La anécdota familiar recuerda seguido la vez que el bisabuelo hizo volar de un sopapo a su hijo Delfino, cansado de las travesuras con las que su esposa le contaba que tenía que lidiar todos los días.
-¿¡¡Pero qué has hecho Manuel?!! ¡¡Vas a matar al niño!! ─parece que gritó angustiada la bisa.
-Entonces, no me vengas con esas cosas mujer. Soluciónalo tú.
“Esas cosas” eran ni más ni menos que criar cinco hijos durante los primeros años del siglo 20 en una habitación de una casa de alquiler del microcentro porteño.
La historia se va heredando siempre en el mismo tono jocoso. “Es que el gallego era buenísimo, pero era así la época…”. Una época en la que se vivía con la amenaza firme sobre aquello que iba a ocurrir “cuando llegue tu Padre”. Un Padre con mayúscula ocupado en proveer que acechaba de lejos.
Pero los tiempos cambian y “ser papá” no es una vivencia inamovible que surge por default después de un parto. Ser papá es una posibilidad, un proceso en construcción permanente. La invitación a desaprender para hacer otros caminos al andar.
“Se supone que paternamos como aprendimos, de acuerdo a nuestra propia experiencia en tanto hijos. Existe una relación muy clara entre el modelo de masculinidad mayoritaria y la paternidad tradicional, donde podemos identificar roles y actitudes clásicas como ser competitivo, fuerte, independiente, no expresar emociones consideradas signo de debilidad, ser dominante, protector, etc. Pero quienes intentamos desaprender esas maneras tradicionales de ejercer la paternidad como una función de transmisión de normas sociales, empezamos a entenderla como relación afectiva, como presencia que estimule y acompañe el desarrollo emocional”, dice Sebastián Fonseca, sociólogo, fundador del Centro de Estudios de Masculinidades de la Universidad Nacional del Comahue y autor del libro La Ilusión Masculina.
Desde hace siete años, Mariano milita el apego con sus mellizos varones. Reconoce lo que le faltó y por eso insiste en democratizar el derecho a mimar y a disfrutar de los mimos: “En lo que más me esfuerzo en hacer distinto es en la demostración del amor. Llenar a mis hijos de besos, decirles que los amo, abrazarlos, estarles encima. Porque es hermoso construir un vínculo de pegoteo con los hijos y porque quiero que ellos sientan que es genuino y propio de la relación con un papá. A mí de chico me faltó y sentí esa falta, por eso hago lo contrario”.
Los mellis usaban pañales todavía cuando su mamá y su papá se separaron y comenzaron a pasar la misma cantidad de días y de noches en casas diferentes. Acomodar horarios para la consulta al pediatra o la reunión con las señoritas del colegio, bancar las clases de pileta y los zoom de matemática, cambiar regalos que quedaron chicos, mirar tutoriales de cocina que ayuden a variar menús, y recordar que en la heladera siempre haya tomate para un hijo y huevo para el otro son algunas de las tareas de Mariano que marcan rutinas paternas diversas.
Pablo también es papá de varones y también se propuso criar a consciencia a partir de revisar cómo se construyó su identidad de varón: “Creo que el desafío primero y fundamental tiene que ver con mostrar en acciones lo que transmito en palabras. No `ayudo´, me hago cargo de la crianza y de las tareas de cuidado a la par de mi compañera. Pero además trato de pensar en mi infancia ─los grupos de pertenencia, los medios de comunicación, etc─ para transmitirles ahora a mis hijos por ejemplo que las emociones, sean cuales fueren, no tienen sexo ni género”.
¿Revolución masculina o lavado de cara?
Pareciera, entonces, que empieza a instalarse una era de cambios en el ejercicio de la paternidad. Camada de nuevos papás decididos a abandonar el rebaño en pos de porvenires familiares menos crueles y más liberadores.
