La masacre del 16 de junio de 1955
El 16 de junio de 1955 oficiales de la Aviación Naval y de la Aeronáutica apoyados por personalidades civiles y eclesiásticas cometieron el atentado terrorista mas grande de la historia argentina. Con el objetivo de matar al entonces Presidente Juan Domingo Perón, se lanzó una escuadrilla de 30 aviones de guerra, que bombardeó durante varias horas el centro de Buenos Aires y dejó un trágico saldo de 309 muertos y 800 heridos.
En el ataque de varias oleadas, se arrojaron catorce toneladas de explosivos. La franja comprendida por las avenidas Leandro Alem, Madero, Corrientes y Rivadavia parecía una zona en guerra. También cayeron bombas sobre el Departamento de Policía, la CGT y la casa de Perón, el palacio Unzué, donde hoy se encuentra la Biblioteca Nacional. Los aviones atacantes, además, dispararon sus ametralladoras contra los trabajadores que se dirigían a la plaza. Uno de los pilotos golpistas, Guillermo Palacios, llegó a derramar 800 litros de combustible auxiliar sobre los autos incendiados de la Casa de Gobierno. Nadie se lo había ordenado: años después, declaró que “fue una demostración del odio de la reacción desatada por las medidas que agobiaban al país”.
Natividad López
La suya tal vez sea una de las fotos más icónicas de esa triste jornada. Una mujer yace en la vereda, mirándose la pantorrilla que ya no tiene y son solo flecos de carne. “Ahí tenía un charco de sangre pero no me dolía nada, no tenía dolor...”. Así describe ese instante en que le tomaron la foto. Aunque por la vestimenta parezca de mayor edad, la chica de la foto tenía solo 18 años y había llegado a Plaza de Mayo para dirigirse a la obra social de comercio a buscar trabajo.
Así lo recuerda Natividad López en una entrevista realizada en 2015 (que acompaña la nota): “En la otra cuadra de la Plaza estaba la obra social. Y yo me decidí a venir porque quería trabajar, quería tener mi casa y no vivir siempre en esa misma casillita. Y bueno, parece que ahí me tocó mi desgracia. Eran como las once de la mañana. Aparecieron los aviones así, tres juntos, yo vi tres. Era como si aterrizaban así para abajo. Pero eran aviones a chorro, no eran aviones chicos tampoco. Yo lo que menos pensé es que iban a bombardear porque decían, los que entendían mas que yo, que iban a largar flores por el agravio a la bandera de San Martín. Algo así decían. Pero yo de eso no estaba enterada. Yo venía a la obra social y no alcancé a entrar”.
VIDEO: EL TESTIMONIO DE NATIVIDAD LÓPEZ
“Cuando se destrozó el micro, quedó todo de costado, yo quedé allí en la calle. Pero cuando me quise levantar, a mí me faltaba la pierna. Los saltos que di. Me acuerdo di tres saltos y salí de la calle y me puse en la vereda. Y ahí tenia un charco de sangre, pero no me dolía nada, no tenía dolor. (…) Después aparecieron las ambulancias. Y allí me levantaron y me pusieron uno sobre otro, porque ya estaba llena la ambulancia. Me llevaron al Argerich. Y ahí a los que ya estaban muertos los dejaban en un lado. Porque cuando yo llegué, había un montoncito acá, otro por allá, muertos”.
Cuando decimos que ese día fue salvajemente bombardeado el pueblo inocente, tal vez esa foto y el relato de Natividad, que mantiene esa tierna inocencia de mujer humilde, de trabajo, resume en sí misma los 300 muertos y centenares de heridos de esa trágica jornada.
Capitán de Fragata Néstor Noriega: el rostro de la muerte
Si un hombre sube con una arma a un ómnibus repleto de pasajeros y dispara a mansalva, los diarios titularan “Demente asesina indefensos pasajeros” . Pero, si desde la altura y protección de un avión de guerra descarga una bomba de 110 kg de trotyl sobre un ómnibus, el demente asesino seguramente cree que esta realizando una acción de guerra. No era una nave misilística inglesa a la que disparaba. Era un trolebús con 20 pasajeros. Y era Natividad, la muchachita que iba a buscar trabajo y miró al cielo con sorpresa creyendo que iban a tirar flores.
El Capitán de Fragata Néstor Noriega fue quien comandaba el ataque volando uno de los aviones navales AT-11 y dejó caer las dos primeras bombas sobre Irigoyen y Paseo Colón. Una de las cuales impactó en el trolebús y destrozo la pierna de Natividad.
Al fracasar el intento de golpe, los pilotos huyeron a Uruguay, donde fueron recibidos por un militar exiliado, que 30 años después sería tristemente célebre, Guillermo Suarez Mason. El gobierno uruguayo los recibió como héroes. Les proveyó, ropa, dinero y vivienda. Cuenta Noriega que él quiso ir a saludar y agradecer personalmente al presidente Luis Batlle Berres: “El presidente me recibe, me abraza, prácticamente se pone a llorar y me dice: ‘Vea, no se imagina lo que he rogado para salieran bien de esto y mataran al atorrante ese (por Perón) que nos tiene al Uruguay debajo del zapato’”.
