Me invitaron a una aventura extraordinaria. Los próximos seis días de mi vida pasarán a más de mil kilómetros por hora. Será una experiencia frenética y un poco desoladora. No pude rechazarla.
11 de junio de 2021
Comienzo a escribir esto en una de mis dos escalas camino a la Isla de Sal, en Cabo Verde. Tengo 29 horas de viaje para llegar a este país, un pequeño conjunto de islas africanas frente a Senegal. Voy en busca de testimonios de pescadores locales para tomar dimensión de cómo la pesca ilegal insostenible está dejando aún más afuera del mapa de la supervivencia a quienes ya estaban en los márgenes del mapa de la supervivencia. Pero para eso, primero, hay que llegar.
Mi primera escala es en Madrid, la segunda en Lisboa, luego sí, Cabo Verde. La última vez que estuve en un aeropuerto europeo fue apenas comenzó la pandemia. La imagen era la de un pueblo abandonado, cintas de peligro alrededor de cada mesa y persianas bajas. Ahora es como si la película apocalíptica hubiera terminado y poco a poco los sobrevivientes comenzaran a salir de sus cuevas. Para mí, un periodista escribiendo una crónica de viaje, también es como estar saliendo de una cueva.
El ideólogo de este viaje es Enrique Piñeyro, que hace dos meses organizó un sobrevuelo para exponer a los pesqueros extranjeros que depredan las aguas argentinas entrando y saliendo de la milla 200. Esa imagen impactó a nivel nacional, pero el mapa del extractivismo marítimo insostenible no termina ahí. Así que el piloto, médico, cineasta, cheff y líder de la ONG Solidaire decidió ayudar a completar el rompecabezas a nivel mundial.
La manera que encontró fue su predilecta: desde el aire, sobrevolando otras flotas pesqueras extranjeras en otras costas. La primera que surgió fue la de Senegal. La elección no fue caprichosa y tiene estrecha relación con otro de los grandes conflictos humanitarios del mundo: los refugiados.
Es que la migración desde Senegal hacia Europa vía las islas Canarias creció enormemente durante la pandemia. Según información relevada por Open Arms (ONG española dedicada al rescate de refugiados en el mar), en el 2018 hubo 1.266 migrantes que hicieron la “Ruta Canaria” (como se conoce a esa vía de entrada) y llegaron a Europa. En el 2019 fueron 2.200. Y en el 2020 ese número subió abruptamente hasta 15 mil. Sucedió así: mientras los senegaleses estaban confinados en sus casas por el coronavirus, los pesqueros extranjeros siguieron saqueando sus aguas. No solo barcos chinos sino también -y muchos- españoles. Nunca se detuvieron, y fueron depredando el fondo del mar.
Es un entramado complicado que tiene infinitas trampas legales. Muchos de esos barcos son parte de las llamadas “empresas mixtas”. Son compañías originalmente de un país -por ejemplo, España- que radican una parte de la empresa en Senegal, de modo tal que a la hora de pescar, pueden figurar como locales. La metáfora más sencilla: cuando un club de fútbol nacionaliza a un jugador para no ocupar un cupo de extranjero. Pero eso que en el fútbol no hace ningún mal, en estos países repercute de la peor manera.
Es que los peces van a parar a Europa o Asia, y la población local no tiene acceso a ese alimento. Y los pescadores locales por otro lado se van quedando paulatinamente sin trabajo. Es que hay cada vez menos pesca en el mar y los senegaleses deben ir más adentro en el mar a bordo de sus balsas -llamadas cayucos-. Se exponen así a peligros mucho mayores y no logran resultados porque allí donde antes el agua rebalsaba de peces, ahora rebalsa de busques forasteros.
En consecuencia, muchos pescadores se quedan sin modo de sustento y deciden probar suerte navegando a Europa. El resultado: 2.170 inmigrantes murieron en el mar en el 2020 intentando llegar a España por distintas rutas (y exactamente 1.851 de ellas lo hicieron en la ruta canaria).
