Entre Buenos Aires y Barcelona hay 11.953 kilómetros de distancia. La última vez que hizo ese trayecto –unas 13 horas de avión con escala de seis en Madrid– Sabrina Uricchio viajó sola. Era julio de 2020 y, tras un cierre abrupto de fronteras por la pandemia del COVID-19, logró tomar el vuelo que tenía previsto realizar tres meses antes. Aunque había hecho ese recorrido otras veces, esta era diferente. Además de llevar a su gato Aldo, esta vez Sabrina viajaba sin pasaje de regreso para instalarse en la segunda ciudad más importante de España.
Sabrina tiene 35 años y es la mayor de dos hermanos. Licenciada en Relaciones Públicas y “viajera empedernida”, como se define en sus redes, hace unos días escribió un tuit que despertó cierto revuelo entre sus más de 1.600 seguidores y otros amantes de la red social. “Por el bien de ustedes, emigren con información. Averigüen todo lo que puedan. No vengan con dos euros en la billetera y un pasaporte comunitario porque, al menos para España, no es suficiente. No importa qué les vendieron, no es fácil y lleva años de trabajo emigrar. No es magia”, apuntó a través de su cuenta @ViajeraChinita.
En sintonía, y con la propuesta de no “romantizar” la vida en el exterior, Infobae se puso en contacto con ella para conocer su historia y desmitificar algunas cuestiones acerca de su día a día en el extranjero. ¿Hay una estrategia para emigrar y no fracasar en el intento? ¿Cuánto tiempo de organización requiere un movimiento de esa magnitud? ¿Con qué obstáculos y/o imprevistos se encontró en el camino? Aquí contesta en, formato de “máximas”, esas y otras preguntas.
UN POCO DE HISTORIA
Antes de instalarse en el barrio Les Corts, Sabrina Uricchio vivía en el porteño Caballito. Sin embargo, al menos dos veces al año, se subía a un avión para salir a conocer el mundo. Sus redes sociales son prueba de ello. En su cuenta de Instagram, donde da consejos útiles para viajeros, se la ve en el Coliseo de Roma, caminado por las calles de Manhattan, paseando Liverpool, posando en Tokio o deslumbrándose con el Big Buddha en Hong Kong. “La vida se mide en millas”, asegura la joven y dice que siempre supo que iba a irse a vivir a Europa.
“No sabía en qué momento lo iba a hacer. Lo único que tenía claro era que quería vivir la experiencia de emigrar para saber qué se sentía”, dice Sabrina al comienzo de esta entrevista y jura que la situación socioeconómica de Argentina no influyó en su su decisión. “Iba a hacerlo de todos modos, fuera cual fuera el panorama en el país”, agrega. Tan es así que, cuando conoció a su actual pareja (hace cuatro años y medio), le contó acerca de su plan. Él estaba “en la misma” y, entonces, decidieron hacerlo juntos.
“Nos lo planteamos como un plan a futuro y empezamos a darle forma tres años antes de llegar. Emigrar es un proyecto enorme y nadie se embarca en algo tan grande pensando en el fracaso. Nunca dijimos: ‘Bueno, vamos y si nos va mal, vemos’. Es muy duro pegarte el golpe”, dice Sabrina y se dispone a derribar -con su relato en primera person- algunos mitos y prejuicios acerca de los que eligen irse de Argentina.
“Planear es la base del éxito”
Emigrar no tiene nada de improvisación. En mi caso se planeó con tres años de anticipación y mucha información. Uno tiene que estar preparado para todo y eso también incluye el plano emocional y afectivo. Yo me considero una persona bastante desapegada y, así y todo, extraño un montón más de lo que esperaba extrañar. Y mirá que lo elaboré en terapia... Yo sabía que los domingos iba a tener ganas de ver a mi papá, a mi hermano y de comer asado. Pero tal vez no sabía que iba a extrañar juntarme con una amiga para tomar mate en el parque. Nunca se me ocurrió. Y aunque acá hice amigos, es distinto. Hay temas que a mis amigas les puedo abrir de la nada. En cambio, a alguien que conocés hace poco, tenés que explicarle. El factor emocional es un tema y si te agarra un poco desprevenida el golpe puede ser bajo. Sé de personas que logran asentarse, conseguir trabajo y se terminan volviendo porque “No podía ver crecer a mis hijos sin sus abuelos”. Esas cosas pasan también.
“Aprender a lidiar con la frutración”
Antes de llegar a Barcelona el plan era irnos a Londres. Pero como emigrábamos con nuestra mascota y no era tan sencillo llevar animales desde Argentina (No me permitían que el gato volara conmigo y despacharlo me daba miedo. La otra opción era volar a Francia y, desde ahí, manejar. Pero era mucho más costoso), tuvimos que descartarlo. En ese momento fue una gran frustración. Yo estaba un poco mentalizada y fue un baldazo de agua fría. Pero como dice el refrán: “No hay mal que por bien no venga”. Hoy me llevás a Londres y me muero: acá tengo playa y sol.
