-Aquí 4787. Solicito permiso para descender.
Ruido de radio, un segundo, casi dos. Luego, la respuesta:
-¿A qué altura quiere descender?
-Tres mil pies.
-Ok, espere.
Más segundos de silencio. Sobre el mar se ve una pequeña capa de niebla conformada por arena y viento. “Esa es la calima”, explica Enrique Piñeyro, comandante del avión Boeing 787 que en este instante sobrevuela la costa de Senegal, desde Dakar hacia Mauritania, y en la que Infobae es el único medio presente.
Pronto, la voz en inglés trabajoso del operador de la torre de control en Dakar vuelve a invadir la cobina.
-Atento 787, ¿solicitó permiso para descender a tres mil pies?
-Correcto.
Entonces, algo en esa voz cambia, como si fuera tomada por cierta confusión.
-¡Pero su avión es un Boeing!
Es que lo que está sucediendo no es habitual para nadie alrededor del mundo: una aeronave gigante con capacidad para más de doscientos pasajeros pidiendo permiso para hacer un sobrevuelo a baja altura y poca velocidad. La torre de control no entiende el propósito (“un vuelo fotográfico”, se le explica), y deniega el permiso. Debemos volar, como mínimo, a cinco mil pies.
La situación rápidamente empaña la misión. El vuelo tiene la intención de registrar los barcos extranjeros (mayormente chinos y españoles) que operan en las costas de Senegal y que en los últimos diez años han diezmado la vida marítima en el mar del norte. Pero con la calima (partículas de polvo y arena en suspensión, provocada en esta zona principalmente por el desierto del Sahara), la visibilidad a cinco mil pies no es buena. Sumado a eso, el sol ilumina el terreno al este del avión pero lo oscurece al oeste, donde debiéramos ver los barcos en caso de encontrarlos.
No tenemos suerte. Eso que fue una misión triunfal en una prueba en la Argentina (donde al ser de noche, las luces de los barcos los identificaban fácilmente), en África Occidental se vuelve pronto una misión sin éxito. El satélite nos indica que allí abajo están los barcos, y podemos ver al menos 30 buques instalados dentro de la Zona Económica Exclusiva de Senegal, pero desde la cabina no se ven, y en vistas de la próxima parada de la expedición, Enrique decide que lo prudente es abortar. Tenemos por delante aún un vuelo de 8 horas hacia Nassau, capital de las Bahamas, desde donde luego intentaremos -si la meteorología lo permite- volar hacia la isla de plástico que se formó en el Pacífico, entre Hawaii y California.
El vuelo consta de 16 personas: Enrique, su esposa, su hijo menor, dos pilotos más, un mecánico, dos aeromozos, el joven fotógrafo argentino Nicolás Marín, este cronista, y cinco personas más del equipo de la ONG Open Arms. La organización catalana dedicada al rescate de migrantes en el mar es una de las primeras con las que empezó a trabajar Enrique. Juntos sobrevolaron el Mediterráneo buscando embarcaciones con migrantes que se lanzan al mar desde Libia con la esperanza de llegar a Europa. Ese tipo de vuelos es el motivo por el que que adquirió el avión. Es que el Boeing no representa un capricho para volar por el mundo sino que lo adquirió para crear Solidaire, una ONG con la misión de dar apoyo a otras ONGs que hacen tareas humanitarias.
Eso explica el vuelo a Senegal, donde Open Arms está abriendo una oficina para contener la crisis migratoria hacia las Islas Canarias. Una crisis, por otro lado, provocada por la pesca extranjera en las costas de África Occidental.
“En el 2017 entré como co-productor de una película sobre el proceso de democratización en Somalia. Era un proyecto de Naciones Unidas complicado, de hecho entrevistamos al alcalde de Mogadiscio, la capital de Somalia, que tres meses después voló por el aire porque se detonó alguien en su oficina en un atentado suicida. Y fuimos a Somalia y empecé a entender un montón de cosas. Me di cuenta de que es tierra de nadie. Los traslados los hacen con aviones que alquilan compañías de cualquier lado con pilotos que estuvieron en Afganistan, con aviones rusos que les cobran fortunas a las ONGs para llevarlos de acá para allá. Y ahí me cayó la ficha de hacer la ONG para ONGs y proveer un transporte con criterio de línea aérea, con seguiridad de línea aéra, y con un avión de línea aérea, y que no les cobre fortunas. Que algunos vuelos los done y algunos los haga al costo de combustible. Me parece necesario reformular la idea que tenemos de los bienes de lujo”, explica Enrique.
