A Cruz Scardellato Auer (34) la idea le empezó a dar vueltas en su cabeza a fines de 2014. Por entonces trabajaba como empleado administrativo en una dependencia de la Policía de Santa Fe y estaba algo agotado de la rutina. Gran parte de sus momentos de mayor felicidad los vivía cuando viajaba de vacaciones o realizaba una escapada de fin de semana con su pareja, Caren Peresón (33). Entonces, le planteó a ella una arriesgada propuesta: recorrer el continente americano de punta a punta en bicicleta.
Caren, que era empleada en un estudio jurídico, dudó al principio. “Para él fue todo un poco más fácil porque estaba convencido de dejar la relativa estabilidad que teníamos pero yo no quería saber nada. Pero después empecé a pensarlo. Y la verdad que estaba bastante estresada y sentí que era el momento para hacerlo”, dice la mujer en diálogo con Infobae. De ese modo empezó la aventura que hoy lleva ya más de cinco años, que comenzó en Alaska, que por estos momentos los tiene en la localidad de Vilcabamba (en el sur de Ecuador) y cuyo destino final es Ushuaia.
“Vamos algo lentos porque en el camino paramos a conocer lugares, convivir con la gente y también trabajar para generar recursos que nos permitan seguir”, cuenta la pareja a la distancia.
Caren, nacida en Avellaneda (Santa Fe), y Cruz, oriundo de Venado Tuerto, cruzaron por primera vez sus caminos hace 15 años. Se conocieron mientras estudiaban en la facultad la carrera de derecho (con el tiempo, ambos se recibieron). A los pocos meses se pusieron de novios. Desde que empezaron a compartir tiempo juntos descubrieron que tenían algo más en común: les gustaba viajar como mochileros. Así fue que comenzaron a hacerlo durante los fines de semana y cuando las vacaciones estudiantiles se lo permitían. Hasta que un día se cansaron y se preguntaron “¿por qué parar de viajar?”.
“Decidimos salir de nuestra zona de confort y dar rienda suelta al deseo de viajar sin límite de tiempo, a vivir este sueño con el objetivo de aprender cosas nuevas y conocer más de nuestro mundo de una manera que nunca antes pudimos hacerlo. La decisión no fue nada fácil, pero consideramos que es el momento justo en nuestras vidas para hacerlo”, aseguran.
La travesía inició el 17 de mayo de 2016 en la ciudad de Anchorage. Hasta allí viajaron en avión con todo su equipamiento: además de ropa, cargan bolsas de dormir, almohadas, un termo, una carpa y elementos de camping, tazas, toallas, aparatos electrónicos, herramientas varias y un pequeño botiquín, entre otras cosas. Y por supuesto, las bicicletas.
Eligieron este medio de transporte por varias razones: “El primero es la posibilidad que nos brindan de poder ir disfrutando el paisaje al 100%, ya que uno es consciente de cada kilómetro que se avanza por el esfuerzo que implica. A su vez, nos permiten acceder a lugares que caminando nos llevarían mucho tiempo y nos da independencia respecto de los medios públicos de transporte”, explican.
Y continúan: “Por otra parte, la cuestión económica también tiene su peso. Lógicamente que mantener una bicicleta e ir reparándola tiene sus costos, pero son considerablemente menores que los que requeriría un medio de transporte motorizado. Y por último, pero no menos importante, la bicicleta nos va a demandar esfuerzo físico que consideramos un gran desafío para nosotros y tenemos como meta poder superarlo”.
La hoja de ruta señalaba a Deadhorse, en el extremo norte de Estados Unidos, como punto de partida. Sin embargo, por cuestiones climáticas no pudieron avanzar mucho más allá de Fairbanks, por lo que decidieron empezar el viaje desde allí. Caren y Cruz calculaban que sería un recorrido de aproximadamente 45.000 kilómetros durante varios años. Hasta este domingo ya llevan transitados 27.000 km en 13 países: Estados Unidos, Canadá, México, Cuba, Belice, Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia y Ecuador. Dependiendo del clima, la geografía del lugar y algunos otros factores, por día pedalean al menos 10 km. Lo máximo que recorrieron en una sola jornada fueron 140 km.
Actualmente se encuentran algo estancados. Es que la pandemia y las restricciones alteraron los planes. “Ahora estamos en Ecuador a la espera de que abran las fronteras”, cuenta la pareja, que documenta el viaje en sus redes sociales: “Viviendo el Camino” en Facebook y @viviendoelcamino en Instagram.