Sin embargo, este imaginario colectivo choca de frente con la evidencia de los datos. Según la “Encuesta de Percepción y Actitudes de la Población. Impacto de la pandemia COVID‐19 y las medidas adoptadas por el gobierno sobre la vida cotidiana” que UNICEF realizó en hogares urbanos con niñas, niños y adolescentes durante 2020, las mujeres concentraron la mayor parte de las tareas del hogar y del cuidado sin distinción por nivel educativo.
El informe asimismo reveló una mayor predilección de los hombres por las actividades ligadas a la esfera económica y el comando de recursos ─como ir de compras durante el aislamiento─ y a lo recreativo ─jugar con los niños y las niñas─. En cambio, tareas como cocinar, limpiar y acompañar en las responsabilidades escolares quedaron exclusivamente a cargo de las mujeres. Home office mata refregar inodoros. Es decir, lejos de aprovechar la oportunidad para renovar la baraja, el ASPO reafirmó los roles de género en la distribución de “lo doméstico”.
Lo llamativo es que a veces efectivamente el árbol tapa al bosque. Un trabajo de la consultora Bridge The Gap y Bumeran, que apuntó a conocer también el impacto de la pandemia en hogares del país, señaló una notable diferencia en la percepción de la realidad según el género. Mientras seis de cada diez varones encuestados consideró que existe una distribución más equitativa de las tareas domésticas, apenas tres de cada diez mujeres estuvieron de acuerdo con esa afirmación.
Fonseca describe el panorama en términos de ilusiones: “En los talleres, cuando describo las características de la masculinidad tradicional nunca falta el varón que señala que ese modelo ya no se condice con la realidad y que muchos están cambiando. Pero cuando pregunto si alguien conoce a un varón que haya tomado la decisión de poner en pausa sus estudios o su carrera profesional para dedicarse tiempo completo a la crianza, la respuesta siempre es parecida: menos del 5% asegura conocer, o haber conocido, alguna experiencia así. Entonces, ¿de verdad está cambiando la manera en la que los varones construimos nuestra identidad masculina? Porque puede que se trate de una ilusión, de un maquillaje que la masculinidad tradicional nos presenta para no perder su centralidad en la configuración de las relaciones de poder. Es necesario que de verdad nos interesemos por las desigualdades que reproducimos a diario y que nos ocupemos de generar espacios igualitarios”.
Más días para cuidar
Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Pero para modificar rasgos culturales súper naturalizados bueno sería contar con un sistema de licencias equitativo que aporte a garantizar el derecho a cuidar de las familias y a ser cuidados de las niñeces.
En Argentina, los varones y progenitores no gestantes que trabajan en el sector privado tienen derecho a dos días de licencia remunerada por nacimiento de hija o hijo ─de los cuales al menos uno debe ser hábil─, de acuerdo a la Ley 20.744 de Contrato de Trabajo (LCT) sancionada en 1974. Por el Convenio Colectivo de Trabajo que regula a cada sector se pueden ampliar. La misma legislación establece para las mujeres y personas gestantes 90 días de licencia por maternidad paga. Si bien los tiempos son claramente más extensos, no alcanzan el piso de 14 semanas que marca el Convenio 183 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT).
En paralelo, el sector público cuenta con distintos plazos según la jurisdicción. A nivel nacional la licencia es de 15 días por nacimiento para la persona no gestante y de 100 días para la persona gestante.
El régimen actual, además, ni siquiera repara en la diversidad de grupos. Las familias homoparentales y las adoptantes no disfrutan de los mismos derechos, tampoco se consideran días adicionales de licencia por embarazos múltiples o por hijos con discapacidades.
Cuando nacieron los mellizos, Mariano se pidió vacaciones. Que el parto fuera en diciembre le permitió juntar dos períodos de vacaciones y alargar un poco la vuelta al AFSCA (actual ENACOM) donde trabaja. Cuando ese tiempo acabó, pidió cambiar su turno laboral a la noche para lograr el enroque con la vuelta a la casa de la mamá de los nenes. Cual juego de ajedrez se fueron moviendo buscando la delicada y estresante conciliación de las vidas productivas y reproductivas.
