Patricio levanta la cabeza y cuenta uno, dos, tres, cuatro, cinco barbijos. En su campo de visión no entran más de diez personas. Su cálculo es inmediato: la mitad de la gente que se pasea por el Times Square aún lleva barbijo. No lo usan los agentes del departamento de policía de la ciudad, no lo usan los comerciantes, no lo usan los otros trabajadores ambulantes como él. Nueva York empieza a vivir eso que algunos llaman nueva normalidad.
“Hay vida después de la pandemia” es la enseñanza que el gobernador Andrew Cuomo había compartido el martes 15 de junio. “La vida consiste en prosperar. La vida es ver a la gente. La vida es amar la vida, es celebrar. La vida se trata de disfrutar, la vida se trata de interactuar. Y ahora volvemos a vivir en la vida”, había declarado. El mismo día que los Estados Unidos superaban el umbral de las 600 mil muertes por coronavirus, el Estado de Nueva York levantaba unas de las últimas restricciones vigentes.
Aún hay. Permanecen resabios, modismos. Los vestigios del COVID-19 se distinguen en las calles y en las desconfianzas. Restan que las autoridades dispongan el cese total de las medidas sanitarias y epidemiológicas contra el coronavirus: aún es obligatorio el uso del tapabocas en los hospitales, las escuelas y el transporte público. Patricio lo usa para tomar el tren desde New Jersey hasta Manhattan, donde trabaja. Su oficina es el Times Square: hasta tiene un locker para guardar su vestimenta.
Es el Batman argentino del Times Square. Lo era antes de la pandemia seis días a la semana. Lo es ahora en el régimen de la nueva normalidad solo los viernes y sábados. Nueva York había asumido el rótulo de epicentro del COVID-19 a mediados de 2020. Nunca se instauró una cuarentena obligatoria, el confinamiento fue voluntario. Las calles se vaciaron. Las morgues, no. Los turistas, su principal activo, habían desaparecido del centro neurálgico -el cruce de la calle Broadway con la Séptima Avenida- de la ciudad cosmopolita por excelencia.
“Fueron tiempos muy difíciles para mí y mi familia -relata mientras viaja camino a su trabajo-. Yo vivía del día a día, así que estar dos meses confinado voluntariamente fue tremendo. Desde el 16 de marzo al 16 de mayo no salí de mi casa. Se me fueron casi cinco mil dólares de mis ahorros entre rentas e impuestos. Si bien recibía la ayuda del Gobierno de 1.200 dólares, tenía que cubrir mis gastos y no me alcanzaba. Tenía mucho miedo porque pensé que se me acababa todo”.
Ganaba 200 dólares al día antes de que Wuhan concibiera un virus mortal. La gente le pedía fotos y él cambiaba su predisposición por billetes. Así le funcionaba a los otros superhéroes que trabajaban como él. Su capital era el realismo de su disfraz, su buen humor, su disciplina (“trabajo religiosamente de 10 a 18 horas y paro media hora para almorzar”) y su gimnasia como vendedor de insumos tecnológicos en su local de Cabildo y Juramento. En diciembre de 2015, había entrado en bancarrota. “Me fundí -reveló-: trabajaba doce horas, no vendía nada, no salía del local, no veía la luz del día. En Buenos Aires estaba en mi propia Baticueva”.
Tenía 36 años, una hija de nueve, su pareja, una propuesta de empleo y unos amigos viviendo en Nueva York. Licenciado recibido en Ciencias de la Comunicación de la UBA, periodista deportivo por vocación, había entrevistado a varias figuras del fútbol sudamericano y colaborado con varios canales de la región. Fundó un comercio que vendía productos de tecnología en una zona céntrica de la Ciudad de Buenos Aires. Pero se cansó de las burocracias, los vicios y la carga impositiva del país. La desilusión lo obligó a mirar afuera. Emigró en busca del sueño americano: llevaba consigo las dudas de su devenir y la convicción de que no había retorno.
Solo una pandemia pudo hacerle sopesar el regreso a la Argentina. “En algún momento pensé en volver al país. Pero gracias a Dios se solucionó en la primera reapertura. Lo viví con mucho miedo, con mucha incertidumbre. Simplemente esperé”. El 16 de mayo volvió a trabajar en el Times Square después de haber esperado el anuncio de flexibilizaciones en las restricciones. Pero nada era como antes. “Fue bien difícil trabajar como Batman y no poder acercarme a las personas por el distanciamiento. Me tomaba una foto cada una hora. Era un Batman con barbijo para concientizar y eso generaba atracción, pero fueron momentos difíciles, muy complicados”, analiza.