Así fue que comenzó el plan, y en febrero de este año compró el avión y puso en marcha el primer proyecto que tenía en la cabeza: apoyar la tarea que hace Open Arms con los migrantes que se lanzan al mar desde África mayormente para llegar a Europa. “Es una de las cosas que más me escandaliza que esté pasando sobre la tierra, que estemos violando los derechos humanos más esenciales por parte de países centrales que estuvieron rapiñando el África durante siglos y ahora no se hacen cargo de nada”, dice.
Enrique habla generalmente en voz baja. No habla siempre: suele mirar las escenas antes de elegir formar parte de ellas. Al comando del avión su calma es la misma, aunque su atención no se dispersa y su voz suena clara a través del micrófono. Cuando está en tierra, de pronto baila apenas si aparece una música inesperada, o cuenta un chiste en el idioma de la persona que tiene enfrente. Pero al comando de su avión habla en inglés con los operadores y se guarda los chistes.
En tierra de pronto habla sobre sus películas y dice “yo no sé nada de cine”, o explica la situación detrás del revuelo que se armó sobre el impuesto a las grandes fortunas, que Piñeyro pagó apenás se reguló pero en las redes sociales alguien dijo lo contrario. “Un periodista hizo una campaña para que se crea que no pagué el impuesto. No sé por qué. Tal vez se fastidiaron por la acción declarativa de certeza (una presentación para que te confirmen que no te corresponde pagarlo, pero lo pagás igual). Se ve que eso molesta más todavía, entonces atacan más todavía. De todas maneras, en una situación de crisis encajar un impuesto del 2% no está mal. Pero debería llegar a donde tiene que llegar. Eso es lo fundamental.”, dice. La realidad de la situación -constatada y documentada- es que el impuesto fue pagado desde el primer momento y no existió demanda para no hacerlo, como se dijo en twitter.
Cuando habla sobre el tema, la conversación vira hacia un concepto que hace tiempo ronda su cabeza: el capitalismo disruptivo. “Básicamente es crackear el código de cómo se genera el dinero en este mega engaño que es el mundo de las finanzas y las inversiones, y con ese crackeo poder comprar las cosas caras y ponerlas al servicio de algo que valga la pena. Con ese crackeo lo que me puedo permitir es hacer los vuelos como donaciones y no depender de nadie”, explica.
“Pero hay una especie de moral capitalista que dice que la plata tiene que venir de cada emprendimiento. Vos ponés un restaurante: tiene que ser sustentable. Vos ponés una productora: tiene que ser sustentable. Y cuando esas dos cosas no son sustentables, empiezan las preguntas y los cuestionamientos, y la persecución de las agencias impositivas. ‘¿Pero cómo?’. ¿Y qué problema hay? ¿Por qué todo tiene que ser rentable? Si vos lográs hacerlo sustentable ingresando los fondos de otro lado, ¿qué te importa? Pero enseguida empiezan las sospechas. Ahora, vos te compras un yate de 60 metros y ponés 34 marineritos, nadie te dice nada…”, dice entre risas.
Pero eso será en tierra. Al comando del avión su ocupación está en el plan de vuelo, la autonomía, el tiempo en la ruta y la constatación permanente de mapas, como si siempre estuviera chequeando dónde está. Por eso de pronto parece frustrado cuando tiene que informar que abandonamos el sobrevuelo en Senegal y pasando Mauritania conduce la nave rumbo al caribe.
Ocho horas después aterrizamos en Bahamas en medio de la noche. Dos camionetas se acercan al avión a los pocos minutos y una mujer vestida de azul sube a bordo para pedir los pasaportes. Ahí mismo, cheque la información de cada uno y estampa el sello de entrada al país. A bordo de las camionetas íremos rumbo al hotel, pero apenas salimos a la ruta Enrique dice que estadísticamente esa es la parte más peligrosa del viaje y pide a todos que se ajusten los cinturones. En su camioneta falta uno, así que pide al conductor que se detenga. Un pasajero pasa al otro vehículo, donde sobra un asiento con cinturón. Entonces sí, seguimos viaje.
La travesía busca llegar al medio del pacífico a registrar la isla de plástico, pero antes de ir a dormir en el hotel de Nassau, Enrique mira el panoram de la meteorología y dice que moderemos expectativas. Sobre nosotros parece cerrarse una tormenta, pero habrá que esperar. En tierra, aunque el avión esté allí aguardando por nosotros, habrá que esperar a ver qué quiere el tiempo. Enrique saluda antes de desaparecer por el pasillo alfombrado del hotel. “Escribí lo que quieras”, dice. Y me deja a solas con mi computadora.
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