Era el viernes 18 de agosto de 1961 y el invitado a ver al presidente Arturo Frondizi era médico, calzaba botas de soldado, boina de guerrillero, traje verde oliva y portaba apellidos con aire aristocrático.
Ernesto Guevara De la Serna había llegado a su Argentina natal tras casi ocho años de ausencia. Era muy joven. El 14 de junio había cumplido 33 años y pese a que nunca había tenido formación militar en dos años y medio había sido partícipe decisivo de dos confrontaciones armadas: el triunfo de la Revolución Cubana -fechada el 1 de agosto de 1959- y el aplastamiento en apenas tres días de un intento de invasión por parte de exiliados cubanos con apoyo nada menos que de la CIA hacía exactamente cuatro meses.
El ministro de Industria y comandante del Ejército Rebelde de Cuba había arribado al aeropuerto de Don Torcuato en un vuelo casi clandestino. Lo curioso es que el secreto no era para armar una guerrilla sino para reunirse con Arturo Frondizi, el graduado de abogado con medalla de oro en la UBA, el radical opositor áspero de Juan Domingo Perón, el correntino astuto que vio la oportunidad de un acuerdo con el general en el exilio para intentar saltar el abismo de peronismo antiperonismo.
Un presidente acosado
Frondizi fue un gran jugador de fútbol. Y se ve que, al menos en política, le gustaba jugar al lado de la línea de cal.
Llevaba tres años y cuatro meses al frente del gobierno. Y había pasado de todo en ese tiempo. Algo para subrayar de esa reunión con Guevara es que debía ser breve, de apariencia protocolar, y tenía que ser antes del almuerzo de ese viernes. Porque el Presidente venía siendo acosado por lo que algunos los llamaban planteamientos militares; otros, chirinadas; y otros fragotes, un neologismo surgido del general Rosendo Fraga, muy activo en los complots contra Frondizi.
¿Treinta chirinadas? ¿O un continuo intento de sometimiento por parte de unas Fuerzas Armadas que, a su vez, se disputaban el liderazgo -entre ellas y sectores de ellas- de ese sometimiento?
Cuenta el periodista Albino Gómez, que en esos años era un asesor muy cercano a Frondizi, en Visión Desarrollista:
“Cuando llegué a Olivos a las 8.30 para iniciar mis tareas habituales, el presidente me informó que estaba por llegar desde Uruguay el ministro de Cuba, Comandante Ernesto Guevara. Al advertir mi sorpresa, no desprovista de preocupación, me preguntó qué pensaba al respecto, y yo le contesté que me imaginaba una nueva crisis con las Fuerzas Armadas. El presidente asintió y me dijo simplemente que habría que afrontarla”.
El crecimiento industrial y energético de esos años, la autonomía universitaria, la creación del Conicet eran mojones de un Frondizi que tenía una pésima relación con el radicalismo de Ricardo Balbín, que tenía un vínculo zigzagueante con Perón y que consolidaba una relación con Estados Unidos que nunca había tenido la Argentina.
Un mes después de ese breve encuentro con Guevara, Frondizi tenía previsto el primero de sus dos encuentros con John Fitzgerald Kennedy, entonces al frente de la Casa Blanca.
La Alianza para el Progreso
Guevara había estado al frente de la delegación cubana en la reunión que el Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA celebró por más de una semana en Punta del Este. Allí los funcionarios de Estados Unidos sumaban voluntades latinoamericanas para la Alianza para el Progreso, un programa lanzado con bombos y platillos por Kennedy en marzo de ese 1961. Fue un mes antes del fracasado desembarco en Playa Girón planeado en 1960 por el general Dwight Eisenhower, antecesor de Kennedy. Documentos desclasificados muchos años después no dejan dudas respecto de que Eisenhower había encomendado a la CIA apoyar la invasión.
Y no es necesario desclasificar archivos para saber que la CIA cumple sus funciones más allá del inquilino de turno de la Casa Blanca. Sin embargo, entre la inteligencia previa de los cubanos, su capacidad de respuesta rápida y los desentendimientos dentro del poder en Estados Unidos, en 72 horas Fidel Castro se anotaba una victoria decisiva. Tras ella, su acercamiento a la Unión Soviética fue rotundo.
La reunión de la OEA en Punta del Este era una buena oportunidad para que la diplomacia norteamericana sumara apoyos contundentes. También se convertía en un foro para que Guevara denunciara no solo la invasión sino que también pudiera describir -con amplia repercusión en los medios- a una América latina empobrecida y más de una vez con dictadores que miraban al norte.
