Anita, la joven montonera que se hizo amiga de la hija del jefe de policía y lo mató con una bomba debajo de la cama

Hace 45 años, Ana María González asesinó al general Cesáreo Cardozo e hirió a su esposa, Susana Beatriz Rivas Espora en un operativo montado por la organización terrorista. Poco tiempo después lo confesó con frialdad en una entrevista: “Me tocó uno de los peores sacrificios de un militante, convivir con el odiado enemigo”

Ana María González, la guerrillera que mató al Jefe de Policía

En la madrugada del 18 de junio de 1976 una explosión conmovió al barrio de Belgrano. La detonación se había realizado en el segundo piso B de un edificio de la calle Zabala 1762. Con el paso de los minutos se supo que era la vivienda del general Cesáreo Cardozo, su esposa Susana Beatriz Rivas Espora y su hija María Graciela. También lo habitaba su hijo, ausente en esas horas.

Tras la detonación la cuadra se fue llenando de autos policiales, carros de bomberos, mientras un helicóptero sobrevolaba la zona, iluminando con potentes reflectores las intersecciones de Zabala con Arribeños y Luís María Campos.

La primera respuesta oficial del gobierno militar de facto fue un comunicado realizado por la jefatura de la Policía Federal que decía, textualmente: “La Policía Federal comunica que a consecuencia de un atentado perpetrado en la fecha, a la 1.35, ha fallecido el general de brigada Cesáreo Ángel Cardozo, jefe de la Policía Federal Argentina.”

A partir de esos momentos la investigación policial se desenvolvió rápidamente y horas más tarde La Nación titulaba: “Fue esclarecido el asesinato del jefe de la policía, general Cardozo”. La bajada de la información señalaba que “fue una joven de 18 años, que está prófuga, amiga de una hija del jefe militar, quien colocó la bomba”. La información estaba acompañada por una foto de Jorge Rafael Videla parado al lado del ataúd durante 25 minutos.

El general Cesáreo Cardozo era el número 3 en la lucha contra la subversión.

Según pudo conocerse en las horas siguientes, Cardozo había fallecido inmediatamente tras la explosión de una bomba que demolió su habitación, colocada debajo de su colchón por la militante montonera Ana María González, amiga de María Graciela Cardozo.

Las dos chicas de 18 años eran íntimas amigas. El día anterior habían decidido estudiar juntas para dar algunas materias de la carrera de Magisterio en el Normal 10 del barrio de Belgrano. Previamente, la González, ex integrante de la Unidad Básica “Ramón Cesaris”, en Beccar Varela, había informado a sus “responsables” que era muy amiga de María Graciela Cardozo y que concurría a su casa. La información no se detuvo ahí porque pasó a la jefatura de la organización terrorista.

La planificación del atentado se realizó con todos los detalles en una casa de la localidad de San Martín, bajo la atenta mirada de (más tarde “comandante”) Horacio Alberto Mendizábal, alias Hernán, el Vasco o Mendicrim, quien llegaría a ser jefe del Estado Mayor del Ejército Montonero, muerto en combate en septiembre de 1979.

Pocas semanas más tarde los detalles del asesinato los dio la propia Ana María González durante una charla en Buenos Aires con un periodista de la revista española Cambio 16. En ese momento la González era la joven más buscada de la Argentina y el encuentro se hizo en la más rigurosa clandestinidad. El periodista español Francisco Cerecedo se encontró en la avenida Córdoba y Junín con el “contacto” terrorista y tras dar una serie de claves lo debía seguir. Antes había sido advertido: “Preséntese bien vestido, con saco y corbata que va a asistir a una fiesta”. Tras recorrer varios lugares, los dos llegan a uno donde se realizaban fiestas y bodas. En el fondo del salón observó una mesa donde se ofrecían canapés y vino tinto nacional. En otra mesa cercana no había sándwiches sino metralletas, granadas antitanque y granadas de mano. Custodiando la mesa sobresalían tres terroristas con uniforme de combate.

Ana María González, en la tapa del libro del historiador Federico Lorenz sobre su vida

Había alrededor de 15 invitados bien trajeados entre los que sobresalían dos mujeres. Una de ellas, Ana María González, lucía medias blancas y un anorak rojo, estilo colegida, con pistola en la cintura. Para el periodista español había salido a la luz la mujer más buscada por las fuerzas del orden. Rápidamente, la entrevistada comenzó a decir que la operación comenzó a planificarse una vez que se conoció que el general Cardozo era designado jefe de la Federal. Para acercarse más en la relación con su hija, explicó que lo hizo “a partir de un verso o cuento que se fabrica sobre mi situación afectiva y mi necesidad de apoyo por parte del grupo del colegio”.

