-¿Te persiguen decisiones?
-No. Te persiguen dramas, pero decisiones no. Los drmas son todos los que no pudiste salvar, todos los niños que dejaste sin padre. Pero no te persiguen, porque hemos salvado muchas vidas. Hemos rescatado más de 60 mil personas en cinco años, eso es mucha gente. Pero nunca vuelves a ser el mismo, está claro. Odio a los que frivolizan la migración y no saben lo que es. Hablan de cifras, números, porcentajes… Pero yo he dejado morir a muchos padres y he salvado muchos niños… que no me cuenten milongas, los dejan morir porque sí, porque no quieren negros ni musulmanes en Europa. Es puro racismo.
Òscar Camps tiene la voz ronca, como enojada. No lo está, ahora mismo, mientras conversamos. Pero de pronto tiene que hablar de migración y de refugiados -eso a lo que le dedica su vida desde hace seis años- y la apariencia de enojo se vuelve sí enojo puro. “Si el mundo ya estaba mal antes de la pandemia, ahora es peor porque el COVID devolvió la prioridad al primer mundo, devolvió la emergencia al primer mundo, y nos volvimos a olvidar de los más vulnerables. Lo vemos en la distribución de vacunas, en el tema de las patentes, y lo vemos absolutamente en el Mediterráneo, donde la pandemia no frena ni disminuye los flujos migratorios”.
El Mediterráneo Central es algo así como la triste segunda casa de Òscar Camps. Allí realiza miles de rescates al año junto a la ONG que creó en el 2015: Proactiva Open Arms. Surgió en el mar Egeo, donde Òscar ayudó como un civil más a miles de migrantes que llegaban a Lesbos (Grecia) desde Turquía. Luego, dejó de hacerlo de manera particular y fundó la ONG. Comenzaron a trabajar en el Mediterráneo central, en la ruta marítma entre Libia e Italia, donde mueren miles de personas por año.
Ahora, además, Open Arms está trabajando en la apertura de oficinas en Dakar, Senegal, producto de la crisis migratoria que allí provocó la pesca ilegal (que dejó el mar sin peces para los pescadores locales, que sin más recursos se lanzan al mar intentando llegar a Europa a través de la “ruta canaria”, desde Senegal hasta las Islas Canarias a través del Atlántico).
Justamente la crisis en Senegal es lo que por estas semanas une a Oscar Camps con Enrique Piñeyro. Se conocieron hace un año y medio porque Enrique estaba interesado en la labor de Open Arms. Hablaron por teléfono y lo invitó a comer. Quedaron en encontrarse en el aeropuerto de Barcelona, adonde Enrique llegó a bordo de un avión propio, juntos volaron a Mallorca, almorzaron, y regresaron a Barcelona. Así comenzó la amistad. En la comida hablaron de refugiados, de la situación en el Mediterráneo (Enrique le ofreció su avión para dar apoyo aéreo), hablaron de la necesidad de la ONG de tener un barco nuevo (algo que está por suceder, producto de esa charla, por obra del propio Piñeyro), y hablaron también de Senegal.
Desde entonces, hablan cada semana por mensaje de texto (única vía para comunicarse con Piñeyro), y van armando misiones humanitarias. La actual es una de ellas.
Sin embargo, las acciones particulares no calman el enojo de Óscar con la situación global de los migrantes. Según el último informe de ACNUR (la agencia de Naciones Unidas para los refugiados), el número de desplazados forzosos subió cerca de diez millones en el último año y medio: hay 82.4 millones de personas desplazadas (algunos son refugiados -26.4 millones-, otros son migrantes internos dentro del país de cada uno -48 millones-, y otros son pedidores de asilo -4 millones- y los 4 millones restantes son migrantes venezolanos.
En el Día Mundial del Refugiado, celebrado cada 20 de junio, conversamos con Óscar sobre la labor de Open Arms, el precio -y la necesidad- de involucrarse en algunas causas, las razones por las que el mundo -y Europa principalmente- parece no preocuparse por los refugiados, y la dificultad de tener que volver a elegir, si todo sigue así, a quién salvar y a quién no.