La delegación argentina, sin apartarse mucho de la política exterior de Estados Unidos, marcó diferencias. Esa Alianza para el Progreso, para Frondizi, debía traducirse en inversiones para la industria de punta, en transportes e infraestructura y no tanto en “ayudas” para gobiernos alineados.
Frondizi no solo quería mantener las relaciones diplomáticas con Cuba sino que además instruyó a la delegación argentina que marcara las diferencias con la Casa Blanca. Quizás no para tener “una tercera posición” pero sí para aprovechar eso y sacar el jugo de una postura independiente en el encuentro programado con Kennedy.
El presidente argentino pidió a un colaborador cercano que invitara a Guevara a la Quinta de Olivos. No fue Cuba quien buscó a Frondizi sino a la inversa.
El encuentro con Guevara
Jorge Carrettoni había cumplido su mandato como diputado fiel a Frondizi unos meses atrás. Fue el hombre elegido para esa misión. Tal como cuenta Pacho O’Donnell en su minuciosa biografía de Guevara, Carrettoni conocía a Ricardo Rojo -muy amigo del comandante argentino cubano desde antes de que fuera el Che- y, a través suyo, conversaron varias veces en el Hotel San Rafael de Punta del Este.
Algún as en la manga debía tener Carrettoni para interesar a Guevara. Frondizi había tenido una reunión con el presidente de Brasil, Janio Quadros, en abril de ese año. Jugada de billar o acuerdo explícito, Frondizi y Quadros no querían aislar a Cuba del sistema interamericano. Un brasileño ligado a Quadros organizaría el siguiente encuentro con el presidente de Brasil. Seguramente para Guevara, escuchar a esos mandatarios era más que una modesta proposición.
Terminada la reunión de la OEA, un pequeño Pipper partió desde Punta del Este el viernes 18 de agosto a las 9.30 con rumbo a Buenos Aires. Guevara le pidió a Carrettoni que también fuera en ese avión. Además de Guevara viajaba Ramón Aja Castro, funcionario cubano. Era la primera vez -y sería la última- que Guevara pisaba tierra argentina desde su partida en 1953 tras recibirse de médico.
El encuentro duró 90 minutos y los encargados de custodiar al Che debían mantener discreción, aunque Frondizi, precavido, mantuvo una reunión previa con el ministro de Defensa y los jefes de las tres armas. Hizo uso de la máxima: el que avisa no traiciona.
El Che, salvo los mates mañaneros, no había puesto nada entre pecho y espalda cuando Frondizi lo saludó amablemente para despedirlo y seguir con sus asuntos. Fue la sencilla primera dama Elena Faggionatto quien le preguntó:
-¿Le gustaría comer un bife?
Guevara no había comido carne argentina por más de siete años y jamás había pisado la Quinta de Olivos. Así que almorzó con la mujer de Frondizi mientras éste debía prepararse para la que le venía.
Dado que su tía Maruja -María Luisa Guevara Lynch de Martínez Castro- vivía cerca, el Che pidió que lo llevaran a visitarla.
A esa escena, casi bucólica, de un Ernestito volviendo a su juventud, a su asma jugando al rugby, a su escaso interés por las duchas que le ganaron el apodo de “el Chancho Guevara” le siguió el viaje Brasil para la reunión -con foto incluida- prevista con Janio Quadros. Tras ello, volver a Cuba a ver cómo seguir con la revolución.
La olla a presión
El encuentro de hora y media con Guevara quedó corto si se lo compara con la cantidad de horas que le llevó a Frondizi escuchar a los jefes militares aquel sábado 19 de agosto.
El primer encuentro fue con el jefe de Policía Federal, capitán de Navío Recaredo Ernesto Vázquez. Según Albino Gómez, Vázquez llegaba de reunirse con los mandos navales y el resultado era simple: “El Presidente debe renunciar”. Entre los jefes aeronáuticos la posición era similar.
En la noche de aquel extensísimo sábado, Frondizi debió recibir a los jefes de las tres armas. Desde un rato antes de las nueve de la noche conversaron hasta media hora antes de que cantara la medianoche.
Albino Gómez cuenta que el general Rosendo Fraga, uno de los jefes del Ejército, tras elogiar las virtudes de Frondizi le dijo al Presidente que él mismo se hubiera ofrecido para hablar con Guevara en vez de que lo hiciera el jefe de Estado. Gómez pone en boca de Fraga un término que comenzó a usarse desde la década del treinta. No podía ser que Frondizi hubiera recibido a “un atorrante” como Guevara.