Un dato: algunas de esas empresas españolas con filial en Senegal tienen también su pata en Argentina. De ese modo, pescan donde sea que les convenga, nacionalizan parte de la administración, y se llevan todo para España. La pregunta surge de manera natural: ¿quién cuida los intereses del mar, los del país “utilizado”, y los de los pescadores de cada costa?
En Cabo Verde la situación es similar, con una excepción: el pueblo caboverdiano tiene un lema que se repite a lo largo de todas sus islas: “no stress”. Pero esto lo aprendo recién dos días después de salir de Buenos Aires, cuando aterrizo en la Isla de Sal (la más turística del país), y empiezo a recorrerla.
13 de junio de 2021
Pienso en Cabo Verde. Nunca antes había pensado en Cabo Verde. O más bien, una: cuando el 12 de junio del 2020 apareció en las noticias de todo el mundo por ser el lugar donde detuvieron a Alex Saab, presunto testaferro de Nicolás Maduro y perseguido por Estados Unidos por lavado de dinero. Iba camino a Irán, aterrizó en Isla de Sal para cargar combustible, y ahí lo estaba esperando la Interpol. Hoy sigue preso en la isla, y el día en que se cumplió un año de su detención, aterrizo en el mismo aeropuerto.
Las historias extraordinarias muchas veces se construyen por azar. Alex Saab nada tiene que ver con esta crónica, pero fue él quien puso por primera vez en mi cabeza la idea de ir a Cabo Verde. Mucho después me llegó esta invitación. Pero Cabo Verde originalmente no era parte del plan.
La travesía a bordo del avión de Enrique Piñeyro (un Boeing 787 que adquirió en febrero de este año), iba a comenzar en España. Llevaría, además de la tripulación, a un equipo de investigación de Open Arms, con Óscar Camps -fundador y director- entre ellos. Iban a relevar la situación de Senegal y hacer trámites para una próxima apertura de oficinas en Dakar (capital el país), para poder atender la crisis más de cerca.
Si bien la invitación suponía sumarme al grupo desde el principio, no es posible para los argentinos entrar a España, por lo que comenzaron a buscar alternativas. La solución llegó a través de Cabo Verde: yo debía volar desde Argentina hacia allí (con escalas de tránsito en España y Portugal), y Enrique me buscaría por ahí con el Boeing. Así fue que comenzó el viaje.
No fui el único argentino invitado, también se sumó Nicolás Marín Benítez, un fotógrafo subacuático, activista ambiental y soñador. A sus 21 años, no sé explica por qué fue elegido, pero no puede esconder ni un minuto la sonrisa enorme que se le dibuja en la cara de manera permanente.
Juntos volamos hasta la Isla de Sal. Y juntos también nos enteramos sobre la marcha que nuestra visa para entrar a Senegal había sido rechazada, por lo que el relevamiento sería desde el aire. Pero la problemática de la pesca industrial también afecta a este archipiélago, que no tiene números altos de migración por la ruta canaria (no tiene números altos de población en líneas generales, son apenas medio millón de personas), pero sí son testigos de cómo sus aguas tienen cada vez menos peces.
Hace unos años, el gobierno de Cabo Verde hizo un acuerdo con el gobierno chino para permitirles pescar en sus aguas. Desde entonces, la economía de los pescadores locales comenzó a caer. Sumado a eso llegó el COVID-19, y si bien no golpeó fuerte a las islas en cuanto a los números (tuvieron cerca de 250 muertes), sí les destruyó el turismo. Así, caminar por sus calles es recibir al menos cinco ofertas de tours cada cien metros, o propuestas de todo tipo, las de alguien intentando sobrevivir.
Sin embargo, todo sucede con ese lema flotando: no stress. Todo sucede lento, sin apuro, y por momentos pareciera que nada, ni la aniquilación del mar, pudiera ser grave.
