La increíble historia del teléfono rojo entre la Casa Blanca y el Kremlin, que nunca fue rojo ni teléfono pero evitó la guerra nuclear

Lo pensaron John Kennedy y Nikita Kruschev a raíz de la crisis de los misiles en Cuba y para evitar que un conflicto atómico acabara con el planeta. Constaba de un largo cable que pasaba por varios países y un télex en cada punta. El risueño primer mensaje y las veces que se usó a lo largo de la historia para preservar la frágil paz mundial

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Los presidentes John Kennedy y Nikita Kruschev estrechan sus manos en Viena
Los presidentes John Kennedy y Nikita Kruschev estrechan sus manos en Viena

Pasó a la historia con un nombre de novela de espionaje: el teléfono rojo. No fue nunca un teléfono. Y mucho menos rojo. Era una línea directa de télex entre Washington y Moscú, en especial entre el entonces presidente John Kennedy y el premier soviético Nikita Khruschev, destinada a que ambos “hablaran” en directo ante cualquier urgencia política o militar, una inminente guerra nuclear, por ejemplo.

Lo de “hablar” era una figura simbólica, aunque el télex garantizaba rapidez y efectividad y podía poner frente a frente a los dos líderes mundiales. Y lo de “línea directa” también suena un poco pretencioso. La línea de télex corría por cable submarino desde Washington a Londres, de Londres a Copenhague, y de ahí a Estocolmo, y luego a Helsinsky y, por fin, a Moscú. Y viceversa. Precario, y en lo que era la edad de piedra de las telecomunicaciones, el teléfono rojo nunca fue usado para evitar una guerra nuclear, pero llevó un poco de tranquilidad y cierta seguridad, retórica si se quiere, a un mundo convulsionado por los vaivenes de la Guerra Fría, que tampoco fue guerra, ni fue fría.

El 20 de junio de 1963, hace hoy cincuenta y ocho años, Estados Unidos y la Unión Soviética firmaron en la sede de Naciones Unidas en Ginebra, un “Memorándum de Entendimiento para el Establecimiento de una Línea Directa de Comunicaciones”. Estaba destinado a transmitir mensajes urgentes, establecía la larga línea Washington, Londres, Copenhague, Estocolmo, Helsinki, Moscú, y viceversa, más un enlace de radio Washington-Tánger-Moscú para tenerlo como reserva, que todo puede fallar, y para coordinar las operaciones de la línea principal.

Las comunicaciones marchaban mucho más lentas que los avances nucleares. La historia del nacimiento teléfono rojo es más dramática, y acaso más divertida, que su historia posterior. Nació por dos motivos. El primero, el deseo de Kennedy y de Khruschev de tender lazos personales y evitar a sus respectivas cancillerías, agencias de inteligencia y oficinas burocráticas que, en momentos de crisis habían mostrado una peligrosa tendencia a la demora y a la ineficacia. El acuerdo de Ginebra por el teléfono rojo se firmó sólo diez días después de que Kennedy, en un histórico discurso en la American University de Washington, llamara a poner fin a la Guerra Fría, a prohibir los experimentos nucleares en la atmósfera y a construir una nueva relación con la URSS.

El segundo motivo fue el de evitar ir a una guerra nuclear por un error humano de traducción, de imprenta o de interpretación. Años antes, el 18 de noviembre de 1956, Khruschev había hablado en la embajada polaca en Moscú para expresar su certeza de que el marxismo dejaría atrás al capitalismo. Dijo algo así como que la doctrina de Marx y Lenin taparía de polvo al capitalismo. La expresión fue traducida como “los enterraremos”, lo que provocó cierta inquietud y un connato de incidente diplomático con Occidente.

"Los cañones de agosto”, el libro de de Bárbara Tuchman que John Kennedy le regaló a todos sus colaboradores. Narra los días previos a la Primera Guerra Mundial, cuando todos creían que iba a durar sólo 15 días
"Los cañones de agosto”, el libro de de Bárbara Tuchman que John Kennedy le regaló a todos sus colaboradores. Narra los días previos a la Primera Guerra Mundial, cuando todos creían que iba a durar sólo 15 días

Durante sus breves dos años y diez meses de gobierno, Kennedy temió siempre ir a la guerra por un simple y evitable error humano. Tenía como ejemplo el estallido de la Primera Guerra Mundial y un libro extraordinario, “The guns of August - Los cañones de agosto”, de Bárbara Tuchman, que desgrana los treinta y un días que precedieron al estallido de la Primera Guerra Mundial, que iba a durar sólo quince días, vaticinaban en los salones del imperio austro-húngaro, mientras bailaban Strauss. Kennedy compró varios ejemplares de “The guns…” y los repartió entre los miembros de su gabinete.