-Muchos tienen la sensación de que por la pandemia todo se detuvo y también se habrán detenido los migrantes. ¿Cuán cierto es esto?
-Evidentemente que no. El primer mundo siempre cree que lo que ocurre en el primer mundo es un tema mundial. Y sólo somos el 30% de la población mundial. El otro 70% viven en unas condiciones muy inferiores, rayando la situación de pobreza. Más de la mitad de la población mundial vive con menos de 3 dólares diarios. Y sufren muchísimo más las privaciones que pueda ocasionar la pandemia. Sin hablar del tema económico, de la cantidad de puestos de trabajo que se pierden o de lo que ha afectado eso. ¿Cómo vas a confinar a personas que necesitan, que se ganan el sustento diariamente? Cómo puedes parar eso. Los que hemos podido parar y hacer el confinamiento somos unos privilegiados. El resto del mundo ha tenido que sufrir no solamente lo que sufren cada día sino además el riesgo de contagiarse y de morir.
-¿Cuándo fue para vos el momento en que te diste cuenta de que el resto del mundo no vivía como vivías vos?
-Yo he vivido dentro de la burbuja del primer mundo durante muchísimos años. La verdad es que en cuanto decidí trabajar o colaborar de cierta manera para disminuir el sufrimiento de las personas que ponen en riesgo su vida y se lanzan al mar para huir de las condiciones en las que están, allí me di cuenta. Primero con los afectados en la guerra de Siria. Huyeron millones de personas de Siria y un millón cruzó el Egeo. Allí me di cuenta de que las cosas pueden cambiar, de que un país como Siria, que era un país estable y con cultura, con cierta condición democrática, de golpe entra en Guerra Civil y pasan 10 años de esa guerra. Fíjate cómo se deteriora la vida de esas personas. Luego en el Mediterráneo central hemos podido ver lo mismo. En qué condiciones vive la gente. Y no solamente huye de la guerra o de la persecución, hemos visto niñas huyendo de matrimonios forzados o de la violación del clítoris. Niñas que de quedarse en su país iban a ser mutiladas, y si no lo hacían se iban a convertir en unas parias, iban a ser repudiadas. ¿En qué condiciones les toca vivir? Tienen derechos. Y una vez sales de tu burbuja te das cuenta de que el mundo no es el primer mundo. Somos una minoría de privilegiados que vivimos a costa del sufrimiento del 70% de la población mundial, experiencias que crees que no son nada difícil.
-¿Qué crees que es lo que lleva a una persona a jugarse la vida?
-En cuanto entras en el medio acuático, en el medio marítimo, ya entras en hostilidad. El agua es hostil para el ser humano: la temperatura, la meteorología y todos los otros factores son hostiles. Pero debe ser mucho más hostil el lugar del que huyes, porque cuando te pones en riesgo no es solamente porque tienes una necesidad de tener una mejor manera de vivir o de ganarte la vida, sino realmente es porque no tienes vida. ¿Qué vida vas a perder si no la tienes donde estás? ¿Qué vida vas a arriesgar si no la tienes? Es absurdo. No se están jugando la vida, ya no tienen vida. Los hemos matado antes de que se ahoguen. Hemos manipulado a sus gobiernos, los hemos privado de democracia, y les hemos privado la condición de gozar de los derechos humanos. ¿Qué les queda? Entonces, no se van a jugar la vida, no tienen vida. Pero tienen la posibilidad de tener una si salen de donde están.
-Los discursos de derecha dicen que no hay lugar para todos en Europa. ¿Hay lugar para todos?
-Mira, solamente quieren llegar a Europa un 18% de la emigración africana. El resto son desplazamientos internos en el mismo continente. Así que no estamos hablando de una invasión ni mucho menos. En España concretamente, según datos del año pasado, el 37% de la migración irregular que llega a España llega en pateras (balsas) desde África. Ni siquiera es el 50%. La mayoría de la inmigración irregular que llega a España no llega en patera, llega en avión, y no es de África. Así que estamos sobrealimentando un concepto que solamente le interesa a los grupos xenófobos o a los partidos de extrema derecha que intentan ganar votos a través del racismo. El 90% de los refugiados que llegan a Europa por España o Italia o Grecia no quieren quedarse ni en Italia, ni en España, ni en Grecia. Su destino es otro. Es algún país centroeuropeo porque son de habla anglófona o francófana. No quieren quedarse en España, quieren ir a Bélgica o a Reino Unido, o a Holanda o Francia, donde tienen un amigo, un pariente, un conocido o un paisano que les espere y que les pueda ayudar.