14 de junio de 2021
En el puerto de Santa María, al sur de Isla de Sal, conocemos a Natalino Soares Lopes, más conocido en el puerto como “Ze”. Son cerca de las once de la mañana y recién regresa de pescar. Lo que consigue, lo vende a una revendedora en el muelle y se queda con dos peces cada día para comer. Lo más preciado que puede conseguir es garopa o atún, pero hoy no encontró. Dice el nombre del pescado que consiguió pescar, pero no logro entenderlo.
Tiene una remera roja y un pantalón del mismo color, agujereado. Lleva un balde con los peces en la mano. Nos muestra su barco: “ese que dice Jesús Cristo”. Su fe, como la del pueblo caboverdiano, es inclaudicable. Ahí debajo del agua, cerca de ese mismo muelle, se encuentra sumergida una cruz. Los que bucean la visitan y, a su manera, le ofrecen algún tipo de plegaria. No es una cruz que haya caído, es una debidamente lanzada hacia la profundidad, como un gesto de fe arrojado al templo de la Isla de Sal: su mar.
-¿Es más fácil pescar ahora o lo era hace 30 años? ¿Antes tenía más peces o ahora tiene más peces?
-Ahora hay menos peces. Pero yo tengo más técnica que antes, más experiencia. Cuando mi padre me enseñó a pescar, a los 9 años, yo no sabía hacerlo bien. Hoy soy profesional. Pero en el mar hay menos peces, muchos menos peces que antes.
-¿Por qué?
-Porque ahora hay muchos barcos de Europa en la costa. Pescadores extranjeros que vienen para las costas de Cabo Verde y no dejan que entren los peces, ellos los agarran todos en la frontera de las aguas y es por eso que hay menos peces .
Ze habla con calma y alegría. Durante un tiempo dejó la pesca y se dedicó a la venta de marihuana y cocaína. Lo atraparon y estuvo preso 4 años. Después de eso, volvió a la pesca. Tiene dos hijos que viven con su ex mujer en Espargos, la capital de la Isla de Sal. Los ve cada tanto, y trata de llevarles sustento, pero lo que gana apenas le alcanza para vivir. Lo hace en una habitación de un hotel tomado en un extremo de Santa María. El “Hotel Ruso” -así se llama- es conocido como el barrio de emergencia del lugar. En su cuarto, me cuenta su vida, la manera en que atrapa los peces, sus sueños.
-¿Un deseo que tengas para tu vida?
-Ohh… No sé. Todos tienen sus sueños, pero mi sueño es la pesca. Yo no tengo muchos sueños para decir, mis sueños están delante mio y se van a cumplir. Un día yo voy a tener un bote propio, porque el que uso hoy es de mi patrón.
-¿Qué significa el mar para vos?
-El mar significa muchas cosas para mi. Yo le tengo mucho respeto al mar, significa una cosa grande. No encuentro palabras para hablar de él, es una cosa importante, significa para mí una cosa importante.
-¿Y los peces?
-Más aún. Los peces más aún porque son nuestro alimento. Lo principal es eso, el alimento.
15 de junio de 2021
Un remis nos lleva al aeropuerto. Por la ventana vemos acercarse, desde el aire, a Enrique y su avión. El plan era que nos buscara unos días antes pero no fue posible por cuestiones legales. Nuestro auto avanza por la ruta intentando llegar antes de que aterrice el Boeing, pero no será posible ganar esa carrera.
Pocos minutos después hacemos los trámites migratorios en un aeropuerto internacional completamente vacío -y habilitado en ese momento solo para nuestro vuelo- y saldremos al encuentro de la segunda parte de la expedición.
Ellos estuvieron dos días dando vueltas por Dakar, tomando testimonios de pescadores allí y conociendo la situación. Luego, en el avión, revisaremos juntos la información relevada por cada uno. Pero ahora subimos una escalera puesta para Nicolás y para mí. El Boeing 787 es blanco por fuera con una línea roja. Hay un silencio un poco aturdidor en la pista de aterrizaje de Isla de Sal. La puerta del avión se abre. El comandante nos invta a subir.
Continuará...
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