Y, sin embargo, casi estalla una guerra nuclear por un evitable yerro humano. Entre septiembre y octubre de 1962, la CIA había descubierto en Cuba unas instalaciones de misiles rusos de alcance intermedio y con capacidad de transportar ojivas nucleares. Todos apuntaban a Estados Unidos y estaban bajo el mando de un pequeño ejército soviético que había llegado a la isla. El mundo vivió entonces, y durante trece días, en la cornisa de una hecatombe atómica. Los “halcones” americanos, los consejeros de Kennedy en el ministerio de Defensa y en la secretaría de Estado, plantearon incluso “borrar a Cuba de la faz Tierra” con el uso de armas nucleares. Sólo la cautela de Kennedy, entre otros pocos miembros de su gobierno, incluidos algunos “halcones” que en trece días tornaron a “palomas”, y la habilidad, un poco torpona, de Khruschev, evitaron la guerra.

Esa crisis también dio origen al teléfono rojo. Los mensajes decisivos que evitaron el estallido entre Estados Unidos y la URSS, llegaban vía cable desde Moscú, donde amanecía unas siete u ocho horas antes que en Estados Unidos. A la diferencia horaria, (al mediodía de la URSS eran las cinco de la mañana en Washington y a las siete de la tarde de Washington eran las dos de la mañana en Moscú) se unía el farragoso proceso de traducción de los mensajes entre los dos líderes. Si el mensaje llegaba cifrado, había que descifrarlo y luego traducirlo del ruso al inglés. Y viceversa.

El mapa con la ubicación de los misiles soviéticos en Cuba que casi provoca una guerra nuclear en 1962. Después de eso, se instaló la línea directa entre la Casa Blanca y el Kremlin
El mapa con la ubicación de los misiles soviéticos en Cuba que casi provoca una guerra nuclear en 1962. Después de eso, se instaló la línea directa entre la Casa Blanca y el Kremlin

El instante decisivo del conflicto transcurrió entre el sábado 27 de octubre y el domingo 28. Fue en esas horas tensas en las que el secretario de Defensa de Kennedy, Robert McNamara, salió a la estrellada noche otoñal y pensó que nunca más vería a ver una noche igual, mientras se ponía en marcha el plan de evacuación de Washington de todo el gobierno y de sus familias. Khruschev envió entonces un mensaje crucial en el que instaba y proponía poner fin al conflicto. En sus fantásticas memorias, el entonces embajador de la URSS en Estados Unidos, Anatoly Dobrynin, recuerda aquel episodio que revela el perfil de las rudimentarias comunicaciones de entonces:

“Como el Kremlin creía que había un plazo fijo y el resultado de la crisis dependía de su contestación, Khruschev no sólo me envió una respuesta urgente como cable cifrado y envió un duplicado a la embajada norteamericana en Moscú, sino que dio instrucciones de que el texto en inglés fuese transmitido inmediatamente por radio Moscú. A toda velocidad, entre los aullidos de las sirenas, una caravana de automóviles encabezada por el ayudante de Khruschev partió a toda velocidad de la dacha del premier, hasta la estación de radio. Yo mismo me enteré por esa transmisión de la respuesta completa de Khruschev, y no por el cable con el texto, que llegó a la embajada dos horas después por vía de la Western Union”.

Días antes, Dobrynin había vivido una angustia similar. Había recibido la visita, en secreto, de Robert Kennedy, hermano del presidente y ministro de justicia (su cargo era el de procurador general). Bobby Kennedy había llegado desesperado para decirle que era urgente llegar a un acuerdo con Khruschev, porque el poder militar americano podía derrocar y asesinar a su hermano. Dobrynin elaboró un cable urgente, cifrado en columnas de números, como era usual en la época, y convocó a la Western Union para que lo llevara a sus oficinas y lo transmitiera. Por lo general, siempre iba a la embajada soviética el mismo muchacho negro, a quien el embajador había visto tantas veces, y siempre en su bicicleta. Y esa noche no fue la excepción. Dobrynin lo vio partir, pedaleando con energía y con el cable cifrado en su gastada cartera de cuero, y pensó: “Como ese chico pase por la casa de su novia a darse unos besos, podemos volar todos por el aire…”

El "teléfono rojo" de la época de Jimmy Carter (WIkipedia)
El "teléfono rojo" de la época de Jimmy Carter (WIkipedia)

La embajada de Estados Unidos en Moscú se comunicaba de la misma manera con Washington. Las dos embajadas tenían prohibido instalar aquellas enormes antenas imprescindibles para la radiocomunicación, temerosas ambas de que cada uno de los servicios de inteligencia enemigos escucharan sus mensajes y sus conversaciones. En Moscú, las autoridades diplomáticas de Estados Unidos se habían negado con terquedad a mudar la embajada a otro sitio más abierto y elegante. Según supieron los rusos años después, el viejo edificio diplomático americano estaba cerca de la principal avenida de Moscú, la Perspectiva Kalininsky, por la que los jerarcas iban a diario a su trabajo en el Kremlin. La embajada podía entonces interceptar los diálogos de la jerarquía soviética, que acababa de incorporar a sus vehículos oficiales los radioteléfonos.