-Se suele estigmatizar a los migrantes, hacerlos parecer como personas peligrosas o que están en falta y no han hecho nada. ¿Por qué creés que sucede esto?
-Hay una tendencia a deshumanizarlos, a convertirlos en ilegales. Nadie es ilegal. En todo caso están en una situación administrativa irregular. Pero si a tí te caduca el DNI, te caduca tu tarjeta de identidad, también estás en una situación administrativa irregular y no te van a llamar ilegal. Y en aguas internacionales, que es donde nosotros rescatamos a estas personas que quedan a la deriva, no hay migrantes. Si lo dice la propia palabra: aguas internacionales, son de todo el mundo. ¿Por qué decimos que hay migrantes en aguas internacionales? ¿Qué pasa? ¿Que son de todo el mundo excepto de los negros? Entonces, hay muchos conceptos que ya se prefabrican y que caemos en la trampa de utilizarlos cuando realmente lo que hacen es denigrar a estas personas e intentar deshumanizarlas para que no nos duela, al primer mundo, verlas morir. Pero ya las matamos antes de venir, como te decía, antes de que se ahoguen. Ya los hemos matado.
-Contaste que hubo un momento que saliste de la burbuja. Haber salido y haberte comprometido tanto con esta temática, ¿hace que el mundo duela menos o más?
-Cuando más ves, más sabes. Cuando más sabes, peor te sientes. Más doloroso es. Yo recuerdo que de pequeño para mí fue un golpe enterarme de que los Reyes Magos eran los padres, pero de mayor fue un golpe muy duro enterarme de que la Unión Europea eran mis abuelos. Es una mentira. No hay Unión Europea. La hemos convertido en otro mercado común, en una unión administrativa económica, donde la parte social, la parte esencial se pierde o no tiene ningún interés. Solo se busca el rendimiento económico, los intereses económicos, geopolíticos, estratégicos. Pero las personas han quedado fuera de la Unión Europea, y es una decepción. Y ver la inacción deliberada de la Unión Europea en materia de migración, y sobre todo en el salvamento, porque Europa está rodeada de agua y estas personas intentan llegar a Europa por el mar, y las abandonamos cuando quedan a la deriva. No queremos saber nada, no queremos oír sus “auxilio” y su pedido de ayuda. Y entonces incumplimos convenios internacionales, incumplimos con el derecho marítimo internacional, con los del menor, con la convención de Ginebra… Con todo. Y no solamente eso sino que encima pagamos a terceros países para que hagan el trabajo sucio, para que frenen las salidas desde fuera. Países de dudosa solvencia democrática como Marruecos, que es una dictadura disfrazada de monarquía; como puede ser Libia, que es un Estado fallido donde hay grupos armados que se autoproclaman gobierno legítimo y que Europa los financia. Y Turquía, otra dictadura que estamos financiando. ¿Qué política migratoria es ésta? ¿Dónde está la Unión Europea? ¿Qué es la Unión Europea? O sea, ¿hicieron falta 70 millones de muertos para que unos intelectuales se juntaran en París e hicieran la Declaración Universal de los Derechos Humanos para incumplirlos, para omitirlos, para ningunearlos ahora? Los derechos que nuestros abuelos consiguieron, nosotros los perdemos y nadie protesta, porque creemos que son los derechos de los inmigrantes. No, los derechos humanos son los de todos, son los tuyos y son los míos. ¿Y si ahora le hacen esto a estas personas, cuando llegue el momento qué nos harán a nosotros?
-¿Te valió más apoyos o enemistades tu labor al frente de Open Arms?