“Entramos a Ecuador el 29 de febrero del año pasado y a los 18 días empezó la cuarentena. Estuvimos en Otavalo con una gente amiga. Y en septiembre tuvimos que salir por un tiempo para regularizar nuestra situación. Por cuestiones personales tuvimos que pasar por Argentina y ahora volvimos en abril. Estuvimos dando vueltas acá, haciendo cosas para generar recursos. Tenemos tiempo para quedarnos hasta octubre. Especulamos con que se abran las fronteras antes”, agrega.
Una de las dudas frecuentes sobre quienes se animan a llevar a cabo este tipo de viajes está relacionada al financiamiento. En el caso de Caren y Cruz, habían gastado la mayor parte de sus ahorros en pasajes y el equipamiento, y viajaron a Alaska con dinero solo para unos meses. Por eso, desde un principio acordaron hacer estadías largas, de varios meses, en las ciudades más grandes, turísticas y con mucho movimiento, donde hayan trabajos que les permitan generar ingresos.
“Lo que hacemos es parar entre dos y cuatro meses una o dos veces al año para trabajar, generalmente, en hostels, hoteles y restaurantes. En el caso de Cruz, también ha trabajado en construcción e hizo cursos de fotografía y diseño gráfico. Con eso tiene unas changuitas. Así ahorramos. Ahora estamos intentando hacer trabajos vía web, que nos permita seguir moviéndonos”, relata la mujer y resalta que, igualmente, son “muy medidos y organizados con el dinero”. “No gastamos mucho más que en comida y repuestos”, dice.
El otro interrogante común colectivo es en dónde pasan la noche. “Siempre cargamos nuestra carpa para poder dormir en lugares donde queremos disfrutar del entorno y donde muchas veces es imposible hacerlo de otro modo. A veces acampamos en el monte y cuando hay mal tiempo les pedimos a los bomberos, a las iglesias, a casas comunales, a centros culturales para resguardarnos de la lluvia. También somos usuarios de plataformas de intercambio de hospedajes para viajeros”, responde Caren y también recuerda dormir en lugares poco comunes como debajo de escenarios, adentro de un sauna, debajo de la locomotora de un tren, encerrados en baños públicos y hasta en un calabozo.
La inolvidable experiencia les dejará incontables anécdotas. Caren relata una de las que quedó grabada en su mente y que tuvo lugar en Canadá. “Tanto allí como en Alaska nos cruzamos varios animales que nunca habíamos visto (renos, alces, osos). Pero una vez, íbamos por las rutas de Yukón y un conductor se cruzó abruptamente para prevenirnos acerca de una osa grizzly que había intentado atacar a unos ciclistas unos kilómetros más adelante. Le metimos velocidad como locos, ver un oso de esos es muy poco común. Cuando llegamos, había dos ciclistas del este de Canadá que estaban tirados en la cuneta tratando de arreglar sus ruedas que se habían doblado por la caída. Lo curioso es que esos mismos ciclistas habían dormido en el mismo camping que nosotros la noche anterior y nos dijeron que era imposible ver un grizzly por la zona y por la mañana, cuando nos rebasaron en la ruta, se la pasaron burlándose de nosotros y juzgando que cargábamos demasiado equipamiento. Cuestión que luego necesitaron parte de nuestras herramientas para arreglar sus ruedas ya que, en el afán de ir livianos, ellos no cargaban nada para arreglar. La osa los había atacado porque sus crías estaban de un lado de la ruta y ella del otro, y ellos intentaron cruzar por el medio. Gran error. Solo hay que parar y esperar que estén juntos y que se alejen, respetar su espacio”.
Pero lo mejor del viaje, subrayan, fue compartir con los lugareños y aprender de cada país. “Sin la ayuda de tanta gente que nos tiende la mano, nos sería muy difícil”.
Si bien, lógicamente, no sabían con certeza cuánto tiempo les llevaría este largo viaje, ambos preveían duraría entre 4 y 5 años. La duración, de todos modos, es lo de menos y no los desvía del fin que persiguen: “Seguimos en camino y abiertos a cambios que puedan ir surgiendo, otras rutas, otros países, conocer a más personas, siempre con el compromiso y objetivo de unir el continente de punta a punta”, coinciden.
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