a sus hijos, a “lo más importante” de su vida, como él definirá en reiteradas oportunidades durante la conversación.
El desenlace se explica en retroceso, en una historia familiar de las que conmueven. Héctor y Cecilia están casados hace 26 años. A lo largo de varios años buscaron ser padres, pero no lo conseguían. Tampoco podían concretar una adopción. Hasta que llegaron los hermanos, que nacieron sietemesinos y, por causas que aún el matrimonio no conoce con exactitud, sus cerebros sufrieron la falta de oxígeno.
Aprendizajes, esfuerzo, cariño, abrazar la realidad desde lo positivo. Con esa receta y la incorporación de René -“la segunda mamá de los chicos, que llegó a nuestra casa para trabajar hace 15 años y hoy es una más de la familia”, asegura el entrevistado-, Nachito y Tomi crecieron con el acompañamiento necesario para que nada les falte. Pero llegó la pandemia del COVID-19.
“Los chicos cumplieron 18 años el pasado 25 de marzo. Ahí empezamos a solicitar la vacuna”, relata Héctor a Infobae. Son pacientes con comorbilidades. En el caso de Ignacio, por la dimensión de su trastorno están afectados miembros superiores, inferiores y el tronco, junto a los músculos que controlan la boca y la lengua. Quienes sufren esta discapacidad tienden a desarrollar problemas en la columna vertebral, trastornos del lenguaje, convulsiones y problemas cognitivos.
Pasaron la mayoría de edad, pasaron las semanas, y la familia no obtenía ningún tipo de respuesta. Oficialmente las autoridades sanitarias les comunicaban que estaban inscriptos, pero la notificación con el turno no llegaba. “Me pasaban de un lado a otro”, recuerda el hombre, de profesión ingeniero, y revive un momento de tensión, el cual grafica también un acto de amor de un padre a su hijo: “Como tenemos un centro de vacunación cerca varias veces lo llevamos a suplicar que lo vacunen. Incluso yo quise darles mi vacuna, pero me dijeron que no, que era imposible. Yo estaba desesperado y les decía ´por favor, póngansela a él´”.
Llamados, correos electrónicos y ruegos al Centro de Operaciones de Emergencia provincial, al Municipio y a distintos organismos de Salud y Discapacidad. Ninguna gestión surtía efecto. La respuesta se unificaba: “Hay que esperar el turno”. Así transcurrieron casi tres meses esperando, una escena que se replica en millones de hogares argentinos donde se aguarda por una dosis que proteja al organismo frente al virus.
En ese contexto, la incertidumbre de un padre cordobés aumentaba. “Salgo a trabajar todos los días porque hacemos obras públicas, somos esenciales, y tenía miedo de contagiar a mis hijos”, dice Héctor. Cansado de ser rechazado, decidió volcar su bronca y angustia en las redes sociales. Su publicación “Una vacuna para Nachito” se viralizó a través de Facebook. En ella describía la vulnerabilidad de sus chicos, principalmente de Ignacio, las bronquitis y neumonías reiteradas, que incluso generaron internaciones, y por ende motivaban la demanda de una inmunización necesaria.
“¿Qué criterio toma el COE (Centro de Operaciones de Emergencia) si en Córdoba ya vacunan a mayores de 45 años sin ser de riesgo pero no se ocupan de los que tienen discapacidad?”, se lamentaba en el texto. Sin embargo, la “impotencia y desesperación”, tal como describió en su mensaje días atrás, contaron con el apoyo de los usuarios. Y a partir de ahí su suerte cambió.
Un contacto generado por las redes pudo realizar una consulta interna en el COE, abocado en la provincia a coordinar la situación sanitaria, y descubrió que Ignacio y Tomás habían sido mal anotados, que en la inscripción no figuraba su edad y que eran mayores; por lo cual, en conclusión, la tan deseada dosis no llegaría ni a corto ni a largo plazo.
Así finalmente desde el Ministerio de Salud provincial se comunicaron con la familia. Héctor dejó de lado su indignación por el error y no solo consiguió la vacuna, sino que la aplicación de las respectivas Sputnik V fue realizada en su domicilio. Según lo conversado, le prometieron que la segunda aplicación será en junio.
“Lo que queda ahora es disfrutar a los chicos”, reflexiona ya un poco más tranquilo el padre de familia. “No sabés lo que es pensar que cada vez que iba a mi casa, con las 25 personas que tengo a cargo en el trabajo, podía llegar a contagiarlos; no quería acercarme a ellos”, admite.
Desde 1998, Héctor dirige una constructora. Sale de su casa a las 7 de la mañana y regresa cerca de las 19 horas. Ese momento es su momento. El encuentro con sus grandes amores. Relata y se emociona, y su sonrisa se percibe a través de la línea telefónica, conmueve: “Mucha gente que no nos conoce tanto viene y me dice ´mirá lo que te tocó´. Yo les digo ‘no te lamentes, vos no tenés idea, yo soy bendecido’”.
“No sabés lo que es llegar de la calle e Ignacio, que no habla ni una palabra, que usa pañales o tal vez no puede sostener la cabeza, viene y me reconoce, me recibe con una alegría que te juro que me mata. Con los ojos, con la mirada, me da un amor que es imposible de describir. Y Tomás también, es muy cariñoso, es demasiado lo que me dan”, concluye, o comienza, ya es igual.
Héctor tuvo un doble motivo para festejar el Día del Padre. Los mejores regalos los encontró en casa. Siempre estuvieron esperándolo ahí.
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