En la década del ’30, con mucha gente sumida en la pobreza no faltaban quienes dormían “en los caños” que estaban al lado de los caminos antes de ser soterrados. La compañía constructora de esos caños era A. Torrant. Los atorrantes eran los pobres. Qué curioso, de inmediato también fue un término despectivo.
“Fraga -cuenta Gómez- solicitó se diera un comunicado de la reunión que expresara que el presidente ‘había invitado’ a los secretarios y jefes militares para informarles sobre la visita de Guevara. Frondizi aceptó esa solicitud e hicimos un comunicado de prensa”.
El entrecomillado de “había invitado” es de Albino Gómez y resulta evidente que los jefes militares “se habían invitado”.
Matar al Che
Pacho O’Donnell en la biografía del Che cuenta algo muy impresionante: “Casi cincuenta años después, tuve una charla con un ya anciano brigadier Jorge Rojas Silveyra (por entonces ministro de Aeronáutica), quien me dijo: ‘Yo ordené que mataran al Che durante su estadía en Argentina. Pero elegí mal a los hombres y no supieron o no quisieron hacerlo’”.
En diálogo con los autores de esta crónica O’Donnell dijo:
-Me llamó mucho la atención. Era una información muy importante. O sea que la vida del Che había corrido serio peligro. ¿Qué habría pasado si la orden de Rojas Siliveyra se hubiera cumplido? Evidentemente las personas que recibieron esa instrucción debían haberse dado cuenta de las consecuencias que afrontaban. Quizá también el miedo, como le pasó al sargento (Mario) Terán, el que mató al Che y le tiró la primera ráfaga de la cintura para abajo… Terán debía saber que estaba haciendo algo muy trascendente. Y seguramente las personas en quien delegó Rojas Silveyra esa orden sabrían lo que significaba. Recuerdo que él me dijo “llegaron tarde”.
Quizá la excusa para no cometer un crimen. Respecto de lo dicho por O’Donnell del sargento Terán, cabe agregar que el propio fusilador mucho tiempo después dijo, entrevistado por los periodistas de El Mundo de Madrid Ildefonso Olmedo y Juan José Toro en su casa de Santa Cruz de la Sierra: “Di un paso atrás, hacia el umbral de la puerta, cerré los ojos y disparé la primera ráfaga. El Che cayó al suelo con las piernas destrozadas, se contorsionó y comenzó a regar muchísima sangre. Yo recobré el ánimo y disparé la segunda ráfaga, que lo alcanzó en un brazo, en un hombro y en el corazón”.
Lo echan a Frondizi
Siete meses después de ese encuentro con Guevara, el presidente Arturo Frondizi fue derrocado por las Fuerzas Armadas. Fue el 29 de marzo de 1962. Esta vez, el atorrante no había sido Guevara sino que se habían multiplicado. Eran una sumatoria de ganadores de las elecciones a gobernadores y legisladores llevadas a cabo el 18 de marzo, que para nada eran del agrado de los mandos militares.
Frondizi había habilitado a los peronistas a presentarse en los comicios siempre y cuando no usaran los símbolos partidarios ni la palabra justicialista. Uno de los ganadores era el combativo dirigente gremial Andrés Framini, quien resultó electo nada menos que gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Framini debía asumir el 1° de mayo.
El golpe fue apenas 33 días antes de que Framini y muchos otros ocuparan el lugar que les correspondía por el voto ciudadano.
Sin embargo, quienes derrocaron a Frondizi dejaron una fachada civil al frente de la Casa Rosada: el presidente de la Cámara de Senadores, José María Guido. Por supuesto, la Corte Suprema de Justicia, amparada en una interpretación más que curiosa de “la ley de acefalía” convalidó a Guido como presidente constitucional. Y Guido, sin ley que lo amparara, borró de un plumazo las elecciones del 18 de marzo.
Frondizi fue trasladado a Martín García, donde funcionaba un penal cuya panadería que siempre fue considerada buena. Murió el 18 de abril de 1995, a los 86 años de un paro cardíaco.
Guevara nunca volvería a comer carne argentina. Regresó a Cuba, de allí fue al Congo y luego a Bolivia donde fue capturado vivo un 8 de octubre de 1967 y fusilado al día siguiente en una pequeña escuela de la localidad de La Higuerita. Tenía 39 años.
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