A partir de ese momento Ana María se acerca más al grupo que también integraban otras hijas de militares. A principios de mayo de 1976 entra por primera vez a la casa del general Cardozo, a 45 días del asesinato. En ese tiempo, Ana María González, es detenida cuando concurría a una “cita” de la organización armada. Durante un interrogatorio menciona su amistad con María Graciela Cardozo y al no revistar antecedentes fue liberada. El hecho se lo cuenta a su amiga y tras unos 10 días de distanciamiento vuelve a concurrir al departamento de la calle Zabala en dos oportunidades, mientras “completamos los datos que nos hacían falta para realizar la operación… no teníamos bien claro dónde íbamos a poner el explosivo (aunque) nuestra intención era ponerlo debajo de la cama”.

Después de entrar al dormitorio de Cardozo, con la excusa de hablar por teléfono, toma las medidas de la habitación. Con los detalles establecidos, la organización decide realizar la operación. Ese día, las dos chicas son recogidas en la escuela por un Ford Falcon con sirena y llevadas a la casa del jefe policial. En su bolso, Ana María González llevaba “el cañito”. Según Mendizábal, presente en la reunión, la bomba “disponía de un doble mecanismo de relojería que nosotros calculamos que deberían detonar alrededor de la una y media de la madrugada. El explosivo contenía setecientos gramos de trotyl y estaba dentro de un paquete de tamaño de una caja de colonia Crandall para que pareciera un regalo para el día del padre”.

El brutal crimen, en los medios de la época

Siguiendo instrucciones la joven González entra a la habitación de Cardozo con la excusa de hablar por teléfono y pone la bomba debajo del colchón, luego de “accionar el mecanismo” dentro de un baño. El artefacto tenía un resorte que se aplastaría una vez que Cardozo se acostara poniendo en funcionamiento el sistema explosivo. Muy frescamente, entre canapés y granadas, Ana María González explico: “Me tocó uno de los peores sacrificios de un militante, convivir con el odiado enemigo”.

Una vez que Ana María González terminó de colocar la bomba se fue del departamento de María Graciela con una nimia excusa –”me siento mal”— luego de completar unos dibujos. Tras la explosión la onda expansiva irritó a los mandos castrenses y llegó al mundo político. La responsable, Ana María González, era la novia de Sergio Leonardo Gass, nombre de guerra “Gabriel”, hijo del dirigente radical y ex diputado nacional Adolfo Gass. Los dos jóvenes eran los más buscados a partir de ese momento.

El 14 de septiembre de 1976, “Gabriel” cae abatido durante una operación de secuestro de un empresario estadounidense. La organización armada nunca le brindó apoyo monetario para moverse en la clandestinidad porque no lo consideraba soldado de la estructura orgánica, lo dejó a la intemperie. Su padre Adolfo fue a ver a Ricardo Balbín para explicarle lo que sucedía con su familia y el temor de perder a otro hijo. Según me relató en 1979, en Caracas, donde se exilió, el jefe radical le dijo: “Tome distancia Adolfo, tome distancia”.

El asesinato de Cardozo conmocionó al país. Para sucederlo se habló de varios candidatos: Adel Vilas (lo pidió expresamente por telegrama) y los generales Buaso, Mujica y Corbetta. Fue elegido este último, que duró muy poco en el cargo. Cada asesinato terrorista endurecía al frente interno militar y le quitaba espacio de maniobra a la dirigencia política.

Así quedó la ventana de la casa familiar (Archivo Bibliotaca Nacional)

Semanas más tarde el terrorismo voló el comedor del Departamento de Coordinación de la Policía Federal. Un clima enrarecido y de temor fue la respuesta inmediata. “¿Quién manda?”, se preguntaron funcionarios de la Cancillería. “Videla no podrá sostenerse más si se cometen dos o tres crímenes importantes”, le dijo un general retirado al embajador Luis Santiago Sanz. Ocurrieron hechos más terribles pero Videla no se movió de la Casa Rosada, inclusive cuando “propias fuerzas” atacaron a sus funcionarios como parte de la “interna militar”.

En aquellas semanas, la siempre aguzada observación de Oscar Camilión entendía: “Los problemas no se suscitan entre la Marina y el Ejército, sino dentro del Ejército mismo. La Marina sólo entra en la lucha al lado de una fracción del Ejército... Ejército unido, problema solucionado. ¿En qué anda Suárez Mason?”, se preguntó. La respuesta estaba en la calle: “Suárez Mason se ha endurecido”.

El 4 de enero de 1977, durante el cambio de un refugio hacia otro, “Anita” iba en un móvil que conducía Roberto “Beto” Santi cuando es encerrada por una “pinza” del Ejército en San Justo. Para evadirse ella mata al soldado conscripto Guillermo Félix Dimitri pero es herida de gravedad.

Llevada a una posta sanitaria que manejaba un tal “Anselmo” se negó a ser llevada a un hospital por temor a ser identificada y torturada. Prefirió morir tomada de la mano de “Beto”. Al día siguiente rociaron su cuerpo con nafta y prendieron fuego la unidad sanitaria clandestina. Meses más tarde, “Beto”, que entre otros antecedentes había sido custodio y chofer de Mendizábal, y puesto una bomba en el edificio Libertad, cayó en manos de la Armada y desapareció.

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