Tenían mucho en común, y no sólo porque fueran hermanos. Desde niños fueron amigos y compinches inseparables. Ella era dos años menor y desde muy chica había aprendido a leer y a escribir gracias a las enseñanzas de su papá. Con el correr de los años ella se transformaría en su mano derecha, en un ministro sin cartera cuando su hermano gobernador salía de campaña, y hasta mediadora de paz. El apodo puesto por la familia cuando era una criatura fue marca registrada en Salta y Jujuy. Lo cierto es que Magdalena Dámasa Güemes –Macacha- fue una mujer muy importante con la que contó el líder salteño. Resulta imposible contar la vida de uno sin mencionar la del otro.
Cuando nació el 11 de diciembre de 1787 pasó a ser la primera mujer de ocho hermanos. Su papá Gabriel de Güemes Montero era un hacendado y tesorero real de la corona española y su mamá Magdalena Goyechea, descendiente de conquistadores españoles. Habían formado una familia acomodada y tradicional.
Le faltaban un par de meses para cumplir los 16 años cuando se casó con el militar Román Tejada Sánchez, también perteneciente a un linaje de raigambre local. Su carácter se puso de relieve cuando lo defendió al ser confinado a Famatina por una supuesta ofensa a un suboficial, el sargento José Luis Pacheco. Fue tal su defensa que el castigo terminó siendo revocado.
Macacha nunca fue la sombra de su hermano, sino que trabajó a su par. Cuando estalló la Revolución de Mayo, los Güemes fueron de los primeros en transformarse en sus fervientes partidarios. El 22 de agosto de ese año Martín Miguel partió, al frente de la Partida de Observación hacia la quebrada de Humahuaca, a fin de prepararle el terreno al ejército auxiliador que venía desde Buenos Aires. Su hermana acondicionó su casa como improvisado taller de costura para confeccionar ropa para los soldados de ese ejército de paisanos y gauchos que seguían a su hermano a muerte. En esa campaña Güemes fue ascendido a capitán al considerarlo “un oficial infatigable”.
Se lució en la batalla de Suipacha y fue desoído cuando pretendió perseguir a los españoles. En 1812 fue separado por Manuel Belgrano del Ejército del Norte porque vivía con una mujer casada, y tenía amenazado al marido. Volvió a ese ejército con José de San Martín, que se sorprendía de lo que hacía con los gauchos.
Cuando asumió como gobernador el 5 de mayo de 1815, su hermana se transformó en una suerte de ministro sin cartera. Cuando Güemes salía en campaña al frente de su División Infernales de Gauchos de Línea, cuerpo creado en septiembre de ese año, ella se ocupaba de todas las cuestiones del gobierno. No había secretos entre ellos.
Había armado una red de espionaje, de la que intervenían mendigos, lavanderas y vendedoras callejeras, que tomaban nota de los movimientos de tropas o enviaban mensajes a través de buzones disimulados en huecos hechos en troncos de árboles. De ella dependió, además del espionaje, la organización y la logística, puestas al servicio de su hermano.
“Era ambiciosa, intrigante y animosa dotada de garbo y hermosura”, la describió el general José María Paz. Era una mujer que, a pesar que venía de una familia de buena posición social, supo hacerse querer por la gente más humilde.
Güemes estaba soltero. Juana Manuela Saravia, hija de uno de sus mejores amigos, era la candidata ideal pero a la joven no le gustó el salteño. Fue su hermana Macacha quien le presentó a María del Carmen Puch y Velarde, una rubia de ojos azules de 18 años, cuyo padre le conseguía los caballos al caudillo. Se casaron el 15 de julio de 1815 en la Catedral de Salta y tuvieron tres hijos: Martín (que llegaría a gobernador), Luis e Ignacio.
Mediadora
Además de haber oficiado de celestina, le tocó enfrentar situaciones mucho más delicadas, como el conflicto que había estallado entre José Rondeau y su hermano. Su gestión fue determinante, al punto que evitó una guerra.
José Rondeau era un militar que había sido prisionero en la segunda invasión inglesa; en 1811 y 1812 dirigió el sitio de Montevideo y en 1814 reemplazó a José de San Martín en la jefatura del Ejército Auxiliar. Sufría de una sordera como consecuencia de un cañón que fue disparado muy cerca suyo cuando reprimió el motín de las Trenzas en diciembre de 1811.