Muy importante es señalar que solo el 47,5% de los trabajadores y el 51,1% de las trabajadoras que son padres o madres están cubiertos por las licencias escuetas. El acceso a este derecho se encuentra, encima, condicionado al modo de inserción laboral y es una garantía únicamente para los asalariados formales. El esquema excluye a informales, monotributistas, autónomos, desocupados e inactivos.
En diálogo con Infobae propone Florencia Caro Sachetti, coordinadora del programa de Protección Social del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento (CIPPEC): “Proponemos una reforma del régimen de licencias por nacimiento o adopción basado en tres principios. La universalidad, abarcando a todas las personas con hijos/as. La co-parentalidad, fomentando el rol de los progenitores no gestantes en el cuidado y la crianza. Y, por último, la adaptabilidad, que apunta a brindar flexibilidad a las familias en el uso de las licencias. En este sentido, tanto la ampliación de la licencia por paternidad (o para progenitores no gestantes) como la creación de una licencia familiar de uso distinto pueden contribuir a avanzar en los principios por involucrar a ambos progenitores y por otorgar mayor libertad a las familias para organizarse según sus necesidades. Así, las familias tendrían mayores oportunidades para ejercer su derecho al cuidado”.
Por su parte, Carolina Villanueva, directora de la organización Grow -género y trabajo-, pone el foco en las evasivas: “Proyectos de reformas de licencias ha habido y hay un montón. Lo que falta es decisión política. La primera excusa que surge es la de pensar que en Estados quebrados es difícil aumentar la presión social sobre el sistema de seguridad y previsión para el financiamiento de estas licencias. Pero el tema es definir qué se prioriza en las políticas y por qué nunca termina siendo prioridad acciones que los movimientos de mujeres estamos demandando hace mucho. Por otro lado, creo que debería aumentar el pedido de los hombres por paternidades más activas. Sino, seguimos siendo las mujeres quienes demandamos por el derecho a cuidar de los varones”.
Lo personal es político
-Como hombre me beneficia, pero igual me parece raro que el feminismo no plantee más fuertemente el tema de las licencias siendo algo que igualaría bastante las situaciones laborales.
-¿Pero siempre depende de que nosotras nos movamos?
-Bueno, aprovechemos el impulso. Es como si te viera yendo a la cocina y te pida que lleves un vaso.
¿Por qué los varones se resisten a protagonizar una lucha que los involucra tan directamente? ¿Por qué no rebelarse con más compromiso quienes no se sienten reflejados en el espejo de la masculinidad tradicional? ¿Qué lugar se autoasignan como padres en realidad?
Para Sebastián Fonseca, los cambios identitarios ─entre varones de diferentes generaciones por ejemplo─ no alcanzan para hablar de nuevas masculinidades si no impactan en el plano de la subjetividad pero, sobre todo, en la democratización de las relaciones de poder: “Como colectivo no tenemos un horizonte político claro. Por eso es importante que cada vez más varones comuniquemos las ideas del feminismo, que es una invitación para el mundo, y desarrollemos propuestas que despierten el interés de los varones ideológicamente más cercanos. Es preciso que nuestras unidades organizacionales, familiares, de militancia, de acción social, política, sindical, barrial, etc, se parezcan lo más posible al horizonte social que nos permitimos desear”.
Criar y cuidar es un trabajo, una actividad permanente y fundamental que necesita de la politización de un abordaje colectivo. No debería tratarse de producir generaciones en serie, sino de crear un mundo nuevo con varones decididos a desmoldarse para paternar desde lo personal, lo familiar y lo político. Porque “padres eran los de antes”, pero mucho mejor serán los que vendrán… si se lo proponen.
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