La economía del país norteamericano se contrajo a niveles récord. En 2020, el PBI de los Estados Unidos sufrió una contracción del 3,5% por los embates del COVID-19, según estimaciones del Departamento de Comercio. La recesión de la economía fue la peor registrada desde 1946, el año posterior al fin de la Segunda Guerra Mundial. “Siguieron dando de 200 a 400 dólares por semana a las familias que aplicaron para recibir esta ayuda. Las personas que se quedaron sin empleo empezaron a percibir ingresos para sobrevivir. Después quedaron en la disyuntiva de quitar esa ayuda para obligarlos a salir a buscar trabajo”, cuenta.
En ese proceso de reactivación, primero reabrieron los restaurantes con un 25% de aforo habilitado en la calle, después ese porcentaje se tradujo al interior del comercio. En noviembre, con el frío y las segundas olas, volvieron las restricciones más severas y la caída del flujo de turistas. En febrero, después de que pasara el invierno, regresaron las aperturas graduales y la estabilidad en la economía familiar del Batman argentino del Times Square.
Reconoció que tuvo que eliminar gastos y empezó a “cuidar el mango”, que dejó de comer afuera, que no se compró ropa nueva para afrontar el invierno, que apagaba las luces para reducir el consumo, que entró en un ciclo de ahorro que aún hoy, ya sin emergencias económicas, sostiene. “Al principio me llevaba el 30% de lo que recaudaba en un día, a comienzos de año ya estaba en un 50. Ahora no estoy en un 100% pero va queriendo: estaría ganando un 70% de lo que ganaba antes. A medida que vengan más turistas, mi bolsillo lo va a agradecer”, describe.
La pandemia, asegura, devolvió una dinámica distinta en las marquesinas y las baldosas del Times Square. Algunos de sus compañeros, esos inmigrantes que se vestían de superhéroes para sacarse fotos, no regresaron al rubro: algunos consiguieron trabajos en fábricas, otros se pasaron a las aplicaciones de delivery o de transporte de pasajeros. Él también experimentó un cambio de oficio, aunque su fuente de ingreso sigue supeditada a la fotografía. Su versión de Batman se reduce a los viernes y sábado: de lunes a jueves es él el que saca las fotos.
Hace dos semanas comenzó. Dice que significa un riesgo pero que necesitaba probar con algo distinto. “Compré una cámara, estuve tomando clases de fotografía y hoy trabajo de eso. Empiezo a tirarle fotos a los turistas y la gente se copa, ve las fotos que les saco y me las compran. Tuve que reinventarme: usar el traje con 30 grados de calor era duro para mí, no poder acercarme a las personas era un impedimento. Ahora tengo trabajo más acorde a mi profesión de periodista”.
“Siento que con la fotografía puedo obtener algo más. Es otro tipo de trato, puedo interactuar más. Con Batman me paraba en Times Square y me preguntaban si me podían tomar una foto. El objeto era Batman, ahora es al revés: ahora la estrella es la persona a la que voy a fotografiar. Yo les tomo desde lejos una foto, me acerco y se la muestro. Se quedan impresionados. Creo que la fotografía podría desplazar a Batman completamente y me gusta que sea así”, aprueba.
Desde la visión de Patricio, el Times Square retornó a su ritmo habitual. Los fines de semana son un festival de gente despreocupada. Desde el anuncio de la reapertura, el relajamiento se percibe. El primero de julio será el fin definitivo de las restricciones y el comienzo formal de la nueva normalidad. Los resabios son los barbijos en los rostros de turistas, en su amplia mayoría, latinoamericanos. “Me encuentro con mucha gente de Argentina, Colombia, Venezuela, Puerto Rico, Brasil, México. Son los que usan las mascarillas al mango. Vienen con mucho miedo por lo que está sucediendo en sus países. Los latinos son los que con más miedo vienen a los Estados Unidos”.
Él, cada vez que los encuentra, les pregunta si están vacunados. Si responden que no, los orienta. “Hay muchos carritos móviles donde te hacen el test y donde también te vacunan. Funcionan todos los días desde las once de la mañana hasta las seis de la tarde. Tienen que presentar solo el pasaporte y podés elegir darte la vacuna de Johnson & Johnson, de Moderna o de Pfizer”, informa. En su pronóstico vislumbra que en julio, el coronavirus -al menos en los Estados Unidos- será un asunto superado. La inmunidad de rebaño de la que hacen gala las autoridades de la ciudad habrá servido. “Todo esto se va a acabar el primero de julio. Por ahora va encaminándose a una vida normal. En agosto ya va a estar todo al 100 por ciento”.
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