La embajada soviética en Washington, a sólo doce cuadras de la Casa Blanca “peinaba” a diario el espacio aéreo de la zona en busca de interceptar alguna transmisión interesante. Pero la mayoría de las conversaciones radiadas de los americanos circulaban cifradas: Estados Unidos llevaba la delantera en el desarrollo tecnológico.

El primero de los mensajes del teléfono rojo fue bien extraño y tuvo poco que ver con la Guerra Fría. Decía: “The quick brown fox jumped over the lazy dog’s back 1234567890′(Un zorro rápido y marrón saltó sobre el lomo de un perro holgazán 1234567890”. Era una frase críptica y absurda que los rusos tardaron en comprender, y en intentar descifrar en vano: sólo servía para comprobar la eficacia del télex. La frase contenía todas las letras del abecedario y los números. Había que evitar errores a cualquier precio.

Kennedy y Khruschev jamás usaron el teléfono rojo. El presidente fue asesinado tres meses después de la firma del acuerdo y Khruschev fue barrido del poder en octubre del año siguiente. El teléfono rojo, tal como se lo conocía, tuvo corta vida: en pocos años, la tecnología se hizo de inmediato más sofisticada y cercana. El cable submarino intercontinental quedó en desuso apenas a ocho años de ser adoptado como salvador del mundo. El 30 de septiembre de 1971, el teléfono rojo pasó a ser satelital, con dos canales de comunicación. En mayo de 1983, el télex se convirtió en un fax, que de todos modos tardó dos años en implementarse, y resultó vital en los años en los que Mikhail Gorbachov lanzó su “perestroika” y su “glasnot” (reestructuración de la economía soviética y transparencia), primer paso hacia la caída del comunismo que se produjo en 1991.

Por fin, el teléfono fue teléfono. Pero no rojo, que era un color que no tenía nada que ver con la URSS ni con el comunismo, sino que pretendía simbolizar la urgencia y los asuntos que quemaban. George Bush habló varias veces con Gorbachov durante aquellos años y, en especial, durante la primera Guerra del Golfo, la invasión a Kuwait por parte de Irak, y durante los meses que precedieron a la disolución de la URSS.

El presidente norteamericano George Bush con su par soviético Mijail Gorvachov. Ellos también usaron el teléfono rojo. Poco después, desapareció la Unión Soviética.  (AP Photo/Doug Mills)
El presidente norteamericano George Bush con su par soviético Mijail Gorvachov. Ellos también usaron el teléfono rojo. Poco después, desapareció la Unión Soviética. (AP Photo/Doug Mills)

A lo largo de su vida, el teléfono rojo se usó entre las dos potencias cuando el asesinato de Kennedy en 1963, durante la Guerra de los Seis días entre Israel y Egipto en 1967, durante la guerra entre India y Pakistán de 1971, cuando la Guerra del Yom Kippur entre Egipto e Israel en 1973, durante la intervención de Turquía en Chipre en 1974, cuando la invasión soviética a Afganistán de 1979, en los meses de 1980 en los que pareció inminente una invasión soviética a Polonia, cuando el surgimiento de “Solidaridad”, la organización sindical y política enfrentada al comunismo que comandaba Lech Walesa, durante la invasión de Israel al Líbano en1982, durante la primera Guerra del Golfo en 1991, en 2001 cuando los atentados al World Trade Center de Nueva York y, en 2003, durante la Guerra de Irak.

En 2016 el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, usó el correo electrónico para advertirle a su par ruso, Vladimir Putin, que no interviniese en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, luego de que hackers rusos filtraran los correos electrónicos de la candidata Hillary Clinton, rival de Donald Trump que terminó por ganar las elecciones de aquel año. No fue que el teléfono rojo no hubiese funcionado, sino que a Putin le importó nada el mensaje de Obama.

Tecnología de punta, satélites que todo lo escudriñan, mensajes telefónicos instantáneos, teléfono rojo, teletipo, cables submarinos intercontinentales, radioteléfonos, mails, decenas de maravillas científicas y tecnológicas puestas al servicio de mantener la paz y de no ir a la guerra última por un yerro tonto.

Todo una maravilla. Pero, la verdad es que si seguimos todos vivos, es porque un chico negro de la Western Union pedaleó fuerte una noche de octubre de 1963, y no se detuvo a besar a su chica en un portal de Washington.

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