Rondeau observaba con desconfianza a Güemes y su creciente liderazgo en el norte, más aún cuando asumió como gobernador. En la tercera y última campaña al Alto Perú hubo cortocircuitos entre ellos por el manejo de las milicias y el salteño, quien se había autoproclamado “comandante de los paisanos de Salta”. Luego de la experiencia de José Gervasio de Artigas, en Buenos Aires sospecharon con espanto que Güemes pretendía hacer lo mismo en el norte y declarar la independencia de Salta.
Luego de que el salteño triunfase sobre los españoles en el Puesto del Marqués, al sentir que Rondeau despreciaba a sus gauchos y de su forma de pelear, regresó a Salta. Cuando pasó por Jujuy se alzó con 600 fusiles que les venían de maravilla a su tropa, armada como podía.
No quiso devolver el armamento y anunció que no dejaría pasar por la provincia un refuerzo de dos mil hombres para el Ejército Auxiliador, hasta asegurarse de que no lo atacarían. Rondeau, luego de ser vencido en Sipe-Sipe en noviembre de 1815 -que significó la pérdida definitiva del Alto Perú- llegó a Salta con la intención de confrontarlo en su forma de hacer la guerra y por haber abandonado su ejército.
Pero cuando llegó a Salta, Güemes se ocupó de que Rondeau y su ejército no tuvieran acceso a alimentos ni a agua; le robó el ganado que llevaba, así como caballos. Estaba prácticamente aislado. Güemes rechazó los emisarios que el jefe militar le envió con la intimación de que se someta. Los soldados de Rondeau, acampados en la hacienda de los Tejada, se alimentaban de uvas de los viñedos del lugar, lo único que tenían a mano. Ni con agua contaban ya que les había cortado la acequia.
Estaban cerca de San José de los Cerrillos, a unos quince kilómetros al sur de la ciudad de Salta, en el corazón del valle de Lerma, y el enfrentamiento armado parecía inevitable. Sin embargo, la que hablaba con ambas partes, acercando posiciones, buscando puntos de entendimiento fue la propia Macacha.
Finalmente, el 22 de marzo de 1816, en la quinta de los Tejada entraron en razones y suscribieron lo que dio en llamarse el Pacto de los Cerrillos. En sus cinco puntos, establecía que Salta continuaría con su guerra gaucha –Güemes llegaría a frenar nueve incursiones realistas-; la provincia se comprometía a auxiliar a las tropas que mandase Buenos Aires y además, y quizás lo más importante, Salta protegería a Tucumán, donde dos días después comenzaba a sesionar el congreso que en julio declararía la independencia. Cuando San Martín se enteró, escribió: “Más que mil victorias he celebrado la mil veces feliz unión de Güemes con Rondeau”. Tan satisfecho estaba el futuro Libertador, que hizo dar cañonazos y replicar las campanas en Mendoza. Por esta labor, el decreto 308 de 2016 la nombró a Macacha “Primera mediadora de Salta”.
Pero en aquellos tiempos era reconocida como “madre del pobrerío”. Y junto a Juan Ignacio Gorriti, viejo amigo de la familia, formó un partido político, Patria Vieja, que sirvió de sostén a su hermano.
La noche del 7 de junio de 1821 cuando lo hirieron de muerte, el líder salteño se encontraba en la casa de Macacha, ubicada en las actuales Balcarce y España, en la ciudad de Salta. Una partida española, al mando de José María Valdés, conocido como “el barbarucho” habían bloqueado las calles. Güemes contaba solo con una pequeña escolta.
A medianoche, montó su caballo y saltó un piquete enemigo, blandiendo su sable. Cuando atravesaba el segundo piquete, recibió un disparo en la cadera derecha, y el proyectil se le alojó en la ingle. Agonizó en la Cañada de La Horqueta y falleció el 17 de junio, dicen que en brazos de la propia Macacha.
Después de la muerte de su hermano, en septiembre de ese mismo año fue encerrada por orden del gobernador José Antonio Fernández Cornejo junto a otros partidarios. Pero una inédita revuelta, conocida como la Revolución de las Mujeres, provocó su liberación y la renuncia del gobernador.
Siguió interviniendo en la política local y moriría anciana, no un día cualquiera, sino un 7 de junio de 1866, exactamente 45 años después en que su hermano fuera fatalmente herido.
Es que Martín y Macacha era muy unidos, no solo en la vida, sino también en la muerte.
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