“Nada es lo que parece”
Hay un mito de que la gente se va del país porque no está conforme con la vida que tiene. No es mi caso. Cuando decidimos que íbamos a emigrar, tanto mi novio como yo trabajábamos en empresas multinacionales en muy buenos puestos. De hecho viajábamos al exterior dos veces por año. Teníamos un estilo de vida que nos gustaba y estábamos contentos. Es más, nos costó renunciar. Lo avisamos con tres meses de anticipación porque los dos queríamos darles tiempo a nuestros jefes para que encuentren un reemplazo. Lo destaco porque, cuando alguien sale muy desesperado de su país, le pone mucha carga a que el proyecto funcione y eso, a veces, te juega en contra porque no te deja pensar en frío. Te vas “con lo puesto” y después resulta muy pesado. Hay que tomarlo con paciencia. Hablar con gente que ya lo hizo y hacer un montón averiguaciones. El mío, como siempre digo, es uno entre muchos casos.
“Viajar con los papeles al día”
Parece una obviedad, pero no lo es. Yo tengo ciudadanía española, pero igual tuve que hacer otros papeles una vez que llegué. Con un pasaporte de la Unión Europea podés, valga la redundancia, vivir en cualquier país de la Unión Europea. Pero una cosa es vivir y otra es trabajar, hacer aportes, pagar hacienda... Para todo eso hay que tramitar un Número de identificación de Extranjero (NIE): que dice que vos sos extranjero y que podés vivir acá. Para obtener ese número hay que sacar una cita, que requiere un turno, y ahí depende de quien te atienda. Yo llegué en julio y en agosto empecé con los trámites. Conseguí trabajo recién la segunda semana de octubre y terminé los papeles tres semanas antes de empezar a trabajar. No tardé mucho en conseguir trabajo, pero en tener los papeles para conseguir trabajo sí. Otro dato: para ingresar a la empresa donde estoy trabajando tuve que presentar mi título del Secundario y mi título de Inglés. En Argentina, por ejemplo, eso nunca me lo pidieron. Entonces, hay que viajar sabiendo cómo funcionan las cosas en el país de destino y no en el de origen.
“Es bueno tener un Plan B, C y D”
Nosotros viajamos preparados para lo peor. Y lo peor que nos podía pasar era que ninguno de los dos consiguiera trabajo. Mi novio llegó el 6 de marzo de 2020 y consiguió muy rápido porque -esto aclaro siempre- trabaja en IT haciendo ingeniería en redes. Ese rubro no es la media ni en sueldos, ni en demanda de trabajo. No hay que tomarlo como referencia porque no funciona así para el resto de los mortales. Si no hubiese sido así, teníamos ahorros para vivir nueve meses. Ahorros que juntamos en pesos durante más de tres años de trabajo, aclaro. Si a los cinco meses ninguno de los dos conseguía nada, o no teníamos los papeles, íbamos a empezar a reducir gastos y compartir departamento. Y si al mes siguiente tampoco teníamos suerte, aun habiendo abierto la búsqueda laboral al resto de España, uno de los dos se volvía a Argentina. Estaba todo conversado.
“Hay que capacitarse para sobresalir en las búsquedas de trabajo”
Las búsquedas laborales son en el momento y muchas veces “vuelan”. Sobre todo los puestos más requeridos, como el de camarera. Yo soy Licenciada en Relaciones Públicas y toda mi vida trabajé como Ejecutiva de cuentas en una Empresa de Seguros. Si bien acá conseguí un puesto en ese rubro, antes de viajar hice un curso de barman y un curso de cata de vinos por si tenía que trabajar de moza y tenía que hacer descorche. En la vida pre-pandemia había mucha oferta para trabajar de moza. Entonces yo pensaba: ¿por qué me tomarían a mí y no a otra persona? ¿Qué puedo ofrecer yo para diferenciarme? Todo eso es tiempo de estudio y dinero que uno invierte. Mi novio hizo lo mismo: se puso a estudiar y renovó todas sus certificaciones.
“No soy millonaria: cobro en euros, pero también pago las cuentas y el alquiler en euros”
Acá en España el sueldo mínimo son 1000 euros, aproximadamente. En algunos lugares es de 980, en otros 1100. La cifra está pensada para que puedas pagar tu alquiler (compartiendo habitación con alguien), comer y ahorrar un poco. En Barcelona, en cambio, el sueldo promedio está entre los 1300 y 1400 euros. Muchas personas creen que cobrás en euros y sos millonario. Siempre lo hablo con mis amigas y les digo: “La luz, el agua, el alquiler, también los pago en euros”. Distinto es si vos no tenés ingresos. En ese caso vivir acá es caro. Una habitación compartida en Barcelona no baja de 400 o 500 euros. Ese es un gasto que cualquiera va a tener que hacer sí o sí hasta que tenga los papeles. Por eso hago hincapié en que no vengan con dos euros. Los meses “muertos” acá, donde no podés generar dinero, son meses muy costosos.
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