-Indiscutiblemente, apoyos. Indiscutiblemente. Porque lo que hacemos tiene tiene muchísimo sentido. Tiene un sentido moral, un sentido ético y un sentido espiritual. Es salvar vidas, proteger la vida humana. ¿Hay algo más importante que salvar una vida? Nada es más importante y más prioritario que proteger una vida humana sabiendo que está en peligro y que va a morir si no recibe ayuda. Entonces, indistintamente de quiénes sean, de donde vengan, a donde vayan, por qué motivo... Indistintamente de todo eso son personas y son vidas que hay que proteger. Y cada vida cuenta, y no tienen por qué morir. No es necesario que mueran. Son muertes inútiles. No hay ninguna necesidad. Nosotros los rescatamos y los entregamos a la administración. Los ponemos en manos de la administración, y que se resuelva su situación como se tenga que resolver pero no hace falta que muera nadie. Y eso genera enemistad de los grupos interesados de extrema derecha que utilizan al inmigrante y la inmigración como arma política, pero nada más. Su discurso es muy pernicioso.
-Hay un crecimiento grande de esos discursos en Europa.
-Bueno, son pocos. O sea, nos parecen muchos porque hay mucho silencio. Porque nadie combate. Y entonces creemos que los que callan son cómplices. Pero los que callan, callan porque todavía no se han pronunciado. Pero realmente tenemos muchísimos más apoyos que detractores. Indudablemente, si no ya hubiéramos cerrado la actividad porque nos sostenemos por donaciones privadas, por pequeñas donaciones de la sociedad civil. El 90% de nuestras donaciones son de la población civil y son pequeñas donaciones recurrentes cada mes, o cada tres meses o cada seis meses. Pero son muchísimas personas que nos dan pequeñas donaciones. No queremos participaciones de gobiernos ni de partidos políticos.
-¿Nunca te han amenazado?
-¿Amenazado de muerte? En cinco idiomas. En árabe, en alemán, en griego, en inglés, en italiano, en francés, en español, en catalán... Han llegado a destrozar el coche, a pintar una esvástica en el coche de mi pareja, a fotografiar la puerta de mi casa y a convertirme en un objetivo de cualquier descerebrado de extrema derecha que viva cerca. Porque cuando te muestran tanto te están convirtiendo en un objetivo. Y hay algunos que son descerebrados y en cualquier momento pueden hacer cualquier cosa.
-¿Imaginabas cuando empezaste tu empresa o tu carrera como rescatista privado que ibas a terminar creando Open Arms?
-No, nunca fue mi intención. Mi intención fue una vocación. Yo soy por vocación, porque tenía otras actividades, porque soy empresario desde los 24 años. Tengo 57. Excepto mi periodo en Cruz Roja de 8 años, siempre he trabajado para mí. Pero descubrí el socorrismo y me vinculé a eso. Evidentemente que en mi país no te podías ganar la vida como rescatista. Era un trabajo de voluntarios, de ONG y de verano, y de gente muy joven. Y yo siempre he creído que es una responsabilidad muy alta cuidar de las personas y de las vidas en las playas, sobretodo en mi país, que son playas de máxima afluencia donde pueden haber 30 y 40 mil personas en una playa. Entonces es una responsabilidad muy grande en un país que recibe 50 millones de turistas en un verano. No podemos dejar esa seguridad de esas personas en manos de grupos de voluntarios sin más. Había que profesionalizar ese sector y me encargué de ello. Y fue una de las primeras empresas, por no decir la primera empresa privada que se dedicó a este sector cuando no había ninguna. Cuando todo esto estaba en manos de ONGs. Así que me costó mucho poderme ganar la vida en este rubro, en esta actividad. La empresa tiene más de 20 años.
-Sigue viva.