Así como Natividad resume en sí la voz de un pueblo agredido por el solo hecho tener fe en un gobierno que le daba esperanzas, de salir de pobre, de trabajar y poder tener una casita, ¿qué representaba el odio de Noriega, Bassi, Suarez Mason y sus compañeros de armas? Tal vez la mejor definición sobre la “Revolución Libertadora” la dio unos meses después uno de los lideres golpistas, el contra-almirante Rial frente a los dirigentes del gremio de municipales: “Sepan ustedes que la ‘Revolución Libertadora’ se hizo para que en este bendito país el hijo del barrendero muera barrendero”. Que puede traducirse en el mensaje a Natividad: las bombas las tiramos para que aprendas que tu destino es ser sirvienta de las casas acomodadas y no empleada de comercio con derechos sociales y laborales.
Pero, ¿qué interés real expresaba Noriega? ¿Su carrera y su sueldo de aviador naval? Eso no estaba en peligro en el gobierno de Perón. En realidad, el asesino de mujeres y niños Néstor Noriega y sus 29 camaradas del bombardeo respondían a un proyecto político económico que nunca fue genuinamente suyo. Respondían al mandato de los socios de la Sociedad Rural que estaban financiando el golpe de estado. Respondían al interés de Inglaterra y Estados Unidos que no toleraban un proyecto de independencia económica que amenazaba sumar a toda América del Sur.
Algunos de estos mismos militares van a descubrir -tarde- que siempre fueron meros preservativos del imperio. En 1982, uno de estos pilotos, Máximo Rivero Kelly, era jefe de la fuerza aeronaval en la guerra de Malvinas. Seguramente allí descubrió que los amigos de la patria no eran ni los ingleses ni los norteamericanos. Y seguramente descubrió que hacerle frente a los Harriers ingleses no era lo mismo que ametrallar desde el cielo a algunos locos audaces de la CGT, que le hacían frente a sus aviones con revólveres calibre 38.
Mario Patito Noriega: el montonero que renegó de su familia
Si buscamos encontrar un punto de inicio de la violencia de los ’60 y ’70 en Argentina sin ninguna duda es ese 16 de junio de 1955: la masacre de Plaza de Mayo. El huevo de la serpiente. ¿Cuál es la máxima graduación de violencia que se puede emplear para doblegar a un pueblo? Cualquier estudio militar responderá: el bombardeo masivo contra la población civil. La Segunda Guerra Mundial cambió su curso cuando desde Inglaterra la aviación aliada comenzó un sistemático bombardeo a ciudades alemanas.
Los vencidos y humillados en 1955, los pobres, los trabajadores, comprendieron con su sangre hasta dónde llegaba la violencia de los defensores de los privilegios de las minorías. Perón, teniendo fuerza militar suficiente, no quiso llevar el país a una guerra civil. Pero al Almirante Rojas no le tembló el pulso para bombardear Mar del Plata, Ensenada y Buenos Aires si fuese necesario.
Quedó grabado en la conciencia de muchos de los vencidos el “si nos echaron por la fuerza, solo podremos volver por la fuerza y la violencia”. Esto dio origen a dos intentos de sublevaciones peronistas: la del general Valle en 1956 y la del general Iñiguez en 1960. Dio origen a una desordenada Resistencia Peronista del ’55 al ’63. Dio origen a los primeros intentos de guerrilla rural como fueron los Uturuncos y, más cerca en el tiempo, Taco Ralo. Y finalmente en los setenta, con un pie en la cultura de la resistencia y otro en el de la revolución cubana, nacieron las organizaciones guerrilleras de los años setenta. Muchos de esos jóvenes eran hijos de los “vencedores” del ’55 y, siguiendo el impulso freudiano de matar al padre, tomaron el camino político de los opuestos.
El Padre Hernán Benítez, consultado en una nota publicada en Cristianismo y Revolución el 25 de julio de 1970, expresó: “En el fondo del asesinato de Aramburu, más responsables que los curas del tercer mundo somos usted, yo, el cardenal Caggiano y el propio Aramburu. Porque, observe usted, los jóvenes señalados por la policía como ejecutores del hecho no son de extracción peronista. No son gente del pueblo. No son ni hijos ni parientes de los 29 argentinos, unos asesinados, otros ejecutados en junio del ’56. Huelen a Barrio Norte, católicos de comunión y misa regular. Algunos, hijos de militantes de los comandos civiles, al caer el peronismo contaban de cinco a diez años. Nacieron y crecieron oyendo vomitar pestes contra el peronismo”.
Mario Luis “Patito” Noriega nació en 1955. Su padre era oficial de la Marina de Guerra. Y su tío era Néstor Noriega, el masacrador de Plaza de Mayo. Como no podía ser de otra manera lo mandaron al Liceo Naval de Rio Santiago. En cuarto año dejó el liceo y fue a terminar el secundario en la Media 2 de La Plata. Allí comenzará a militar en el MAS, una estructura estudiantil vinculada a las FAR de origen marxista. Seguramente le pesaba su apellido. Seguramente conocía de boca de su tío cómo ametralló a los “negros que gritaban la vida por Perón”. Seguramente algún viejo peronista que conocía de historia lo habría tratado con cierta desconfianza. No es fácil cargar con tanta herencia y poder redimirse. A fines 1973, “Patito” ingresó a Montoneros y no alcanzó a conocer la nueva versión los marinos masacradores de la Escuela de Mecánica de la Armada: murió en un enfrentamiento con la policía en noviembre de 1975.
Los restos de Mario “Patito” Noriega están en la bóveda que su familia posee en el cementerio de La Plata. La presencia también de su tío, el capitán de navío Néstor Noriega, da cuenta de las fuerzas históricas en pugna que atraviesan su familia y la sociedad argentina.
* El autor escribió los libros “Salvados por Francisco” y “La Lealtad, los montoneros que se quedaron con Perón”.
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