-Sí, sigue funcionando, pero yo no la gestiono. Mi sueldo viene de ahí y de otras, pero ahora me puedo dedicar a Open Arms. Yo fui a Lesbos en el 2015 porque creía que podía hacer algo. Soy rescatista. Ahí estaba muriendo gente. Era septiembre. Aquí en España había acabado la temporada de playas. ¿Por qué no voy a ayudar? Si tengo los medios y la capacidad, pues decidí asignar una cantidad de dinero a esta aventura y fui a probar. Primero ofrecí la compañía, que es Proactiva. La ofrecí a la administración, se la ofrecí a los griegos al gobierno español, a Frontex, a Médicos Sin Fronteras... Les di muchísimo material, muchísimas embarcaciones, motos de agua, profesionales de salvamento. Y los ponía a disposición un mes sin cargo para poder proteger una isla de Grecia, la que fuera, para ayudar a los griegos con lo que estaba pasando. Pero nadie nos contestó. Nadie nos contestó ni nos tomó en serio. Así que decidí ir por mis propios medios, como mochilero. Con un bañador, un neopreno, unas aletas, un silbato y una radio. Fuimos dos: yo y Gerard, uno de los empleados de la compañía que hoy sigue con esto.
-¿Por qué fuiste? ¿Qué es lo que te convenció?
-Ver la foto de Aylan (Aylan Kurdi, el niño que fue fotografiado sin vida en una playa turca, víctima de un naufragio de migrantes sirios que se dirigían a Grecia). Me conmovió mucho. Yo tengo un niño de 8 años que tiene la misma edad que tendría Aylan si no se hubiera muerto. Yo cuando vi ese niño en la playa muerto, yo vi a mi hijo. Yo no vi un sirio, yo vi a mi hijo allí. Y dije: “¡Hostia, qué duro! ¿Cómo puede pasar esto? ¿Nadie los ayuda?”. A nosotros no se nos mueren los niños en las playas porque tenemos servicios de salvamento. Puede que ocurra un accidente lamentable, ¿pero naufragio que no lo atienda nadie? Me chocaba muchísimo. Eso estaba ocurriendo, así que decidimos ir y una vez allí vimos que al mes que no podíamos estar como turistas y decidimos crear una asociación para tener un seguro de responsabilidad civil por si nos pasaba algo.
-¿Recordás el primer rescate?
-Sí, recuerdo el primero. No es el más memorable ni el que más me impactó. Fue una intervención que podía haberse dado en una playa de cualquier país de primer mundo. Y allí no había nadie para hacerlo más que nosotros. Y lo hicimos. Fue rescatar una barca que reventó el flotador y cayeron unas veinte personas al agua. Algunas se pudieron coger a la barca, otras llevaban chaleco, otras se estaba ahogando. Entonces fuimos nadando hasta allí y empezamos a traerlos nadando y a ponernos a salvo primero, a protegerlos, asegurarlos, y luego los llevamos a la orilla. Fue el primer rescate.
-¿Qué zona es más complicada: el mediterráneo central (donde llegan migrantes de Libia a Italia) o Lesbos y el mar Egeo (donde llegan desde Turquía a Grecia?
-Lesbos, sin dudas. Fue más duro para nosotros porque llegaban tres o cuatro mil personas al día. Muchísimas y a todas horas. No había descanso. No podías dormir.
-¿Sentís que llegaste preparado para lo que viste?
-Nadie está preparado para eso. ¿Para ver morir tanta gente? No. Una cosa es ver muertos, otra cosa es verlos morir. Y no te dan más ni tus brazos ni tus fuerzas. Estás salvando a los que tú crees que tienes que salvar pero hay otros que se están muriendo y no vas a llegar.
-Tenés que elegir a quién salvás.
-Eso fue el drama de la vida. La primera vez que rescatamos de un naufragio los niños eran nuestra prioridad, porque las madres están con ellos en brazos aferradas, y se cansan y al final los niños se les hunden y se les mueren en los brazos. Entonces empezamos a sacar niños, y niños, y niños. Y cuando volvimos, los padres ya no estaban. Y cuando llegamos a puerto, los vimos a los niños ahí sentados y solos. ¿Qué hemos hecho? En un país que no es el suyo, un continente que no conocen, no hablan la lengua, tienen otra religión… ¿Qué les va a pasar a estos chavales sin los padres? Los habíamos rescatado pero cuando fuimos por los padres no los encontramos. ¿Y qué hago con ellos ahora? Ahí decidimos que la próxima vez rescataríamos a familias enteras, y dejaríamos morir a familias enteras. ¿Qué vas a hacer? No puedes hacer nada. Quién eres tú para decidir eso. Y después, ¿cómo convives con eso? Es muy duro todo esto.
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